Capitulo 10: Una noche.
Capítulo 10: Una noche
Eran las once de la noche, faltaba solo una hora para despedir el año y ellos estaban en algún lugar muy lujoso, exclusivo y privado. Era más de lo que Rochel podía pagar aun si juntaba todos sus ingresos de un año. Nadie miraba a nadie porque los salones eran privados.
Le prepararon una mesa con un fino mantel color champagne y un sobretodo vino. Unas velas encendidas en unas hendiduras que había en la pared.
Había una música de violín al fondo, muy excitante para el ambiente.
Para la ocasión, vestían formales. Demasiado. Ella con un vestido largo, el mismo de la cena de los empleados, porque él le dijo que se había quedado con el deseo de verla de nuevo así, pero de cerca. Él tenía traje.
Al camarero que les atendía le parecía que eran recién casados, si ese no fuera el lugar preferido de los infieles para engañar a sus conyugues estuviera seguro. Pensó que hacían bonita pareja, si pensaba así, no lo dio a demostrar con su rostro. Las reglas era no socializar con los clientes, servirles los platos y desaparecer para dejar privacidad.
Al terminar la cena ligera, Jorge le pidió que bailara con él. Se levantaron en el salón y él puso su mano en su espalda baja, y la otra agarrando su mano.
Hasta ese momento, todo se sentía correcto. Nadie estaba engañando a nadie, pues solo era una cena y un baile. Que estuvieran escondidos era solo para evitar escándalos. Jorge no dejaba de mirarla a los ojos y ella tampoco. Se sentía prendida a sus ojos azules.
—¿Por qué me mira así? —le preguntó de repente.
—Solo quiero disfrutar esta noche contigo. —Le dio una vuelta—. Eres una joven muy hermosa. Le caes muy bien a Erín, seguro ve lo que yo veo.
—Gracias señ... Jorge, gracias. —respiró pesadamente. Queriendo no reprimirse y decir lo que pensaba de él.
—Quiero saber más de ti, me dijiste que te gustaba hablar de ti.
—No tengo mucho que decir. Parece que soy buena metiéndome en problemas y solo quiero vivir una vida promedio.
Él se relamió los labios, mirando los de ella mientras hablaba. Su carita de ángel, sus ojos grandes y sus labios provocativos, ¿hasta cuándo podía contenerse?
—Te vi hablando con mi sobrino Mauricio en la cena de los empleados.
—Así es, yo estaba como un pez fuera del agua. —Bajó la mirada.
—¿Tienes algo con él? —preguntó serio, pero parecía... ¿celoso? Él debía saber que su sobrino tenía novia.
—La verdad es que hasta el momento no recordaba su nombre. —Se rio, y él se rio con ella. El bajó un poco más su mano de la cintura de Rochel, y le acercó más a él con suavidad.
—Te fuiste antes de la cena, desde ese día me has dejado con las ganas de bailar contigo.
—Suerte que ya bailamos. —Aseguró—. Es una pena que será nuestro último baile.
—¿Por qué decidiste irte conmigo en la Esquinita, cuando te invité? —preguntó luego de unos segundos. Se había puesto un aire de seriedad en el ambiente. Recordar el suceso a Rochel la puso volátil. Se sintió deseosa de un encuentro así, con el con sus manos en su cintura, deseó tener la gallardía de pedírselo.
Lo olvidó todo, el arrepentimiento, el miedo, en ese momento un deseo voraz por estar con él se apoderó de su cuerpo y no tenía tiempo de medir consecuencias.
—Supongo que usted me gustó demasiado. —Susurró sin apartar su mirada—. Me imaginé todo tipo de cosas, acababa de llegar y lo más que quería era divertirme con alguien. —respiraba profundo, su voz plagada de deseo—. Usted me hipnotizó. —Le miró los labios—. Tenía una pinta de buen amante, tal vez hasta soñé con que me pediría mi número y saldríamos otras veces. Supongo que sospeché que algo andaba mal en el momento que no me dijo su nombre ni me dio su número, que me dejó en casa después de hacerme el amor.
—¿Te molestó eso?
—Siempre he sabido que algunas mujeres son sugestionables. Me dejé sugestionar por mí misma, la realidad es que un ligue de un bar nunca será cosa seria. Quería sexo y lo obtuve, con un tipo que era muy guapo.
Él sonrió. —Me gusta tu forma de pensar. —Tanteó—. Te fuiste de la cena cuando me viste con Margaret porque estabas celosa.
—No estaba celosa, solo me sentía incomoda de estar en ese salón, y de mirarlo y codiciarlo y saber que su esposa estaba a su lado y que yo estaba siendo una chica mala.
—No voy a negar que me gustan las chicas malas.
Rochel se mordió el labio desesperada. —No sentía celos. Solo envidia. —admitió. No se reconocía. La fragancia de él invadía sus fosas nasales. Si seguían bailando le iba a pedir que le hiciera el amor.
—La misma que sentí al verte tan hermosa, dándole esta vista espectacular a Mauricio mientras estabas con él. —señalizó, mirando sin cuidado el escote que el vestido dejaba ver. El nacimiento de sus senos lisos, claros, y la muestra de que no llevaba sostén era sugerente.
—Ojalá me gustara su sobrino, pero no es el caso, y me temo que tiene una novia.
Jorge acercó a Rochel, se inclinó un poco, y sus alientos chocaron, Rochel tenía la boca entre abierta, esperando que el roce de sus labios se volviera en un beso.
—¿Cuáles son sus planes Jorge?
○
—¿Qué hago si me gusta señor?
—Olvídame después de esta noche. —Le respiró en el cuello mientras le bajaba el zíper del vestido, empezó a besarle allí.
—¿Cómo lo olvido? —jadeó ante las manos frías en su cuerpo. Le había quitado el vestido que se deslizó y demostró su piel lozana y nada debajo.
—Bendito Dios.
Dio la vuelta y admiró su desnudez.
—Eres hermosa Rochel. —Susurró mientras se quitaba la camisa con prisa—. Inspiras tanto.
Se acercó despacio, deslizó sus manos por su cintura y la acercó a su cuerpo semidesnudo. Rochel podía sentir el frio de la hebilla de la correa de su pantalón en su vientre. Se besaron despacio, con una pasión que parecía de años.
Le soltó el cabello y su melena cayó a tímidamente sobre sus hombros y casi a sus senos. Continuaron el beso, cada vez más necesitado, más furioso, se les iba el aliento.
Rochel le quitó la correa como pudo, acarició su línea v deseosa de que se lo quitara todo.
Detuvieron el beso violentamente y se miraron a los ojos. Continuaron. Jorge la empujo con suavidad a la cama, y se quitó lo que quedaba de ropa.
En esa habitación, la pasión que existía parecía pura, electrificante. Era como si se necesitaran para saciar un deseo pasajero. Como si siempre se habían conocido de toda la vida. No había espacio allí para pensamientos de que lo que estaban haciendo estaba mal en alguna forma.
Ni de los corazones que iban a romper, o las amistades que iban a destruir. Solo allí estaba el deseo desmedido de tener una noche que satisficiese sus necesidades, y quemarse los dos.
Era un vicio peligroso, el de no saciarse del placer más codiciado del mundo.
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