Capítulo 6
Kumiai gritó de miedo y se aferró a mi cintura, incluso haciéndome daño. No mentiré, yo también tenía muchísimo miedo. Frenéticamente miré por toda la estancia, buscando ayuda, pero era imposible conseguirla ya que todos estaban enfrascados en sus respectivas batallas. Tragué con dificultad y volví a mirar al frente, donde se encontraban aquel hombre de pelo azul y dos gemelos espeluznantes, muy espeluznantes. Ambos hermanos tenían el cabello negro y ojos ámbar, y lo único que los diferenciaba era su ropa, pues uno iba de negro y el otro de blanco-. ¿Por qué no jugamos con ellas, Warui? -preguntó el gemelo de negro con una voz tétrica.
-Sí, sería divertido -apoyó el de blanco, mostrando unos dientes afilados al sonreír.
-La niña me da igual, pero a ella la quiero viva -el tal Warui me señaló, y por instinto abracé a la niña en un intento de transmitirle paz y seguridad, pero a decir verdad yo estaba igual o peor que ella, apenas y podía controlar el temblor de todo mi cuerpo. Realmente correr me parecía una idea absurda teniendo en cuenta que la velocidad de un ninja promedio era bastante más alta que la mía, que ni siquiera me podía catalogar aún como ninja-aprendiz, ¡apenas sabía controlar mi chakra! Solo me quedaban las armas que Hinata me había otorgado.
Salté hacia atrás con Kumiai en mis brazos, cuando unas espinosas raíces surgieron del suelo arañando mis tobillos, obligándome a retroceder. La pequeña resultaba una carga algo molesta, en verdad, por lo que la dejé debajo de una mesa y volví a estar pendiente de aquellos dos locos posándome delante de ella de forma protectora. El jefe se había sentado en una de las sillas, mirándome con diversión, mientras que ambos gemelos estaban a unos siete metros delante de mí. Uno de ellos, el que iba de blanco, tenía su brazo derecho alzado, controlando aquellas espinosas raíces supuse-. Niña, no tienes posibilidad... -empezó.
-Ríndete y sucumbe a los encantos de nuestro jefe -terminó finalmente el otro. Mi corazón golpeaba con tal fuerza en mi pecho que incluso dolía, mis piernas temblaban y me sudaban las manos a más no poder, me mordí el labio con tanta fuerza que en unos segundos sentí el sabor metálico de la sangre pasearse por mi boca.
-¿Te ha comido la lengua el gato? -murmuró el de negro, acercándose a mi. Quise moverme, pero había estado tan absorta en mis pensamientos y miedos que no noté cuando aquellas plantas se habían enredado en mis tobillos e impedían mi movilidad. Poco a poco aquellas raíces fueron creciendo, con ellas los pinchos, que se clavaban en distintas partes de mi cuerpo y el agarre cada vez se hacía más lastimero.
-Para -mascullé. Los gemidos de dolor empezaron a escapar de mis labios. Las ramas ya habían llegado hasta la altura de mi clavícula, y aunque había parado de crecer, pero no paraban de apretujar mi cuerpo. Sentí dolorosamente como mis costillas ya cedían y se resquebrajaban ante la presión y la sangre bajaba por todas partes, formando un mar de sangre a mi alrededor. Escocía. Muchísimo.
-Basta -intervino el jefe-. He dicho que la quiero viva -de forma automática la planta aflojó su agarre, pero sin dejarme huir. El gemelo de negro me pasó de largo, encaminándose hacia donde estaba Kumiai. Yo, ignorando el dolor y temiendo por la vida de ella hice el esfuerzo de alcanzar a Jun, que reposaba en la cinta que Hinata había puesto en mi pierna, como consecuencia del movimiento, los pinchos, que hasta el momento sólo se habían clavado en mi, llenándome de agujeros, rasgaron mi piel. Cerré con fuerza los ojos, reprimiendo el gemido que perforaba mi garganta y dejando escapar bastantes lágrimas. Cuando pronuncié el nombre del arma esta se agrandó, por lo que cortó definitivamente aquellas ataduras, y de forma automática me giré para cortar a aquel asqueroso individuo.
Oh, menudo error.
Oí el gemido de el otro gemelo, y como el jefe bufó con molestia. Los ojos ámbar de ambos sujetos se posaban en mí, y juro haber visto el mismísimo infierno arder ahí. Si querían intimidarme, lo habían conseguido, sin embargo me mantuve en la misma posición, sujetando con fuerza el mango de Jun, que en ese momento estaba helado-. Vas a morir -anunciaron los dos, a la misma vez, ¡y con la misma voz tétrica y de ultratumba!
Mi cuerpo voló bastantes metros hasta estamparse en la pared más cercana, donde se hizo un considerable boquete. No me dio tiempo a tocar el suelo cuando varias de esas estúpidas raíces emergieron del suelo y me mandaron hasta la otra punta de la sala. Sin siquiera poder respirar el puño del gemelo de negro se estampó en mi estómago. Tras eso, con los ojos entrecerrados por el dolor y cansancio pude notar que se preparaba para darme el toque final: su brazo no herido empezaba a envolverse con una sustancia verde bastante densa.
En ese instante y por suerte una enorme cantidad de arena se interpuso entre nosotros y alguien rodeó mi brazo y de forma brusca me obligó a levantarme.
-¡Vamos! -la voz de Gaara, algo tosca, pero no me quejé en ningún momento, estaba en un profundo trance, absorta mirando como la arena perseguía a ambos gemelos. Solo salí de mi sorpresa cuando mi trasero chocó contra el suelo y mi espalda contra la fría pared. Levanté la vista para encontrarme solo con su perfil concentrado, ya que él miraba fijamente la pelea, impasible-. Quédate aquí -de nuevo aquella voz tosca. Yo simplemente no dije nada y dejé caer mi cabeza hacia atrás, jadeando por el horrible dolor que se expandía por cada rincón de mi cuerpo, moverme significaba sentir todo aquello multiplicado por cien, por lo que me mantuve quieta, casi sin respirar (porque básicamente no podía). Mi sentía herida, pero no solo físicamente, psicológicamente también, no había podido hacer nada, había terminado por ser una muñeca de trapo machacada, ¿para qué servía yo?
Mi cuello crujió cuando giré la cabeza al sentir un chillido infantil, para ver como aquel sujeto asqueroso, Warui, agarraba a la niña del cuello, levantándole del suelo varios metros. Mis ojos se abrieron tanto que tuve la sensación que en cualquier momento saldrían de sus cuencas.
-No -gemí-, no, no, no, ¡no! -quizá el subidón de adrenalina o el miedo mezclado con el valor hicieron que por un momento me olvidara del dolor que me estaba azotando, ya que me levanté y corrí hacia ellos, cayendo varias veces en el camino, dándome de bruces contra el suelo. Khetso ya estaba en mis manos y yo decidida a matar a aquel hombre. No pensé bien qué hacía o si era lo correcto teniendo en cuenta mi estado, pero mi cuerpo se movía por voluntad propia y mi razón se había quedado atrás. Llegué justo a tiempo para arrancar a la niña de sus manos y deslizar el filo de Khetso en el cuello de él, que se lo sujetó con fuerza y empezó a maldecir. Corrí y corrí sin mirar atrás, con Kumiai llorando en el hueco de mi cuello. Casualmente yo también lloraba, mi cuerpo estaba al límite, y con él, mi mente. Quería alejarme lo más posible de él, dejar a la niña lejos antes de morir, ya que ya daba por hecho que iba a ser así. Conforme avanzaba mi vista se ennegrecía y mis pasos se volvían más y más torpes. Finalmente caí al suelo, sin ya poderme levantar. Oía los gritos de la niña, sus súplicas y llantos y también sentía la presencia de aquel sujeto acercarse. Con las últimas fuerzas que me quedaban lancé a Khetso, esperando acertar de manera milagrosa.
A partir de ahí, no supe nada más. Mi cuerpo dijo basta y mi mente estaba destrozada.
<< Caminé a través de los concurridos pasillos blancos, con el característico olor de hospital, el pitido de las máquinas de cada habitación, los pasos preocupados de los familiares y los atareados enfermeros y doctores, todo muy tópico.
Giré a la derecha y me detuve delante de una puerta semiabierta, ''318A'' ponía en el centro de esta. Mi mano temblorosa empujó y mis ojos viajaron hasta la cama deshecha, fruncí el ceño, adentrándome más en la habitación. Un suspiro de alivio escapó de mis labios, y más tarde una sonrisa radiante, había una anciana sentada en la silla, mirándome con ojos cariñosos y un amplio ademán de bienvenida.
No tardé en darle un abrazo, y tras eso me senté en la cama. Me miró unos segundos. Yo no podía dejar de sonreír, pues los últimos días habían sido algo críticos, y tenía la sensación de haber temido por su vida. Pero poco a poco mi sonrisa empezó a borrarse, al ver como abría la palma de su mano y me mostraba un collar de plata, lo que aparentaba ser su más preciado tesoro. Cuando tocó mi piel estaba frío, pero pronto empezó a adquirir mi temperatura corporal. Entonces entendí porque estaba ahí. Se estaba despidiendo de mi, me estaba diciendo adiós y yo no podía hacer nada. >>
Abrí los ojos aturdida. Ella, aquella anciana, era mi abuela. Pronto sentí como las lágrimas empezaban a caer de mis ojos. Mi mano temblorosa viajó hasta mi cuello, notando la ausencia de dicho collar. Miles de recuerdos con ella, recuerdos a medio hacer, donde no había nombres, ni palabras, solo ella y yo. Lloré más fuerte, frustrada por no recordar su nombre-. ¿Estás bien? -pestañeé varias veces, para notar que no estaba sola, Kankuro y su hermana Temari estaban ahí. Sequé mis lágrimas con el dorso de la mano y me forcé a sonreír-. Tranquila- Hizo una mueca parecida a una sonrisa.
-¿Qué ha pasado? ¿y Kumiai? ¿y Warui? ¿los gemelos? -pregunté temerosa. Ella extendió su mano y enumeró con los dedos.
-Te desmayaste por la tunda que habías recibido -uno-. La niña está bien, sus padres la han obligado a irse a casa, no quería separarse de ti -dos-. ¿Warui era el jefe, no? Murió, oh, mejor dicho, lo mataste -tres-. Los gemelos huyeron.
-¿Que yo maté a quién? -fruncí el ceño, asustada. Quise moverme, pero estaba vendada de pies a cabeza, por lo que no podía mover ni un pelo.
-Encontré tu arma clavada en su cuello -señaló a Khetso, que reposaba en un rincón de la habitación junto a Jun, ambas completamente limpias-. Bien hecho, era un criminal buscado. La verdad es que sabíamos que aparecería tarde o temprano, pero no en la fiesta... Algo que sí lo piensas es algo obvio...-se encogió de hombros-. Hiashi-sama querrá hablar contigo, te deben una disculpa creo.
Al rato se despidieron de mi y salieron de la habitación apresurados. Cuando por fin la puerta se había cerrado dejé escapar un largo suspiro y recargué la cabeza en la almohada. Las lágrimas no tardaron en acumularse en mis ojos y los sollozos a escapar de mis labios. No podía seguir huyendo de mi auténtica realidad, de la carencia de recuerdos en mi vida. Debía y tenía que buscar respuestas.
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