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Capítulo 28

Mi cabeza dolía con fuerza, palpitaba intensamente a cada recuerdo que regresaba a ella, cada recuerdo de Naevia Himitsu. Volvía a ser yo. Progresivamente Alessya y Ayaka desaparecían, esas identidades borrosas dejaban de estar en mi. Bajo la piel la sangre ardía y se removía como si de lombrices se trataran. Quise gritar, con fuerza, no estaba segura si de alegría o de pavor. No, mis sentimientos eran confusos, mis pensamientos estaban entremezclados. Quería hacer tantas cosas, pero a la vez, muchas me eran contrarias. Mi mente parecía estar apunto de colapsar.

Nada más abrir los ojos (que apenas lo había conseguido), una punta filosa se plantó frente a ellos, y casi logra incrustarse en mi pecho, si no fuera por unos reflejos que parecían ajenos a mi, logré pararla con las palmas de mis manos. Los ojos chispeantes de Yume me observaron, con fiereza, con un odio desmesurado. Se clavó en mi pecho, dolía verla así, odiándome profundamente. Y lo peor de todo es que no podía decir que no me lo mereciera.

Cuando mis brazos ya parecían ceder a la fuerza, un borrón se llevó por delante a la rubia, siendo arrastrada varios metros atrás. Cuando el humo que se había alzado se disipó, pude observar a Yu, enfrentándose a ella. Mi corazón se aceleró entonces, sin embargo, no sentía exactamente lo mismo a lo que había sentido anteriormente, cuando en un pasado habíamos estado casados.

''El sol ya empezaba a alumbrar entonces la estancia, y chocaba contra el blanco de las sábanas, dando una sensación celestial al lugar. La tranquilidad caía sobre nosotros, sólo se oía en la lejanía el cantar de los pájaros por entre el murmuro de las hojas de los árboles. Aún estaba apoyada sobre el pecho de Yu, elaborando círculos irregulares con mi dedo, sintiendo el suave tacto de su tibia piel bajo mi yema. Su aroma a manzana se internaba en mis fosas nasales, y me relajaba progresivamente, proporcionándome una sensación de adormecimiento. Su enorme mano acariciaba con delicadeza mi cabeza, una y otra vez, rítmicamente.

Duerme, hoy puedes descansar —susurró, al alzar levemente sus cabeza para cerciorar si estaba despierta o no. Yo sonreí.

Sé que puedo descansar —afirmé, levantándome un poco, e ignorando que la sábana había destapado mi desnudo—, pero no quiero dormir, quiero estar a tu lado, quiero disfrutar de tu presencia —me incliné para darle un suave beso.

Nos queda mucho tiempo para eso, esposa —replicó, tumbándome de nuevo—, pero por ahora descansa.

Ojalá hubiera sabido que realmente no tendríamos tanto, y no me hubiera dormido entonces.''

Un grito desgarrador surgió de mi garganta. A lo lejos oí una voz llamarme.

—Basta, Yume, ¡basta! —rugió Yu a la rubia, que ante ese grito, quedó paralizada frente a él. El hombre se había situado protector frente a mi—. Basta. No recuerda quién es. No es Naevia.

El rostro de la chica se contrajo en una extraña mueca, al oír eso.

—¿Qu-é? —tartamudeó, tras bajar su mirada hacia mi, entrecerrando los ojos. Aguanté su mirada estática, sin pestañear. Progresivamente, aparecieron el resto. Hinata se acercó a mi dubitativa, y me ayudó a levantarme. Emití un quejido por el dolor, pero ignorando eso, me separé de la Hyuga y me acerqué a Yu. Hubo un largo silencio, en el que mi mente se debatía.

—No es cierto —murmuré—, lo recuerdo todo.

Esas palabras fueron un simple detonante para Yume, que volvió a arremeter contra mi con fuerza. Logré esquivarla saltando lejos, y bloqueé con ambos brazos su puño, que iba directo hacia mi estómago. Me agaché y di una patada a su pierna, tumbándola. Ese esfuerzo provocó en mi un fuerte mareo, y fue suficiente distracción para que las manos de mi oponente se aferraran a mi cuello con fuerza, elevándome unos centímetros del suelo. Sus dedos oprimieron mi garganta, cada vez con más fuerza. Viendo que no tenía intención de parar, enredé mis brazos en los suyos y en una llave, logré deshacerme de ella, y girando sobre mi cuerpo, di la vuelta a su cuerpo y con mi antebrazo agarré su cuello y la inmovilicé. Pero al parecer, el hecho de que no estuviera realmente viva provocó que no sirviera de nada, y se deshiciera de mi fácilmente, y torpemente salté de allí. A penas podía mantenerme en pie, y mi mente estaba al borde del colapso con la llegada y recuperación progresiva de mi antiguo yo. Ver a Yume de ese modo, aquella que yo había considerado como una hermana para mí, por la que daba y daría todo, mirándome con esos ojos inyectados en sangre, y con el odio emanando de todos y cada uno de sus poros, me destrozaba más de lo que podía imaginar. Yu estaba estático, observándome fijamente, posiblemente sin creerse que su esposa estuviera al fin frente a él. No podía evitar preguntarme por qué razón no me odiaba, cuando yo misma lo había matado.

Tuve suerte que el siguiente ataque de la rubia fue parado por Lee, y que seguidamente unos fuertes y cálidos brazos me rodearon, llevándome lejos de ahí. Apenas logré alzar la vista, para encontrarme con los ojos azules de Naruto y su radiante sonrisa. Esa sonrisa que jamás me había faltado. ¿Por qué no me había acercado más a él? Entonces, cuando sentía que mi muerte parecía estar cerca, me sentía culpable de todo.

Cuando el rubio me dejó en el suelo delicadamente, Sakura se acercó a mí a una velocidad increíble para empezar a sanar mis heridas, pero parecía ser que la gravedad de ellas, imposibilitaba un trabajo adecuado, además de que había perdido mucha sangre, y que mi organismo parecía estar en un extraño revuelo que además impedía el correcto flujo del chakra de sanación. No escuche las palabras de la pelirrosa, pues mi mirada estaba en la pelea que se había desarrollado un poco más allá, en la cual Naruto, Lee y Neji batallaban contra Yume, a duras penas.

—Naevia —Yu se acercó a mí, y apenas pude susurrar para pedir que no le atacaran, puesto que para mi sorpresa, Tenten ya se había preparado para atacarle.

—N-No... Él... No —sus ojos ámbar, casi sin creérselo, se posaron en mi. Se arrodilló a mi lado, y no tardó en oprimir mi cuerpo contra el suyo, en un abrazo que, pese a mi adolorido cuerpo, disfruté inmensamente. Me aferré a él y un suspiro se escapó de mis labios—. ¿Por qué no me odias?

—Jamás podría, y más sabiendo que tú no tienes culpa de nada...

—Os maté a todos... —murmuré, separándome de él.

—Nunca creí que fuera así...

El estruendo de una de las casas siendo completamente destruida, y el polvo que ésta levantó nos hizo separarnos. Estaba claro que la condición ''inmortal'' de Yume, y la rabia por la que estaba siendo consumida, la hacían indestructible. Se deshacía con una facilidad asombrosa de todos. Mi corazón se encogió al ver como pegaba a Neji sin más. Habían pasado muchas cosas, durante todo ese tiempo. Mi cambio de personalidades, mi amnesia, mis encuentros con enemigos... Todo eso me había llenado momentáneamente y me había servido para olvidarme de lo que realmente quería y sentía. Era cierto que desde el primer día había sentido algo por Neji, y que me había empeñado en catalogar como enemistad, y no permitir que evolucionara a nada alejándome siempre de él, pues al fin y al cabo, me odiaba. No iba a decir que jamás me había fijado en él, pero por alguna razón, pese a que en esos instantes tenía de nuevo a mi esposo a mi lado, sólo podía ver atentamente los movimientos del Hyuga, con un nudo en la garganta cada vez que los gritos de Yume se intensificaban y parecía querer matarlo solo para poder llegar hasta mi.

La mayoría estaban ahí, aquellos que me habían estado acompañando esos últimos meses, habían llegado hasta ahí por mí y luchaban sin saber que protegían a una asesina. También sentía al resto de mi clan, pero la debilidad de ellos no permitía que regresaran a formas corpóreas como parecía poder hacerlo Yu o Yume, aunque no entienda muy bien cómo lo hacían. La batalla se estaba volviendo cada vez más encarnizada, y a ella se unieron Yu, Tenten y Shikamaru. No, no iba a parar, no hasta que me viera muerta, o que consiguiera explicarle vanamente lo que había ocurrido cien años atrás.

No tan delicadamente como hubiera querido aparté de mí a Sakura e Hinata, y alcé la mano con la palma extendida. Mis ojos ardieron, y posiblemente el púrpura brilló en ellos.

Teishutsu —como aún líder de ese clan, mi capacidad de control sobre los miembros de éste aún podía habilitarla. Y aunque estaba extremadamente débil, podría mantenerla por suficiente tiempo. En la piel de la rubia aparecieron un total de cuatro sellos, en ambas muñecas y tobillos, que la inmovilizaron por completo. Rugió cuando me acerqué, así como soltó una sarta de insultos. Ignoré las advertencias de todos—. Sé que no tengo perdón, pero déjame... Dejadme explicar qué ocurrió hace cien años —las respiraciones agitadas se calmaron poco a poco, y Yume al escuchar por fin a la auténtica Naevia pareció relajarse también.

''Con los veinticuatro recién cumplidos, decidí tomarme unos días de tranquilidad y salir de los dominios. Como líder el gasto de energía era superior, y además en las últimas misiones en las que me había enfrascado me habían debilitado enormemente. Como todo miembro principal Himitsu, mi capacidad de regeneración podía darse más rápidamente en entornos de naturaleza virgen y en soledad. Así que después de despedirme de todos y dejar a cargo a Yume y a Yu, me marché directa a uno de los lugares escondidos, propiedad del clan, perdidos entre altas montañas, los cuales únicamente conocían los líderes y familiares directos de estos.

Me sentí especialmente tranquila durante el trayecto y no hubo ningún percance. Paré un par de veces para descansos, puesto que estaba algo baja de fuerzas. Había achacado eso al cansancio de mi cargo, puesto que últimamente había tenido varios percances junto a Konoha con otra aldea, y como cercana que era al Hokage, no había dudado en serle de ayuda, y prestarme para colaborar. No había contado con que dichas negociaciones iban a verse turbadas por unos imbéciles de otra aldea enemistada. Habían pillado a varios Himitsu desprevenidos y los habían herido de gravedad, y después de darles su merecido tras un estallo de mi más pura cólera, gasté gran parte de mis fuerzas en sanar a mis camaradas, por lo que quedé bastante débil. Sumando eso a muchos otros problemas que prefería no recordar, decidí que lo mejor era reponerme, ya que una líder débil no suponía cada más que un simple lastre, y debía ser todo lo contrario, suponer la protección máxima de mi clan siempre.

Cuando llegué a las instalaciones, fue casi inmediato sentir como mi cuerpo empezaba a regenerarse. Las pequeñas heridas que habían surcado mi piel, y que no se habían sanado tan rápido como siempre, en ese entonces ya empezaban su regeneración habitual. Era una enorme mansión, oculta entre lo más recóndito de altas montañas, situado en un extenso prado que resguardaba con su sombra. Contaba con unos preciosos jardines perfectamente decorados, rebosantes de naturaleza, con caminos de piedra y numerosas fuentes esparcidas. Tenía un total de siete plantas, con innumerables habitaciones. En la parte trasera había unas termas naturales que lo llenaban todo de vapor. En los alrededores el verde crecía extensamente, creando algo así como un pequeño paraíso ahí dentro.

No dudé demasiado en hospedarme en la habitación principal, dejarlo todo en su sitio y despojarme de mi ropa para ir directa a un relajante baño. Cuando sumergí mi cuerpo en la caliente agua mis músculos fueron relajándose progresivamente. Era algo que realmente no sabía cuán necesitaba. Estar desde los dieciocho al cargo del clan había sido tan bueno como malo. Era bueno porque me sentía completa al hacer feliz a todos, al ser líder de aquellas maravillosa personas que tanto quería, pero también era malo, por lo agotador que podía resultar a veces llevar el peso de un clan de tal magnitud sobre mis hombros. Sin embargo, era eso lo que me llenaba, con sus pros y sus contras.

Después de estar un buen rato bajo el agua, me vestí sencillamente y tras cenar, decidí marchar directa a la meditación en los jardines. Realmente estaba muy débil. La capacidad de sanar era algo que había hecho desde siempre, pero era bastante diferente a las habilidades de los Ninja Médico. El entrenamiento se daba a aquellos que presentaran aptitudes para ello desde pequeños. No se centraba en la concentración sólo de chakra para sanar, sino que también debía usarse lo que nosotros llamábamos ''energía interior''. Esa energía que sólo nuestro clan poseía característicamente y era ese algo que nos hacía fuertes. Pero ese uso era limitado sólo a quiénes tenía suficiente fuerza y aguante al desgaste que suponía, puesto que quien no fuera así, no tardaba en ser consumido por el cansancio y el cambio que producía en su organismo. De ahí que fue una selección el poder ser sanadora en mi clan. Pues siendo así que el haber salvado siete vidas en un plazo de tiempo tan corto, estando a sí mismo también débil psicológicamente, debía reponerme rápido para solucionar esa debilidad.

Fue durante la meditación, la cual ya empezaba a recobrar mis sentidos y percepción, que noté algo extraño a mi alrededor, algo que empezó a provocarme inquietud. Intenté relajarme, puesto que mi lazo con Yu podría traicionarme y que éste, al sentir mi incomodidad, acudiera ciegamente hacia ese lugar con muchos otros, y que realmente saliera mal y el percance fuera mayor. Prefería intentar reducir a ser posible lo que pasara yo misma, sin involucrar a nadie más. Ese fue mi gran error.

Ajusté bien el obi del kimono que llevaba, y solté mi cabello para portar los dos kunai largos que siempre llevaba ahí, con la función de sujetar mi peinado, y como arma de emergencia. Aunque de manera muy leve, podía sentir la presencia de alguien más ahí. Eso me inquietaba aún más al recordar que la mayoría de dominios privados como ese, estaban protegidos por muy fuertes y antiguos sellos que sólo alguien poderoso podía evitar. Y si ese sujeto estaba ahí, debía serlo mucho.

Aunque no estuviera al cien por cien, enseguida noté el shuriken explosivo incrustado cerca de mi, y mi cuerpo se deshizo en humo violáceo en un abrir y cerrar de ojos, reapareciendo de nuevo sobre una roca en la que pudiera lograr mayor perspectiva. Aún así, fuese quien fuese no se dejaba ver aún. Algo en mi interior me decía que buscaba agotar las pocas fuerzas que había repuesto durante la tarde. Si así lo conseguía, sería un blanco fácil. Así que sin dudarlo demasiado, invoqué a mis dos mayores aliados, Bure y Yasa. Los dos gatos, al ver a su ama con clara preocupación e inquietud no dudaron en rastrear a aquella persona. El hecho de que sus simples apariencias pequeñas y diminutas, primero incitara hacía pensar que eran débiles, pero cuando los aros de sus colas brillaban con aquel fuerte chakra, que pesaba sobre los que estuvieran presentes, cerraba más de una boca.

La perfecta habilidad de rastrear de los gatos no tardó en desvelar la posición del enemigo, y fue así que al verse descubierto, un individuo cubierto por una larga y oscura capa, se abalanzó contra mí con una larga katana en mano. Interpuse entre el filo de su hoja y mi garganta ambos kunai cruzados. El estruendoso sonido del metal chocar alertó a los hermanos felinos, que no tardaron con su inmensa fuerza arremeter contra esa persona. Bure era mayor y más experto que su hermana, por lo que tenía la increíble habilidad de transformarse en un gran y extraño felino, de prácticamente mi altura (y ya era yo bastante alta). No pude evitar sonreír ante eso, puesto que erróneamente creí que entonces la balanza se había inclinado perfectamente hacia mi. Lejos de eso, el encapuchado luchó duramente contra Bure, haciendo uso de un extraño poder del que yo nunca había ni oído hablar, ni visto. Sus manos se llenaban de un espeso humo negro, totalmente denso, e intentaba tocar a toda costa alguna parte del gato. Cuando me di cuenta que aquello solo podía significar que fuera veneno o algo similar, decidí atacar, pero era demasiado tarde. Había logrado rozar, simplemente rozar, el lomo del felino, y sólo con eso, un rugido de puro dolor escapó de su hocico. Escuché a Yasa gritar con fuerza. Mi único instinto fue anular la invocación, y dejar que una vez en tranquilidad, sanaran al animal. Subestimar a ese sujeto había sido mi mayor error y eso podía costarle entonces la vida a uno de mis mejores amigos.

Con un fuerte sentimiento de culpabilidad, y sintiendo entonces que esa batalla estaba totalmente perdida debido a que no tenía prácticamente fuerzas, me maldecí a mí misma. Eso era todo mi culpa. Si no hubiera rechazado que alguien me acompañase, o si simplemente hubiera aguantado un poco más, o si no hubiera llamado a mis gatos, no todo habría ido así. Fue quien fuese ese enemigo, sabía la localización de una de las bases que siquiera figuraba en los registros y había eliminado a un gran oponente, uno de mis mejores soldados con sólo tocarlo. Pese a mi situación, no iba a rendirme fácilmente, por lo que no tardé en reunir mis pocas fuerzas para invocar mi propio poder. Enseguida sentí como mi piel ardía levemente, y en ella se dibujaron líneas oscuras que marcaban patrones. La cuenca de mis ojos también ardía levemente, y sabía que en esos momentos éstos deberían estar brillando con fuerza. Ambas manos acumularon chakra violeta en ellas. Mi enemigo pareció sorprenderse y retroceder levemente al notar la cantidad de fuerza que había emanado en tan poco tiempo y considerando mi estado, pero se repuso rápidamente.

Una macabra risa surgió por debajo de la capa. Cada vez se hizo más sonoras, y tras unos segundos, en los que me puse a la defensiva, arrancó la prenda de su cuerpo. Descubrió a un hombre de tez absolutamente blanca, así como su cabello, que le llegaba más allá de sus hombros, también blanco. Sus ropas también eran del mismo color. A simple vista, parecía un ser angelical, un adonis, sin embargo, la sonrisa cargada de locura, y los afilados ojos verdes que transmitían auténtica maldad, rompían los esquemas. Un presentimiento horrible asaltó mi pecho, me incitó a huir de ahí, pero era ya demasiado tarde para evitar un enfrentamiento.

Por fin puedo verte en persona... —su voz era grave y profunda. Tras decir eso repasó mi figura un par de veces, y su sonrisa se volvió ladina—. Sé que esta no es la mejor manera de presentarme, pero conozco tu fama, esa habilidad de percepción, y no hubieras tardado demasiado en matarme cuando notaras mis intenciones... —se fue acercando poco a poco, a lo que yo retrocedía—. He estado esperando durante años este momento.. Débil y sola, mi diana perfecta, mi oportunidad ideal para tenerte totalmente... ¿Sabes? —paró de hablar, y de moverse, y miró a su alrededor aún sonriendo—. Tú clan supone un gran problema para mi, pero bueno, ya solucionaremos juntos ese problema después...

Volví a desaparecer de ahí cuando se acercó velozmente a mi, y reaparecí tras él, insertando mi puño contra su columna con toda mi fuerza posible. Para mi sorpresa su cuerpo se deshizo en ese extraño humo negro, que pareció cobrar vida y moverse hacia mí con la intención de apresarme. No tardé en invocar uno de los grandes abanicos que tenía, y lo balanceé para esparcir ese humo y alejarlo de mi. Fue poniendo el pie en tierra, que una mano surgió de ahí y tiró con fuerza de mi, y como muñeca, envió mi cuerpo lejos, estampándome contra una de las paredes de piedra de las instalaciones. Sentí un fuerte dolor, y tosí levemente para escupir la sangre que se acumulaba en mi garganta. Fue entonces cuando notaba como la fuerza ya empezaba a menguar en mi cuerpo, puesto que lo que había recuperado, se estaba perdiendo velozmente. Decidí que lo mejor era dar aviso a Yu, alertar entonces que estaba yendo todo muy mal y que necesitaba desesperadamente ayuda. Pero mi contrincante pareció leerme la mente, porque a una velocidad impresionante ya estaba frente a mi, con su mano enorme rodeando mi garganta, para inmovilizarme, y la palma de la otra totalmente abierta extendida sobre mi estómago, tras haber desabrochado mi kimono y dejando expuesta la piel de mi vientre, justo donde estaba el sello del clan.

Estaba tan cerca que su respiración gélida se mezclaba con la mía, y la punta de su nariz rozaba mi mejilla. Su mano estaba tan helada que parecía un afilado cuchillo sobre mi piel. Cuando alzó la mirada y sus orbes verdes se toparon con los míos, algo en mi interior se revolvió con fuerza. Fue en ese momento que el sonrió, y su mano empezó a iluminarse con una fuerte luz. Empecé a notar algo similar a serpientes corriendo por mi cuerpo, justo por las mismas zonas por donde aparecían mis marcas cuando invocaba mi fuerza. Sentía que esa energía se mezclaba con la mía, que tomaba poder de todos y cada uno de los átomos de mi cuerpo, de cada rincón, de cada célula, que tomaba posesión de todo recuerdo y pensamiento por más recóndito que fuera, que aprisionaba todos mis sentimientos en una única mano. Separó entonces la mano que estaba en mi vientre, y desabotonó con fuerza su camisa, y al descubrir su abdomen, divisé en él el mismo sello que yo tenía, y todos mis sentidos quisieron dispararse, quise gritarle, matarlo, arrancarle la cabeza, puesto que aquello significaba que tenía control sobre todo mi clan. Pero contrario a ello, permanecí muda, estática, sin decir nada.

Me dejó ir, y yo quedé firme frente a él, apoyada sobre la pared, no entendía muy bien qué estaba pasando, pero su sonrisa de satisfacción me indicaba que realmente había conseguido lo que se había propuesto.

Furukontororu —murmuró, suficiente. ¿Control supremo? No... Las lágrimas se acumularon en mi inexpresivo rostro—. Sí, querida, estás bajo mi poder, ahora, eres mía. Lamentablemente para mi, que tenga tu sello no implica que pueda hacer lo mismo que tú, ¿pero qué importa? Si te tengo a ti para que lo hagas... Ahora somos uno. Tú debilidad física y psíquica han facilitado este trabajo, que si no hubiera sido así... —fingió estar agotado—, ¡hubiera sido imposible! Pero muchas gracias, has hecho que todo fuera muy sencillo.

Sujetó mi cuerpo y me llevó al interior de la casa. Parecía saber que necesitaba recuperar fuerzas, así que me llevó a la sala de curación, una sala que contaba con un lecho de naturaleza preciosa y virgen, y donde debía hacer esos días mi sanación completa. Me dejó sobre la hierba húmeda, justo bajo la cúpula por la que entraba el sol e iluminaba todo por las mañanas. Susurró a mi oído algo similar a que debía reponerme rápido para poder llevar a cabo todos nuestros planes (como si realmente fuera algo que yo también quisiera hacer), y después de eso, ordenó que no me moviera de ahí hasta que estuviera totalmente lista. Y así fue, mi mente siguió esa orden por los próximos diez días, en los que conseguí unir mi cuerpo y alma con el entorno y recuperar progresivamente toda mi fuerza, volviendo a ser la misma de siempre. Creí que sólo así, cuando estuviera totalmente preparada, conseguiría liberarme de esa subyugación, puesto que mi mente y cuerpo estarían de nuevo en armonía y repuestos. Pero no fue así. Fuera lo que fuera lo que me hubiera hecho, era demasiado poderoso incluso para mi, y cuando regresó en mi busca, lo seguí como si fuese un perro siguiendo a su amo. Me hizo comer y asearme, y volver a ponerme mi habitual atuendo de ninja.

En dos días debía regresar a casa, y el viaje duraba exactamente eso. Por lo que hizo él antes fue darme órdenes. Unas órdenes horribles que me hicieron gritar internamente, salir de esa jaula en la que se había convertido mi propia mente.

Regresarás a casa, y actuarás normal, nada ha pasado aquí —dijo, a la vez que acariciaba mi mejilla. Mi cuerpo reaccionó positivamente y ladeé la cabeza para apreciar más ese contacto, pero mi mente estalló en impulsos de asco y odio—. Después de dos semanas, para la luna llena... Los matarás... a todos y cada uno, los matarás y regresarás conmigo.

Quedé estática en mi lugar, y sentí como mi pecho se oprimía y mis ojos se llenaban de lágrimas. Él las secó y con una sonrisa irónica, dijo que estaba bien, que no pasaba nada, que era lo correcto y que eso, iba a hacerme tremendamente feliz. Algo extraño en mi me hizo sentir reconfortada y segura, un sentimiento que se mezclaba con el asco que sentía también. No se despidió siquiera de mi, y marché de allí tal y como me había ordenado. De regreso me encontré a diversas personas, a las que saludaba sin más, como si realmente no ocurriese nada. Quienes me preguntaban cómo había ido, si ya estaba mejor, se creían perfectamente cuando les decía que todo había sido perfecto y que ya volvía a ser igual de fuerte que siempre.

Pero lo peor no fue eso, lo peor que cuando regresé a casa. Me recibieron con un gran festejo, con los brazos abiertos, felices de verme. Y aunque fingiera que yo también estaba feliz de hacerlo, realmente quería salir de ahí antes de que mi encomienda se cumpliera. Yume fue la primera en lanzarse a mis brazos en un eufórico abrazo, casi desesperado, así como una cantidad increíble de chismes que contarme. Me sentí tan feliz como triste cuando Yu salió a recibirme y los vítores se alzaron cuando me besó con pasión y casi urgencia. Los festejos se prolongaron todo el día de mi llegada, en los que corrió la música, el vino y la comida. Los miembros del clan corrían de aquí para allá danzando, cantando, riendo... En un auténtico desfase cargado de alegría que en otra situación, me hubiesen hecho estallar en placer y goce. Intenté varias veces hablar con mi esposo o mi mejor amiga sobre lo que estaba ocurriendo, pero cada vez que lo intentaba un nudo se instalaba en mi garganta y la saliva se atoraba ahí, impidiendo así que mi voz pudiera salir. Sólo atinaba a sonreír y decir que estaba muy contenta por estar de nuevo ahí, junto a ellos, que esos días sola habían sido muy duros.

Evidentemente, cuando llegó la noche, Yu no dudó en llevarme a la intimidad, donde como muchas otras veces, pero como si siempre fuese la primera, nos unimos en cuerpo y alma. Fue entonces cuando posiblemente él notó que algo estaba mal, al verme tan abstraída, tan lejana. Pero decidió achacarlo al cansancio del día, o los cambios que estaba sufriendo mi cuerpo ante la recuperación. Ojalá se hubiese dado cuenta antes.

Así fueron pasando los días. El papeleo, las misiones, el constante ajetreo de un líder impidieron que tuviera descanso. El regreso de mis padres después de unas merecidas e íntimas vacaciones en pareja, empeoraron mi dolor, pero que volvió a enmascararse ante esa falsa felicidad que aquel horrible ser me había ordenado cumplir días antes.

Fue cerca del quinto día que me sentía algo mareada por las mañanas, y estaba perdiendo el apetito. No comenté nada a nadie hasta dos días después, puesto que deseaba con todas mis fuerzas que no fuera lo que creía. Pero estaba claro que no iba a tener suerte entonces. Después de hacerme yo misma el chequeo, y de llorar a mares en el baño encerrada, entre la felicidad de saber que estaba esperando un hijo de la persona que más amaba, pero la tristeza de saber que si no conseguía deshacerme de la subyugación de ese ser, no iba a ser más que una pesadilla. Decidí informar primero a mi madre, y después a Yume, ambas estallaron en felicidad extrema, y como dos locas que eran, se esmeraron en organizar una fiesta en la que diera la noticia a todo el mundo. De nuevo, quise negarme, pero fue imposible. Algo se caracterizaba ese clan, era por las fiestas que hacían por todo. Yu, aunque se temía algo, no pudo evitar llorar frente a todos de alegría, y oprimirme en un fuerte abrazo cuando recibió la noticia. Ese abrazo se clavó en mi pecho como una estaca, así como los repetidos besos que repartió por mi rostro.

Y los días fueron pasando. Tras la noticia básicamente fue obligada al reposo total durante el tiempo de embarazo, puesto que aunque no había presentado síntomas antes, estaba de dos meses, aunque hubiese creído que estaba de muchísimo menos (dado que siquiera me había dado cuenta). El enterarme de que tenía a mi hijo en el vientre, me hizo querer deshacerme con más fuerza de ese hechizo, pero nada lo que hacía o intentaba, funcionaba. Pasé los últimos días con mi familia, lo mejor que pude, pero totalmente devastada.

El día antes de la catástrofe, por la noche, cuando me encontraba en el jardín disfrutando de la brisa nocturna, Yu estuvo a mi lado. Y fue entonces cuando me confesó que no entendía qué me ocurría, estaba distante y fría, y achacó eso a que quizá yo no quería estar embarazada, que ya no lo quería. Con mi corazón en la mano, le confesé que jamás había amado a nadie como a él, que era mi vida, y que daría la mía si fuera necesario para que estuviese a mi lado. Eso lo tranquilizó, y así pasamos nuestra última noche juntos.

El día siguiente lo recuerdo como el peor de mi vida, el más lento, el más doloroso. En mi mente la orden empezaba a crearse, y ordené, sin dar ninguna explicación, que ese día había toque de queda. De modo que con todo el mundo dormido, sería mucho más sencillo llevar exitosamente mi misión. Me despedí de mis padres, de Yu, de Yume, de todos. Intenté varias veces explicará todo, alentar a que marchasen lejos, pero nada servía, hice uso de toda mi fuerza para liberarme una vez más, pero tampoco funcionó.

Ese día había sido nublado, y el atardecer fue cubierto por oscuros nubarrones. En la lejanía retumbaban truenos y relucían relámpagos aterradores. Corría un fuerte viento y hacía frío, sin embargo, no sentía nada. No tenía frío, ni sed, ni hambre. No sentía nada, ni dolor, ni angustia, nada. Estaba muerta en vida. Cada vez se acercaba más el momento, y la vida abandonaba mi cuerpo a cada segundo que pasaba. Así mismo, sentía como las muescas de mis ojos crecían, así como las marcas de mi fuerza teñían de nuevo mi nívea piel (en esos momentos, pálida como la muerte).

La sangre acabó tiñendo mi vestimenta por completo, y la tela que con anterioridad había sido blanca, entonces estaba totalmente roja. Mi cabello también estaba empapado por el sudor, y suponía que lágrimas, pero hacía rato que ya no sentía nada. Mis ojos viajaban de un cuerpo a otro, y seguía sin creer que hubiera sido yo la culpable de todo. Todos habían suplicado por explicaciones, por clemencia, por ayuda. El odio había bailado en sus ojos, los insultos, la traición caía sobre los hombros de todos segundos antes de que atravesará sus corazones con mis propias manos, sin ningún pudor, sin mostrar remordimiento. Pero interiormente, el mismísimo infierno ardía en mi pecho, así como el dolor de mi garganta que oprimía involuntariamente los gritos. El último en morir fue Yu, que gastó su último aliento en un ''te amo'' que murió junto a la auténtica Naevia Himitsu.

Cuando unas manos rodearon mi hombros, no me sobresalté, seguía estática, con la mirada en el suelo. Se movieron lentamente, un acto de aparente lástima y reconforte, que me provocaba repugnancia, porque sabía que era falso.

Está bien, Naevia, has hecho lo que debías —su voz ronca llegó a mis oídos, y el hecho de saber en el fondo que realmente me había equivocado, ardió, ardió cuando caí de rodillas sobre ese mar de sangre y grité. Grité por fin, porque a pesar de ese dolor, mi mente seguía subyugada ante ese horrible ser, asegurándose que lo que había hecho, estaba bien.

Y así fueron pasando los meses. No tardó en correr la voz que había asesinado átomo mi clan. Mi nombre acabo en el libro bingo de Konoha, y sobre él relucía ''traidora'' y ''asesina''. Ese hombre, que resultó llamarse Hineku (aunque dudaba que realmente se llamara así), llegó a contarme jamás sus auténticos planes, puesto que antes, morí.

Fue ocho meses después que algo en mi empezó a quebrarse, la pérdida de mi clan, y así mismo, la pérdida de mi hijo, me había roto en pedazos. Ya no era la misma, no comía, no dormía, no hablaba. Era un cadáver andante. Había cortado mi caballero, puesto que éste se caía a mechones y parecía paja al tocarlo. Mi piel, anteriormente nívea y suave, era entonces amarillenta y áspera, casi como cera. Las muescas de mis ojos no habían vuelto a marcharse, volviéndose un recuerdo de lo que había hecho.

La desesperación asoló tanto mi mente, que un día, cuando ese monstruo me ordenó que matara de nuevo, no logré hacerlo. Algo me lo impidió. Así ocurrió varias veces. Sus órdenes cada vez me eran más difíciles de cumplir. Algo en mi interior se revolvía cada vez que me ordenaba matar a alguien, y conseguía detenerme antes de hacer nada. Hineku estalló de rabia, y tras diversos maltratos que me dejaron débil, y bastante herida, volvió a efectuar el mismo ritual en mi cuerpo, con tal de volver a subyugarme. Sin embargo, algo ocurrió, no había sido tan efectivo como la primera vez.

Decidió que lo mejor era llevarme a hacer reposo a una de sus bases, con el objetivo de que descansara un tiempo y el ''vínculo'' que nos unía, volviera a ser igual de fuerte. El marchó entonces, dejándome sola allí. Los días pasaron, y la soledad solo hizo que las voces de la culpabilidad subieran de tono en mi cabeza. Se volvió un martirio, y a cada segundo que pasaba, me volvía más y más loca. Y pese a que me había ordenado que no saliera de ahí bajo ningún concepto, logré escapar en un intento así de escapar también de mi misma. No sabía como, no sabía porqué, pero hacia tiempo que había dejado de buscar respuestas a preguntas que siempre quedaban en el aire. Cuando volví a sentir el sol impregnar mi piel, volviendo a filtrar en ella, volví a tener control sobre mi misma. Aunque no pensé demasiado en ello, achaqué la recuperación de mi mente a lo rota que llegaba a estar ésta, y que debido a ello la fuerza de Hineku se veía menguada.

Pero pese a ser libre, no sabía qué hacer. No tenía adónde ir, ni con quién. Mi familia estaba muerta, yo misma la había matado (y me lo recordaba una y otra y otra vez), y tampoco podía regresar a pedir ayuda a ninguno de mis antiguos aliados, puesto que para ellos era una mera asesina y traidora. Y así estuve días y días, vagando sin rumbo, sin saber exactamente dónde estaba. No podía pararme a descansar en ningún lugar, porque de ser así aquel monstruo no tardaría en encontrarme, y no dudaba que entonces, podría volver a intentar dominarme, e incluso matarme. Sin embargo, estaba segura de algo. Mi última promesa a Yu, fue que daría mi vida por la suya si fuese necesario, y entonces, lo era. Tenía fuerza suficiente, y podía hacer algo para enmendar todo aquello.

Después de, aunque me sintiera mal, extorsionar a un shinobi a que me dijera dónde estaba, puesto que al identificarme, intentó matarme, lo dejé inconsciente a las puertas de una posada y fui directa al País del Fuego. Fueron un total de cuatro días en los que acabé exhausta para poder llegar lo antes posible, prácticamente sin descanso, llevando mi cuerpo y mi mente al límite. No era algo que hubiese premeditado, porque no lo necesitaba. Recordaba perfectamente el día de la ceremonia para recibir el título de líder del Clan Himitsu, en el que prometí protegerlo y dar mi vida fuese necesario. Y así iba a ser.

Llegué por fin a Seikatsu agotada. Las grandes puertas que custodiaban el interior estaban selladas, y pude reabrirlas fácilmente con sólo alzar la mano, iluminándose los relieves de la madera en el proceso. Por el desuso rechinaron, internándose ese tedioso sonido en mis oídos. Entré lentamente, con miedo, con miedo de qué pudiera encontrarme ahí dentro, aguardando. Silencio, fue lo único que me recibió. Un silencio sepulcral que acuchilló mi alma con fuerza. No habían niños correteando felices por las calles, ni madres cuchicheando por los rincones, tampoco ninjas que volvían ajetreados e iban directos a mi oficina para informar de lo ocurrido. No había absolutamente nadie ahí. Tampoco me sorprendí cuando no divisé rastro de la sangre en ninguna parte, seguramente obra del buen trabajo por parte de los ANBU. No quise deambular mucho más por ahí, para no seguir engrandeciendo la herida que surcaba mi alma, así que fui directa a dónde sabía que estaban enterrados todos.

El prado era grande, y las lápidas se alzaban en él con los nombres de todos y cada uno de ellos. En el centro, estaban las tumbas de Yu, mis padres, y Yume. Unas ya marchitas flores blancas adornaban la tierra, y con las lágrimas acumulándose sobre mis ojos, me incliné con la mano alzada, de la que un ligero rayo de luz emergió, dándole de nuevo vida a sus pétalos, volviendo a ser igual de bellas que en un pasado. Lloré, lloré como jamás lo había hecho, hundí mis manos por la tierra, que se humedecía con mis lágrimas. Después de tanto tiempo, no reprimí más mis gritos, que se alzaron al viento. Así pasaron las horas, entre sonoros sollozos y lamentos que no llegaban a ningún lugar. Tardé en armarme de valor para volver a levantarme, despegándome del frío suelo, que sentía que ahí, ya siquiera me aceptaba.

Mis huesos crujieron al levantarme, agarrotados por haber estado tantas horas en la misma posición, así como por el gran esfuerzo que había hecho por llegar hasta ahí. Me quedé de pie, quieta, y al posar mi mirada sobre la lápida de Yume, observé cómo de ésta colgaba aquel pequeño búho dorado de ojos amatistas que le regalé años atrás, el cual, como emblema del clan, siempre lucía orgullosa, y más habiendo venido de mano de su líder y su mejor amiga, casi hermana. Las lágrimas volvieron a acumularse en mis ojos, y con rabia, lo arranqué de ahí, ¿cómo iba a querer ella eso, si se lo había obsequiado la misma persona que la había asesinado cruelmente haciendo oídos sordos a sus súplicas?

El día, con su fin, también trajo alivio al saber que con suerte, también sería el mío. Marché de ahí para dirigirme al gran manantial. Las nubes que cubrían la luna, pareciendo saber mis intenciones, se apartaron para darle paso a la luz de ella, que iluminó el agua frente a mi, así como mi piel, que cada vez, estaba más fría y pálida, y en algunas zonas, con grandes moratones que se hundían en mi. Cerré los ojos, escuchando sólo mis latidos, y los sollozos que aún pretendían salir. Cogí aire como pude, y avancé hacia el líquido. Estaba frío, pero estaba segura de que yo, lo estaba más aún, así que no hubo demasiada diferencia. Llegué al centro, donde el agua cubría sólo hasta medio muslo, justo con la luna sobre mi cabeza. Lentamente, me puse de rodillas, y con las manos reposando sobre mis muslos, alcé la vista al cielo repleto de estrellas, que entonces se mimetizaban por la luz de su madre.

Arte prohibido, justsu de la vida —me sorprendió mi propia voz, que sonó tan ajena a mi misma, ronca, profunda, rota. Pero no me inmuté, y el cansancio se desvaneció de mi cuerpo, siendo sustituido por la fuerza impregnando mi piel, en la que empezaban a crearse surcos que brillaban por una potente azul. Se dibujaban en mi palidez patrones que en su momento, podría haber considerado preciosos, pero que en esos instantes, significaban mucho más. Un cosquilleo subió por mi espalda, internándose en mi nuca. El agua a mi alrededor empezó a ondear, moverse y chapotear, cobrando vida propia—. Madre tierra, madre que me dio la vida, devuélvela a aquellos a quien se la arrebaté. Pido para su regreso, para prender de nuevo sus llamas, para redimir mis errores... Ofrezco mi vida a cambio.

Podía sentir de nuevo sus presencias, y usé toda mi concentración para no sucumbir ante el odio que recibía, el rencor, los sentimientos negativos se agolpaban en mi pecho y parecían querer eclipsarme. Pero la fuerza me mantuvo en pie. Sus susurros llegaban a mi, sin embargo, estaba demasiado débil aún, y no estaban lo suficientemente cerca para regresar a mi, y yo para traerlos de vuelta.

Ese fue mi último error. Mi estado de debilidad me había convertido en una diana perfecta, en el objetivo más sencillo de eliminar. Lejos de haber pensado en ello, sin siquiera haber premeditado que quizá aquel monstruo iría en mi busca, y que evidentemente, sabría dónde encontrarme. Supe y confirmé mi gran error cuando un metal frío atravesó mi pecho, y divisé su afilada punta chorreando sangre frente a mi, tiñendo el agua cristalina de carmín. Hizo más ahínco, y penetró más liberando el aplastante dolor en mi anatomía. En buenas condiciones, podría haber salido de ello, haber sanado rápido, y enfrentarme contra ese engendro que me había conducido a la desdicha. Pero, oportunamente, mi cuerpo dijo basta, mi cuerpo cedió a todo a lo que no lo había hecho meses antes; las pérdidas, las heridas, el tormento...

Mi piel empezó a resquebrajarse, deshaciéndose en pequeñas piezas. Los surcos que anteriormente brillaban, ya no lo hacían, y eran entonces grietas de las que supuraba sangre prácticamente negra. El líquido se acumuló en mi boca, inundándola de ese terrible dolor metálico, y lo expulsé a la par que las lágrimas brotaban de mis ojos. La impotencia asoló mi corazón, el pesar. Quise gritar, pero no tenía ni siquiera fuerzas para ello. La tétrica y macabra risa de Hineku retumbó en mis oídos. Se acercó a mi, y cuando mi cuerpo se desplomó, él se arrodilló en el agua, acunándome entre sus brazos. Acarició mi rostro, y con las pocas fuerzas que tenía, intenté, vanamente, apartarme.

Mi dulce Naevia, hasta el último momento te resistes —sus palabras parecían cargadas de auténtico pesar—. Lo nuestro podría haber sido tan bello, perfecto... Y por tu ineptitud lo has destruido todo... Todo lo que hemos construido juntos...

Eres un hijo... —sus labios se posaron en los míos unos segundos, en los que saboreó la sangre, y al separarse, limpiando los restos de ésta que había quedado en sus comisuras, sonrió. Si no lo hubiera conocido, pensaría que era un ser angelical.

Duerme, duerme para siempre.

El cansancio, el agotamiento, la resignación, el dolor... Todo aquello me condujo a saber que no tenía más oportunidades, que todo había acabado mal, que todo había sido mi culpa y que me merecía aquello, más de lo que se lo hubiera merecido nadie. Alcé la vista al cielo. Las nubes se apartaron para mostrar la luna, que parecía despedirse de mi, que me observaba blanca y enorme, que me acogía entre su luz, pese a que no me lo mereciera.

Todo había acabado. O eso hubiese deseado.''

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