Capitulo 37: Maquina del tiempo.
el final está a la vuelta de la esquina :)
Capítulo 37: Máquina del tiempo.
El fin de semana Rochel lo esperaba con ansias, porque iba a ser el momento en que por fin pasaría tiempo con el bebé todo el día sin las ocho horas apartada de él.
El sábado temprano en la mañana Jorge llegó al apartamento que Rochel había rentado, la dirección no le tomó mucho en encontrarla.
Cuando entró a la casa besó al bebé en la frente y a Rochel en los labios. Luego los miró.
—Merecemos unas vacaciones.
—¿Vacaciones? —Rochel repitió.
—Sí. Ven, dame al niño. —Lo tomó de sus brazos y el niño empezó a balbucear. Iba a hablar pronto si seguía así. Al otro día iba a ser su cumpleaños primero y planeaba pasarla junto con él—. Busca las cosas del bebé.
—Claro. —Rochel recogió rápido su mochila de emergencia.
—Va a necesitar un poco más. No dormirán aquí esta noche. —Rochel abrió los ojos sorprendida. Pero eso no la detuvo, le buscó más ropa, su leche y compota.
—¿Se puede saber a dónde vamos?
—Es sorpresa. —Le guiñó el ojo.
El asiento para bebés se adaptaba también al vehículo de Jorge y ya estaban listo para viajar. El viaje de hora y media hasta la marina pasó como si nada.
Cuando llegaron al puerto, era las once de la mañana. Rochel al menos estaba para la ocasión, con un vestido sencillo y sandalias. El bebé dormía en sus brazos mientras ellos se paseaban por el puerto viendo los barcos atracados en la orilla, las olas romper con ellos y las demás personas moviéndose a su alrededor.
Aunque para Rochel, solo existían ellos tres en ese momento. Lastima que Jorge Emilio dormia. Estaba segura que a él le hubiese gustado ver los barcos.
—Emilio tendrá un año mañana, y yo no lo puedo creer. Estoy muy emocionada, más porque estarás. —Le sonreía mostrando todos los dientes.
—El pastel ya lo encargué. Me gustaría llevarlo a hacer fotos mañana. Con la temática de un marinero. Así fue mi primer cumpleaños, cuando era un niño.
Se detuvieron frente a la entrada del restaurante donde almorzarían. Un restaurante con sillas frente al mar y de vista la panorámica de la marina. Ayudó a Rochel a sentarse y le siguió comentado sus planes.
—Me gustaría ver esas fotos tuyos de bebé.
Jorge miraba al niño dormir en los brazos de Rochel. Ella no lo quería soltar. Ni aun aunque anduvieran con su silla para dejarlo allí, la cual estaba al lado de sus pies, vacía.
—Ver esa foto es también mirar hacia abajo y verlo dormir. Parece que no pusiste nada ahí. Emilio es mío nada más.
—¡Que suerte! —Eso le emocionaba a Rochel—. Yo solo pensaba en ti... mientras Emilio crecía en mí, solo pensaba en ti.
—¿Por qué? —preguntó Jorge.
En ese momento ambos mantenían la mirada fija el uno al otro. Pero era una conexión más que fuerte, era distinta. A Rochel se le secaba la boca, porque ciertamente, no podía negarlo más.
Estaba enamorada de él. Lo amaba con locura. ¿Y cómo iba a ser que en esta fantasía él no era de ella?, ¿Cómo iba a ser que parecía tan imposible que esto fuera real?
Se quería aferrar a ese momento, se quiso grabar el sonido de las olas, de su voz, el color de sus ojos vibrantes que quitaban el aliento como la inmensidad del mar, su voz, todo de él.
¿Cómo se había enamorado así?, ¿y que se suponía iba a hacer?
—Porque te amo.
Sus ojos mieles enternecerían a cualquiera, y su carita brillaba aun de inocencia, unos sueños, una vida. Se dio cuenta que Rochel aún mantenía para si las fantasías de niña. Que tenía veintidós años pero seguía siendo inocente en el juego que estaban jugando.
Él era el culpable... pero le gustaba ser el culpable. Porque esa confesión de Rochel, lejos de molestarle, lejos de atemorizarle, le había fascinado.
—Algunas veces se llega a sentir que se está casado con la persona equivocada.
Recordar la existencia de Margaret le amargó la mañana a Rochel. Si pudiese deshacerse de ella... exhaló.
—Creo que el amor cambia de formas —le confesó, no esperaba que el dijera esas palabras también.
Jorge fue el primer en perder, apartó la mirada. Como tenían rato allí un mesero les trajo el menú para almorzar. Ambos pidieron.
Luego, Rochel tuvo que poner al bebé en su silla para cuando viniera la comida poder comer.
Decidió no volverle a hablar del tema. Ella le había dicho que lo amaba pero él no respondió directamente. Trataba de no pensar en eso mientras la conversación fluía en torno a Emilio y la forma en que había despertado sin hacer ruido y solo miraba a sus padres mientras jugaba con su chupete.
Después de almorzar y ya despierto el bebé, Rochel lo llevó a ver los barcos mientras, un poco apartado, Jorge se fumaba un tabaco.
Rochel no sabía que el fumaba. Pero parecía una actividad poco frecuente en él. Al terminarlo, se dirigió a ellos.
—Vendría siendo hora que embarquemos. El clima estará favorable y no saldremos a alta mar.
Rochel sonrió.
—¿Estas bromeando Jorge?
—Me temo que no. Nuestro yate espera por nosotros.
—Oh Dios mío —Rochel empezó a sonreír más ampliamente sorprendida por la noticia—. Nunca he subido a un yate.
—Siempre hay una primera vez. —Le besó la frente. —Vamos.
Jorge tomó a su hijo y lo sostenía pegado a su cuerpo con una mano y con la otra agarró la mano de Rochel para dirigirse al lugar donde estaban autorizados a embarcar.
Se llevarían consigo a un capitán, un cocinero y a una señora que cuidara del bebé.
Emilio no tenía miedo del yate. Parecía valiente. Rochel estaba más atemorizada pero luego de unos minutos ya podía caminar en la cubierta sin pensar que caería al mar.
Mientras ella exploraba, Jorge andaba con Emilio como mostrándole el mar y las olas. El niño reía y observaba. Le gustaba verlos juntos.
Emilio nunca sería un niño normal. Siempre iba a estar en el anonimato y sus cumpleaños serían entre dos personas.
El niño se durmió antes del atardecer y la niñera se quedó con él.
Rochel solo pensaba en todo el dinero que Jorge estaba desembolsando para el yate con todo y tripulación y alimentos. No tenía idea de la dimensión de su patrimonio y si esa era la razón por la que Margaret lo celaba tanto.
Sentados en los muebles de la cubierta, viendo el atardecer recostada de su cuello lo que menos le importaba era como era la realidad allá afuera. Ese momento ahí quería que fuese para ella para siempre.
La cena estuvo temprano y cenaron juntos. Luego tenían la cubierta para sí solos. La tripulación de compañía parecía casi familia de Jorge. Los trataba con mucho respeto y ellos a él.
Cuando llegaron a puerto de nuevo se fue el cocinero y el capitán. Había una radio que le habían dejado con música sonando a medio volumen mientras reposaban la cena en silencio.
Luego Rochel se levantó un poco, tomó su rostro y lo miró, acercándose lentamente para besarlo despacio. Se alejó, con su dedo pulgar trazaba sus labios mientras él la miraba a ella como si estuviese embelesado.
La luz de la luna no era su única acompañante, así que decidieron ir a su habitación. De las tres habitaciones. Era la principal, cuya puerta doble daba vista a los barcos vecinos que también estaban atracados en el puerto.
Todavía con la radio encendida, Rochel decidió invitarlo a bailar de nuevo. Una canción lenta que sonaba en la radio. Una que iba con el sonido de la marea, el suave viento, y sus cuerpos juntos meciéndose de lado y lado.
Al terminar la canción volvieron a mirarse.
—Es que no te puedo dejar de mirar. —Solo le dijo.
—Está bien, quiero que me mires. —Rochel le asintió. Dio un paso atrás. Se quitó el lazo que sostenía su vestido y este cayó al suelo.
Bajó para quitarse las sandalias y luego se soltó el cabello.
—Mírame, y acércate. —Se acercó a él para unirse a un beso al mismo tiempo que él también la acercaba.
○
Ambos fueron a felicitar a Emilio dadas las doce de la noche. El bebé no estaba despierto, pero aun así Rochel lo llevó para que estuviera con ellos. El bebé despertó en medio de sus padres y despertó primero a Jorge gateando encima de él.
En el día desayunarían ahí mismo y luego llegaría el fotógrafo para su sesión de fotos de cumpleaños. Los tres como si fueran una familia.
Las fotos eran ultra confidenciales y habían salido de puerto para tomarlas mientras el barco lo anclaban a unos metros de la bahía.
No hacía falta decirle a Rochel que no podía mostrarlas.
Después de la foto, Emilio destruyó parte de su pastel jugando con él. Almorzaron y prepararon todo para volver a casa. Jorge debía llegar antes de la tres de la tarde. Rochel lo comprendía en cierta manera.
Pero seguía pensándolo... Jorge debía tomar una decisión.
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