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Capítulo 7

''Mi yo de un año de edad reposaba tranquilamente entre los brazos de mi abuela, que me mecía de un lado a otro mientras tarareaba una nana. Mi pequeña mano se aferraba a su chal marrón y en las comisuras de mis ojos asomaban diminutas y cristalinas lágrimas.

Pese a que la una era consciente de la presencia de la otra, ninguna decía nada, quizá por miedo, o simplemente por querer seguir manteniendo esa atmósfera tranquila y perfecta. Mis ojos se alternaban de ella a mi pequeña yo, casi en una pauta continua. Por mucho rato que estuve de pie, exactamente en la misma posición en la que había entrado en ese espacio, no sentí ningún tipo de cansancio. Parecía todo tan surrealista.

Por un momento, en lo que supuse que fueron horas, la anciana levantó la vista y nuestro ojos se cruzaron. Se veía rejuvenecida, casi impecable en su imperfección. Su cabello castaño, ya manchado por las canas; su piel blanca, con pequeñas manchas y arrugas; su nariz respingona en la cual yacían unas gafas algo anticuadas; y sus ojos, unos ojos almendrados que empezaban a esconderse entre los pliegues de una piel marchita, pero pese a ello brillaban con un fulgor casi alarmante. Sus labios se curvaron en una sonrisa y en sus mejillas sonrosadas se marcaron unos hoyuelos.

Mi pequeña —oí antes de que su imagen se desvaneciera en su magnificencia.''

Me senté de golpe en la cama, sintiendo como las lágrimas brotaban de mis ojos sin cesar y mis pulmones parecían querer quebrarme las costillas. Mi pecho subía y bajaba rápidamente, mientras que mi corazón palpitaba con tanta fuerza que incluso llegué a pensar que terminaría por salirse de su lugar. Aún en la oscuridad me levanté y a tientas me dirigí hasta el tocador donde reposaba un vaso de agua y un pastilla para el dolor de cabeza. El cristal era frío al tacto y por ello lo apreté con más fuerza, eché mi cabeza hacia atrás, para conseguir así que la cápsula bajara con más facilidad por mi cuello.

—Aún es pronto... —miré el reloj situado en la mesita de noche, apenas las cinco de la madrugada. El entrenamiento era a las ocho de la mañana, pero me parecía absurdo volver a la cama cuando el sueño ya se había esfumado por completo. Algo molesta me dirigí al baño y abrí la llave del agua, dejándola puesta en tibia. Cuando el pijama cayó al suelo me miré fijamente en el espejo de cuerpo entero. Aunque había jurado y perjurado a Tsunade que me encontraba bien y que permanecer en el hospital era absurdo, ciertamente me arrepentía en esos momentos. Pequeñas y grandes heridas se esparcían por toda mi anatomía, al igual que enormes moretones que destacaban en mi nívea piel. Cada movimiento se sentía como miles de pequeñas agujas al rojo vivo atravesándome sin piedad, pero me mentalicé que aquello formaba parte del mundo ninja. Además, por mucho que doliera, en verdad creía que mi entrenamiento debía seguir. Quizá sólo era para mantener mi mente ocupada y lejos de todos esos absurdos recuerdos, o también porqué algo me decía que debía hacerlo.

Decidí apartar todos esos pensamientos por un rato y me sumergí en el agua lentamente. Al principio sentí el picazón de las sales de baño y el jabón en los cortes, pero gradualmente cesó y empecé a relajarme mientras me dejaba caer más adentro. Casi media hora después salí arrugada, pero bastante más tranquila que en un inicio. Me vestí con ropa cómoda y las típicas sandalias. Cuando, de nuevo, dirigí mi mirada al reloj, tan solo eran las seis, por lo que aún tenía dos horas por matar. Sujeté con fuerza a Jun en mi pierna izquierda y Ketsho quedó colgando en mi espalda baja mediante una cuerda de fino metal sujeta en mi cadera. No tenía nada de hambre así que tan solo tomé un vaso de leche fría y salí de la casa.

El aire matutino golpeó en mi rostro con una ferocidad bienvenida. Las calles estaban medio desiertas aún, con algún que otro aldeano perezoso preparándose para otro día monótono y largo. Sentí alguna que otra mirada encima de mi nuca. En Konoha las noticias corrían como la pólvora, de boca en boca. No me molestaba, en verdad, pero tampoco adoraba ser el centro de atención.

Llegué media hora después al campo de entrenamiento, que de igual manera estaba vacío. Agradecí eso. Pero... ¿qué tengo que hacer? Bien, en todo mi tiempo en ese lugar jamás había entrenado sola —aunque con Kakashi quizá era como si fuera así. Entrecerré los ojos observando todo algo perdida. Necesitaba instrucciones.

Paseé por todo el lugar, pensando y recolectando las sesiones que había tenido con Hatake. Sí no recordaba mal muchas, muchas veces decía que el chakra era verdaderamente importante y que, junto a la resistencia física, era lo primero que debía controlar a la perfección. También recordé que en uno de los libros que Iruka me había mostrado leí algo sobre aguantarse encima del agua, enviando chakra a los pies ¿Podría yo hacerlo? En cualquier caso sólo terminaré empapada pensé mientras empezaba a caminar directa al río.

Una vez ahí me deshice de las sandalias y de las armas, dejándolas encima de una roca. Caminé despacio hasta la orilla, y, tras haberme mentalizado de que no era una mala idea, intenté sentir el chakra fluyendo por mi cuerpo tal y como me habían enseñado. Estuve varios minutos quieta hasta que un hormigueo que subió de mis pies hasta mi estómago. Me encogí de hombros. Primero solo puse un dedo encima de la superficie líquida más cercana —es decir, próxima a la orilla y no muy hondo. Sonreí victoriosa cuando mi pie al completo se sujetó firmemente, como si aquello fuera verdaderamente sólo un suelo normal. Decidida, y sin pensar mucho, dirigí hasta ahí mi pie izquierdo. Los diez primeros segundo me mantuve firme, pero poco a poco aquel hormigueo me abandonó y así terminé por notar el arenoso fondo—. Se veía demasiado fácil —resoplé mientras caminaba de nuevo al borde.

Seguramente habían pasado más de dos horas —raramente Kakashi llegaba tarde— y estaba completa y absolutamente mojada. Terminé por recoger mi pelo en un moño desordenado, pues me resultaba molesto tenerlo pegado a la cara y también, al saber que por ahí seguramente no vendría nadie, decidí deshacerme del la camiseta y quedar solo con unas vendas cubriendo mi pecho.

Por quincuagésima vez en esas dos horas volví a intentarlo —ya directamente en el centro del río—, pero también, por quincuagésima vez, volví a terminar sentada de culo.

—¿Qué estás haciendo? —una voz masculina, plagada de burla, pero igualmente de sorpresa, preguntó. Enseguida, y algo avergonzada por mi situación, me levanté y miré al sujeto.

—Hum... —ni siquiera sabía qué hacer. Neji me miraba desde la orilla, con ambas cejas alzadas y cruzado de brazos—. Nada que te interese —opté directamente por la grosería, en un intento quizá para que se fuera enfadado o sin ganas de soportarme.

— ¿Intentas caminar sobre el agua? —me sorprendí a mi misma asintiendo mientras sentía como la sangre viajaba hasta mis mejillas y apartaba la mirada a cualquier otro lugar, decidida a no mirarlo. Oí el ya familiar sonido del chapoteo, y al bajar cuidadosamente mi mirada vi como él se dirigía hacia mi posición por encima del agua con total facilidad.

Permanecí muda, observando con detenimiento sus pies. Lo hacía ver tan condenadamente fácil que me sentía estúpida. Sorprendentemente cuando estuvo sólo a un metro de distancia no hizo ningún comentario hiriente o burlón, tampoco su mirada mostraba arrogancia—. Si te pones nerviosa nada saldrá como quieres —musitó mirándome fijamente.

—Es fácil decirlo para ti —contraataqué mientras mis mofletes se inflaban, tal niña. Él suspiró.

El Hyuga no dijo nada más, sólo hizo un ademán indicándome que lo siguiera. Dudé varios segundos pero accedí como resultado final sin saber muy bien porqué. Cuando lleguemos a la orilla se giró y miró mi "atuendo" —o medio-desnudez— y estoy casi o muy segura que sus mejillas se sonrojaron—. Bien —carraspeó—. La meditación es un buen método para canalizar la red de chakra —explicó—. Incluso sin el Byakugan puedo notar lo obstruida que está la tuya —¿Qué quiere decir con eso?- Me hubiera gustado decírselo en voz alta, pero se alejó en uno metros y, en toda su simpleza, se sentó con las piernas cruzadas y cerró los ojos.

—¿Qué haces? —interrumpió mis cavilaciones. Moví mi cabeza y me senté un par de metros de distancia.

Finalmente seguí sus pasos, me coloqué en la misma posición, cerré los ojos y empecé a respirar profundamente. Intenté centrarme en la red de chakra —aún sin saber con exactitud qué era eso. Fue sorprendente como un rato después —ni calculaba cuánto— empecé a sentir el mismo cosquilleo pero con más fuerza. Decidida a explorar aún más intenté centrarme en los puntos supuestamente "obstruidos". No fue demasiado lejos cuando noté una sensación molesta y inquietante en toda esa tranquilidad. Entre la oscuridad que me rodeaba pude percibir una punto que parpadeaba con insistencia. Aún con una curiosidad más potente quise internarme más, estar más cerca. Avancé, pero todo aquel contorno se aclaró hasta que, de nuevo y con disgusto, volví a la claridad del día. Justo enfrente de mi, a unos escasos centímetros el ''rostro'' —u ojo, no sé— de Kakashi. Giré mi cabeza en busca de Neji, pero su lugar estaba vacío. Fruncí el ceño.

—Él tenía algo que hacer— Respondió el peliplata a mis pensamientos. Me encogí de hombros.

Me levanté y quité los hierbajos y tierra que se adherían a mi malla. Volví a dirigir mi mirada a Kakashi que de manera disimulada observaba mi escasez de ropa. Decidí no darle importancia a mi sonrojo y caminé hasta la roca. Tras vestirme y sujetar a Jun y Ketsho ambos emprendimos camino hacia el campo de entrenamiento—. Quiero presentarte a alguien —noté como bajo su máscara se formaba una sonrisa amplia.

—Oh, hum, ¿quién? —inquirí, pero no respondió e hizo un ademán hacia el centro del campo. Ahí se encontraba Sakura, que al verme se levantó y me saludó con una gran sonrisa. A su lado estaba un chico de llamativa cabellera rubia, piel tostada y ojos azules, añadiendo su sencillo chándal naranja, se podía ver a kilómetros de distancia su posición.

—Naruto, ella es Ayaka, mi nueva alumna —¡¿Alumna?! ¡Pero si no me has enseñado casi nada!>> Desearía haber dicho eso en voz alta—. Ayaka, él es Naruto, mi antiguo alumno —en un principio quise darle la mano de la forma más educada e irme de allí, pero en dos grandes zancadas se posó frente a mí, casi rozando su nariz con la mía y mirándome con los ojos entrecerrados. Sakura soltó un jadeo mientras que Kakashi sacaba su libro y miraba a otro lado. Durante más de un minuto se acumuló un tenso silencio, pero poco después quedé confundida al ver como una enorme, enorme sonrisa se extendía por todo su rostro y enseguida sentí sus brazos rodeándome.

—¡Es un placer, Ay-chan! —se separó de mi—. Vamos a entrenar, ¿por qué no te quedas y también entrenas? —agradecí el hecho de que tenía clases con Iruka.

— No puedo, pero otro día será, ¿no?—algo decepcionado asintió y empecé a alejarme de ahí.

La hora de comer ya había pasado, pero de igual manera que por la mañana, mi estómago estaba completamente negado a comer cualquier cosa, por lo que fui directa a la biblioteca —llegaba tarde, además. Durante el camino peiné con los dedos mi cabello, que estaba algo enredado, pero tampoco es que fuera muy peinada normalmente.

Llegué unos diez minutos tarde a la clase y me apresuré a subir las escaleras hasta llegar a nuestro punto de encuentro. Lo único que sonaba eran los susurros de los alumnos y los pasos apresurados de los ninja haciendo sus reportes para la Hokage, y en esos momentos, se añadieron el resonar de mis zapatos contra el suelo. Cuando estuve en la mesa donde solíamos estudiar Iruka no estaba por ninguna parte, pero también pensé que quizá había surgido algo.

Me senté en la silla. Me sentía un poco perturbada, tanto por el hecho de que Neji Hyuga me hubiera ''ayudado'' y también por aquella extraña sensación durante la pequeña sesión de meditación. Aquello último me tenía bastante más perturbada que lo anterior. Y ya daba por hecho que debía descubrir que había sido eso.

Esperé una hora más, pero mi subconsciente me decía que ya no vendría, y yo misma también lo sabía. Notaba que nadie se tomaba en serio mi entrenamiento, o mejor dicho, que nadie tomaba en serio mi presencia. Y eso dolía más de lo que yo quería admitir. 

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