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Capitulo 38: Nunca jamás.

La mañana del lunes Rochel llegaba a la empresa con ánimos. Había dejado el niño temprano y había llegado justo a tiempo, cuando Erín también se parqueaba.

Esperó que bajara del vehículo y vio que alguien más andaba con ella. Una muchacha joven, de unos veintes tantos, baja de estatura y trigueña que llevaba una niña rubia, de ojos azules en sus brazos.

Tenía que ser la hija de Margaret. Es decir, de Margaret y Jorge. Aun aunque era muy parecida a Margaret los ojos azules eran iguales a los de Emilio.

Además, la cara de la niña se le hacía conocida, suponía, de todas formas, que era solo por su parecido a Margaret y a la misma Erín.

La niña parecía que se acababa de despertar, lucia somnolienta. Erín miró a Rochel y le sonrió. —¡Rochel! Buenos días, llegamos al mismo tiempo hoy.

—Sí, hoy me las averigüé para llegar más temprano. El arquitecto viene en hora y media.

Erín sonrió emocionada. —Mira, esta es mi hermanita, mi pequeña Maggie.

Rochel se acercó y la miró de cerca. —Es muy linda.

—Sí... estoy enamorada de nuevo, de una bebé muy linda. —Le hablaba a la bebé en voz aniñada.

—¿Por qué la has traído hoy?

—Mamá no está muy confiada en que se quede en casa. —La enganchó con su brazo del de ella y caminaron unos pasos para que la chica que la cargaba no escuchara—. Sospecha que no era competente para cuidarla la antigua niñera. La despidió anoche porque al llegar Maggie lloraba. Está un poco sensible.

—¿Tienen idea de si la nana le hacía algo?

Erín se veía genuinamente preocupada. —Realmente no. Hay cámaras en casa. Pero mamá confía en sus instintos. Está investigando en guarderías. No quiere meter a nadie en casa.

—Será lo mejor. A Emilio lo tratan bien. Entiendo su preocupación por la bebé.

Erín exhaló.

—Igual no me gusta la bebé en la empresa. El ambiente de estrés es mucho y es una niña. —Se rio entonces—. Creo que mi piso es el más suave en el ambiente.

—Pero tenemos la visita hoy con el arquitecto. —Rochel la miró a los ojos deteniéndose en la entrada al edificio. La niñera las había alcanzado y la pequeña Maggie estaba tranquila mirando a su hermana, luego, hizo un ademan de quería que ella la cargase.

Erín la tomó de inmediato. —No había pensado en eso.

—No es que estorbe —Rochel seguía diciéndole—. Pero necesitas concentración.

—Lo vamos a resolver. Wanda se quedara en nuestro piso e iremos con el arquitecto al piso de papi. —Movió la cabeza en un mohín de relajación—. Pediré que me acondicionen el lugar, ve buscando los documentos. Necesitamos estar temprano.

Rochel asintió y se dirigió al ascensor para ir al piso de Erín. Tenía que llevar la carpeta y la computadora a la sala de reuniones en el último piso.

Al parecer Erín desayunaría en el comedor junto a su hermanita y su nana. Rochel prefería terminar antes de probar bocado. Por suerte, había dejado casi todo listo. Solo recogió las cosas y fue al último piso. La chica de recepción le entregó la llave, y así con el piso desierto se dirigió al salón de reuniones.

Desierto porque Jorge no estaba. Lo que era un alivio parcial esa mañana. Cada vez mas era más difícil fingir que su presencia no cambiaba todo en ella.

Dejó los documentos en la mesa, frente a la silla que usaría Erín. Conectó la computadora al proyector y probó que las diapositivas funcionaran. Luego, habiendo terminando de acondicionar el lugar, levantando las cortinas para que entrara la luz del día, que era más agradable que la luz artificial, caminó por el lugar mientras sus pensamientos estaban lejos.

Luego de unos minutos salió del salón, estaba cerrando la puerta con cuidado cuando sintió que alguien le miraba. Levantó la vista y era Margaret, ella le miraba con el rostro confundido.

—¿Qué haces, Rochel? —Caminó hacia ella. Como siempre ella lucia esplendorosa, con su cabello que le caía en bucles un poco más debajo de los hombros.

—Buenos días Margaret. —Rochel forzó una sonrisa. No podía mantenerla. Pero si la mirada, y su mirada le daba nervios.

—¿Qué es lo que hacías ahí dentro?, ¿estabas sola?

—Sí. —A Rochel le extrañó su pregunta—. Estaba organizando el lugar para una reunión con Erín y un arquitecto.

Margaret cambió el peso de su cuerpo al pie derecho, cruzándose de brazos.

—¿Quién es ese arquitecto?

—Es el arquitecto Saab.

—Interesante. ¿De dónde lo han sacado?

Rochel se alzó de hombros. —Ha sido Erín, que iba a su universidad me parece. —Rochel se limpió la garganta—. Disculpe, debo irme.

Rochel y Erín ambas estaban esperando en el salón cuando unos minutos antes de las nueve de la mañana la puerta estaba siendo abierta por la recepcionista.

—Señoritas, el arquitecto Saab. —Se movió a un lado para revelar al arquitecto. Un hombre que le debía llevar un par de años a Erín, alto, con cabello negro azabache y ojos mieles. Su apellido era conforme a su físico, sin duda alguna.

Erín se levantó para darle la bienvenida tomando su mano. Rochel copió su acción, y luego de respirar, solo estaba atenta a que Erín le dijera que cambiara de diapositiva.

La exposición fue breve, pero sustancial. El arquitecto lo entendió todo y al final dijo que empezaría a trabajar en el diseño del edificio de Erín, y que podría estar listo para fines de mes.

Al final solo debían darle sus números de teléfono para mayor rapidez si necesitaba un detalle, ya que hasta ese momento toda la comunicación había sido vía correo electrónico.

—¡Oh, disculpe! No sabía que usted estaba.

—Está bien, puedes pasar. ¿Tenías algo que decir? Puedo darle el recado. —Margaret preguntaba, estaba sentada en la silla de Jorge viendo en su escritorio unas fotos que tenía allí.

—Nada importante, sobre unas ventas que ya tengo bajo control.

Margaret asintió. Desviando la mirada otra vez a las fotos.

—¿Y que hace aquí, tía?

—Jorge seguro tiene una amante... Mauricio.

Una llamada telefónica ingresó al celular de Rochel. Pero ella no prestó atención a la misma, sino que se dispuso a terminar de vestirse para dirigirse a la empresa.

Habían organizado una reunión con todo el personal para esa tarde a las seis. Ella no tenia deseos de asistir, técnicamente no era parte del personal, sino que solo asistía a Erín en lo que podía. Ahora estaba sumergida en los asuntos del proyecto.

Tomó todas sus cosas y el bolso. Antes llamó a la guardería, pasaría por Emilio un poco más tarde y pagaría el extra.

Cuando se disponía a salir de la casa, el teléfono volvió a sonar. Esta vez, si se la cogió al arquitecto Saab

—Buenas tardes, señorita Rochel.

—Hola Julio. ¿Cómo estás? Iba de salida.

—Disculpa que te interrumpa. Me invitaron a una reunión en la empresa de los padres de Erín para la presentación de su proyecto a sus abuelos.

—Sí, de hecho, hacia allá me dirijo.

Hubo un silencio en la línea. —Yo no tenía muchas ganas de ir. Pensaba que si podíamos ir a por un helado.

Rochel no daba mucho mérito a lo que escuchaba. —¿Un helado? —se rio para sí misma—. Lo siento Julio, pero no puedo hoy. Erín me necesita allí.

—Que lastima. —Lo escuchó sopesarse—. Espero que me lo aceptes al salir. Así celebramos un poco.

Rochel pensó en Emilio. No podía dejarlo en ningún lado. Al salir, ella iría por él. —Lo siento, tengo un compromiso impostergable. Luego hablamos de eso. Nos vemos en unos minutos.

Rochel terminó y se dirigió a la empresa. Allí, en un salón de actos ubicado en el primer nivel, parte de los empleados, Erín, su madre, y su abuelo, estaban para dar inicio puntualmente a la presentación.

Según lo que había dicho Margaret al invitar a todos, no duraría más de quince minutos.

Erín estaba impecable como siempre y estaba sentada al lado de su abuelo. Perdido entre los empleados, en el centro, Julio Saab se escondía perfectamente del foco de atención.

La maqueta física estaba cubierta y las pantallas encendidas con el logo de la empresa.

Jorge no estaba por ningún lugar. Eso le aliviaba un poco. Verlo siempre la descolocaba en todos los sentidos. Se sentó en una de las esquinas y espero que Margaret diera las palabras de bienvenidas para los empleados que decidieron quedarse, que casi todas eran de las que trabajaban en el piso de Erín y la conocían, y luego su abuelo, no más de quince personas, pero era más que suficiente.

Erín presentó la idea tal como se la había contado a Rochel el primer día. Conocía todo los detalles de pie a cabeza, y se los explicó a su abuelo, luego le pasó un folder con el estudio de mercado, con los detalles del proyecto, y el plan de marketing para el mismo.

Confiaba que su abuelo le opinaría sobre el mismo y daría una respuesta en pocos días.

—No se imagina lo orgullosa que estoy de mi hija Erín. —Le pasó la mano por el hombro—. En nuestros hijos, nosotros depositamos los sueños y anhelos de nuestra juventud.

—Gracias madre.

—De nada. —Le ofreció una sonrisa.

Erín devolvió la sonrisa a su madre y luego miró hacia donde estaban todos sentados.

—Gracias a todos ustedes, los aquí presentes, en especial al arquitecto Saab por ayudarnos con este diseño hecho ya virtualmente realidad, y a Rochel, por apoyarme desde el inicio, aun cuando nadie sabía del proyecto ella me apoyaba. A mamá, claro, todo lo que soy es reflejo de ustedes.

Realmente, en ese punto Margaret tenía impotencia, ya sabía la verdad. A penas haberse enterado unas horas atrás, no pudo soportar ver a su hija, agradecer y mencionar, ese nombre, que para ella, había traído desgracia a la familia Hernández.

—Los presentes discúlpenme un momento. —Pidió Margaret antes de despedirlos, sin poder controlar la euforia y rabia del momento—. Ustedes son parte de la familia ya. Mi esposo y yo hemos tratado de seguir los pasos de Don Hernández y continuar a flote esta empresa como él la soñó en sus inicios. Lamentablemente, los asuntos personales de nosotros, pueden también destruir nuestros sueños.

Erín no prestaba mucha atención a lo comentado por su mamá. Ya se había alejado de nuevo para acercarse a su abuelo, quien le susurraba algo antes de volver a subir la cabeza por lo que decía su nuera.

—El señor Hernández y yo estamos en medio de un divorcio. Pero eso no hará que las cosas aquí cambien en nada. —dijo finalmente. Con la voz firme, pero los ojos brillosos.

Rochel levantó la mirada anonadada ante la noticia. ¿Estaba hablando en serio?, ¿un divorcio? Jorge no le había comentado nada.

—¿Mamá? —Erín preguntó, pensaba que solo estaba bromeando. Busco con la mirada a su papá pero no lo veía.

Don Hernández, el abuelo de Jorge, se levantó de su asiento para caminar hacia donde su nuera.

—Créanme que ha sido difícil esta decisión.

—Creo que es algo que podemos solucionar en casa, Margaret. —Don Hernández sugirió, escandalizado por la noticia frente a empleados. Nunca, en sus cincuenta años en el mercado inmobiliario había ventilado frente a sus empleados un escándalo de esa magnitud. Le parecía imprudente por demás—. Esto no es problema de esta gente.

—Si lo es, Don Hernández, a diferencia de Jorge, yo no mantengo las cosas escondidas, yo las revelo. —Margaret llamó a su hija con la mano, y luego miró hacia donde una sola persona, una chica, que también la miraba a ella estupefacta—. Rochel no has estado viendo la cara de estúpidos a todos aquí. Deberías irte por ti misma, al menos, antes de que te echen.

Rochel entonces se quedó en blanco. Sin poder mover los pies para irse de ahí de inmediato. Solo prendida al momento y la situación.

Erín miró a Rochel, y luego a su mamá. —¿Ella es la razón por la que te divorcias de papá?, ¿así sin avisarnos?, ¿Qué es lo que sucede aquí?

—Sí. Ella es la razón.

Erín no tenía nada que decir. Solo silencio. Muchas cosas empezaron a encajar en su mente. En eso llego Ollie, a quien se le había presentado un imprevisto y por eso llegaba tarde. Como todos estaban en pleno shock, se paró al lado de una fría Rochel que miraba a Erín con vergüenza porque no podía mirar a Margaret.

—Dios mío. —Don Hernández musito, pasándose la mano por la boca y volviendo a su asiento a tomar el folder para irse del lugar. Estaba consciente que la actitud de Margaret era de una mujer que acababa de enterarse que había sido engañada. Aunque no secundaba su acción, apreciaba la clase con la que Margaret, aun así, se dirigía a la desdichada muchacha que era vista por todos en el salón—. Es hora de terminar esta reunión. Gracias por acompañarlos.

—¿Qué sucede aquí, Rochel?

—No sucede nada. Rochel tú no vuelves a pisar un piso de esta empresa jamás en tu vida, ni tu ni tu hijo adulterino.

Ollie miró a Rochel, quien no aguantó más, dio la vuelta y salió, saliéndosele las lágrimas en el camino.

Bajaba las escalinatas del edificio cuando Jorge llegaba, porque le había llegado la hora mal, pero quería ver el debut de su hija como inversionista inmobiliaria. Sin embargo, desde que vio a Rochel así, de una vez fue donde ella.

—Rochel, ¿Qué te pasa? Estás temblando. —La agarraba de los hombros.

A Rochel solo le vinieron más lágrimas. Maldito el día que vio esos ojos azules por primera vez, que la tocó, que la besó, que le hizo creer en un amor que no era más que una bomba de tiempo.

—Suéltame por favor, debo buscar a mi hijo.

—¿Pero qué paso? —No la dejó ir.

—Te vas a divorciar. —Le respondió, con la cara llena de lágrimas pero sin estar llorando aun—. Y esta será la última vez que tú me vas a ver a mí.

Esta vez sí se pudo soltar, porque las palabras, «te vas a divorciar» podrían no tener sentido para cualquiera, pero para él, esas cuatro palabras significan una sola cosa: ya habían descubierto su amorío con ella y su matrimonio, podría estar a punto de sucumbir. Así que, por primera vez, mientras siguió el camino a la entrada del edificio, las rodillas le temblaban, le dolían.

Rochel lo pudo sentir, pudo sentir como era que se alejaba por completo, como era verdad que quizás nunca lo vería jamás.

Cuando sus manos dejaron sus hombros, pudo ver el amor de su vida, seguir de largo a ver a su verdadero amor, a la mujer que de verdad amaba que estaba dentro de ese edificio con el corazón roto y envenenado con una firme decisión de querer dejarlo para siempre.

No como a ella, que lo había dicho, pero que el podía darse el lujo de volverla a tener cuando quisiese.

No eran iguales.

Solo ahí entendió, que ella nunca seria Margaret, siempre seria la otra.

Siguió al vehículo y se quitaba las lágrimas. Al llegar a la guardería se secó la cara y fue por Emilio. Lo recogió y volvió a subirse al vehículo. El bebé la observaba. Seguro se preguntaba por qué estaba así. Solo pudo decir:

—Ahora si somos solo tú y yo, Emilio. No hay nadie más.

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