Capitulo 15: Quiero que lo hagas tú.
Rochel estaba subiendo su última caja a la cabina del taxi cuando su teléfono sonó violentamente en su bolso. No tenía trastes, ni nada. Todo le pertenecía a Miranda, y era obvio que ella no se llevaría nada de eso.
Solo tenía una caja con pertenencias como maquillaje y prendas, todo lo demás estaba en dos maletas. La casa la habían entregado ya con todo y llave. Al salir, pegaría el candado y allí se acabaría esa etapa de su vida.
Consiguió una pequeña pieza en una parte de la ciudad, ni tan mala, ni lo suficientemente buena. Pero si cómodo para una mujer soltera. Al final, Miranda consiguió un apartamento mucho más pequeño, pero de seguro más cómodo que el de Rochel.
Lo bueno era que su nuevo hogar, venía con una cama, una sala junto a la cocina semi amueblada, y el baño al menos era pasable.
Después de buscar su teléfono, encontró el mismo en el fondo de su bolso, cuando cerraba la puerta del taxi y el conductor conducía a su nuevo hogar.'
—¿Hola?
—No vuelvas a hacer semejante cosa, ¿escuchaste?
Rochel frunció el ceño. —¿Jorge?
—¿A qué piensas que juegas?
—Lo siento, no sé qué hice.
—¿Decirle a Margaret que vas a salir del país?
—¿No es eso acaso cierto?
—¿Estás buscando que ella se entere de lo nuestro?
Rochel sintió una sensación quemarle el pecho. Lo nuestro. Entonces ellos tenían algo.
—No, definitivamente no —dijo seria.
—¡Pues no lo vuelvas a hacer!
Rochel alzó ambas cejas. —¿Qué se supone que tenía que decir? Ella quería verme mañana.
—No decirle nada. Decirle a tu jefa Erín.
Rochel miró por la ventana, de pronto, el cielo se estaba poniendo oscuro, eran casi las siete de la noche.
—Mira, todo lo exageras. Solo le dije la verdad. La paranoia acabará contigo. —contestó calmada.
Rochel escuchó su respiración. —Si sigues siendo torpe, esto no podrá ser.
Entonces le colgó. Rochel se quedó mirado al frente, notó que el conductor del taxi le miraba por el retrovisor. Apartó la mirada. ¿Por qué la miraba como si le estuviera acusando?
Al llegar al lugar, el taxista decidió ayudarla con sus cosas hasta la segunda planta donde viviría. Era un gran edificio de dos niveles, en cada planta, había cuatro apartamentos. El suyo era el segundo después de subir las escaleras. No conocía a sus vecinos ni tenía ganas de hacerlo.
Abrió la puerta de su apartamento, y el señor taxista dejó las maletas a la entrada. Rochel odió su cara, tenía el sentimiento de pena, que de un apartamento grande y lujoso se haya mudado a esa cosa.
—Gracias. —se despidió. Cerrándole la puerta. Exhaló con muchas ganas cuando solo se quedó ella en silencio, miró al techo del apartamento y sintió ganas de llorar.
Tener que mudarse, Jorge regañándola como si fuera una niña... estaba estresándose de la nada.
Tomó sus maletas y las arrastró hasta su única habitación. Esa cama lucia espantosa. Tuvo que ponerle varias sabanas encima para sentir que no dormía en un basurero.
Definitivamente compraría una cama nueva, aún aunque lo financie. El dinero que tenía ahorrado lo había usado para los depósitos y comida.
Pero necesitaba esa cama.
Sacó solo un par de mudas para el viaje con Jorge. Era una locura. Casi no pudo dormir en toda la noche.
Al otro día, a las seis de la mañana, un número privado le llamó. Un señor enviado por Jorge quería saber su exacta dirección.
Estaba claro, que antes de Rochel darle su dirección llamó a Jorge en número privado a su celular. Cuando obtuvo su confirmación, esperó que el señor llamara y le dio la dirección.
Salió de su nuevo hogar a las siete de la mañana y aun no conocía a sus nuevos vecinos.
El señor le dio los buenos días y le pasó un vaso de café. Rochel le sonrió. Llevaba un vestido color marrón claro y unos zapatos de tacones cortos. El cabello recogido y un poco de maquillaje. Tenía su pasaporte en su bolso y el señor recién le pasaba su boleto de avión. Nunca había viajado en primera línea.
Era increíble.
También era su primera vez visitando Francia.
Llegó al aeropuerto y siguió las instrucciones dadas por el señor. Hizo el chequeo temprano así evitaba toparse con Jorge y su esposa allí. Se quedó dentro en la sala de espera. Al llegar a Francia, un botón con su nombre la llevaría al hotel donde se hospedaría.
Jorge tenía otros planes. Primero se despediría de su esposa y después tomaría el avión. Inmediatamente, una comisión de la empresa en donde tendría sus reuniones, le recibiría, y lo llevarían a una bienvenida en un restaurante.
Era claro que no podía andar con Rochel. Esas personas conocían su familia. Si aparecía con una joven tan atractiva como ella, los rumores llegarían a su hogar en seguida. No se lo podía permitir. Después tendría tiempo para Rochel.
Pero primero los asuntos de trabajo. Era importante cerrar las negociaciones con los inversionistas franceses.
Rochel subió al avión y no vio a Jorge. Era increíble, porque, llevaba unos meses conociéndolo y ya le tenía confianza así. Pero no se podía confiar tanto en un hombre que engaña a su mujer.
El viaje duró casi las nueve horas, al llegar estaba cansada y entumecida. Hizo el chequeo y esperó su maleta en el área. Mientras esperaba, vio de reojo a Jorge, vestido con un pantalón de tela y una camisa a cuadros azules hablar con una joven del aeropuerto, detrás de él, alguien llevaba sus cosas.
Le dio deseos de saludarlo, pero por algo él la había enviado muy aparte de él.
Lo admiró en silencio. Tenía una forma muy natural de caminar. Le quitaba la respiración. Su cabello desde donde estaba se veía tan suave y quería tocarlo de nuevo. Entonces sus ojos azules la voltearon a ver y ella se quedó quieta, mirándole. Sentía todo un revoltijo en su cuerpo, y entonces sonrió, no le podía gustar más ese hombre.
Él le sonrió tímidamente y siguió caminando, ella vio su maleta y la tomó.
Entonces caminó por la puerta de salida del aeropuerto, un señor uniformado de rojo y negro tenía el nombre "Rochel Rode" escrito en un pequeño cartón.
Ella le sonrió al botón.
—Hola.
—Mademoiselle, ¿Rochel? Bienvenida a Francia belle.
—Gracias. —Le sonrió—. Es un placer.
El botón le sonrió al ver que ella le respondió en francés.
Entonces le mostró el camino y la guió a un auto negro y ella se subió. Su maleta, por supuesto, el botón se había encargado de ella.
Al llegar al lugar, se encontró a sí misma en el lobby de un hotel increíble. Mantenía la boca cerrada pero por dentro ya su quijada estaba en el piso. Le dieron la tarjeta de su cuarto de hotel y una copa de champan.
Le enseñaron donde estaba su habitación y le invitaron a comer, pero ella decidió quedarse en la habitación.
Era una con cama doble. La habían preparado con esmero. Sus cosas ya estaban allí.
—Dios mío, Dios mío. —expresó emocionada. Casi le dio pena que esto solo sería por un par de días, y que al volver a casa, volvería a la casita que ahora era su hogar.
Se dio un baño en la bañera para probar las sales de baño, y se vistió con un vestido de tela sencilla color lila oscuro. Unos pendientes negros y un pintalabios muy ligero, rosado.
Estaba consciente del irresistible aroma que había dejado en ella los productos del baño, y de lo perfumado que estaba todo. Se bebía una copa de vino cuando le tocaron su puerta, y después, un Jorge con saco y corbata abría la puerta.
—Wow, luces cansado. —Rochel le sonrió—. Mira, aquí la vista es fantástica. —Abrió la cortina y realmente lo era, el estilo mediterráneo, los sonidos de una ciudad que se preparaba para no dormir.
—Tal vez mañana te lleve a conocer lugares, ¿es tu primera vez aquí? —Le respondió con calma, con un asomo de sonrisa en los labios.
—Uhm, sí —dijo.
—Pues enhorabuena.
—Enhorabuena —repitió, quitándole la corbata con suavidad, acariciando después su cuello, y quitándole los botones a la camisa. Para ella era irresistible escuchar lo pesada y profunda que era su respiración.
Le quitó el saco, y lo dejó a un lado. Lo invitó a sentarse en uno de los sofás y decidió masajear sus hombros.
Sus hombros estaban tensos y realmente lucia estropeado.
—Lamento de nuevo no llevarte a salir esta noche, no te quiero aburrir.
Rochel dejó de masajearlo y se sentó a su lado. —Jorge, también podemos pasar tiempo juntos, solo hablar.
—No siquiera puedo hablar. Muero de sueño. —Se levantó y sacó su celular del pantalón—. Estos clientes son muy estresantes, no es tu culpa. —dijo al ver la expresión en el rostro de Rochel, quien simplemente subió y bajó las cejas.
—Lo comprendo.
—Esta gente es complicada, hay que aguantarle todo para que su respuesta sea positiva. Mañana nos veremos en un desayuno, y después te vendré a buscar para ir a almorzar, conozco un bonito restaurante.
—Los planes suenan fantásticos, mientras tu estas en negocios, yo daré una vuelta por la piscina y tal vez caminé un poco, seguro hay guías turísticos por aquí. —Rochel miró a la puerta cerrada del baño. Realmente era cierto. Estaba en Francia con Jorge. Su corazón empezó a latir rápido.
Jorge se acercó a Rochel muy cerca. —¿No te he dicho que te quiero enseñar yo la ciudad? No quiero ningún guía turístico contigo, ni nadie, no confíes en los franceses, su especialidad es hacer el amor.
Rochel se mordió el labio inferior. —Pero yo solo quiero que me lo hagas tú. —Le besó la mejilla despacio, cruzando sus brazos por su cuello. Después con una caricia quitó sus manos—. No creas que te seré infiel.
—No me quiero arriesgar. —Exhaló, juntando sus labios con los de ella suavemente—. Quédate aquí.
Ella se alzó de hombros inocentemente. Ella lo volvía loco.
—Está bien. No saldré del hotel.
—Mañana en la noche, te llevaré a la cena.
—¿Y si nos descubren?
—Vas a ir, pero no conmigo. Déjame tu pasaporte, para mandarte a hacer una invitación.
Rochel se levantó del sofá, fue a bolso y buscó allí la carpeta donde tenía todos sus documentos, le pasó su pasaporte a Jorge, parándose a su lado. Así la diferencia de sus cuerpos era mas notoria, él era mas alto que ella, y su espalda era ancha y fuerte. Ella en cambio tenía esta figura pequeña y curvilínea que lo desenfocaba, y más con ese vestido que en su piel se veía tan suave.
Tomó el pasaporte y lo abrió. La foto que tenía era de una Rochel mucho más joven, miró su fecha de nacimiento e hizo los cálculos.
Ella tenía veinte años.
Es verdad que se veía joven, pero no pensó que ella era tan joven. Le doblaba la edad. Cerró el pasaporte. —Bien, con esto haré que te inviten.
Rochel sonrió. A Jorge le gustó su sonrisa, pasó su mano en su cintura y la atrajo hacia su cuerpo, con su otra mano le alzó la quijada y la besó. Olía estupendo. El beso fue más profundo, mientras el abría su boca e introducía su lengua, hasta que la escuchó gemir entre el beso y empinarse más a su cuerpo. Entonces él se apartó.
—Mañana me voy temprano. —Se alejó hasta la mesita para guardar el pasaporte de ella.
Rochel, aun de pie, sonreía mirando al piso mientras estaba sonrojada de pronto. Y el corazón le latía a mil. Si las cosas siempre fueran así... por un momento deseó algo que nunca iba poder ser suyo por completo.
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