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Capítulo 25

Cuando me separé de esa mujer, fueron sólo unos centímetros. A pesar de lo muy extraño de la situación, me tomé mi tiempo para inspeccionarla. Era prácticamente de mi altura (por suerte, yo no era precisamente baja), cabello largo y sedoso, que se arremolinaba creando una maraña de hilos negros. Aunque a contraluz de la luna, no podía ver bien su rostro, sabía que me miraba fijamente, impasible, esperando algo.

Di un par de pasos más, decidiendo que no debía prolongar algo tan extraño. Sin saber cuando se movió, alzó su mano, que enrolló con fuerza en mi brazo. Gemí asustada, reaccionando por fin de una manera ''normal''. Con mi mano libre agarré su extremidad, clavé las uñas, intentando logar que me soltara. Aunque le hice sangre al enterrarlas, no logré nada, pareció no inmutarse. Alrededor de la zona donde estaba exprimiéndome me empezó a arder y palpitar, como si estuvieran quemando mi piel.

Un grito entremezclado con sorpresa brotó de mi garganta cuando al bajar la mirada vi como en mi tez se grababa una marca de líneas irregulares, y como de estas brechas surgía sangre. Unos segundos después mes soltó, y presa del pánico sólo atiné a huir e introducirme en la casa.

Cerré con todas mis fuerzas la puerta, y durante unos instantes me quedé ahí apoyada, esperando que aquella mujer no se acercase. La repentina iluminación me hizo asustarme, y me giré para observar a Yu desde lo alto de la escalera. Al principio el muchacho me observaba como si estuviera loca, pero al ver horrorizado la herida de mi brazo, no tardó ni un segundo en estar a mi lado. Apenas pude balbucearle todo lo ocurrido, pero con lo poco que entendió salió al exterior —pese a mis ruegos de no hacerlo—. Yo me quedé sentada en un escalón, intentando vanamente tranquilizarme, con una mano apenas cubriendo un cuarto de la herida.

Todos sabían que pronto sus senseis se darían cuenta de su ausencia, y en cuanto eso ocurriera, estarían en graves problemas. Sin embargo, la convicción llenaba sus corazones; debían encontrar y salvar a Ayaka, fuese lo que fuese lo que estuviese ocurriendo.

—Shikamaru.

Shino se posicionó a su lado, mientras corrían. El recién mencionado lo miró por un segundo, para luego volver su vista al frente, evitando las ramas que se interponían en su camino.

—Lo sé —murmuró—, sé que podríamos no salir de esta... Pero esto es únicamente otra misión, en la cual debemos salvar una vida inocente.

—Y si en realidad, ¿no es inocente? —frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué Ayaka es una traidora?

—No, al menos, no exactamente —aclaró—. Sin embargo, ¿qué sabemos de ella, en realidad? Apareció un día, sin más, sin memoria... Ni de dónde venía, o cómo se llamaba... Es extraño, además, su similitud con esa mujer, que, si recuerdas, fue una asesina en potencia que exterminó a centenares de personas... —aunque sus ojos se ocultaban tras esos oscuros lentes, sabía que lo miraba fijamente—. No estoy diciendo que sea una traidora, pero es tan posible como que no lo sea, porque, al fin y al cabo, para nosotros no es más que una desconocida con, aparentemente, un pasado en blanco. No obstante, los indicios...

—Entonces le daremos el beneficio de la duda —aseguró, con la auténtica firmeza de un líder.

Siguieron corriendo, en completo silencio, con el apremio de ser descubiertos, o peor aún, no llegar a tiempo.

Toda la casa estaba en silencio, y a oscuras. Yo estaba sentada en la taza del retrete. Mi mirada estaba perdida en algún punto en concreto, que, en esos instantes, me parecía más interesante. De manera prácticamente automática aún presionaba la herida con un trapo que me había ofrecido Yu. Éste en un principio era blanco, pero en esos instantes el carmesí lo teñía por completo, y empezaba a saturarse y chorrear aquel líquido espeso. Desde hacía unos minutos ya no sentía el dolor, probablemente a causa de shock, o mismamente la pérdida de sangre que a cada segundo se hacía mayor, empezaba a hacer estragos en mi organismo.

Me dolía la cabeza, mis sienes palpitaban con fuerza y parecía que me estaban dando martillazos que incrementaban su intensidad uno tras otro. Me levanté lentamente y me acerqué al lavamanos, donde me apoyé con algo de dificultad con mi único brazo en funcionamiento, aunque éste, me temblaba por el esfuerzo, que en esos instantes se hacía abrumador.

Situada frente al espejo, me observé. Mi piel estaba pálida, mis labios amoratados, con la marca rojiza de mis dientes clavados en mi labio inferior. Bajo mis ojos seguían esas muescas violáceas alargadas. Mis párpados estaban hinchados por la infinidad de lágrimas que había expulsado, y que parecían no agotarse nunca. El sudor impregnaba mi tez, y a causa de ello, mechones sucios se enganchaban en ella, enmarcándose en mi rostro, en remolinos oscuros y dispares.

Finalmente, como era de esperar, mi brazo cedió ante el peso de mi propio cuerpo, y caí de rodillas contra el frío suelo de mármol teñido por borrones de sangre. Cerré un instante los ojos, cuando una luz cegadora se estampó ante mi retina.

«Desperté, aturdida. Todo estaba más nítido a mi alrededor. Estaba tumbada, en una cama de un tamaño considerablemente más grande, tenía un dosel blanco que caía a mi alrededor, de forma vaporosa, y semitransparente. Había cojines desordenados por todas partes, por lo menos, una veintena, todos blancos como la nieve. Mi cuerpo se notaba ligero, pese al kimono tan denso que llevaba puesto, de color rosa palo, con un obi grisáceo. Caído de arriba, dejando mis hombros y parte de mi escote al desnudo. Una gargantilla de terciopelo rojo oscuro se ceñía a mi cuello, de la cual colgaban finos hilos de lo que parecía auténtico diamante. En mi cabello, que me llegaba más abajo del trasero, había broches brillantes, que maravillaban mi vista.

Buenos días.

Me giré sobresaltada por la repentina intromisión en mi tranquilidad. Entre el dosel de seda asomaba Yu, con una diminuta sonrisa en su rostro. Llevaba una camisa blanca, y un pantalón holgado de color ceniciento. Sin quejas por mi falta de respuesta, se alejó de la cama para acercarse a la ventana, donde corrió las cortinas y permitió entrar completamente la luz del sol matutino. Después, se giró, acercándose al lado en el que yo aún estaba semitumbada, y se sentó a mi lado. Puso su mano sobre la mía, y con el pulgar acarició el dorso de ésta.

—¿Cómo has dormido?

No respondí, me mantuve muda, observándolo fijamente. Alguna fuerza mayor me impedía hablar. Igual que anteriormente, no le importó mi falta de respuesta, sólo alzó la mano y acarició lentamente mi mejilla, y yo, por alguna clase de inercia, cerré mis ojos e incliné mi cabeza para disfrutar más aún de la caricia. Mi cuerpo, involuntariamente, envió mi mano a posarse encima de la suya, que aún estaba sobre mi rostro.

—Estoy bien... —aquella voz, pese a salir de mi boca, me parecía lejana, tan conocida como extraña.

Aunque Yu pareció no estar conforme con esa respuesta, y sabía que era una mentira, sonrió de nuevo ampliamente. Se acercó lentamente a mi rostro, y dejó un casto beso sobre mis labios, después se levantó y dijo;

—Debo irme, nos veremos esta noche —y desapareció por la puerta sin más.

Permanecí en la cama, aún aturdida, sintiendo una cantidad increíble de sentimientos encontrados y contradictorios dentro de mí.

De nuevo entró alguien por la puerta. Era una chica alta, esbelta y de piel dorada. Su cabello rubio caía en graciosos rizos hasta media espalda, y destacaban notablemente sus enormes ojos azules, repletos de espesas pestañas. La observé atentamente.

—¡Buenos días! —saludó increíblemente feliz—, ¿cómo has amanecido hoy? ¡tienes mejor aspecto!

Sonreí débilmente (¿sonreía yo?) y asentí, enérgicamente.

—¡Me alegro, porque hoy, será un día perfecto, junto a tu mejor e increíble amiga, Yume! —río, y luego frunció el ceño—, es extraño referirme a mí misma en tercera persona... Pero sigo siendo increíble.''

Desperté de repente, bañada en mi propio sudor, respirando agitadamente. Mi brazo aún dolía. Estaba vendado con una considerable cantidad de vendas, sin embargo, la sangre empezaba a llegar a la superficie, divisándose así indicios de manchas borrosas.

Mi pecho aún subía y bajaba, con fuerza, mi boca entreabierta, bajo el intento vano de conseguir que el aire entrara más rápido y libre hacia mis pulmones.

No, eso no había sido un sueño, estaba tan segura de ello, que podría poner la mano en el fuego con tal de afirmarlo. Yu entró por la puerta. En su rostro se observaba el cansancio, pero en esos instantes no me importaba, únicamente lo arrollé a preguntas. Pude divisar tan nítidamente en su rostro la sorpresa, seguidamente el miedo.

—¿Y-Yume? —susurró—, ¿qué has re-soñado?

—No era un sueño —mi voz aún estaba débil, en general, yo estaba débil— era... era un recuerdo... —murmuré para mi misma—... pero eso no es posible, yo no lo recuerdo... Eso no es... ¿era un sueño? —fruncí el ceño—. ¿Qué está ocurriendo aquí, Yu? —estaba segura que él, sabía algo.

Como salvado por la campana, un cristal se oyó romperse en la planta inferior, y él salió escopeteado para abajo. Por mi parte, asustada sólo de pensar que podía ser esa mujer, me armé de valor, y con algo de dificultad porque aún no tenía demasiadas fuerzas, me levanté. Bajé las escalones de uno en uno, aferrada a la pared, con el temor de que en cualquier momento mis piernas fueran a fallar de nuevo. Una vez abajo, me guié por la única luz que estaba encendida. Podía ver a Yu de espaldas. Me acerqué lentamente.

—¡Alessya! —una bola de pelo se abalanzó sobre mi.

—¿Yasa? —el pequeño gato (si es que eso, era un gato) ronroneó. Realmente, me había olvidado por completo de ellos.

—¡Me alegro tanto de que estés bien!

—¿Dónde habíais estado? —inquirí. Bure me observó con sus grandes ojos felinos.

—Haciendo algunas cosas —respondió tajantemente, después observó mi brazo, y movió la cola curiosamente—, ¿qué te ha ocurrido?

—Una historia tan larga como extraña...

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