Capítulo 3: Palabras
Estoy comenzando a pensar que Mafumafu se va a quedar más de una noche.
Han pasado cuatro días. Cuatro desde que salió del techo que comparte con Soraru, tres desde que Soraru dejó de insistir y dos desde que dejó de tomar.
Ahora sólo fuma por la noches antes de dormir.
No he podido dedicarle mucho tiempo a Mafumafu por cuestiones de trabajo, pero la otra vez hablamos hasta tarde.
Me vi obligado a consentir a ese niño comprando un par de latas de alcohol, unas frituras y una cajetilla nueva de cigarros sabor fresa. Es muy especial, lo acepto pero cuando uno se graba bien en la memoria sus risas, llantos y sonrisas, se da por bien pagado.
Parecíamos dos preparatorianos llorando por las chicas que querían y no eran sus novias. Me recordó mucho a esos tiempos y aunque todavía no nos conocíamos, al confiarnos todo y formar esta amistad, sentí todo lo contrario.
Así pues, recordamos nuestra adolescencia. Mafumafu la llamó su época blanca, porque padecía de alguna enfermedad muscular que no le permitía ser como sus demás compañeros. Me confesó lo deprimente que era ver correr a todo mundo, lo doloroso que era para sus piernas verlos saltar y lo mucho que su corazón sufrió al verlos sonreír y formar amigos.
Él había quedado solo.
No tenía a nadie dentro de la escuela.
Y poco tiempo después comenzaron a molestarlo.
Pero entonces, mientras contaba algo que yo ya sabía, el rostro se le iluminó.
El nombre de Soraru apareció y sus mejillas se colorearon. Era como si no hubiera pasado nada, como si Mafu así lo hubiese deseado, pero después su expresión se apagó y enmudeció.
Fue algo incomodo, tener que pasar los siguientes minutos sentado frente a un Mafu callado, con el semblante solemne y dándole caladas a su cigarro con despecho.
Creí que lo había dejado por Soraru. Sí. Algo fuerte debió de haber pasado.
La noche se terminó con mu cuerpo cansado y con las latas vacías y el cenicero gris. Mandé al albino a dormir y me dediqué a limpiar la habitación antes de hacer lo mismo, pero unas palabras hacían eco en mi cabeza.
"Es preciso estar lejos de él. Mi deseo no se hará realidad, ese niño tan callado y flojo no lo puedo merecer".
Eras las palabras de Mafumafu.
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