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Capítulo 22


Me llevé a la boca el último par de dangos, los mastiqué muy rápidamente y me levanté del banco de madera en el que me encontraba. Mientras que volvía a ponerme la capa oscura, inspeccioné de nuevo mi alrededor. El pequeño restaurante estaba en medio del camino, con el objetivo de que los viajeros pararan ahí para comer y reponer fuerzas —tal y como yo había hecho. Había un total de cinco bancos más, y a parte de en el que yo me encontraba, sólo había otro ocupado por un par de hombres que parecían volver del campo. El sol de medio día estaba en su máximo apogeo, sin embargo y la intensa calor que transmitían sus rayos, seguía haciendo bastante frío, que por suerte no sentía demasiado gracias a la gruesa capa negra que cubría mi cuerpo.

—Gracias por la comida —agradecí a la anciana, dándole el dinero.

Mientras me daba el cambio, me dijo;

—¿Y a dónde te diriges, hija? —me preguntó, con un tono tembloroso a causa de la edad.

Dudé varios segundos sobre decírselo o no.

—A la región de Seikatsu.

En ese instante, tras decir eso, pareció que todo mi alrededor enmudecía. Desde el cantar de los pájaros, hasta la conversación de los otros dos hombres que habían presentes. La vieja alzó la mirada, y sus pequeños ojos entonces se abrieron, tanta fue la impresión, que de sus manos cayeron un par de monedas, que enseguida me agaché a recoger.

—¿Q-qué?

—Me dirijo a Seikatsu —repetí, algo más insegura.

Negó repetidas veces, y se alejó de mi unos pasos.

—¡Qué locura! ¡Qué locura! ¿Quién en su sano juicio piensa en ir a esas tierras malditas? ¡No te lo recomiendo muchacha! —dijo, muy nerviosa—. Quien entra ahí no sale... ¡Ese clan maldito!

Fruncí el ceño.

—¿Qué clan? —inquirí.

—¡Oh, piensas en ir a Seikatsu y siquiera sabes lo que ahí hay! —se giró y empezó a caminar directamente hacia el interior de la tienda—. ¡No vayas! No al menos si aprecias tu vida...

Y simplemente desapareció en la trastienda.

No quise indagar mucho más en el tema, así que sin decir nada más emprendí de nuevo mi camino, sin siquiera mirar atrás. Debía reconocer que aquella pequeña conversación me había provocado inquietud, y cuanto menos, miedo.

Era el segundo día de camino, y gracias a la adrenalina que aún corría por mis venas, no sentía demasiado cansancio. Algunos trechos los hacía corriendo a mi máxima capacidad, otros me permitía admirar el paisaje y caminaba tranquilamente. En cuanto a mi escape de la villa, había sido relativamente fácil —demasiado, diría yo—, pero lo atribuí al hecho de la reciente pelea, ya que todo el mundo se enfocaba en eso.

Entrada ya la noche, decidí parar, pues la oscuridad no me permitía ver por dónde iba. Tras buscar un claro, me establecí allí. No encendí fuego para no llamar la atención, así que sólo tuve que poner una manta en el suelo y tumbarme ahí, esperando que pronto me llegara el sueño.

—¿Está viva? —inquirió una voz infantil, probablemente de una niña.

—¡Claro que sí, boba! —gritó otra voz infantil, pero de un niño—, ¿no ves que respira, duh?

Me quedé completamente quieta, sólo por precaución. Entonces, algo pequeño y peludo golpeó repetidas veces mi mejilla, y fruncí el ceño.

—¡La vas a despertar! ¡y nos meterás en problemas! —lloriqueó la niña—, ¡nos matará, Bure-kun!

—¡Ah!

Me quejé de manera estruendosa cuando algo afilado atravesó la piel de mi mejilla, y me levanté de un hábil movimiento, sujetando la zona herida.

—Q-ué... ¿qué sois?

Abrí los ojos sorprendida, y algo asustada. Una especie de gatos, uno blanco con extraños dibujos negros y uno negro con extraños dibujos blancos, ambos con enormes aros que parecían flotar en sus colas, me miraban expectantes. El ''gato'' blanco tenía los ojos rosáceos, con pequeños reflejos rojos, y el ''gato'' negro tenía uno amarillo y el otro naranja.

—Yasa —el animalillo blanco hizo una especie de reverencia, después le lanzó una mirada al otro gato, invitándolo a hacer lo mismo.

—Agh, Bure... —bufó, con claro hastío.

Entroné los ojos, intentando verlos aún mejor con la luz natural que me proporcionaba la luna. Me puse de cuclillas.

—Yo me llamo Aya... Alessya —carraspeé—, ¿y vosotros sois...?

Se miraron el uno al otro, y Bure gruñó.

—Gatos —aseguró—, ¿y cómo has dicho que te llamas? —hizo una pausa—, ¿Alessya? ¿de dónde vienes?

—Am... yo... De Tokyo... —sonreí escasamente—, pero ahora de Konoha.

Volvieron a mirarse entre si, y la pequeña gatita blanca —aunque dudaba que fueran gatos—, se acercó a mi y me olisqueó.

—Hueles c... —se detuvo y se enderezó—, ¿adónde va, Alessya-sama?

<<¿¡Sama!?>>

—Me dirijo a Seikatsu.

Tal y como esperaba, ambos reaccionaron a ese nombre, pero si no fuera porque en vez de boca tenían hocico, podía jurar que habían sonreído. Yasa empezó a dar pequeños saltitos, y Bure se acercó lentamente a mi.

—Te acompañamos —me dijo, completamente convencido.

—¿Qué? No, no y no —me negué—, puede ser peligroso para unos... gatos...

Su mirada se enfureció y me enseñó los dientes.

—Somos fuertes, podemos defendernos y defenderte si se da el caso —elevó su pecho orgullosamente.

Yo, dudosa y segura de que no era buena idea, no me negué.

Durante todo el camino Yasa se colgó de mi hombro, y no se había callado ni un sólo segundo, yo intentaba parecer lo más amable posible, pese a que mi cráneo palpitaba de dolor. Por otra parte, Bure ni siquiera me miraba, caminaba delante de nosotras, con el grácil y característico movimiento de los gatos, movía su cola de un lado a otro, y el sonido de los dos aros azul oscuro que en ésta parecían flotar, chocaban entre si, provocando un sonido similar al de los cascabeles.

—¿Qué son esos aros? —los señalé.

—¿Estos? —su cola se balanceó frente a mis narices, Yasa sólo tenía un aro y era de color azul pastel—. Es nuestra energía, y además nos permiten hablar y... Bueno, muchas cosas —atajó.

—¿Y... por qué el tuyo es diferente al de Bure?

—Él es mayor que yo, y por ende, más fuerte —se ''encogió de hombros''.

No pregunté más, al notar la incomodidad de Yasa.

Unas horas después empecé a sentirme claramente fatigada, aunque estaba segura que no se debía del todo a la caminata. Era una sensación que subía desde la parte baja de mi estómago, hasta mi garganta, que me provocaba náuseas y mareo, además de una presión en mi nuca y pacho, tal y como si estuviera siendo absorbida por algo o alguien. Yasa remarcó mi extrema palidez, y me obligó a beber agua, pero aún así seguí sintiéndome terriblemente mal. A causa de ello, decidimos parar a descansar por un momento. Mientras que ambos animales hacían un rastreo rápido por los alrededores, yo me senté al pie de un árbol, y cerré los ojos unos instantes, presionando mi estómago, con la idea de que así, mi dolor cesaría.

Aparentemente había funcionado, y ya me sentía algo mejor. Abrí los ojos e inspeccioné mi alrededor al fin. Tenía la vaga sensación de que en ese lugar la hierba crecía más verde, los árboles más frondosos, e incluso, que el cielo se alzaba más azul. Aunque supuse que realmente no había reparado en mi entorno lo suficiente como para darme cuenta de esos míseros detalles.

Me levanté cuando ya estaba algo mejor, y podía mantenerme en pie sin sentir que el mundo daba vueltas. Entonces mi mirada se posó en el árbol que quedaba justo frente a mí. Era bastante más grande que los demás, y claramente más viejo. Sus hojas eran de muchísimas tonalidades de verdes, y sus ramas se extendían en un radio de casi seis metros, creando así una sombra perfecta en la que resguardarse de los intensos rayos de sol veraniego, aunque no era ese el caso. Sólo entonces, después de mi minuciosa inspección, pude darme cuenta de que en su corteza había algo grabado, pero que a causa de las enredaderas que se adherían a él, no podía verse claramente lo que era. De ese modo me acerqué y con cuidado aparté las hierbas con ambas manos. Tallado de manera casi perfecta, con una profundidad imposible de borrar —incluso para el tiempo—, había un símbolo. Era un búho, su silueta en una sencilla línea, sin detalles, sólo eso. Inconscientemente mi mano se alzó, y la yema cálida de mis dedos rozó la hendidura, con temor que en cualquier momento fuera a desaparecer, o que el árbol se quejara de la herida tan profunda que habían grabado sobre él sin piedad, pero que al fin y al cabo, lo había hecho crecer fuerte e imponente, convirtiéndolo en un guardián de la naturaleza, protector de ese bosque. De la entrada.

¿La entrada a dónde?

¡Seikatsu!

¡Había llegado! Aunque no me puse a dar saltitos, poco me faltó para ello. Me sentía inmensamente feliz y agradecida. Por una parte porque había logrado mi objetivo, y por mi propia cuenta había conseguido llegar, pese a que algunos me dieran por débil. Por otra parte no estaba demasiado segura, pero solamente me sentía feliz de estar ahí, me sentía completa, llena, como si mi corazón fuera a estallar por lo feliz que estaba.

Yasa y Bure llegaron poco después, y sentí que algo estaba mal con ellos. Parecían más nerviosos, miraban a su alrededor con recelo y habían vuelto más constantes los rastreos. Bure no me permitía moverme de su lado, y yo no podía evitar reírme al pensar que un gato tan pequeño, quisiera defenderme.

—¿Qué demonios os pasa? —inquirí, con una sonrisa—, lleváis... Así un buen rato, ¿ocurre algo? ¿algo os preocupa?

Se miraron entre ellos, fue el animal negro quien habló.

—Estamos en los dominios Seikatsu, por si no te has dado cuenta —asentí—. Es imposible no estar nervioso aquí, ¿acaso tú no lo estás? —me encogí de hombros.

—No realmente —aseguré—. Es un lugar muy hermoso, ¿o soy la única que lo piensa? —en realidad, sí—. No me siento incómoda, es como si...

Como si ya hubiera estado aquí antes...

—¿Cómo qué, Alessya-sama? —me incitó a continuar Yasa. Negué rápidamente.

—Nada, da igual, continuemos, seguramente ya estamos cerca —y sin asegurarme siquiera de que estuvieran detrás de mi, emprendí de nuevo camino.

Ante mi se extendían unos enormes portones, de por lo menos diez metros, de madera oscura, casi negra. Eran similares a los de Konoha, sólo que a mi parecer, mucho más bonitos, gracias a los relieves de flores que habían en éstos. Había una gran muralla, hecha de hormigón igual de oscuro que la puerta, y que parecían completamente impenetrables.

—Yo... no me siento demasiado bien, Bure...

Pestañeé varias veces cuando mis pies golpearon de nuevo en el mundo real, y moví mi mirada hacia Yasa, que se había tumbado en el suelo y movía la cabeza de un lado a otro. Me alarmé al ver su mal estado, así que me agaché y acaricié su cabeza lentamente. En todas esas horas, ni siquiera la había tocado, así que se sobresaltó notablemente, tembló, pero supuse que se encontraba lo suficientemente mal como para no apartarse de mi.

—Yo tampoco me encuentro bien —dijo Bure—, pero debemos continuar.

Reconozco que su tono me sentó bastante mal, al ver la insensibilidad con la que trataba a su hermana, teniendo en cuenta el mal aspecto que tenía.

—No —negué rotundamente—. Será mejor que os quedéis aquí y entre yo sola, seré rápida.

—¡No! —Yasa se levantó, balanceándose—, ¡no puede entrar sola!

Entrecerré los ojos.

—¿Qué sabéis? ¿qué os pone tan nerviosos?

—Nada que te interese —respondió agresivamente Bure, aunque su voz sonaba débil—. Vamos.

Observé como ambos animales, claramente débiles se dirigían hacia la puerta. Fruncí el ceño.

—Está cerrada —me crucé de brazos.

—No seas idiota —dijo Bure—, y ábrela.

No entendí demasiado bien, pero aún así, le hice caso y me acerqué a la entrada. Estaba más que claro que era imposible que pudiera abrir unas puertas tan grandes, por lo menos se necesitarían unos diez hombres para poder hacerlo, teniendo en cuenta que para abrir las de Konoha se necesitaban más o menos esa cantidad.

—¿Crees que tengo fuerza para abrir...? —mi sonrisa socarrona se borró completamente cuando los engranajes de la puerta rompieron el silencio de mi alrededor. El mundo entero pareció enmudecer ante ese hecho. Los relieves de la madera parecieron iluminarse en tonalidades moradas, y en unos minutos, ya estaban abiertas de par en par y me mostraban una enorme calle, con casas a cada lado.

Mi boca se secó por completo al verme en esa circunstancia. Mi felicidad pareció esfumarse, un sentimiento terriblemente agonizante, de dolor, de pérdida, casi de depresión, se instaló en mi pecho y me encogió el corazón de una manera que jamás había sentido. Sólo podía comprarlo con la muerte de mi abuela, pero multiplicado por un millón de veces. No sabía demasiado bien porqué, pero mis ojos se llenaron de lágrimas que no tardaron en inundar mi rostro, y llevé mis manos a mi boca para silenciar mis sollozos.

—¿E-estás bien?

La pequeña pata de Yasa rozó mi tobillo, y agaché la mirada para cruzarla con sus orbes rosáceos. Sequé mis lágrimas lo más rápidamente posible, con la manga de mi vestido. Durante unos segundos observé en la tela azul el líquido que la había oscurecido, y que tan sólo unos segundos antes había estado en mi rostro.

—S-sí, no sé lo que me ha pasado —sonreí sintiéndome completamente tonta—. V-vamos.

Agradecí inmensamente que no preguntara más, o insistiera.

Los dominios de ese clan, pese a estar absorbidos por los años de naturaleza, seguían siendo preciosos. A cada lado de la calle habían casas, algo maltrechas por el tiempo, pero aún así imponentes. Eran todas de estilo tradicional, con puertas corredizas en las entradas y pequeñas ventanas. Muchas de las ventanas y puertas estaban rotas, y todas sucias. Las calles estaban llenas de hojas que crujían bajo mis pies, y sentía a los animalillos que ahí habitaban huir despavoridos ante el nuevo intruso.

Me sentía observada, y el sentimiento enorme de tristeza aún seguía presente en mi. Me abracé a mi misma, me encogí e hice mi mayor esfuerzo para no salir corriendo de ahí. De repente, ya no me parecía un lugar tan hermoso, si no que tétrico y extraño. El aire se notaba pesado, y cada vez que intentaba recibir una gran bocanada de aire con el objetivo de llenar mis pulmones, estos parecían cerrarse.

Continuamos caminando un rato más por el laberinto de las calles, y el estado de ambos gatos había empeorado tanto, que a mucho pesar de Bure, decidí llevarlos a los dos en brazos, bajo la capa. Finalmente llegamos al final de la calle principal, que terminaba con un enorme edificio antiguo, de por lo menos tres pisos, y que abarcaba toda una plaza, muy probablemente era la casa principal, del líder. La fachada era de madera cobriza, y pese a que el resto de las casas que había visto se veían viejas, y maltrechas por el paso del tiempo, la que tenía ante mis ojos parecía nueva, recién construida, como si realmente el tiempo no corriera para ella.

No podía explicar demasiado bien porqué, pero a paso apresurado quise entrar en ella. Me descalcé y dejé mis sandalias en la entrada. La puerta corrediza retumbó en el silencio de mi alrededor, y crucé mirada con ambos gatos, que temblaban. Una vez dentro me deshice de la capa que cubría mi cuerpo, quedando así únicamente con mi vestido de lana oscura y medias también oscuras.

Ante mi se extendía un pasillo increíblemente largo y ancho, y que por lo menos contaba con veinte puertas, y unas escaleras que se perdían en la oscuridad del final.

—Q-Qué frío... —tiritó Yasa.

Yo fruncí el ceño, porque no sentía que realmente fuera así, de hecho, empezaba a notar que aquel vestido sobraba, y que mi cabello se pegaba a mi nuca, consecuencia del sudor.

Mientras que ambos animales siquiera se habían atrevido a poner la pata en el escalón que invitaba a la casa, yo ya me había internado en el pasillo. No quise preguntarles porque, en esos instantes, sólo quería estar ahí.

Resultó que esa casa no parecía tener fin, porque cada habitación te llevaba a otra, y esa otra, a un lugar diferente, de modo, que estuve varias veces a punto de perderme entre el laberinto de estancias. De vez en cuando, sentía a ambos animales llamarme, pero hacia rato que ya no los escuchaba, muy probablemente habían desistido de hacerme salir. Rehice mis pasos para poder volver al pasillo principal. La mayoría de habitaciones eran iguales, así que realmente me era difícil orientarme. Cuando al fin di con el pasillo, y decidí bajar de nuevo al primer piso, mi mirada se posó en la escalera que dirigía al tercero. Fruncí el ceño al darme cuenta que, pese a que era consciente en todo momento de que habían tres pisos, en ningún instante había tenido intención de pisar el tercero. Giré sobre mis talones y me posé a pie de escalera, subí mi mano para apoyarme en la pared y tener algo firme en lo que sujetarme en la espesura de la oscuridad que empezaba a cernirse sobre mi. Cada paso que daba, sentía mi cuerpo más pesado, más fatigada. A causa de ello, tuve que detenerme varias veces a coger aire, presionando mi pecho fuertemente.

Me sentí algo —bastante— frustrada cuando resultó que el tercer piso no era más que una enorme sala con un único mueble y ventanal. El ventanal era increíblemente grande, y frente a éste, había un tocador dorado, con un espejo impecable. En éste habían varios utensilios de aseo. Una pinta preciosa de oro con piedras preciosas, cajas, joyas... Un tocador de una persona rica, seguramente.

Me senté en el pequeño sillón blando, y me miré fijamente en el espejo. Tenía la ya no tan vaga sensación de que mi cabello estaba muchísimo más largo de lo que recordaba, de hecho, ya llegaba a mi cintura —y en toda mi vida lo había tenido tan largo—, y del mismo modo, mechones desordenados caían sobre mi rostro, enmarcándolo en sombras. Mis ojos se veían cansados, con unas bolsas bastante notorias bajo éstos. Seguía teniendo en éstos unas muescas violetas, alargadas, que se habían instalado ahí después de mi ''pelea'' con Shikamaru, y aún no había reparado lo suficientemente en ellas, como para notar que cada vez, parecían abarcar más mis cuencas. Mis labios se veían extremadamente pálidos, tanto, que podía confundirlos gracias a la poca luz que había, con mi propia piel. Mi mirada bajó hacia una de las muchas cajas que había encima del tocador. Ésta era pequeña, de madera y con dibujos tallados de distintos tipos de hojas. Aprecié durante unos segundos su belleza, alzándola hacia la luz. Dentro de ésta había sólo un pequeño frasco que contenía especie de crema de color rojo muy oscuro, casi púrpura, que supuse que era pintalabios, y un pequeñísimo pincel bañado en oro, con cerdas de color negro. Desenrosqué la tapa del frasco y lo llevé a mi nariz, el olor se me hizo similar al de las moras recién cogidas y lavadas. El pequeño pincel no pesaba nada, como era de esperar, y los cabellos eran suaves al tacto. Lo bañé en la sustancia, me aproximé al espejo, y entrecerrando los ojos para intentar pintármelos bien, lo deslicé delicadamente sobre mis labios. Sonreí satisfecha al ver mi reflejo. Era un color demasiado oscuro, y yo no era partidaria de algo tan llamativo, pero aún así, me encantó y embelesó.

Dando uso a mis pocas habilidades de kunoichi, tuve tiempo de dar un fuerte salto hacia atrás, justo antes de que el espejo explotara en miles de pedazos afilados, en otras miles direcciones. Mi pecho subía y bajaba rápidamente, y mi corazón en cualquier momento saldría expulsado de mi corazón por el repentino susto.

—¡Aless...!

Deshice mi posición defensiva para mirar a los dos animales, y suspiré algo más tranquila al no encontarme al fin tan sola —aunque de hecho, estaba casi segura de que en ningún momento lo había estado. Me acerqué a paso lento a los animales, pero por alguna razón que desconocía, Bure se puso delante de Yasa de posición defensiva, su lomo se encorvó a la vez que su pelo se erizaba junto a su cola. Los aros que en ésta había se iluminaron fuertemente, y alumbraron todo el lugar con una fuerte luz color azul oscuro. Sentí dolor, un dolor físico que jamás había llegado a contemplar. Recorría todo mi cuerpo hasta el último milímetro. Era como si mis músculos se contrajeran unos contra otros, clavándose en mi interior, girándose entre ellos. Caí al suelo, y mi cuerpo se retorció a causa de la opresión que sentía en todo mi ser.

—¡Bure, haz que pare!

Los gritos de auténtico dolor brotaban de mi garganta, y unos minutos después noté como ésta se desgarraba y la sangre inundaba mi boca, y me ahogaba con esta misma. Las lágrimas ardieron en mis ojos, a la vez que perdía la consciencia por segundos.

—¡Basta!

Lo único que logré oír fue eso, una voz masculina, grave e imponente. Segundos después, unas manos grandes me alzaron, y un pecho cálido me arrulló. Sentí el cariño brotar por todos los poros de esa persona, fuese quien fuese. Y mi ser pareció reconocer a esa persona, porque él mismo se acurrucó. Sin embargo, el dolor seguía presente, y después de varios espasmos como secuelas, caí rendida.


¡Feliz Navidaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaad! 

Espero que os guste mucho este capítulo, y todo eso bla bla bla... 

Estoy reeditando tooooooooooda la historia, sólo que aún no he subido los cambios. Cuando lo haga, que será pronto, publicaré una parte sólo para deciros qué cambios ha habido, o si es necesario que os releáis algún capítulo de nuevo.

Que lo paséis muy bien estas navidades, y que os regalen muchas coooooooosas!


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