Capitulo 7 - Tan prohibido e inalcanzable.
Capitulo 7 - Tan prohibido e inalcanzable.
Caminaba apurada porque había llegado tarde. Era lunes y Miranda le había dejado porque no se podía permitir llegar tan tarde. Antes de pasar a la oficina de Erín se fijó en el desastre que había en la planta. Todo estaba siendo desmantelado por gente con overoles grises.
Al pasar por la puerta de la oficina, vio a Erín hablar por teléfono. Ella lo colgó en cuanto la vio.
—¡Rochel! —saludó.
Después miró a la derecha, y en la silla donde ella solía sentarse estaba Jorge. No pudo evitar quedársele mirando. Se veía impecable, recién afeitado y con los ojos más claros que de costumbre. Se le hizo un revoltijo el estómago.
—Hola Erín—Sonrió más de nervios que de cortesía—. Hola señor Jorge.
—Buen día. —se limitó a saludar. Y el silencio quedó en el lugar.
—Rochel, ¿no te dije, verdad? —Erín avanzó hacia ella.
—No...
—La compañía ha acordado con una firma de abogados y este piso será el de ellos. Compartiremos piso. Me mudaré de oficina.
—Lástima que ordené en balde. —Se quejó.
—Aquí nunca se trabaja en balde, —interrumpió el señor Jorge, que ante toda la conversación, se le había quedado mirando sin quitarle los ojos de encima, y esa mirada la ponía nerviosa—, Erín me contó sobre el sistema que empleaste y me gustaría que hicieras lo mismo en mi oficina.
—A-ah... c-creo que tengo que... ayudar a Erín con la mudanza de oficina, señor Jorge. Pero si llama su asistente, yo le explico el sistema, para que ella lo implemente. Es muy sencillo. Hasta un niño lo haría.
—Esa es una buena idea Rochel. —Erín estuvo de acuerdo—. Hey, carga esa caja con más cuidado. —Ella se apresuró a decirle al muchacho que sacaba la caja de la oficina—. Papá yo necesito a Rochel acá. Consíguete tu propia asistente.
Rochel dejó de mirarlo, para ocultar su sonrisa.
—No tengo problemas en capacitarlas. —Comentó de nuevo Rochel. Sus planes eran evitar a Jorge a todas costas. Nunca se metería a trabajarle a él.
—Ro, acompáñame abajo. —Erín pidió—. Debo preguntar a mamá unas cosas.
○
Rochel movía la cuchara en su volcán de chocolate. Ella y Miranda llevaban media hora allí hablando de todo y nada. Ya en ese punto, ninguna de las dos tenia de que hablar.
Se llevó la cuchara a la boca, y suspiró con el chocolate dentro.
—Estoy cansada.
—Te entiendo. La mudanza es agotadora. —Comentó Rochel.
—¿Quiénes son con los que firmaron?
—Unos abogados ahí, —dijo sin importancia—, tendremos una firma de abogados.
—Genial. ¿Cuándo los conoceré? —Preguntó ella picara. Interesada de más.
—No lo sé, pero si quieres subes, ellos estarán el lunes ya.
Miranda terminó de comer. —Bueno Ro, que emocionante, en toda firma de abogados siempre hay uno que se sobrepasa de estar bueno. Es experiencia, antes de ser asistente de la señora Hernandez, yo estuve en varios bufetes.
Rochel se limpió la boca con una servilleta. —Hablas como si fueras tan vieja.
Se rio levemente.
—Hablando de todo un poco, ¿y tu family? ¿Has hablado con ellos?
—Aun no. Creo que están enemistados conmigo. —Rochel se puso a mirar su ahora envase vacío con chocolate embarrado—. Es una pena que no lograran entender, al menos mi mamá, a ella le expliqué todo tan claro y me juzgó igual que todos. Pero Miranda no me arrepiento. Ni un segundo. Preferí irme antes de que algo malo llegara a ocurrir.
—Y apoyo tu decisión. —Miranda puso su mano sobre la suya.
○
—Nueve de la noche. Es suficiente Rochel, mañana continuamos. —Erín ordenó. Tuvo que usar ese tono de voz porque ya era como la quinta vez que les decía, a ella y a Fior, que era suficiente por hoy.
La mudanza de la oficina de Erín la había dejado totalmente desordenada y los archivos estaban en caos. Aprovechando la mudanza, Rochel hizo un bosquejo de la nueva organización que Erín había aprobado. Para llevarlo a cabo solo necesitaba una ayudita extra, y Fior, la de archivo, era perfecta por su destreza. Ella era muy servicial, y por eso no se había quejado por la hora.
Erín, en cambio, estaba ya harta de estar en ese edificio. Tenía su cartera en la mano lista para irse.
Rochel la miró y cedió. Dejó los papeles, y miró a Fior en señal de que se irían.
—Vámonos entonces.
Erín exhaló. —Gracias a Dios.
Rochel salió junto con Fior del edificio y caminaron un par de cuadras hasta la parada del transporte público. Al ser tan tarde, estaban escaseando. Una jeepeta que conocía de memoria se detuvo frente a ellas.
—¡Señor Hernández! —Saludó Fior.
Rochel evitó mirarlo. Era como una roca en sus zapatos.
—Hola señoritas, ¿Erín hizo que permanecieran tan tarde y no les dio un aventón?
—Estaba muy agotada, y nosotras cogemos el bus nos deja cerca. —Fior contestó.
—Vamos, las llevo.
Fior le sonrió y se acercó a la jeepeta.
Abrió la puerta de atrás y se subió.
—Alguna móntese aquí delante. No me dejen como su chofer.
Entonces Fior, ya adentro, miró a Rochel, y ella aún no se movía de lugar. —Súbete adelante Rochel.
No creo que sea buena idea. Pensó. No era buena idea, en ninguna circunstancia. A esas horas Jorge frecuentaba el bar la Esquinita, donde ellos dos se conocieron en primer lugar. Tal vez a esa hora Jorge siempre andaba por las calles buscando con quien engañar a su esposa. Tal vez había hecho lo mismo con Fior.
Jorge tocó la bocina y ella volvió a alzar la mirada.
—Muévase, el cielo oscuro dice que va a llover.
—No tiene que llevarnos, ahí viene una guagua.
—No me rechace el aventón, por favor señorita Rode.
Aceptó. Después de todo, una actitud de rechazo así en frente de Fior podría hacer que ella sospeche. Una vez allí sentada trató incluso de no respirar.
—Díganme su dirección, así forma una ruta y sé dónde debo ir primero. Yo vivo después del puente en la urbanización del norte.
—Yo vivo mismo centro, estamos a unas cinco cuadras. —dijo Fior.
El silencio estuvo unos minutos, y después Rochel habló. —Vivo en el residencial Girasoles.
El resto del viaje fue en silencio, con el sonido de la radio en bajo volumen. Al quedarse Fior el aire se volvió más tenso e incómodo aun. Él lo había hecho a propósito. Él sabía lo que había ocurrido entre ellos. Lo prudente era llevarla primero a casa.
Pero prefirió no decir nada. Solo rezaba por llegar a casa.
—Señorita Rode. —Sintió que susurró. Se acababa de parquear frente al edificio que compartía con Miranda. Él sabía dónde ella vivía incluso antes de decirle. Se le aceleró el corazón.
—Dígame señor.
—No me llames señor, ¿Qué tal si me llamas solo Jorge?
Asintió, poniendo la mano en la puerta para abrirla.
—Nunca me respondiste. —Continuó hablando—. Te dije que no me arrepentía. Y nunca me dijiste nada.
—No sé qué responder a eso.
—Tal vez deberías decirme si tú te arrepientes.
Se quedó en silencio y evitó su mirada a toda costa. Observaba gotitas manchar el parabrisas... y pensaba. ¿Se arrepentía? Demasiado.
—¿Te arrepientes señorita Rode?
Esa otra vez que habló, entonces lo miró. Y se quedó prendida en su mirada. Sí. Se había arrepentido. Muchas veces. Durante todo el mes.
Era una mentira que se quería obligar a creer. Quería convencerse que estaba arrepentida.
No se atrevía a decirle una mentira.
Entonces Jorge le tocó la barbilla y después se inclinó para besarle, pero Rochel se alejó, abriendo la puerta y saliendo del vehículo rápidamente.
—Lo siento Jorge. —dijo apenada, con un nudo en la garganta. Cerró la puerta. Y corrió a las escaleras del edificio para no mojarse. Su corazón latía fuerte en su pecho, estaba nerviosa y tenía ganas de llorar.
¿Por qué le hacía esto a ella?
No podía más.
Tenía que alejarse de él, sino caería en la trampa de nuevo. Hizo una mueca, como si el pensamiento de que le gustase tanto doliera. Y molestaba, molestaba saber que ese hombre le estaba robando su corazón tan tranquilamente y que fuera tan prohibido, e inalcanzable.
No había forma. No había cabida. Él estaba tomado, era de alguien. ¿Cómo le quitaría la felicidad a alguien más? Aún si la pondrá triste. No importa.
¿De quién era la culpa?
Era completamente de él.
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