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Capítulo 2

No sentía ningún tipo de dolor, en realidad, no sentía nada. Tampoco podía mover ninguna extremidad, era algo similar como flotar en algo blando, como estar en mi cama. Realmente esperaba que fuera así. Sin embargo, hacia rato que el palpito de mi corazón había cesado, y el vaivén de sube y baja de mi pecho se detuvo, por lo que ya había dado por hecho que estaba muerta. Al principio oía gritos, gemidos, perturbadores pitidos y voces de desesperación, pero todo aquello empezó a distorsionarse hasta llegar a ser inexistente, sumiéndome en el más abrumador silencio.

Pasaron horas, o quizás minutos, no estaba demasiado segura. De algún lugar provenía el dulce cantar de los pájaros, un aire cálido azotaba mi piel expuesta y podía oír el rumor del agua correr. No tardé en sentir todo mi cuerpo hundido en líquido, y de repente, todo el dolor vino a mi de golpe, un dolor agudo que recorrió todo mi cuerpo a una velocidad vertiginosa, y ahí fue cuando abrí los ojos, para encontrarme con la cegadora luz del sol.

Me erguí, tosí agua varias veces y presioné mi estómago con fuerza, una gran herida surcaba mi piel, y brotaba sangre que teñía el agua de color carmesí. Aún con la mano en mi estómago, e intentando ignorar por completo el dolor, miré a mi alrededor. Estaba en un pequeño claro, con una cascada, y rodeada de frondosos y verdes árboles, si no hubiese estado en esa situación, aquello lo hubiera calificado como un auténtico paraíso.

Lágrimas empezaron a caer por mi rostro, quizá de miedo, quizá de incertidumbre. O por ambas. Mis pasos torpes chapotearon en el agua. Me dejé caer en el florecido pasto de rodillas, aún observando todo lo que me rodeaba. El cierto modo, todo me parecía extraño, y conocido a la vez.

Mi mirada bajó hasta mi abdomen. La camisa que llevaba estaba empapada en mi propia sangre y agua. Arrugué la nariz al ver una extensa herida, desde mi ombligo hasta prácticamente el nacimiento de mis pechos. ¿Cómo me la había hecho?

—¡Eh! —me tensé al oír una voz desconocida y aguda, temblé—, ¿qué haces ahí?

No levanté la vista, pues tenía un miedo irracional. Sombra me tapó el sol, y cubrió por completo mi cuerpo. Tras un leve silencio, al parecer él se dio cuenta de mi herida, por lo que, aún en guardia, se agachó a mi altura—. ¿Qué te ha pasado? —por fin me digné a mirarlo: era un hombre adulto, de cabello castaño oscuro, con algo de barba y unos profundos ojos dorados. Su piel era oscura, y una enorme cicatriz recorría su mejilla izquierda. Al ver mi falta de respuesta y desconcierto, con casi nada de delicadeza, sujetó mi cintura y me obligó a pararme, arrastrándome por el claro. Yo, confundida, seguía sin entender nada, y me dejé llevar como una muñeca de trapo, en silencio, aunque con el ceño fruncido—. No te preocupes, pronto estarás bien —pude percibir una sonrisa ladina en su rostro. Quise reprocharle que seguramente estaba aprovechándose de mi mal estado, que me soltara si no quería una buena tunda (pese a que apenas podía mantenerme en pie).

Sin embargo, mi cuerpo no pareció aguantar más, y cedió al cansancio y el estrés, y para cuando me di cuenta, ya todo se veía demasiado oscuro como para cumplir mis quejas.

*

Desperté lo que seguramente fueron horas después. Mi cuerpo ya no se sentía tan pesado, me sentía más liviana, más descansada. Eso me tranquilizó inmensamente. Más aún el saberme entera después de que aquel desconocido casi me secuestrara. Abrí los ojos despacio; lo primero que vi fue un techo blanco, con algunas grietas en él, y unas paredes verde pastel. El olor era fuerte, a desinfectante, en su mayoría.

—Veo que ya estás despierta —giré mi cabeza sobre la almohada para mirar a la propietaria de la voz. Una mujer adulta, de tez blanca, rubia y ojos castaño, y cabe destacar, grandes pechos, me miraba de brazos cruzados desde la puerta, con dos extraños hombres enmascarados tras ella. Me incorporé con algo de dificultad, y ésta pareció alertarse—. Con cuidado, aún no puedes moverte.

—¿Dónde estoy? ¿quién eres? ¿qué me ha pasado? —pregunté unos segundos después, atropelladamente, con nerviosismo. Ella suspiró.

—Soy Tsunade, la Hokage de Konoha. Uno de nuestros shinobis te encontró en las afueras desorientada y herida, casi al borde de la muerte —alegó—, ¿puedo saber qué ocurrió?

La miré fijamente durante unos segundos, confundida—. ¿Qué pasó...? —fruncí el ceño, encontrándome con una laguna mental al hacerme esa pregunta— Yo... —en el intento de recordar sólo veía rostros sin cara y voces sin timbre, voces monótonas—... no lo sé.. —dudé, tenía recuerdos borrosos y carentes de sentido.

—¿Y tus padres? ¿sabes dónde están? —mi mirada se movió a la pared verde. Tardé varios segundos en formar sus figuras en mi mente, pero de igual manera, no podía ver sus rostros o recordar sus voces, siquiera recordaba sus nombres—. Ya veo... —musitó pensativa—. ¿Y tu nombres? ¿sabes cuál es? —asentí, algo más animada.

—Me llamo... me llamo... —al intentar decir mi nombre, no pude, dado que tampoco lo recordaba.

La mujer llamada Tsunade miró a los otros dos hombres, que asintieron y desaparecieron en una nube de humo, cosa que hizo que me sobresaltara.— Debo ir a hacer unas cosas, mañana vendré de nuevo, quizás para entonces recuerdes algo —asentí—. Si necesitas algo llama a alguna enfermera.

Salió de allí de forma rápida, por lo que ni siquiera me dio tiempo a despedirme. Me quedé quieta durante unos minutos, inmóvil y casi al borde del llanto, no podía recordar quién era, de dónde venía, ¡ni siquiera recordaba a mi familia!

*

Al día siguiente desperté cuando aún estaba amaneciendo. Notando que mi cuerpo ya no estaba tan adolorido me levanté, abrí la ventana y me quedé un largo rato recostada en ella, admirando la gran belleza de aquel pueblo. Me sentía familiarizada con todo, por lo que supuse que ya había estado más de una vez. Sonreí de forma nostálgica al pensar que no podía recordar nada de mi vida, ni siquiera mi nombre. Me quedé ahí un buen rato, hasta que la puerta se abrió, y aunque me quedé aún recostada en la ventana, me giré levemente. Entró una mujer joven, con el cabello corto negro y ojos del mismo color, una chica joven con un característico cabello rosa y ojos color jade, y más atrás, un chico de cabello largo y ojos ¿perla? ¡y sin pupilas!—. Lo siento, la Hokage tiene un reunión importante —habló la mujer de cabello oscuro, disculpándose—. Yo soy Shizune, ella es Sakura Haruno y él —señaló al chico que me miraba con frialdad—, es Neji Hyuga —miró a la pelirrosa, que se acercó con los brazos extendidos—. Ella evaluará tu estado, y está todo correcto iremos a ver a la Hokage.

Por instinto me eché hacia atrás, asustada por la extraña energía verde que salía de sus manos, ella frunció el ceño, y miró al chico por unos instantes—. No tengas miedo, no pienso hacerte daño. Solo quiero ver tu herida.

Aún sin estar convencida me dejé llevar hasta la cama, donde me recosté y levantó la camisa blanca de hospital hasta el límite de mis pechos. Para ese punto el único hombre de la sala se había retirado, para darnos algo más de intimidad. La extraña energía rozó mi vientre, y al contrario de lo que pensé, era una sensación agradable de cosquilleo. Durante un par de minutos todo fue silencio, hasta que ella me sonrió mientras asentía—. Todo está en orden, no es necesario gastar chakra porque sanará sola, aunque es preferible que no hagas movimientos bruscos.

—¡Perfecto! Entonces podrás salir hoy mismo. Sakura-chan, Neji-san, me adelantaré para informar a la Hokage —dicho aquello salió de allí a toda velocidad.

Sakura me miró.

—Me alegra que estés mejor —sonrió—. ¿Ya te has acordado de tu nombre? —negué.

—No —musité intimidada, y era para menos, los ojos de aquel chico no se habían despegado desde que había entrado.

—¿Nada? —suspiró—. Bueno, poco a poco —habló mientras agarraba una bolsa que anteriormente había dejado encima de la cama—. Te he traído algo de ropa, no sé si será de tu agrado, eres más alta que yo así que cogí algo prestado de mi madre. Neji-san, ¿nos esperas fuera? —él asintió, me dedicó una última mirada y salió de allí de nuevo.

Sakura me ayudó a ponerme la ropa. Una simple sudadera verde bastante grande y unas mallas oscuras que me llegaban hasta las rodillas. Me tendió unas sandalias azuladas que me puse rápidamente—. Listo —sonrió.

— Gracias —pasé mis dedos por mi pelo, que me daba la sensación de estar más largo de lo que hubiese considerado normal.

—No las des —sonreí tímidamente. Salimos de ahí. Al salir a la calle aspiré feliz el aire, como si hubiera estado años encerrada. Caminamos, yo al lado de Sakura, y ese chico, Neji, detrás de nosotras, vigilándome, seguramente. 

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