La otra
Solo en ese momento pudo ver las consecuencias de sus actos y como toda la culpa le caía encima. El alboroto causado le hizo empezar que ahora si se debía ir. Ir para siempre.
De todas formas, ya se lo habían quitado todo. Margaret tenía toda una familia de abogados, la ley le permitía embargar y recuperar todos los regalos, y presentes que Jorge le había dado a ella. El apartamento, la casa, la jeepeta, inclusive sus cuentas en el banco.
La persecución fue tal que se vio en la calle una mañana, sin nada además de un bebé en brazos y sus ropas personales en un depósito.
Claramente, Jorge no iba a dejar que durmiera en la calle. Le prestó otro departamento y el dinero se lo daba en efectivo. Pero ya no era lo mismo, la frialdad venia de ambos.
Él, porque ya no podía hacer más, trataba de salvar su matrimonio. Ella por sentirte traicionada, por pensar que correría con otra suerte, parece que no se había enterado cuál era su papel.
Como el rumor había corrido por varias esferas sociales, no tardaron en llamar a Rochel unos abogados. Le ofrecían protección legal, para la pensión de su hijo y su subsistencia.
Rochel negó todas las ofertas, no le interesaba hacerle daño ni a Jorge ni a su esposa. Pero cuando embargaron su tienda, que era lo único plenamente de ella, si aceptó la ayuda de los abogados, para defenderse.
No solamente la llamaban abogados, sino que una vez recibió la llamada de Erín, pero no la pudo tomar porque no quería hablar con ella. Le siguió un mensaje: «No puedo echarte la culpa de todo. Mi papá tiene mucha culpa... pero yo no esperaba que tú me ocultaras todo esto. Confiaba en ti. »
Rochel sabía que en su país, no le quedaba nada más que buscar. Inclusive, no se necesitaba su presencia para los pleitos judiciales que había iniciado su abogado, y la tienda, tenía una gerente que la administraba aunque todas las cuentas estuviesen embargadas y congeladas.
Sin decirle a nadie, ni a su mejor amiga, y con el dinero dado en efectivo por Jorge, acumuló lo suficiente para irse del país.
Era la primera vez de Jorge Emilio en los Estados Unidos. Estaba tan abrigado y tratando sus primeros pasos en la terminal del aeropuerto que Rochel le parecía adorable.
Tenía en la boca el sabor amargo de lo ocurrido, de cómo su castillo de naipes se derrumbó encima de ella, asfixiándola, pero sin lugar a dudas, de lo único que no se arrepentía era de su hijo. Ellos dos contra el mundo, y el amor que sentía por él era uno que jamás había sentido en su vida.
Esperaba a sus padres, y cuando los vio venir hacia donde ella, miró al suelo y tomó a Emilio en sus brazos. Al hacerlo y alzar la mirada vio la cara de sorpresa de sus padres y esperó lo peor.
Esperó que se dieran la vuelta y ahora si la dejasen completamente sola.
Pero no.
Vio la confusión y luego la sonrisa de su mamá. Ella la abrazó, junto al niño. Rochel sintió las lágrimas en sus ojos. Luego vinieron muchas preguntas, demasiadas, como si fuera un examen. Pero no había respuestas incorrectas.
Las respondía con una sonrisa en la boca, los ojos llorosos, y Emilio mirando a sus abuelos.
Tenía miedo pero también alegría en su corazón. El miedo porque temía al rechazo de sus padres, era hijo de un hombre casado, y la alegría porque se equivocó, sus padres no habían reaccionado de la manera en que ella temía. Ambos sentimientos se quedaron dentro de ella por semanas.
Ella ya no quería saber más de Jorge, y no quería un peso de él. No quería visitas y no quería causar más daños a esa familia.
○
Esa familia, que había estado juntos por más de veinte años, pasó también por un infierno. Desmoronarse frente al ojo público, la pareja peleando en los tribunales. Durante meses, casi más de un año.
Al final, Margaret desistió de todo, reconoció el error de precipitarse y querer terminarlo todo. Luego ambos decidieron empezar otra vez, todo de nuevo. Porque no cabía duda, que el amor de ellos dos, el de sus años de adolescencia, seguía intacto. Sus hijos, su pequeña, merecía el privilegio de crecer como pudieron crecer Erín y su hermano.
En cuanto a Rochel, ella estaba lejos, ella y su bebé. Solo quedarían para ellos como historia del pasado, del error, de los traspiés equívocos la pasión desordenada de ambos, donde él era el bueno, y ella, ella era simplemente la otra.
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