V
Grandes gotas de sudor corrían por las mejillas del sacerdote. Llevaba dos horas moviéndose de un lado a otro de la habitación, tratando en vano de expulsar al demonio.
Después de muchos estudios en el hospital, los doctores solo confirmaron lo que ya todos sabían, no tenían ni idea de lo que estaba sucediendo. El termómetro marcaba más de cincuenta grados, pensaron que se había estropeado, pero con cada aparato que usaron marcaba la misma temperatura. El suero intravenoso entraba a raudales en su cuerpo, al igual que los jugos, bebidas deportivas y agua, pero nada parecía contrarrestar la severa deshidratación que presentaba. Trataron de enfriarlo con hielo que se evaporaba al contacto con su boca, era algo inaudito, algo que escapaba de las explicaciones médicas y del conocimiento humano. No fueron capaces de sacarle sangre siquiera, las jeringas plásticas se derritieron cuando la sangre entró en ellas. Un medico terminó con quemaduras de primer grado y el guate de látex adherido a su piel.
En contra de las indicaciones de los médicos, sus padres lo sacaron del hospital y lo llevaron a casa. Hanz les contó sobre la voz que le hablaba en su cabeza, sobre los terribles sueños que no lo dejaban dormir y sobre la información que las hermanas le habían dado. Ocultó el hecho de que lo torturaron involuntariamente la noche anterior y solo mencionó que las vio en un sueño, pero eso fue suficiente para convencer a su madre que era un demonio lo que estaba causando todo eso. Su padre fue más escéptico, pero ante la insistencia de su esposa no tuvo mas remedio que ponerse en contacto con un sacerdote especializado en exorcismos para que tratara de curar a su hijo.
―En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, yo te lo ordeno demonio, abandona este cuerpo y deja a este casto discípulo del señor. ―Una nueva salpicadura de agua bendita y el padre nuestro cantado en latín por veinteava vez. Hanz estaba acostado en su cama, sudando mucho más de lo que debería permitirse a alguien deshidratado. Todo lo que intentaba el religioso era inútil, no mostraba una sola reacción.
Esperaba retorcerse y gritar, que su voz cambiara y se pusiera a insultar al sacerdote y a burlarse de él, como había visto en las películas y como sucedió la noche pasada con las hermanas. Las burlas y el rechazo del demonio estaban presentes dentro de la cabeza del chico. La comunicación entre ellos era cada vez más común.
―¿Quieres decirle a este malnacido que deje de hacer eso? Sí continua me encargaré de que su alma reciba un trato especial en el infierno. ―El terror ocasionado por la maligna voz disminuía en cada ocasión, pero no por eso el chico se mantenía tranquilo.
Sus ojos le ardían, su garganta estaba terriblemente irritada, sus labios se cuarteaban cada vez que movía la boca y la sangre era como tomar café recién salido de la cafetera, abrazaba su tracto digestivo en todo el sentido de la palabra. Su mente estaba tan nublada que le costaba trabajo distinguir lo que es real y lo que no.
―Hanz, escúchame ¿Estás ahí? ¿Puedes escucharme? ―El padre Brownik tomó el rostro del chico y lo acercó a él para poder escuchar su respuesta, pero de la garganta del joven solo salió una tos cargadas de gotas de sangre que bañaron la cara y el pecho del sacerdote, haciéndolo gritar de dolor y retroceder tratando de limpiarse la cara.
Sus padres contemplaban la escena preocupados, El señor Nowak bebía cerveza, después de haberla dejado por años. Su esposa no podía apartar la vista de su hijo con los ojos llenos de lágrimas. Ambos se acercaron para auxiliar al hombre que parecía haberse tranquilizado un poco.
―Esto es inútil, si en verdad es un demonio lo que tiene yo no puedo hacer nada para ayudarlo, no responde ante las oraciones ni el agua bendita. Lo siento, pero debe ser otra cosa, con permiso. ―Pasó entre ambos padres desprendiendo el olor a sudor y ropa quemada.
Hanz solo se enteró de su partida por medio del demonio, que después de recordarle que no se podía hacer nada para sacarlo de ahí, lo dejó solo, sin saber que hora era, si estaba alguien con él o cuando se sentiría mejor. Llegó a pensar en ocasiones que la muerte sería mejor que seguir soportando eso, pero el suicidio no era una opción, el infierno seria algo parecido y no quería pasar el resto de la eternidad condenado a las llamas del castigo.
Sin tener noción del paso del tiempo, la brisa fresca de la noche lo ayudó a sentirse mejor, no mucho, pero lo suficiente para estar consciente de su existencia. Al menos eso pensaba hasta que abrió los ojos y vio sentada junto a su cama a Bian, lo miraba expectante, bebía una lata de té verde con sabor frutal y jugueteaba con una pequeña carta de presentación en la que estaba impresa un hombre de cabeza que en lugar de rostro tenía un cráneo y llevaba dos dagas. Su hermana estaba sentada frente a su escritorio usando la computadora.
Se recostó de nuevo y se repitió que lo que estaba viendo no era real, solo otra alucinación causada por la fiebre. Agitó las manos sobre las sabanas y pateó con toda la fuerza que sus debilitados músculos se lo permitieron.
―¿Es una prueba? He sido una buena persona, no hago cosas malas. ¿Por qué me pasa esto a mí Dios? ―gimoteó.
―Se nota que es la primera vez que te poseen, deja de quejarte y empaca algunas cosas, nos vamos. ―La lengua de la chica era tan filosa como una espada. No se molestó en voltear a verlo, estaba muy ocupada tratando de romper su puntaje máximo en un juego de internet. Que sus alucinaciones hablaran fue más de lo que consideró normal en algo que su mente estaba creando. Se incorporó y se apoyó en el respaldo de la cama, no era su imaginación , en verdad estaban ellas dos ahí.
―Váyanse, llamaré a la policía, no que fue lo que hicieron conmigo en el hospital, pero todo esto es su culpa, si no hubieran hecho enojar a esa cosa no estaría pasando todo esto. ―La ronquera era más que vidente, su cansada garganta suplicaba que le dieran descanso y agua.
―No fuimos nosotras las que causamos esto Hanz, los demonios poseen a las personas porque quieren algo a cambio, hay que sacarlo de ti o seguirá torturándote hasta que le des lo que quiere. ―Tal vez fuera por la fiebre, pero lo que decía tenía sentido, la cosa que estaba en su cabeza no dejaba de repetirle que se rindiera, que se entregara y lo llamaba continuamente portador.
―¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué no solo lo pide y ya?
―Quiere tu cuerpo, es lo que quieren todos los demonios que poseen humanos. ―Terminó su té y dejó la basura sobre el escritorio.
―Pensé que los demonios buscaban las almas de las personas para llevarlas al infierno ¿Para qué quieren los cuerpos? ―Eso no concordaba con lo que le habían dicho toda su vida.
―Por que de esa forma tiene acceso total al mundo físico ―contestó Cai. Dejó la computadora y se acercó a su hermana usando la silla de rueditas. ―Hay muchas cosas que no sabes sobre el submundo y no vamos a enseñártelas ahora. Solo queremos el demonio y no volveremos a verte nunca ¿Entendido? ―Se puso de pie y tomó la mochila que se encontraba recargada contra el marco de la puerta.
―Mi hermana tiene razón, no hay tiempo para explicaciones ahora, ven con nosotras. ―Tomó su mano y tiró de él para ayudarlo a levantarse, pero el joven no hizo ningún esfuerzo por ponerse de pie.
―No esperan que en verdad vaya con ustedes, ayer me torturaron, fue un dolor inimaginable. No las conozco y estoy muy enfermo, debo permanecer en cama. ―Se acomodó entre las almohadas, rehusándose a moverse del lugar.
La más joven hizo un ademan de sacar algo de la mochila, pero su hermana la detuvo con un gesto.
―Tienes razón para desconfiar, no nos conoces y te hablamos sobre demonios y posesiones. Debes creerme cuando te digo que nosotras somos la mejor y casi la única opción que tienes para salvar tu vida. El exorcismo que intentamos hacer anoche debería ser suficiente para expulsar un demonio de tercera categoría y la mayoría de los de segunda. Lo que significa que el que está dentro de ti es uno muy fuerte y corres el riesgo de que te mate. Por lo que veo ya lo está haciendo. ―Sus palabras no lo tranquilizaban, el hecho de que irrumpieran tanto en el cuarto de hospital como en su casa lo asustaba. Si los demonios en verdad existían y uno estaba tratando de apoderarse de su cuerpo, pocas personas podrían ayudarlo. Los intentos del sacerdote no sirvieron para nada y todos creerían que se volvió loco si les contaba sobre eso. Debía confiar en la palabra de esas dos extrañas y acompañarlas a quien sabe dónde.
―No puedo desaparecer, no se a dónde van a llevarme, mis padres se preocuparan y no se si pueda caminar, me siento muy mal. ―Su voz temblaba por el miedo, pedía una y otra vez a Dios que terminara con esa pesadilla.
―Solo será una noche, podrás volver mañana por la tarde, una vez que nos hayamos asegurado que no quedan rastros del demonio en ti. ―Bian sonrió, su expresión cálida le hacía querer a Hanz creerle.
―No te preocupes por caminar, podeos ayudarte con eso. ―Cai sacó una piedra similar a la de la noche pasada. Al verla, el chico retrocedió asustado.
―No, eso de nuevo no. ―Exclamó nervioso.
―Tranquilo, no va a pasar nada, solo te daremos algo de energía para que puedas caminar. ―La chica acercó la roca con un símbolo pintado en rojo, este brillaba de forma muy leve, el trazo era irregular, como si lo hubieran hecho de forma apresurada. Cuando el brillo lo alcanzó se sintió descansado, con energía y menos adolorido. La fiebre y el malestar general seguían presentes, pero ahora sentía que podía ponerse en pie por sí mismo.
―Eso debe ser suficiente. ―Ambas tomaron sus cosas y esperaron a que las acompañara.
El joven tomó las llaves de su mochila, permaneció unos segundos dudando sobre irse. Soltó un suspiro y las guio escaleras abajo, hacia la puerta principal que abrió con el mayor cuidado para no hacer ruido. Cerro con llave una vez más y puso la palma de su mano contra la madera.
―Debo estar volviéndome loco. ―Se despidió.
La calle estaba fresca, lo aliviaba un poco sentir la brisa en el rostro, aunque el viento frio era más difícil de respirar.
―Aun no me dicen a donde estamos yendo. ―Las luces de las ventanas estaban apagadas, debía ser entrada la madrugada. El barrio en donde Hanz vivía era muy tranquilo, era muy raro que algo llamativo sucediera. No encontraron a nadie en el camino al auto.
―Será mejor que solo nos acompañes, mañana todo habrá terminado y podrás olvidar todo esto, no es necesario que sepas más.
―No, si voy a ir con ustedes necesito conocer los detalles, esto va más allá de algo que pueda olvidar pensando que fue un sueño. No iré a menos que me expliquen. ―Se plantó en medio de la calle.
―Está bien, lo decía porque no es algo fácil de digerir, tu mismo no podía creer la existencia de los demonios ayer en el hospital ―explicó.
―Esta vez será distinto, no tiene que ser todo, solo lo que vamos a hacer esta noche. Por favor, para sentirme más tranquilo. ―Cai rodó los ojos y subió al auto.
―Ok, lo que haremos será un exorcismo mayor, para eso necesitamos conocer el nombre del demonio que te poseyó y no podemos solo preguntarle. Iremos con un conocido, nos dará lo necesario para realizar la invocación de un demonio que puede decirnos el nombre de cualquier otro demonio. ―Eso tendría algo de sentido, solo que en realidad no lo tenía.
―¿Vamos a invocar a otro demonio para deshacernos del primero?
―Más o menos, es algo más complicado que eso, pero sí. Sube, es mejor que lo veas por ti mismo. ―Hanz estaba por tomar la manija de la puerta cuando la mujer le puso la mano en el hombro. ―Disculpa a mi hermana, ella no quiere ser grosera, solo no se le da bien relacionarse con las personas.
El chico asintió y entró al auto. El Ford ka modelo 91 apenas encendía, el motor hacia ruidos que preocuparían a cualquier mecánico y era clara la falta de mantenimiento. Avanzó con dificultad hasta entrar en la carretera que conducía hacia Poznań. La falta de vehículos compensó la baja velocidad que alcanzaba el cacharro.
Avanzaron por las frías calles del oeste de Polonia, cerca del centro de la ciudad se encontraba un pequeño distrito comercial. Bian estacionó el auto un par de calles antes y bajaron una mochila que Hanz no había visto cuando entró, parecía pesada.
Entraron al distrito comercial, todos los locales estaban cerrados, no se encontraron con nadie. Casi al final del callejon se encontraba una tienda que llevaba escrito en la parte de arriba "El hombre colgado" adornado con dibujos de estrellas, uno bola de cristal y planetas.
―¿Me trajeron a que me leyeran el horóscopo? Increíble. ―El chico se estaba comenzando a molestar.
―Solo es una fachada, lo que buscamos está en la trastienda. ―Bian usó una llave para abrir la puerta y entraron. Dentro había toda clase de cosas relacionadas con la adivinación, la lectura de cartas, magia y rituales paganos. Era el tipo de lugar que Hanz evitaba y lo sacaba de quicio que la gente fuera tan tonta para creer en esas cosas.
Pasaron el mostrador saltando sobre él. Se sentía como cometer un crimen, los nervios no le estaban ayudando precisamente. Una puerta de madera pintada de rojo los separaba de la trastienda. Puerta que cruzaron sin perder el tiempo, no faltaba mucho para el amanecer. La hermana mayor sacó el mismo libro que en el hospital y se lo dio a su hermana.
―¿Puedes buscar que invocaciones están disponibles esta noche? Hoa. ―Ella abrió el tomo algo molesta.
―Ya te dije que no me llames así. ―Mientras pasaba las paginas el chico trató de leer lo que decía en el libro, solo alcanzó a ver muchos símbolos con forma circular que nunca había visto antes de que la exorcista lo apartara y le dedicara una mirada peligrosa.
El pasillo al que accedieron estaba tapizado con alfombras árabes, sus intrincados diseños en colores borgoña, azul marino y morado era hipnóticos y muy bonitos. Del techo colgaban lámparas envueltas en vitrales de distintos colores que bañaban todo en un ambiente etéreo. ¿Qué clase de persona vivía de esa forma? Pensó Hanz, creía que todos los que pertenecían a ese mundo estaban chiflados.
Avanzaron hasta llegar a una habitación octagonal, estaba tapizada al igual que el pasillo y llena de cojines y almohadas alrededor de una mesa también octagonal. Sentado en la parte de atrás, meditaba un hombre con un turbante azul verdoso, vestía ropa holgada al estilo árabe y su piel morena también recordaba a la de los habitantes de arabia. Tenía una barba muy bien cuidada y de sus orejas colgaban un par de pendientes de turquesa y plumas. No abrió los ojos, solo sonrió al escuchar que llegaron.
―Bian, que gusto tenerte aquí ¿Te puedo ofrecer un poco de té? ―Su voz era melódica y muy grave, pudo ser un excelente cantante de ópera.
―Gracias Cletus, pero esta vez venimos por trabajo. Tal vez otro día.
―Eso veo. ―Contestó al instante a pesar de seguir con los ojos cerrados. ―¿Quién es nuestro apuesto visitante?
―Me llamo Hanz, es un placer. ―El ambiente lo ponía algo incomodo.
―El placer es mío ―cantó para luego dirigirse de nuevo a Bian. ―Debiste decirme que lo traerías, sabes que adoro a los pelirrojos. ¿Puedo quedármelo si algo sale mal? ―Eso fue suficiente para hacer que el chico quisiera irse de inmediato.
―Nada va a salir mal ―dijo la exorcista más para el chico que para su anfitrión. ―Solo necesitamos que nos ayudes con lo necesario para invocar a... Cai ¿Encontraste a alguno? ―La hermana levantó un dedo pidiendo un poco más de tiempo.
―Purson es el que mejor se ajusta, la brecha comienza en tres horas, pero no es muy larga y el pago es algo complicado. ―cerró el libro y lo guardó en la mochila.
―Purson ―repitió. ―Muy bien, tendrá que ser ese, ya la oíste Cletus, necesitamos invocar a Purson así que si fueras tan amable para proporcionarnos lo necesario estaría muy agradecida.
―El agradecimiento no es suficiente, deberías empezar a considerar pagar por mis servicios. ―Aun con los ojos cerrados el hombre se puso de pie y caminó hasta uno de los armarios apostados en las esquinas de la habitación.
―Tal vez, pero por ahora con esto será suficiente. ―Arrojó la carta que Hanz vio cuando lo despertaron en su casa y el hombre la atrapó en el aire.
―Purson dices, espero que estés consciente de que se trata de un gran rey, incluso con todas las protecciones será arriesgado y tienen muy poco tiempo para prepararse. ―Del armario sacó muchas cosas, ninguna de importancia al parecer ya que las arrojaba sin ton ni son hacia los cojines. Continuó por un rato hasta que encontró lo que estaba buscando. ―Ah, aquí esta, lleva mucho tiempo guardado, no muchos son tan osados para invocar a un demonio de ese calibre. ―En sus manos brillaba un disco de oro solido de un metro de diámetro y apenas unos milímetros de grosor. Sobre sus superficie estaban grabados símbolos similares a los que vio en el libro de las hermanas.
―Son las cosas que uno hace por el trabajo, tu lo sabes mejor que nadie. ―Las palabras del hombre fueron suficiente para conseguir que el joven se pusiera nervioso y dudara sobre si en realidad seria una buena idea confiarles eso a las hermanas.
―Lo sé, lo sé. Cuídense mucho y mejor váyanse ahora, tienen mucho que hacer. Por cierto, te vez hermosa Cai. ―La sonrisa radiante que el hombre les dedicó como despedida era tan grande y emotiva que parecía una caricatura de sí misma.
―Adiós Cletus. ―Fue lo único que contestó la muchacha.
Lo sacaron de la tienda con prisa. No podían perder tiempo, pasarían un par de días antes de que el ritual pudiera llevarse a cabo de nuevo, así que todo debía hacerse con precisión milimétrica. Estaban cerrando la puerta principal cuando el celular del chico comenzó a sonar. En la pantalla apareció el nombre de Cristell seguido de un corazón que la chica insistió en que pusiera al contacto a pesar de las negativas de su novio.
―Contesta luego, esto es más importante. ―Hanz quería arreglar las cosas con su novia, después de la discusión se sintió culpable y con todo lo que pasó no pudo hablar con ella. Sin embargo, Cai tenía razón, no era el momento.
Subieron al auto que arrancó soltando mucho smog por el escape. Esta vez el camino fue más corto. El tono de llamada sonaba cada minuto. Era la hora en que se despertaba para ir a la universidad. Cuando el indicador de llamada apareció por cuarta vez el chico no pudo dejarlo sonar.
―Lo siento, debo contestar. ―Las hermanas no dijeron nada, de cualquier forma, no podía hacer nada dentro del auto.
―¿Hanz? ¿Te desperté? Lo siento, no quería ser insistente, pero necesitaba hablar contigo y no podía esperar a la tarde. ―Se escuchaba el ruido de su numerosa familia preparándose para iniciar el día. No faltaba mucho para el amanecer.
―Cristell, escucha. También quiero hablar sobre lo que pasó, pero este no es un buen momento.
―Lo sé, debes estarte sintiendo terrible por tu enfermedad. ¿Cómo sigues? ―La conversación fluía de forma incomoda y lenta.
―Se podría decir que mejor, ese no es el punto, ahora estoy algo ocupado, pero...
―Solo quiero hablar un par de minutos. Sé que no debí presionarte, no me deberían molestar tus tradiciones y creencias y no lo hacen. Es solo que estos días me he sentido preocupada sobre nuestra relación, ya sabes, lo que somos y como vamos a avanzar. ―Dieron vuelta cerca del tribunal del distrito que seguía con las puertas cerradas y las luces apagadas.
―Yo tampoco me comporté de la mejor manera, debo tener en cuenta tus deseos, pero ahora me encuentro haciendo algo.
―No quiero que sea justo ahora, podemos ir lento si quieres, solo necesito seguridad sobre que todo está bien. ―Esta vez su tono indicaba suplica, se escuchaba muy preocupada. ―Estoy segura de que si sucediera algo me lo dirías, solo quiero que me digas que sigues sintiendo lo mismo por mí, porque yo sigo enamorada de ti. Lo sabes ¿Verdad? ―El vehículo se detuvo a un costado del Cementerio de la Gran Polonia Meritoria.
―Vamos Hanz, no tenemos tiempo, seguirán después ―indicó Bian.
―Deja eso, hay cosas que hacer y no tenemos tiempo ―remató Cai.
―¿Hanz? ¿Con quien estás? ¿Qué sucede? ―preguntó Cristell al escuchar las voces de las exorcistas.
―Tengo que irme, todo sigue igual, no puedo seguir hablando.
―Espera ¿Qué estas haciendo? ¿No estabas enfermo? ―Colgó antes de que siguiera hablando, sentía horrible dejarla así, las chicas lo estaban presionando a subir la barda del cementerio.
―No nos dejarán pasar por la entrada principal, sube de una vez.
―No podemos hacer eso, es ilegal.
―No vamos a profanar cadáveres, solo sube. ―En contra de sus principios, el joven obedeció. No era el mejor gimnasta, por lo que le costó un par de minutos llegar al otro lado.
La luz del sol aclaraba el horizonte mientras ellos sorteaban las tumbas colina arriba. Los arboles les proporcionaban escondite en caso de encontrarse con algún guardia. Nadie los molestó, estarían más ocupados preparando la apertura del lugar.
―¿Por qué estamos aquí? ―La fiebre, junto con el esfuerzo le dificultaban respirar, estaba muriendo de sed, podía notar el sabor de la sangre que salía de las grietas de sus labios.
―Necesitamos un pago para el demonio, no nos dará la información a cambio de nada. Este en particular es algo quisquilloso con sus intercambios. Sabemos que le gustan las almas de los niños. ―El chico se paró en seco al escuchar eso. Las miraba incrédulo.
―Están diciendo que vamos a condenar el alma de un niño al infierno solo para saber un nombre. No podemos hacer eso, me niego, debe haber otra forma. ―Cruzó los brazos e hizo un ademan de quedarse en su sitio, no estaba dispuesto a cambiar de opinión.
―Hay muchas cosas que no sabes, de cualquier forma, esa alma iría al infierno después de vagar en este plano por mucho tiempo. Por lo que sé Purson no usa las almas, solo las almacena. Es más piadoso que solo dejarla disolverse. ―Cai lo tomó por la manga y lo jaló para que siguiera avanzando.
―Pero es un niño, un alma inocente.
―Un alma que se quedaría abandonada al no encontrar la forma de pasar al otro lado, no existe otra forma. ―A regañadientes Hanz las siguió, era cierto que ellas parecían saber mucho más sobre el infierno y los demonios. Sin embargo, la sola idea de llevar a un alma al infierno le producía temor.
Al llegar a la cima de la colina desde donde se dominaba la totalidad del cementerio, Bian dio media vuelta y se dirigió a sus compañeros.
―Buscaré el alma, pero como tenemos prisa necesito que me ayuden a buscar agua bendita en la capilla, Cai, sabes identificarla. ―Señaló en dirección a la pequeña iglesia dentro del cementerio.
La menor lo llevó casi a empujones colina abajo, los árboles parecían siluetas de ellos mismos, plasmados en negro contra el cielo azul degradado en el este. El frio rocío en las briznas de hierba mojaba los pantalones de ambos. Por suerte, los de la muchacha eran impermeables.
―¿El agua bendita en verdad funciona? Cuando el padre Brownik la usó no sucedió nada. ―La chica caminaba algo encorvada y apretando la chamarra contra su cuerpo debido al frio. Por el contrario, el joven sentía mucho calor en consecuencia de la posesión.
―Solo algunos tipos de agua bendita, la mayoría solo son agua. Es necesario que esté imbuida con energía espiritual para que tenga un efecto real. Algunos sacerdotes que conocen el submundo hacen agua bendita real, el resto solo son charlatanes. ―La elegante iglesia color arena se alzaba ante ellos, las puertas estaban cerradas y adentro no se escuchaba el más mínimo ruido.
―¿Cómo vamos a entrar?
―Déjamelo a mi y no hagas ruido. ―Hanz pensó que usaría algún tipo de magia o hechizo para abrir la puerta, pero en lugar de eso solo forzó la cerradura con un par de ganzúas y un destornillador.
Cada paso en el interior causaba un eco considerable, sonido que desesperaba a la chica. Le ordenó que la esperara en la entrada para vigilar que nadie se enterar que estaban ahí. Solo fueron un par de minutos, tiempo que el joven estuvo admirando la arquitectura y los adornos del recinto. El altar, los asientos para los feligreses y la gran cruz justo al frente. Recordaba haber visitado esa iglesia en el pasado, cuando era un niño.
Cai regresó, era sorprendente la forma en que conseguía caminar sin hacer ruido usando las botas de combate.
―Vámonos.
―¿Conseguiste el agua? ―Un par de manos vacías le dieron respuesta. Cerraron la puerta y volvieron a la colina, cada vez la luz aumentaba y el riego de que los atraparan con ella. La cima estaba vacía. Bian no podía haberse alejado demasiado, las almas eran fáciles de detectar y con terreno alto era posible capturar una en unos segundos.
La chica se acercó al suelo. Con una piedra grabada proveniente de su mochila, escaneó el suelo. El joven no comprendía lo que hacía, pero la dejó trabajar. Tal vez Bian se retrasó y su hermana comenzaría el ritual. Su cara preocupada le decía que estaba equivocado.
―Aquí hay rastros de energía espiritual, es reciente y mucha. Está formando un cuadrado.
―¿Eso que significa?
―La tierra está removida y alguien abrió una puerta al infierno. Se llevaron a Bian ―dijo preocupada y agachándose para tocar el piso. ―Tenemos que encontrarla.
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