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Capítulo 8

El repiqueteo incesable de las gotas de lluvia golpear contra el cristal de la ventana rompía el silencio abrumador que se había cernido por toda la casa. Junto a ese dulce repicar podía oírse, de manera casi inexistente, la respiración pausada y tranquila de la muchacha que yacía completamente dormida en su cama. Ella, ajena a todo su alrededor y sumida entre las sábanas, siquiera podía percibir ese par de ojos púrpura la observaban con detenimiento y curiosidad, brillando en un espléndido y tétrico fulgor.

Se movió un poco, provocando de ese modo que algunos mechones resbalaran por su cara, tapándola así. A su vez, los ojos de aquel ''ser'' brillaron con inquietud al perder parte la visión de su rostro. En su lugar éste centelleó y sin más desapareció de la estancia, sin dejar rastro de su paso por ahí.

Al día siguiente desperté más tarde de lo habitual, pasada ya la hora del entrenamiento —al cual tampoco quería asistir, por cierto. Mi humor aquella mañana no era precisamente bueno. Todo mejoró —sarcasmo— cuando ni siquiera tenía para desayunar, por lo que tuve que salir a hacer la compra.

Para mi suerte la pequeña tienda en la que solía comprar estaba en una apartada callejuela por la que solo caminaban de vez en cuando ancianos perdidos. Como siempre al abrir la puerta sonó la campanilla y, a los pocos segundos, apareció Kanna, una señora de unos sesenta años, de estatura media y delgaducha, con su cabello sembrado en canas y su típico moño mal hecho. Desde el primer momento en el que la conocí se mostró como alguien amable y dulce, siempre dispuesta a entablar una larga conversación de cualquier tema al azar, con una eterna sonrisa maternal en su ya desgastado rostro. Ella misma me pidió que la llamara obaa-san, y en ese momento, con los recientes recuerdos con la imagen de mi abuela, sentía aún más que ella lo era.

—Obaa-san —saludé cuando estuve frente a ella, tras un cálido abrazo. Enseguida mi mal humor se esfumó como la nada.

Kirei, ¿cómo has estado? —su escuálida mano apartó un mechón de cabello de mi rostro, situándolo tras mi oreja.

—Bien, siento no haberme pasado por aquí antes —musité algo apenada. Había olvidado por completo su existencia.

— Oh, no te preocupes —le restó importancia con un ademán— ¿Lo de siempre?—preguntó mientras empezaba a moverse por la vieja tienda sin siquiera esperar mi respuesta.

Paseé la mirada por todo el lugar para rellenar un poco el tiempo hasta que ella volviera. Realmente no era una tienda muy hogareña o estética, mejor dicho, para nada lo era. A parte de ser bastante pequeña —sin contar el almacén trasero— tenía poca iluminación, una simple bombilla y la poca luz que entraba por el ventanal exterior. Las estanterías estaban hechas de madera oscura, hasta arriba de productos de todo tipo. El suelo cubierto por una alfombra de color verde moho y bajo este unas tablas de madera malgastadas por el paso del tiempo. Las paredes estaban tapizadas con un papel de color rojo apagado, con un reloj a la derecha y algunos textos colgados en la tabla de la izquierda, tras el mostrador. En realidad si alguien me preguntara porqué de todas las tiendas que había en Konoha había decidido ir a la más apartada, vieja y en peor estado. no sabría exactamente qué responder. Fue casualidad, en mi primer paseo por la villa, tras instalarme en la casa y sin saber muy bien qué hacer o donde comprar, finalmente, sin alguna razón exacta, terminé ahí. Como impresión inicial no me gustó el estado y llegué a pensar que terminaría intoxicada si comía algo de lo que estaba situado en los estantes polvorientos, pero terminé por darme cuenta que todo aquello era más natural de lo que podría comprar en cualquier otro lugar. También condicionó el hecho de que fuera Kanna quién vendía y no otra persona, ¿por qué? No, tampoco lo sabía. Pero ese ya era mi lugar predilecto para comprar todo lo que necesitara.

—Bien, aquí lo tienes todo —su ronca voz me hizo despertar y giré sobre mis talones para llegar hasta el mostrador.

—Gracias —agradecí mientras pagaba todo y agarraba las bolsas con un poco de dificultad.

—No te enfades mucho con él —volví a girarme, pero con el ceño fruncido.

—¿Qué? —inquirí extrañada. Ella no respondió, solo ensanchó su sonrisa y desapareció por el almacén trasero—. A-adiós.

El sonido metálico de la campanilla anunció mi salida, y, tras mirar una última vez por la ventana hacia el interior de la estancia, me alejé de ahí a paso tranquilo, pero aún algo extrañada. Tan sumida en mis pensamientos debí ir que choqué contra algo verdaderamente duro, tanto que caí de culo al suelo. Rasqué mi cabeza mientras murmuraba insultos a aquella persona —aunque había sido mi culpa—. Alcé la vista, dispuesta a enfrentarme a aquel sujeto.

— ¿Una... calabaza? —me impulsé para retroceder por el suelo. No fue hasta que me di cuenta que alguien portaba ese extraño artefacto.

—¿Ayaka? —vi las características cuatro coletas de Temari. Gaara me miraba con esos ojos aguamarina vacíos y de brazos cruzados con una expresión de puro enfado, y a su lado su otro Kankuro. Me levanté y bufé mientras limpiaba un poco mi ropa con la mano.

—Temari, Kankuro —miré a Gaara y entrecerré los ojos—. Gaara, lamento haberme chocado con tu... Calabaza, iba distraída—él no respondió, siguió mirándome de esa manera tan aterradora. Hubo un silencio algo largo, en el cual nadie sabía que decir—- Y... ¿qué hacéis aquí?—me decanté por preguntárselo a Temari, pues aquél no era el Gaara con el que había tratado en la fiesta y me intimidaba.

—Después de lo ocurrido en el baile hay tensión entre las villas y han surgidos algunos problemas, por lo que se celebrará una reunión hoy en busca de alguna solución —explicó mientras empezaba a caminar y yo a su lado, con ambos hermanos detrás de nosotras.

Después de explicarme alguno de los problemas y el temor a que de nuevo hubiera un atentado, hablemos de otros temas más tribales. A nuestra conversación también se había añadido Kankuro. Y bien, Gaara... Él solo me miraba no decía nada, empezaba a asustarme de verdad. Fuimos a un restaurante-bar tranquilo y medio vacío. Nos sentamos en una mesa de cuatro, a un lado yo y Temari y al otro, Kankuro y Gaara —este frente a mi—. Lo de la fiesta... ¡alucinante! —por un momento dejé de mover mi ensalada y miré a Kankuro, y sonreí forzada.

—Sí, supongo, no fue tanto —musité restándole importancia.

—¿No? Digo, para tener tan poco entrenamiento conseguiste mucho. Warui era un criminal peligroso, la mayoría evitaban las misiones que implicaran su nombre —explicó la rubia mientras removía con desdén su sopa—. Aunque no te fue sencillo y todo eso, y casi sales muerta —reí forzosamente levemente ante eso—. Lo mataste, eso dice mucho de ti y de tu fuerza —no respondí, no dije nada. Solo me quedé en silencio observando mi vaso de agua como si realmente fuera algo importante. Suspiré.

—Fui bastante insensata —dije aún sin apartar la mirada del líquido.

—Cierto —por primera vez durante mucho tiempo volví a oír la voz de Gaara, una voz que, lejos de parecerme terrorífica, me parecía profunda e incluso dulce, pero cargada de reproche. Se produjo un choque de miradas, una especie de competición a ver quién duraba más sin parpadear o era más ''rudo''. Por un momento pensé en echarle en cara su mal carácter desde un principio, pero se libró por la intervención de una tercera persona.

—A-Ayaka-chan —la dulcísima voz de Hinata me obligó a perder la batalla que había empezado. La azabache me miraba con su típica timidez y un rostro bañado en el sonrojo y tras ella mi ''gran amigo'' Neji—. Ka-zekage-sama, Temari-san, Kankuro-san... —pude observar perfectamente como lo que supuse que era timidez con Gaara pasaba a puro temor, al notar como sus manos se movían con más nerviosismo y se apagaba más a Neji.

— Hina —miré al ''cubito de hielo'' pero no dije nada—. Me alegra verte.

—A-a mi también —musitó cubriendo su rostro con el cabello— Kakashi-sensei t-te buscaba.

—¿A mi? —alcé la ceja.

—S-sí, dijo que era algo importante —miré un momento a Temari, quien asintió.

—Entonces debería dejarme encontrar —dije. Me levanté, y tras dedicarle una mirada a Gaara salí del local. Aunque Gaara en un principio me había caído perfectamente bien y me pareció un chico dulce y todo, en esos momentos sentía una gran curiosidad hacia él. Y a Neji, bien, no lo odiaba, pero no le tenía simpatía que digamos, siempre se presentaba como alguien pedante y estúpidamente ególatra, algo que no me agradaba mucho, desde un principio se mostró desconfiado y algo maleducado conmigo.

—¡Te encontré! —una mano fría agarró mi hombro desde atrás, y del susto todas las bolsas saltaron directas al suelo. De forma automática agarré a Jun, que se transformó en mis manos y me giré pegando un fuerte golpe a aquél sujeto.

Mi primera acción fue reírme al ver a Kakashi, en el suelo y agarrándose con fuerza la cabeza y después me alarmé por haber pegado a un gran ninja como él, que podía en cualquier momento deshacerme con un solo movimiento—. Oh, ¡no! Lo siento, de verdad, ¡lo siento! —gemí mientras me ponía de rodillas a su lado y apretaba con fuerza la pequeña brecha que había surgido en su mejilla—. ¡Me has asustado! No... ¡No ha sido mi culpa!

—Ay... No me lo esperaba —musitó mientras cerraba su único ojo visible—. Eres un monstruo de mujer.

—Ah —suspiré mientras me ponía de pie y le tendía mi mano, que aceptó enseguida—. Lo siento... —repetí mientras recogía todo lo de las bolsas—. No es mi día —dije más para mi misma.

—Oh, ¿y eso? —no respondí, sabiendo que en realidad a él no le interesaba lo más mínimo mi vida, mucho menos mis sentimientos.

—Hinata me dijo que me estabas buscando —recordé mientras lo miraba fijamente, claro, inclinando la cabeza. No miento cuando digo que parecía topo.

—Sí, me pareció extraño que no fueras al entrenamiento, y tampoco has ido a la biblioteca con Iruka —empecé a caminar, sin importarme demasiado si me seguía o no.

—No tenía ganas de ir hoy —lo dije de la manera más tranquila, sin darle importancia, y Kakashi no respondió.

— La Hokage quiere verte —dijo una vez frente a mi casa.

Era tarde. Había pasado todo el día fuera de casa, de un lado para otro con las bolsas y estaba completamente cansada, tanto de forma física como psicológica. Miré al cielo, que ya empezaba a teñirse con el tono azulado de la noche—. Mañana a primera hora estaré ahí, lo prometo —no esperé a que dijera nada, enseguida ensarté la llave en la cerradura y entré con rapidez.

Ni siquiera me di tiempo a colocar la compra en su lugar, solo dejé lo más prioritario y subí los escalones de tres en tres. Antes de irme a dormir quería darme una ducha para quitarme el sudor pegajoso que me hacía sentir tan malditamente incómoda.

Cuando entré en la habitación ésta era solo tenuemente iluminada por la luz del anochecer, pero la suficiente como para no tener que encender la lampara. En un sepulcral silencio me desvestí, quedando solo en ropa interior. Como no quería mojarme el pelo, porque era un atentado a mi salud dormir con el cabello mojado, me dirigí al tocador en busca de una cinta para recogerlo. Arrastré los pies hasta el mueble mientras empezaba a darle forma al moño improvisado, pero algo brillo en la penumbra. Entre mis dedos se deslizó el cabello que yo misma había soltado ante la duda de aquél objeto. Dejé de arrastrar los pies para dar una firme zancada hacía la madera de roble antiguo y enseguida lo tuve en mis manos.

La extraña figura de un búho, del tamaño de mi mano, posiblemente de lo que sería bronce o algo similar brillaba casi de manera extraña. El contacto era tan, pero tan frío que mi piel se puso de gallina y llegó a arderme la mano. Lo más inquietante quizá eran esos dos enormes orbes que tenía por ojos, dos descomunales amatistas de ese potente lila. Me asusté más aún cuando una pequeña descarga eléctrica traspasó todo mi brazo, llegando así hasta mi cuello y de ese modo dejé ir aquel figurín. Lo más normal sería que terminara en el suelo con un sonido sordo por la alfombra, pero el sonido jamás llegó a mis oídos. Más extrañada aún me agaché directa en su busca.

No estaba. Por ningún lado. 

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