Sin presiones.
Relato por Marie:
Todas las revelaciones sobre el pasado de Leonel y aquella mujer, que la odiaba como el acné que te sale luego de comer frituras y otros alimentos pocos saludables, me dejaron una terrible tensión.
Por lo cual decidí que necesitaba un buen masaje.
Sin embargo el masaje que tenía en mente era la lengua de Leonel recorriendo salvajemente toda mi entrepierna y nuevamente llevándome a gritar su nombre mientras me aferraba a las sábanas de su cuarto de hotel.
Por lo cual comenzaría el día sin presiones ni insatisfacciones de cualquier tipo.
¿Y ese masaje tuvo final feliz?
¡Por supuesto! Si tienes dudas, pregunta a todos los otros huéspedes que avisaron a la Administración que no los dejábamos descansar por los ruidos y nuestros gemidos que retumbaron por todo el piso.
Leonel sabía cómo mi cuerpo explotaba y se derretía a cada toque de sus manos recorriendo cada centímetro de mi piel. No lo negaré.
Leonel se había vuelto una buena distracción para evitar de pensar en Ethan. Tampoco lo negaré.
Créeme que él también lo sabía. ¡Fui nuevamente clara y contundente cuando le recordé que esto hacía parte de nuestra linda amistad!
Pero aquí estaba otra vez repitiendo mis errores: confundiendo y esquivando sobre lo que debía aclarar. Como Pilar siempre me lo recalcó y también algunas veces Louise. También algunos de mis peores pesadillas me lo hacían revivir.
Ya no era una veinteañera. Acababa de avanzar entre los nefastos treinta años. Era momento de hacer una pequeña autocritica en mi estilo de vida:
<Mariana, debes aprender a buscar explicaciones y lidiar con las consecuencias>. Me cobré mentalmente, mientras abrochaba mis botas y cerraba mi abrigo. Ser un adulto responsable finalmente a los treinta y algunos pocos años de vueltas magníficas entorno al sol.
Por lo cual, cuando terminé de vestirme, salí del cuarto de aquel hotel para ir hacia mi departamento. Me despedí de Leonel y mandé un par de mensajes a Louise que iba en camino hacia mi casa.
Revisé mis notificaciones y los chats mientras bajaba las escaleras, todo absolutamente normal: 5 llamadas de Pilar, 3 correos sobre trabajos de Emiliano Colton y 20 llamadas perdidas de Louise de ayer cuando me tardé en avisarle que ya estaba sana y salva con Leonel.
Luego programé una alarma para avisar que volveríamos por él y comenzaríamos el camino rumbo a la boda en la maravillosa finca de los Colton.
En el lobby decidí que era mejor regresar caminando. No estaba lloviendo afortunadamente, sólo hacía un frío descomunal. Pero ese frío no era nada comparado con los mensajes de texto que había recibido de Ethan la noche pasada. Justo el día de mi cumpleaños.
Justamente como unas bofetadas a mi ego. Y mi mente nuevamente caía en el ciclo vicioso de comprender por qué no era lo suficiente para una relación seria con Ethan Jones. Estaba autosaboteando lo maravilloso que se sentía despertar una linda mañana de invierno con orgasmos, ya lo sé.
¿Por qué perdemos el tiempo idealizando a personas tan egoístas como Ethan? Me reproche mientras calentaba mis manos frotando una contra la otra, mientras seguía caminando por las aceras y saludando a un par de personas que me reconocían de las redes sociales.
Aquel canalla estaba arrepentido de apurar con su casamiento. ¡Y me usó!
Me usó por mi parecido físico a Lis. También me apunté mentalmente.
Y por despecho seguiría firme con su decisión de continuar con la boda que lo uniría a Isadora.
Entonces cuando llegué a la esquina de mi edificio me intrigó una revelación. Con los pies adoloridos y los dedos entumecidos por el maldito frío londinense, mientras esperaba que el semáforo abriera para cruzar cuando empecé a bufar como un toro rabioso en medio a la arena de un rodeo.
¡Ethan me debía explicaciones!
Apuré mis pasos por la vereda, sin mirar por donde caminaba. Casi caí cuando tastabillé en frente a la puerta de entrada a mi edificio y levanté la vista hacia la ventana del departamento de aquel amigo que pretendía ser perfecto.
Tenía las luces prendidas y una estaba abierta. Eso significaba que aún estaba allí.
Sonreí cuando supuse que por primera vez desde que lo conocía estaba atrasado para algún evento. ¡Nadie es perfecto!
Debía darme prisa, ya que Isadora podría llegar para que juntos emprendieran su viaje hacia la hacienda de los Colton y yo perdiera la oportunidad de oír mis explicaciones.
¡Quiero mis explicaciones!
Mister perfección seguramente estaría revisando sus maletas. Guardado cuidadosamente su traje y sus zapatos lustrados. Ordenando los perfumes en su baño. Revisando su agenda y peinando sus fabulosos mechones negros milimétricamente perfectos.
Ya conocía sus hábitos.
Corrí hasta al ascensor, preocupando al pobre portero que intentó seguirme el paso para saber qué me sucedía.
Lo saludé con un ademán antes de que se cerraran las puertas del ascensor y me puse a observar el reflejo de mi cara contaminada por la ira en el espejo.
Mis ojos verdes se volvieron vidriosos y mis mejillas relucían con la sangre que hervía por mis venas. O tal vez era por casi obtener una hipotermia por mi decisión de volver caminando.
Mi cabello era un desastre, por lo cual lo até con una coleta que tenía en el bolsillo de mi abrigo. Me conformé en dejar algunos mechones libres en la frente, daba un toque informal y escondían que me olvidé de retocar el delineador antes de salir del cuarto de Leonel.
Cuando abrió aquel bendito ascensor doblé sin dudar hacia la puerta del departamento de Ethan. Mis botas hacían el característico ruido de tensión en las películas de suspenso mientras avanzaba sin vacilar.
Golpeé un par de veces hasta que el mismísimo traidor abrió la puerta. Estaba hablando por su celular con alguien, luciendo una camiseta deportiva y un jean desgastado que hacía alarde de su atlético trasero tonificado por la natación.
¿Cuándo voy a tener un poco de amor propio?, me cobré tratando de desviar mis ojos para las valijas que estaban perfectamente alienadas en el medio de su sala.
Me hizo un par de señas para que entrara y luego cerró la puerta, verificando que nadie estuviera en el pasillo. Extraña actitud, ya que siempre fui hacia allí sin previo aviso y todos los demás vecinos sabían de nuestra amistad.
O verificaba que su prometida aún no llegaba.
Cerró la puerta y la trancó con sus llaves. Las cuales guardó en su bolsillo trasero de sus jeans. Y otra vez mis ojos cayeron en las curvas perfectas de su físico.
Marie Baptiste, al menos finge tener amor propio. Otra vez me regañé y traqué mi saliva que comenzaba a caer a un costado de mi boca.
Ethan se despidió de la otra persona con la cual entablaba una fluida y alegre conversación para luego tirar aquel aparato sobre una de sus sillones. Cruzó sus brazos y me observó de pies a cabeza.
— ¿Dónde estabas, Marie? Tenía algo que devolverte y cuando fui a tu departamento casi infarté: me atendieron Louise y Lennox sin ropa. — apuntó Ethan recorriendo con sus ojos azules mi cabello desalineado, atado en una coleta y posiblemente no comprendiendo porqué bufaba parada en su frente.
Luego llevó sus manos a sus bolsillos y trató de señalar con su mirada que esperaba que respondiera.
Pero en ese momento él no tenía el derecho de recibir respuestas, sino que yo las necesitaba.
— ¿Estas molesta...? — y lo interrumpí alzando mi mano para que se detuviera.
Me congelé allí, tratando de ordenar mentalmente por dónde comenzaría y cuál pregunta debía hacer en primer lugar. Eso me provocó una sensación abrumadora de calor.
Estaba totalmente descontrolada, lo sé.
Me quité mi abrigo y lo coloqué sobre el respaldo de una butaca. Luego fui hasta su cocina y saqué de su heladera una botella de agua. Todas estaban perfectamente ordenadas, como siempre.
Volví al mismo lugar y bebí un gran sorbo de agua fría, que me ayudaba a calmar mis demonios que pedían para degollarlo allí mismo.
— Lindo vestido, Marie. — dijo recorriendo mi vestimenta y sonrió encantadoramente. Pero ya estaba logrando escudarme detrás de mi indignación y no dejarme derretir por sus encantos. Estaba allí porque merecía una explicación.
— Necesito respuestas, Ethan. — exigí. Para luego volver a tomar otro sorbo. De repente mi garganta me traicionaba, un nudo asfixiante no me dejaba expresar todo lo que venía a exigir de quien creía ser mi mejor amigo. Y con miedo de sonar tonta, sólo imité su posición de cruzar los brazos, alzar una ceja y esperar sus respuestas.
— Bien, las tendrás cuando me expliques dónde estabas y porqué Lennox estaba en tu departamento con Louise. — apuntó nuevamente. Acercándose, con sus manos en los bolsillos y relamiéndose sus labios. Luego inclinó su cabeza hacia un costado, como tratando de comprender por qué estaba en un estado tan lamentable.
Ethan me conocía a la perfección. Estaba leyendo mi papel ridículo de mujer despechada, lo sabía.
Con un rápido movimiento me quitó la botella de agua y la dejó sobre una de las mesas de su living. Y volvió a pararse a poca distancia en mi frente. Entre los dos no había nada más que un denso aire.
El nudo en mi garganta luego se transformó en lágrimas que caían sobre mis mejillas.
Y éstas en un repentino llanto que me dejó paralizada.
Estaba en pánico. Y mirando mi abrigo traté de recordar si tenía allí mis pastillas para este tipo de episodios.
Habitualmente evitaba respuestas que me causarían alguna molestia o enojo. Por lo cual era algo nuevo estar parada frente a alguien que me debía explicaciones. Pues siempre fui del tipo que jamás las daba.
¿Por qué era tan difícil hacerlo allí? ¿Por qué con Ethan todo se volvía tan complicado?
Ethan se acercó y me ofreció sus brazos. Se aproximó un par de pasos más. ¿Estaba con lástima? ¿con eso trataba de pedir perdón? ¿hacía parte de su estrategia de evadir mis exigencias?
Yo sólo debía avanzar dos pasos y estaría en sus brazos. Volvería a sentirme protegida por su sola presencia. Ethan volvería a decir que todo estaba bien, cuando de hecho no era sí.
Pero retrocedí.
— Quiero respuestas, Ethan. Quiero la verdad. Me lo debes. — logré decir entre sollozos.
— Fue un error, Marie. Estábamos ebrios... Es lo que necesitas oír, por ahora. — afirmó, mientras volvía a guardar sus manos en los bolsillos de su jean.
Y la verdad era como un puñal, o como las notificaciones de que irían a bloquear tus contenidos en las redes sociales por algún motivo tonto o sin lógica.
Bien, Marie. Ahí tenías una de sus explicaciones, ahora faltaba otro asunto no menos importante:
— ¿Quién es Lis? ¿cómo la conoces? ¿de dónde? ¿hace cuánto? — arremetí luego de un rápido suspiro. Tratando de disimular que lo que confesó anteriormente me dejaba como una maldita equivocación en su vida.
Y dejaba en claro que las confesiones la otra mañana en su consultorio de pediatría eran realmente para Lis. No para mí.
Ethan ama a Lis. Información verificada con éxito y mucho dolor en mi dignidad.
Me volví a recordar porqué estaba exponiéndome a esa situación mientras limpiaba con el dorso de mis manos las lágrimas que obviamente estaban arruinando mi delineado.
— Marie, solo sube a tu departamento y haz tu trabajo con tus redes sociales. Actualiza alguna foto con ese hermoso vestido que llevas puesto. Escribe alguna frase motivacional para tus seguidores. Déjame seguir con mis decisiones y no sigas preguntando por algo que no entenderías. — afirmó mientras se dirigía a su puerta, sin mirarme, sin demostrarme un poco de importancia en su vida.
¡¿Y ese era mi mejor amigo por tantos años?!
Estaba echándome.
Estaba negándome esas respuestas.
Entonces la indignación se transformó en violencia.
Entonces avancé tan rápido como pude y lo empujé para que cayera sobre uno de sus sillones azules de su hermosa sala. Le tiré un par de almohadones y él tratando de esquivar me arrastró de un brazo a su lado en aquel sillón. Con un rápido movimiento estaba encima de mí, sosteniéndome las muñecas sobre mi cabeza y entre mis piernas.
Pero ya era un furioso volcán de rabia e indignación. Traté de zafarme sin éxito de su agarre. Traté de derribarlo del sofá, pero eso hizo que con su cuerpo me presionara aún más en el sillón.
Tal vez fue tanto forcejeo.
Tal vez fue la conmoción.
Tal vez fue su cuerpo presionándome sobre aquel sillón azul y el pidiendo para calmarme.
Tal vez fue otro de mis episodios de pérdida de memoria.
Pero todo se volvió borroso. Sentí que volvía a un rincón oscuro de mi mente y veía por un cristal que mi cuerpo, mis acciones y palabras eran dirigidas por otra persona. Era una observadora en mi propio cuerpo.
Lo último que recuerdo fue verlo sonreír luego de besarnos.
— Recuérdame siempre, mi amor. Como yo lo haré. — fue lo último que oí de él.
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