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Capítulo 13

La desesperación afloraba de todos y cada uno de los poros de mi piel. La sangre seca se renovaba cada minuto por nuevos chorros de reluciente sangre roja. Mi respiración no iba al compás de mis pulmones, que empezaban a sentirse pesados y llenos de plomo. Mi corazón bombeaba con tal fuerza que me inquietaba. Y mis piernas, que corrían con un rapidez no propia de mi, estaban apunto de desfallecer. Corría muy rápido. No sabía como, pero lo hacía y eso me bastaba, pues la cuestión era que de momento seguía viva y huyendo de, no un psicópata, si no dos. Bien, eso suponía.

Hacía rato que me había dado cuenta que no solo me seguía el hombre-pez, si no también alguien con un poder lo suficientemente fuerte para que lo notara sin hacer esfuerzo alguno. Por un momento pensé que podría ser alguno de mis amigos, pero sus presencias no eran así de... Negativas. Lo descarté rápidamente. La voz que tanto me había ayudado no había vuelto a decir nada, pareció desvanecerse de la misma forma misteriosa en la que apareció. Pero no le di importancia. Al menos no en esos momentos en los que mi vida peligraba de ese modo.

Conforme corría los árboles desaparecían, abriéndose paso lo que parecía ser un enorme desierto. Dejé de correr por un momento y observé mi alrededor. Fuera hacía donde fuera me seguirían, fuera a donde fuera, estaba perdida y lo sabía. Cerré los ojos con fuerza unos segundos, y al volverlos a abrir, todo daba vueltas, por lo que los volví a cerrar. Como ya supuse, mis piernas no aguantaron más, y sentí las rodillas golpear contra la arena. Alcé por unos segundo el rostro hacía el sol, notando como los rayos de éste se filtraban levemente por mis párpados. Aspiré un poco de aquél aire caliente, y poco después, dejé de sentir mi alrededor.

'' Un gran campo de flores blancas se extendía ante mi. Mirara dónde mirara, todo era blanco. Un blanco esponjoso y virgen que parecía fundirse con el cielo, también bañado en nubes blancas y puras. En el otro extremo del campo podía distinguir dos figuras femeninas. Ambas miraban hacía mi. Entrecerré los ojos, intentando distinguir sus rostros, pero estaban demasiado lejos. Empecé a moverme en su dirección. La curiosidad se movía por mis venas. Me di cuenta que iba descalza, y desnuda, pero no sentía pudor alguno. Más bien me era indiferente.

Cada paso era lento y premeditado, me daba pena pisar las preciosas flores blancas, por ello las evitaba. Las observé unos segundos, u horas, no sé, pero eran tan bellas en su perfección, todas iguales y diferentes a la vez, con un embriagador olor dulce, que absorbían. Sonreí, y volví a alzar la cabeza, para cerciorar que las mujeres seguían ahí. Pero no. Solo una de ellas seguía en su lugar. Me tambaleé un poco, aquello no me gustaba. Para nada.

Ahora, de manera involuntaria, mi cuerpo se movía hacía ella. Hasta el momento había evitado pisar las flores, pero ahora éstas se deshacían bajo mis pies, sin piedad. Aquello dolía. Mi corazón dolía con cada palpito, mi garganta ardía con cada exalación.

Para susurré, a sabiendas de qué aquello era producto de ella—, para, ¿¡por qué haces esto?! grité finalmente, pero ella ni se inmutó.

Asesina su voz era dulce, pero también llena de amargura.

Jadeé, ¿asesina?

Oí el repiqueteo de las gotas al caer. Miré sobre mi hombro. Mis ojos se llenaron de lágrimas al observar como todo empezaba a teñirse de rojo, rojo escarlata. Empecé a gritar. A ella, al rojo, a todo.

¡Para! —exclamé, al borde del colapso— ¡para, yo no soy una asesina! ¡yo no he hecho nada! ¡basta!

Caí sobre el lecho de flores. Observé como algunas se cerraban, intentando huir.

¿De mi?

Mi mano estrujó una, con fuerza. Del puño cerrado empezó a brotar sangre, sangre fría que teñía mi blanca piel.

Asesina.''

Asesina. Asesina. ¿Asesina?

Abrí los ojos exaltada, mientras enormes bocanadas brotaban de mi garganta, como si nunca hubiera respirado. Durante unos segundos, en los que mi cuerpo hacía el intento pésimo de estabilizarlo todo, observé el techo. Era un techo de color ocre, con algunas grietas por aquí y por allá. Olía extraño, a agua oxigenada y a arena. Aún con los pensamientos revueltos me levanté de la cama —dejando de lado el terrible dolor y la cantidad de vendas que rodeaban mi cuerpo—. Sabía que estaba en un hospital, pero no en el de Konoha, por lo que empecé a ponerme nerviosa y me moví relativamente rápido hacia la puerta.

No tuve tiempo a girar el pomo de la puerta, pues esta se abrió dejándome cara a cara con un par de ojos aguamarina. Alcé la cabeza, y entrecerré los ojos—. ¿Gaara? —susurré, dando unos pasos hacía atrás.

— ¡Ayaka! —dejé de observar los ojos del pelirrojo, para mirar a Temari, quién me dio un fugaz abrazo—, ¿estás bien? Oh, ¡estabas casi muerta cuando te encontramos! ¿qué hacías ahí?

Me vi obligada a narrar toda mi aventura, desde que salí de Konoha con la misión de llegar a Yoroshiku, hasta mi huida del psicópata-pez-secuestrador, obviando aquella voz y mi extraño sueño. Temari y Kankuro me miraban atentamente, y Gaara estaba de espaldas, observando por la ventana. De vez en cuando yo le dedicaba alguna mirada, su perfil me demostraba que estaba serio, como siempre, pero de vez en cuando parecía hacer alguna débil mueca.

— Tendrás que descansar, tus heridas son graves y necesitas reponer fuerzas —murmuró Temari, quién ahora estaba seria, demasiado quizá. Se levantó y caminó hacía la puerta con sus hermanos— Oh, se me olvidaba, esto es tuyo, uno de los ninjas lo encontró contigo —dijo, paró un momento y rebuscó algo en sus bolsillos. Distinguí el brillo del búho.

Evité demostrar mi sorpresa, solo lo cogí y volví a ponerlo en mi cuello. Ellos se fueron apresurados, probablemente tenían que discutir y además avisar a Konoha de dónde me encontraba.

Cuando pasó un rato, y estuve segura de que ya no vendría nadie más, me levanté de la cama y caminé hasta la ventana. Sentía curiosidad por ver Suna, pero probablemente no me dejarían salir, por lo que debía de conformarme de momento con observar por una mísera ventana. Todo era bonito, y algo raro en realidad. El color ocre predominaba, siendo todas las casas de arena oscura. Corría el aire, por lo que podía observar como la arena se movía por las calles desoladas.

Estuve observando por el cristal durante bastante rato, con la cabeza apoyada en el y mi mano dibujando figuras cada vez que se empañaba a causa de mi aliento. Cuando la noche cayó sobre la ciudad de la arena, decidí irme a dormir. Mi mente aún era un extraño revoltijo de sucesos. Intenté volver a entablar conversación con aquella voz, pero parecía haber sido producto de mi imaginación. Pensé que probablemente, en esos momentos, el miedo había sido tan fuerte que mi imaginación se había desbocado.

* * *

Al día siguiente el resplandeciente sol me despertó con sus rayos, dándome de lleno en el rostro. El desayuno ya estaba a los pies de la cama, y tenía tanta hambre que este no tardó en desparecer de su bandeja. La mañana fue aburrida, de vez en cuando entraban distintas enfermeras a darme pastillas, infusiones y ver mi estado, pero estaban tan atareadas que no parecían tener tiempo para hablar siquiera un rato.

Finalmente acabé pegada a la ventana de nuevo, solo que esta vez me había decidido por abrirla y sentir la sofocante brisa en mi piel. El sol empezaba a esconderse tras unas nubes grisáceas, y aquello, lejos de producirme melancolía, me animó notablemente.

A media tarde, cuando ya había comido y yo había arrastrado la silla para sentarme cerca de la ventana, la puerta se abrió dejando ver a Kankuro, quién iba cargado con muchas bolsas.

— Buenas tardes —saludé feliz, ayudándolo con alguna bolsa poco pesada.

— Hola, Ayaka —saludó él, dejando todas las bolsas desparramadas por la cama—, mientras hacía la compra he pensado que estarías aburrida, y que quizá no te vendría mal mi compañía —sonreí.

— Sí, me alegra que estés aquí —susurré, mientras me volvía a sentar en la silla, solo que mirándolo a él.

— Te tengo buenas noticias —dijo, mientras se sentaba en la cama, justo frente a mi, aunque más alto—, Gaara ya ha informado la Hokage de tu estancia aquí y tu situación. Esta mañana a llegado una carta, se enviará un equipo de búsqueda para encontrar a tus amigos y pronto se dirigirán hacía aquí —me erguí en mi lugar, con una sonrisa, pero el rostro de Kankuro me hizo volver a estar seria.

— ¿Qué ocurre, por qué esa cara? —pregunté levantándome y acercándome a él.

— Gaara, está realmente furioso —fruncí el ceño—, bueno, ya sabes, él siempre está así, pero ayer más, mucho más. Probablemente cuando tus amigos lleguen, se desate una pelea, por ello Temari a solicitado que la Hokage venga, claro, sin que él sepa nada. Me temo que las cosas se van a poner mal.

— Espera, ¿por qué? No entiendo nada —cerré un segundo los ojos, realmente no entendía nada.

— Tampoco sé mucho. Pero Gaara no es el único que está enfadado. Temari también está furiosa.

— No entiendo porqué, es decir, ellos no han hecho nada. Fui yo, yo decidí salir de la posada aún cuando no debía, ellos ni siquiera se dieron cuenta. No tienen culpa. Probablemente la única culpable aquí soy yo, siempre doy problemas —murmuré, evitando el sollozo que estaba apunto de aflorar de mi garganta, pero éste apareció sin más sin permiso. Kankuro me miró con lástima.

— Yo entiendo eso, aunque no estoy de acuerdo con lo último —puntualizó—, pero ellos te tienen un gran estima. Además somos conscientes, y tu también seguramente, de qué son capaces los Akatsuki, aún no entiendo como conseguiste escapar de allí.

Suspiré, dejándome caer a su lado. Lo miré unos segundos, y después giré el rostro hacía la pared.

— No lo sé, ¿suerte? —añadí, intentando que se notara la mentira. Él sospechó, más no dijo nada y cambió de tema, aunque mi mente estaba completamente centrada en los hechos que podrían suceder.

Cuando Kankuro se fue, me fui directamente a dormir, sin humor para seguir observando maravillada las vistas que la ventana me ofrecía.

* * *

Pasó la semana rápidamente, sin noticias de mis amigos o de la villa. Kankuro venía cada tarde a visitarme, y Temari de vez en cuando. De Gaara no sabía nada, siempre que preguntaba por él, ambos hermanos me decían que estaba atareado, yo sabía que no, pero prefería no hurgar en el tema y dejarlo correr. La segunda noche empezó a repetirse el mismo sueño; las flores blancas, aquella mujer, y todo teñido de rojo. Por lo que no dormía prácticamente nada y mi rostro se veía algo apagado.

La mañana que por fin pude salir del hospital, Temari me acompañó por las calles de Suna. El primer lugar al que fuimos fue al mercado, un lugar exótico con miles de aromas distintos. La rubia me obligó a comprarme un vestido para mi, el que ella me había dejado me iba bastante grande. Aquello me ayudó a distraerme de los problemas que se movían por mi mente.

Después de comer en un restaurante cuya comida era deliciosa, caminemos un rato más, deleitándome con la belleza de la villa, pero a media tarde un ninja apareció en una bola de humo y le susurró algo a Temari. Su semblante cambió rápidamente y supe que algo andaba mal

— Debemos ir al despacho del Kazekage —dijo.

La sonrisa que llevaba instalada en su rostro todo el día había desparecido. La miré unos segundos.

— Claro —musité.

El camino hacía la torre del Kazekage fue silencioso e incómodo. Varias veces quise preguntarle, pero al ver su semblante serio, sabía que no era buena idea.

La escaleras me parecieron eternas, y mis pulmones se ahogaban por el esfuerzo. Cuando lleguemos a las puertas del despacho Temari dio un par de toques con los nudillos y un ''adelante'' débil sonó desde el interior. Al abrir las puertas, bastantes ojos se movieron directamente hacía mi.

Todos estaban allí, y Tsunade también. Las respiraciones dejaron de oírse en la sala, y casi al mismo momento, volvieron a sentirse. Me quedé quita, sin saber muy bien qué hacer, hasta que el amarillo característico del cabello de Naruto apareció frente a mi, y después, sus cálidos brazos me rodearon. Su rostro de hundió en mi cuello, que enseguida estuvo húmedo por sus lágrimas. Rodeé su cintura con delicadeza y apoyé mi cabeza en su pecho.

— Lo siento —susurró—, lo siento, Ayaka, lo siento —reí débilmente.

— ¿Por qué? Tú no has hecho nada. Yo lo siento —murmuré abrazando con más fuerza.

Se separó de mi, y miré a mi alrededor, con una sonrisa pequeña en mi rostro. Todos se veían aliviados, excepto Neji, como no. Seguramente a él no le importó mucho o nada que desapareciera, pues su rostro seguía como siempre. Eso me hizo sentir un poco mal, no terminaba de entender porqué era así—. Ayaka, ¿por qué no vamos a dar un paseo? —miré a Sakura, y después al resto. Entendí que era mejor no estar ahí, por lo que asentí y me despedí con la mano, dedicándole una última mirada a Gaara, que seguía con la mirada perdida en cada uno de mis pasos.

Subimos a la azotea en silencio, un silencio cómodo, que ella parecía querer romper a cada segundo, más probablemente no encontraba las palabras.

— No te preocupes —dije, intentando aliviar su pesar—, no tenéis culpa alguna, yo fui la que salió de la posada sin decir nada, además... —carraspeé—, no... no fue para tanto. Digo, sigo viva, ¿no? — Añadí finalmente intentando hacerla sentir mejor. Ella me sonrió y no dijo nada, entendiendo que yo tampoco quería hablar.

Permanecimos ahí, observando desde la altura de la azotea Suna, a sabiendas que probablemente una discusión se estaba desatando en el despacho del Kazekage. Y yo no podía evitar sentirme cada vez peor y más culpable.

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