Capitulo 25: Manhattan.
Capitulo 25: Manhattan.
Tener sus maletas listas no le tomó mucho tiempo. Tomó unas mudas de ropa y los zapatos que necesitaría. Todo lo demás, esas prendas y lujos lo iba a dejar ahí.
De seguro Jorge se conseguiría a otra a quien dárselos.
Ya había recibido el boleto aéreo de ida que le había comprado Ollie, y aunque no entendía claramente sus razones, no se las estaba cuestionando. Más bien vio todo eso como una forma de por fin respirar aire fresco, —aunque pensándolo bien, en Manhattan los aires tampoco estaban muy limpios, en primer lugar, por una razón había salido de allí.
Bajó al lobby del edificio y vio que el taxi ya estaba afuera esperando. Ella se acercó hasta él.
—¿Usted es la señorita Rode?
—Sí.
El taxista tomó su maleta y la subió en el baúl del auto. Luego le abrió la puerta de atrás y ella se subió. Escuchó una notificación en su celular y lo sacó de su bolso que estaba encima de sus piernas. Era un mensaje, y de Jorge.
Sintió el corazón en la boca, y cosquillas en sus nudillos. Seguro a él ni siquiera le importaba si ella se iba o no, después de todo, su verdadera familia era más importante, y no lo culpaba.
Abrió el mensaje.
«Hola. Quiero verte.»
Así sin más. Rochel miraba el mensaje un tanto estática. El taxista ya se había puesto en marcha.
—¿Al aeropuerto, verdad?
Rochel solo asintió, sin dejar de mirar el celular. Entonces le dio a «responder», y escribió: «Hoy no. Estoy cansada. Mañana en la mañana»
Envió, y aunque esperó una respuesta a su mensaje, no recibió nada.
Y tal vez todo eso era una confirmación de que estaba tomando una decisión correcta.
○
Cuando aterrizaron en el Jhon F. Kennedy, sintió en ese mismo instante el cambio de ambiente. El lugar estaba atestado de personas en todas direcciones, y aun así sentía todo tan frívolo.
En su bolso tenía poco menos de cien dólares. En medio del vuelo se dio cuenta de que sus ahorros los tenia depositado en pesos, en su cuenta en la isla, y que no había pensado en hacer el cambio a dólares.
Tal vez le haría el depósito a Miranda para que ella después le enviara ese dinero por alguna agencia. Esperaba que con lo que tenía en el bolso le diera para llegar al apartamento.
A la altura de la avenida 119 en Manhattan, estaban unos apartamentos de unos treinta pisos, color ladrillo, con la fachada un poco vieja y unos cuantos balcones cerrados.
En ese edificio se había ido a vivir cuando llegaron la primera vez. Tenía aproximadamente dos años sin visitarlo, y además, más de dos meses sin hablar con su mamá por teléfono.
No era que estaban enemigas ni nada, solo que Rochel se distanciaba de las personas así de repente y por alguna razón su mamá no trataba de localizarla a ella tampoco.
Rochel llegó al piso diez, pero después de tocar en el apartamento nadie abría la puerta. Esperó unos segundos y un señor sin camisa abrió.
—¿Juan?
—¡Rochel! —Iba a abrazarla, pero Rochel retrocedió un paso y extendió la mano en forma de saludo.
—Hola.
—¡Wow, que frialdad! —Se quejó, se arregló el pantalón y Rochel apartó la mirada.
Él no le dio la mano y Rochel al menos estaba agradecida de eso.
—¿Y mami, papi?
—Se mudaron. Te buscaré la dirección. —Se dio la vuelta y desapareció por la cocina.
Rochel esperó en la puerta, él no le había pedido que pasara y ella tampoco quería pasar. No solo porque desde donde estaba no se veía acogedor allí adentro, sino porque a Juan nunca le había tenido confianza.
Lo que fuera, que sus padres dejasen de vivir con él es lo mejor.
Tenía su maleta a un lado, y parece que Juan ni siquiera se había dado cuenta cuando volvió con un papel con la nueva dirección.
—Gracias. —Rochel miró el papel, el lugar estaba un poco apartado y no le había quedado mucho dinero—. ¿Me dices cual estación es más conveniente? Me gustaría irme en tren.
Juan sacó de su bolsillo un billete de cien dólares, y se los extendió a Rochel.
—Llega allá, después me lo pagas. Abajo están unos números de taxis, en las escaleras. —Señalaba con su quijada, y le podias ver la barba incipiente que venía creciéndole, debía ser un poco mas joven que Jorge, de unos treinta y algo, que ella pensara en Jorge fue como irse muy lejos del lugar, solo la voz desagradable de Juan la trajo de vuelta a la tierra—. ¿Tienes roaming?
—Sí, gracias.
Tomó la empuñadura de su maleta y se dio la vuelta para tomar el ascensor hasta el último piso.
○
Jorge estaba en su oficina. En su escritorio habían unos papeles, que el pretendía mirar, porque no lo hacía, ya que sus pensamientos estaban muy lejos.
Unos tacones lo despertaron, y por alguna razón, al ver a Margaret se dio cuenta de que esperaba ver a alguien más.
—Tengo una noticia para ti. —Ella sonreía, y no podía negar que se veía su esfuerzo en verse bonita esa mañana del lunes. Siempre ella lo era, al natural o arreglada, pero ese día, podía sentir que se había esforzado de más, y él no era muy fanático del maquillaje, más en los ojos y en toda la cara.
No sabía muy bien si se había acostumbrado a ver la cara al natural de Rochel todos esos meses cuando a su esposa se le había ocurrido prohibir el maquillaje. Pero de lo que si estaba seguro era que le gustaba verle los labios a Rochel temprano en la mañana, rosa muy pálido, y que cuando ella se diera cuenta de que él la estaba mirando se le pusieran los labios blancos.
¿Acaso le tenía miedo?
Tal vez no a él, sino a que descubrieran su secreto.
El de ellos dos, es decir.
—¿Cuál es?
—Vengo del hospital, me hice una prueba de embarazo. —Se movió el cabello—. Con razón he estado sintiendo tantos mareos: estoy embarazada.
—¿Un embarazo a tu edad? —Fue una respuesta automática, sin mucha emoción. A la primera, tomó el asunto superficialmente porque tal vez pensaba que ella estaba jugándole una broma.
—¿Qué quieres decir, amor? —Margaret preguntó—. Un embarazo, sí. ¡Tendremos nuestro tercer hijo!
Jorge se levantó de la silla, y caminó a la puerta de salida dejando a Margaret sola en la oficina. Margaret se quedó mirando la puerta cerrada, y la verdad es que se siento terriblemente mal. Ni siquiera le había dado un abrazo o algo. Puso los labios en línea recta, y se pasó la mano por el cuello.
Su respuesta fue huir de su presencia. Y solo por ese lapso de segundos se sintió así, luego se sacudió ese ánimo, salió de esa oficina, con su misma sonrisa y con su mirada en alto.
Eran cerca de las doce, y Jorge entraba al comedor de la empresa. Iba por un jugo, o un té, cualquier cosa; la noticia que le había dado Margaret le habia secado la garganta.
Pero... estaba feliz.
No había cosa que más amara en la vida que sus hijos, aun recordaba con viveza la emoción de esperarlos, y ahora tendría su tercer hijo.
Al menos, esperaba que fuera un niño.
Sonrió sólo, pasándose la mano por la barbilla. El comedor estaba prácticamente vacío, se preparaban para recibir a los empleados que saldrían a almorzar a las 11:55am.
La verdad es que, la empresa tenía como política el tener el comedor con comida económica, por el simple hecho de que le salía más costoso a la empresa que sus empleados se trasladaran a comer a otros lugares, y perdieran tiempo en la calle. Además, era una entrada de dinero líquido diario.
—Papá, hola.
Jorge buscó la voz de su hija, ella venía con Ollie. No le agradó eso, pero no hizo comentarios.
—Erín.
—¿Qué te sucede? Parece que viste un fantasma. —Sonrió mirando a su papá, luego miró a Ollie.
—Suerte que los fantasmas no existen. —Comentó Ollie.
Jorge, con un movimiento de cabeza, estuvo de acuerdo con él, pero no dijo nada más sobre el tema, solo se despidió y buscó el agua para ver si podía hacer digestión de la bomba que su esposa le había lanzado así sin más.
Pensó en Rochel, en cómo ella se tomaría la noticia. Evitaría decírselo, por el bien de ellos dos juntos.
De todas formas, si Rochel estaba faltando al trabajo Jorge no se daba por enterado, toda esa semana había sido exhausta, y después de que ella le dijera que no lo quería ver esa noche, no estaba en el humor de andarle detrás.
Y Erín, si bien se había dado cuenta de la ausencia de Rochel, no se había preocupado hasta que hubo llegado el viernes, que estaba en su oficina sentada y veía como llovía afuera. Eran las cuatro de la tarde y ya quería irse a casa.
Mientras tomaba esa decisión, también el asunto de no haber visto a Rochel, ni haber recibido una llamada de su parte le había descolocado un poco. Hasta pensó que todo se debía a que estaba muy estresada por la semana de preparación del gran evento.
Pero eso lo pensó el lunes, y estaba bien, el martes, le dio igual. El miércoles estaba molesta, porque debió enviar una excusa o algo. Ya el jueves, había decidido que si Rochel volvía por esa puerta la iba a despedir de inmediato. Y la iba a llamar, pero después se arrepintió de eso. Ya era viernes, y estaba indecisa, no tenía idea de que decisión tomar.
La visitaría, pero lo único que sabía de su dirección era que tomaba el metro en la Joaquín Balaguer.
Pensó en que seguro vivía en un lugar un poco incómodo, o que ella no se sentía muy bien. Todo eso le pasaba por la mente.
Como no podía tomar una decisión, subió a la oficina de su padre.
La recepcionista ni siquiera estaba ahí para anunciarla, así que ella recurrió a la antigua.
Tocó dos veces la puerta.
—Es Erín.
—Pasa, Erín. —Su papá le respondió.
Al entrar, el escritorio de su papá estaba lleno de papeles de nuevo. Él estaba sentado, con una mano en la quijada y la otra en el mango de la silla.
Su mamá, estaba sentada en el sillón del lado, con un moño, recogido, y sosteniendo su cabeza con su mano.
—Que buen momento para llegar. —Su mamá le dijo—. Hablábamos de tu hermanito.
—Que bien. —Erín no sabía cómo sentirse sobre todo ese lio de su mamá embarazada a los cuarenta años. Solo sabía que le preocupaba un poco porque iba a ser un embarazo riesgoso por su edad. Y ella parecía no darse cuenta de esos peligros.
De igual forma, cuando Margaret le dijo la noticia, ella solo sintió eso, y se lo dijo, y como su mamá no lo tomó muy bien, y lo tomó como si fueran celos de parte de ella, decidió no volver a hacer ningún comentario sobre ese embarazo, al menos ninguno que emita su opinión sobre eso.
—Buenas tardes Erín, ¿Cómo has estado? —Su papá le preguntó, introduciendo otro tema, como su bienestar general.
—Confundida. No tengo idea de por qué no he visto a Rochel en toda la semana. Quisiera visitarla, pero no sé dónde vive.
—¿La llamaste? —Su papá le preguntó... en esos momentos tenía toda su atención.
—No, me da rabia que no me llamara.
—Pues qué raro, al menos esa niña debió llamarte. ¿Quién sabrá donde esté? Seguro se escapó con un muchacho.
—¿Cómo vas a decir eso?
—Sí, ¿Cómo dices eso? —secundó Jorge a su hija. Si Rochel no aparecía, era que algo le ocurría. En esos momentos solo quería salir disparado de esa oficina, llamarla, ir a su casa, y verificar que todo estuviera en orden.
—Quizás es que ya no quiere trabajar conmigo. —Erín comentaba, un poco herida por ese pensamiento.
Jorge llegó a la conclusión, de que, si eso era verdad, eso le convenía, porque su relación iba a ser mejor.
—No te preocupes por eso Erín, ya veremos cómo resolvemos eso.
—Sí, de todas formas, ya me voy a casa. No voy a mentir que me tiene un poco desanimada su desaparición.
—Si está desaparecida, pues hay que ir a la policía. —dijo Margaret.
Erín resopló y después solo salió de la oficina.
Esa tarde al salir de trabajo Jorge condujo directo al apartamento, y al llegar comprobó de que estaba vació todo. Y que faltaban ropas en las gavetas y armarios. Como si ella se había mudado.
Maldijo de repente, empujando un mueble de la sala.
¿Cómo desaparece sin decirle nada a nadie?
Se sentó en el sofá que había pateado de la sala. Se puso a pensar y a reconstruir todo el fin de semana. Prácticamente lo último que recuerda es verla hablando con Ollie en la fiesta de lanzamiento con Erín.
Y el mensaje, de que no lo quería ver.
Desde ese momento se debió haber dado cuenta de que algo extraño estaba ocurriendo, es porque Rochel no lo iba a rechazar así como así.
Ella estaba loca por él y temblaba solo de verlo. Inclusive solo si hablaba, y no con ella, y estuvieran en el mismo salón, y no le importaba ponerse en evidencia incluso frente a Margaret cuando estaban trabajando en el día de Erín.
Si ella no lo quería ver esa noche, desde ese momento estaba rara.
Debió al menos llamarla de inmediato.
Volvió a la habitación y reviso las gavetas. Se la había quedado un cuadernito de agenda telefónica y al verlo por encima estaba lleno de números con nombres de personas que no conocía.
Pensó que tal vez eso era razón para no haber llamado, si se había ido, no tenía los números. Aunque bien los podía tener registrados en el celular, como hacían todos los de su generación.
Se llevó la agenda y la seguía ojeando mientras bajaba en el ascensor. Se acercó al muchacho del lobby y pidió información sobre la inquilina del departamento. Como él era quien pagaba esa residencia, él fácilmente le dijo que no había visto a nadie desde el lunes. (Aunque estaba prohibido comentar las salidas y entradas de los inquilinos).
Entonces, de otra forma más atrevida le pidió los videos de seguridad de la noche del sábado en adelante.
De las cámaras en el ascensor, en el pasillo de su departamento, y en el lobby.
El recepcionista le explicó que eso no estaba disponible al público, que inclusive si la policía lo necesitaba debían de esperar unas 48 horas laborables.
Ante esa respuesta negativa, Jorge solo metió la mano en sus bolsillos y sacó un billete de quinientos pesos.
Tan solo con eso bastó para ver los videos, y básicamente no había mucho. Ella estaba sola la madrugada del domingo, y bajó con unas maletas y se subió a un taxi. Para su desgracia, no se veía bien la placa del taxi, pero si la compañía.
Se fue del lugar con la agenda, y ya eran las seis de la tarde. Se detuvo en un semáforo en rojo. El tráfico estaba totalmente congestionado por ser hora pico y ser la gran metrópolis. Para rematar, era fin de semana largo y parece que la gente saldría a vacacionar.
Su teléfono sonó. Era Margaret, lo dejó sonar y tomó la agenda.
—¿Cómo era que se llamaba...?
Su amiga, la bajita pálida de cabello corto... tenía el nombre a punta de la lengua, sabía que era algo con M.
Por eso saltó a la letra M y leyó los números, encontró a Miranda con su número de teléfono, correo, fax, y hasta dirección.
Como el teléfono había dejado de sonar iba a llamarla, pero después dedujo que si Rochel estaba con Miranda su amiga, ella no le iba a decir y se iba a esconder.
Así que cuando por fin un oficial de tránsito le dio el paso, tomó la desviación hacia la carretera las Américas y se dirigía a La Romana, a la dirección de Miranda.
○
El papá de Rochel había logrado llevarse a su familia a los estados en el momento en que todos estaban pasando por una crisis económica terrible. Básicamente solo había conseguido para el pasaje y no tenía nada más.
Su hermano postizo era quien los estaba manteniendo, y estaban todos arrimados en su apartamento en la manzana ciento y algo de Manhattan.
Era claro que la estaban pasando mal. Ninguno trabajaba y eran demasiados.
A Rochel se le notaba en el rostro su discomfort. Un día había salido en busca de un trabajo en la mañana y había vuelto en la noche con un trabajo en una tienda de comida rápida que el viaje allá era de una hora.
Se le veía en su rostro la desilusión, la rabia y el cansancio. Y para rematar, llegar y ver peleando a su tío con su mamá la hizo resignarse a todo.
Desde ese día era obvio que la habían perdido.
Su papá estaba consiente de todo eso, y quería también reventarle la cara a su hermano postizo, pero lamentablemente ese incidente debían dejarlo pasar. Porque Rochel haciendo dos dólares por hora y gastando la mitad de su suelo en pasaje para llegar al trabajo no iba a mantenerlos ni pagar una renta.
No aguantó ni dos meses así.
Para su papá, que se fuera, fue una gran desilusión. No estaba de acuerdo en que ella se fuera después de que él había hecho ese esfuerzo en traerla a vivir a los Estados Unidos.
Dizque a trabajar a la isla, y vivir sola, enfrentar todos esos peligros y no tener ni siquiera familia cerca.
Sin embargo, no había mucho que hacer para detenerla...
Y aunque aún estaba un poco lastimado con su decisión, verla volver en la puerta de su casa, no dudó en dejarla entrar.
Al entrar ella se sinceró de inmediato en los brazos de su mamá, y él sintió como que se le rompió el corazón porque sabía que ya la habían lastimado donde estuvo durante esos años fuera, y él no detuvo nada.
Después de que se fuera, consiguió un trabajo cómodo, más de un año de ahorrar, pudieron conseguir una casa muy buena, con una renta cómoda, en Brooklyn, y cerca de su trabajo.
De cierta forma, Rochel sentía cierta nostalgia en el ambiente. Tenía unos pants y un abrigo de algodón, sentada en el living room frente a la televisión apagada. Su mamá estaba en la cocina preparándole algo de cenar a su papá, que acababa de llegar de trabajo y se daba un baño.
Rochel llamó a Miranda por facetime. Para Miranda, el hecho que se fuera así impulsivamente, la sorprendía demasiado. Pero de alguna forma le alegraba saber que Rochel estaba rindiéndose en su plan con el señor Jorge.
Miranda estaba en su habitación, sabía que su marido estaba jugando un videojuego sentado en el sofá de la sala del departamento.
Él estaba muy entretenido hasta que escuchó el timbre de la puerta. Un poco extrañado, porque eran las siete de la noche, abrió la puerta, y encontró a un hombre ensacado, con la camisa abierta en los primeros botones y con el rostro un poco agotado. Debía rondar los cuarenta años, pero se veía que era de buena vida.
Armando no tenía idea de qué hacia ese señor en la puerta de su departamento, así que su primera impresión fue de que el extraño se había equivocado, e iba a proceder a comunicárselo, sin embargo, el extraño se dispuso a hablar primero.
—Hola. Vengo en busca de la señorita Miranda.
Armando lo miró de nuevo, alzando una ceja. —¿De parte?
—Es su jefe, bueno, su antiguo jefe. Trabajaba para mi esposa.
Ante tal afirmación, Armando bajó un poco la guardia. Dio un paso hacia atrás y miró en dirección para la sala,
—¡Miranda, te buscan, es importante!
Miranda en su habitación, salió en sus batas con el celular aun en la mano. Pero cuando vio al señor Jorge se paralizó.
Rochel notó que hubo algo raro porque Miranda solo venia riéndose con ella, y cuando alzó la mirada de la pantalla borró la sonrisa, volvió a mirar la pantalla y colgó la llamada.
Así que Rochel se quedó con esa duda.
Miranda miraba al señor Jorge en la puerta de su departamento y se preguntaba allí parada, ¿Cómo le había hecho Rochel para capturarlo de esta forma?
Solo se susurró algo para sí misma mientras una sonrisa caprichosa le cruzó los labios.
«Maldita suertuda.»
Nota: Se mantiene lo de: "sin días específicos de actualización", pero al menos cada día voy poniendo granito de arena y moldeando las cosas para que salgan exactamente como quiero y que no se me escape nada.
Quiero llamar a su antencion, que yo sé que en caps anteriores se menciona que el papá de Ro tenía una casa en USA, pero eso ha sido modificado, era el apartamento de su tío.
Por favor recuerden que esto es un borrador y no un trabajo finalizado. Gracias por todo, por la paciencia y por leer♥
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