I
―¿Estás bien? Luces cansado. ―La pregunta sacó a Hanz de su ensimismamiento, su amigo, Edek Kaminski estaba de pie junto a él sosteniendo una lata de Coca cola de dieta. Su mochila colgaba de su hombro izquierdo y su otra mano descansaba dentro del bolsillo de su pantalón deportivo holgado.
―No dormí bien anoche, tal vez me esté enfermando. ―La cara pálida y las ojeras bajo sus párpados denotaban su mal aspecto. Había pasado la mitad de la clase de marketing cabeceando sobre el pupitre.
―No es nada que un par de cervezas no arreglen, por qué no vienes conmigo y los chicos al bar está noche, será genial. ―La sonrisa pícara que se extendía por el rostro de Edek incluía algo de burla, combinaba con sus facciones agudas y angulosas, su cabello negro y despeinado y ojos almendrados terminaban de darle el aspecto juguetón que lo caracterizaba, media universidad lo conocía por las divertidas historias que salían cada que iba a una fiesta.
Sin embargo pocos eran los amigos a los que consideraba cercanos, él y Hanz se habían conocido de niños en la primaria, vivían muy cerca el uno del otro y pasaban mucho tiempo juntos.
―Es lunes y sabes que no me gusta beber. ―Rechazó la invitación de forma calmada.
―No dejes que una mala experiencia arruine la diversión, solo serán unas cervezas. ―Cuando Edek decía que serían solo unas cervezas se podía tener claro que sería mucho más que eso.
―Le prometí a Cristell que nos veríamos está noche. ―Masculló antes de apretar los dientes por las fuertes pulsaciones en su cabeza, el dolor había empezado dos días atrás, después de un accidente en una alcantarilla. Durante la misa dominical y el resto del día anterior las punzadas eran apenas perceptibles, pero ahora se notaban cada vez más, también la luz y los sonidos eran algo molestos, obligaban a Hanz a entrecerrar los ojos para limitar el flujo de luz que llegaba a ellos.
―Es increíble, hemos sido amigos por más de diez años y ahora me cambias por una chica que conociste hace seis meses. ―Al decir esto formó una mueca de decepción exagerada mientras se agarraba el pecho con su mano libre.
―No seas dramático, tú eres el que se la pasa todos los días en fiestas, vamos a estudiar para el examen de final de mes. ―Le quitó la lata y le dio un largo trago, aunque la bebida sabía desabrida y extraña, le preocupó que se tratara de una enfermedad más grave que un simple resfriado.
―Oye, vas a llenar mi lata con tus babas.
―Creí que no te importaba compartir saliva con otras personas.
―¿Qué veo? ¿Acaso eso es una propuesta? ―La pregunta tomó desprevenido a Hanz, quien solo pudo mirar hacia abajo avergonzado y molesto a la vez.
―No seas idiota.
―Está bien, está bien. Y dime ¿Tú y Cris ya han intentado algo? Ya sabes, algunos besos con final feliz. ―La curiosidad brillaba en los ojos de su amigo a la vez que la vergüenza en los del chico.
―No, sabes lo que piensa mi familia de eso, en un par de años nos casaremos y ya veremos.
―Puta mierda Hanz, suenas como un maldito anciano, no porque tú familia diga que tienes que lamerle los pies al sacerdote lo vas a hacer. ―No era la primera vez que Edek se molestaba por el control que tenían los padres de Hanz sobre sus creencias. ―¿En verdad piensas que si tienes sexo antes del matrimonio vas a ir al infierno? Solo divertirte un poco, si le preguntas a Cris estoy seguro que querrá, sus amigas ya la han escuchado quejarse. ―La parte negativa de que su amigo fuera uno de los chicos más populares del campus era que sabía cosas de todos y podía usarlas contra quien fuera, no había un solo chisme que no pasará a través de él.
―No necesito que me digas cuando tener o no tener sexo.
―Ni quiero hacerlo, pero quiero asegurarme de que nadie más lo haga. ―La tensión ahora era palpable, se podía ver el espesor del aire entre ellos pero, así como apareció, la tensión se fue con una exclamación por el dolor de cabeza.
―Creo que iré a casa, la cabeza me está matando.
―Claro, suerte con tu cita.
―No es una cita, solo vamos a estudiar. ―No recibió contestación.
El peso de la mochila parecía haberse duplicado desde la mañana y el camino hasta la parada de autobús fue un infierno.
Leszno no contaba con una universidad de economía propia, por lo que Hanz, Edek y otros veinte chicos tenían que tomar un autobús hasta la ciudad vecina de Poznań para tomar sus clases en la Universidad de Economía y Empresa. No fue una tarea sencilla entrar a una de las escuelas más antiguas y prestigiosas de todo el país, fueron muchas semanas de estudió y a Hanz le parecía incorrecto que su amigo pasara más tiempo en fiestas que en las labores de la universidad. Su popularidad comenzó a crecer a finales de la preparatoria cuando creció tanto en estatura como en musculatura, las fiestas empezaron a ser más grandes y el alcohol y el sexo se hicieron presentes en la vida de los jóvenes a su alrededor.
Después de entrar a la universidad tuvieron menos tiempo juntos, con la actitud relajada y amigable de Edek, hizo amigos en muy poco tiempo a diferencia de Hanz que era más tímido y no hablaba tan a la ligera con desconocidos.
El cielo estaba nublado y el viento frío y cargado de humedad profetizaba lluvia para esa tarde, lo cual sería un alivio ya que en los últimos días había hecho bastante calor, el verano daba paso al templado otoño lo que significaba el inicio de la temporada de festividades, una época que siempre le había gustado al chico.
El autobús era blanco con franjas azules y tenía una pantalla donde las letras desfilaban anunciando el recorrido de la ruta, en ese preciso momento se podía leer Leszno en las letras anaranjadas.
Al subir depositó la moneda de un euro que tenía en el bolsillo y se sentó en la parte de atrás, cerca de la puerta de salida. Además de él subieron una mujer de unos cincuenta años que llevaba unas bolsas de compras y un hombre con el uniforme de una fábrica.
El camino fue tranquilo, por la ventana entraba el viento fresco de la tarde y se podían observar los árboles que empezaban a cambiar su color, afuera solo se podía oír el susurro del viento acallado por las llantas del autobús sobre el asfalto. Después de dejar atrás la pequeña ciudad de Koscian el transporte llegó a Leszno, las puerta rechinaron un poco al abrirse indicando que un mantenimiento no le vendría mal a la unidad, había sido un trayecto de solo media hora que se podía reducir a quince minutos yendo en automóvil por la carretera principal.
Por suerte para Hanz, la parada de autobús quedaba a solo un par de calles de su casa, lo cual le favorecía a la hora de levantarse ya que no tenía que recorrer media ciudad para alcanzar el transporte, había pensado en comprarse una bicicleta, pero la universidad le quitaba mucho tiempo y por las tardes le ayudaba a su madre a preparar las cosas de la panadería de su familia.
Los condominios de la calle donde vivía pertenecían a la misma constructora y fueron hechos con un diseño idéntico, diez años atrás nadie habría podido diferenciar una casa de otra, pero con el paso del tiempo, los habitantes habían modificado las fachadas y pintado las paredes de modo que poco a poco fueron dándole su toque único, al menos la mayoría. La casa de los Nowak estaba pintada de blanco por fuera, el jardín lucía un verde impecable con césped recién cortado y regado, los marcos de madera de las ventanas contrastaban en color marrón claro dándole un aspecto cálido y elegante, sobre la puerta con números dorados se podía leer 313 que correspondía a la dirección de la casa en la calle Alpes.
Al entrar el olor a mantequilla fresca le abrió el apetito, recordó que los lunes se preparaba la masa para hacer pan danés, esas suaves y crujientes láminas de masa con mantequilla eran demasiado tentadoras para cualquiera que pasará cerca del escaparate de la panadería de al lado. No era muy común que alguien abriera un negocio en medio de una calle residencial, pero la visión empresarial del señor Nowak fue muy acertada al predecir que todos los vecinos se sentirían atraídos por los productos que ofrecería la panadería. Toda la estructura exterior tuvo que ser modificada, fue un trabajo costoso y tardado, pero al final valió la pena.
Había tres habitaciones en el piso superior, una pertenecía a sus padres, otra era de él y la última estaba reservada para hospedar a algún visitante que se quedará a pasar la noche, aunque esto no sucedía muy a menudo.
Dejó la mochila sobre la cama y se recostó un par de minutos, durante el camino el dolor de cabeza no había sido tan fuerte, pero después de entrar en su casa se intensificó como si algo lo hubiera detonado
Quedarse dormido parecía una idea estupenda, sin embargo, la voz de su madre lo sacó de sus pensamientos.
―Hanz ¿No vas a bajar a saludarme?
Algo fastidiado por la interrupción en su descanso, bajo las escaleras con pesadez para encontrarse con su madre que lo esperaba en la cocina.
La mujer rondaba los 50, su cabello lacio estaba amarrado en un apretado moño detrás de la cabeza, era de estatura baja y complexión menuda, pero sus brazos eran fuertes y resistentes después de más de diez años de amasar sin descanso. El chico había heredado el cabello lacio de su madre, pero el color castaño rojizo pertenecía a su padre, no era muy común ver a un pelirrojo en esa zona, por lo que su familia consideraba una bendición que su hijo hubiera sacado ese llamativo color de cabello.
―Hola ma, siento no bajar antes, me dolía un poco la cabeza.
―¿Te sientes bien? ¿Quieres ir al médico? ―La voz dulce de su madre se había mantenido a lo largo de los años, era como sentir un caluroso abrazo.
―No es nada, solo no dormí bien anoche.
―Mi niño, está noche rezaré por tu salud.
La conversación fue interrupida por el sonido del timbre, una melodía de Mozart que a su madre le había encantado, pero que después de escucharla cientos de veces se había tornado tediosa.
―¿Puedes abrir cariño? Tengo las manos llenas de harina. ―Dijo alzando los brazos que estaban cubiertos por el polvo blanco hasta los codos.
Antes de que la melodía terminara de sonar, el chico ya estaba abriendo la puerta, detrás de esta estaba Cristell, vestía unos jeans claros y una blusa de tirantes con estampado del símbolo de la alianza rebelde de Star Wars en negro. Su cabello rubio estaba atado en media cola de caballo y lucía una radiante sonrisa.
―Creí que llegarías más tarde.
―Lo sé, pero me sentía mal por lo que sucedió el sábado, así que pensé en traerte esto. ―De su espalda saco una pequeña bolsa de papel en la cual estaba un pequeño triceratops de peluche amarillo. Desde que era pequeño, a Hanz le encantaban los dinosaurios, gusto que compartía con la chica.
―Es muy lindo, gracias. Adelante, pasa. ―Se hizo a un lado para dejarla entrar y cerró la puerta tras de sí.
Cristell se quedó unos segundos en el recibidor antes de caminar hacia el interior, en las paredes pudo observar los cuadros que adornaban las paredes, algunos eran fotografías de los miembros de la familia, otros eran réplicas digitales de cuadros famosos como la última cena, también había un par de crucifijos de madera.
Al llegar a la cocina la madre de Hanz esbozó una cálida sonrisa para la visitante.
―Cristell, querida, que gusto tenerte aquí, te daría un abrazo, pero nunca quiero mancharte de harina.
―No se preocupe señora Nowak, también me da gusto verla.
―Cris, ¿Por qué no esperas en mi habitación? En cuanto termine de ayudarle a mi madre subiré contigo. ―propuso el chico señalando las escaleras que conducían a la segunda planta.
―Por supuesto que no, no puedes dejarla sola, además ya estoy por terminar. ―Exclamó escandalizada la señora Nowak. ―Perdonalo ni niña, siempre ha sido un maleducado, vamos, sube con ella, yo puedo encargarme de esto. ―Dijo ahora a su hijo que se había sonrojado por la vergüenza.
Subieron y se encerraron en la habitación como todas las veces que ella lo visitaba, Hanz nunca se había preocupado demasiado por decorar el lugar donde dormía, la cama sencilla tenía un juego de sábanas color beige y una colcha marrón capuchino, las paredes blancas como las del resto de ella casa apenas tenían un cuadro de él cuándo se graduó de la preparatoria y otro crucifijo sobre la cabecera de la cama, las puertas de madera oscura escondían un closet dónde se guardaba la ropa perfectamente doblada y ordenada. Un escritorio con una lámpara de lectura y una televisión empotrada en la pared era todo el mobiliario con el que contaba, bastante sencilla a opinión de muchos, pero también funcional y cómoda.
Cristell se tiró sobre la cama y abrazó una de las almohadas, unas ojeras ocultas por una delgada capa de maquillaje asomaban a sus ojos. Tomo la otra almohada y se recostó en ella con un gesto de placer y comodidad.
―Ayer fui a la fiesta que te conté, duró un par de horas más de lo que esperaba, un chico se pasó con el vodka y terminó vomitando en la piscina, debiste haberlo visto, fue asqueroso. ―explicó riéndose al recordar la escena. ―¿Tu qué hiciste ayer?
―Solamente asistir a misa con mi familia, ya lo sabes. ―Para los Nowak, así como para muchas otras familias en Polonia y en el mundo, los domingos eran días dedicados a dios y a descansar, por lo que pasaban la mayor parte del día en su casa.
―Claro, pero puede que haya ocurrido algo importante.
Hanz tomó el control de la televisión y se recostó al lado de Cristell, está se acomodó de tal forma que pudiera apoyarse en el brazo del chico, mientras que este buscaba en la plataforma alguna película interesante para ver.
―¿Qué tal una de terror? ―Bromeó ella.
―Sabes no me gustan. ―Cortó él algo molesto.
―Solo estoy fastidiandote, lo del otro día salió muy mal y lo siento, por eso vamos a ver lo que tú elijas hoy. ―Lo abrazó más fuerte y este hizo una pequeña mueca de dolor al sentir la presión en el lugar donde se encontraba el moretón. ―Lo siento, ¿Aún te duele? ―Hanz asintió con la cabeza.
―Déjame ver. ―Después de decir esto le levantó la camisa hasta encontrar la mancha oscura en la piel, era del tamaño de una galleta y del color más negro que cualquiera de los dos hubiera visto, más que un moretón parecía como si le hubiera salido un lunar gigante.
―¿Estás seguro que no quieres que lo revisen? Se ve algo mal.
―Solo necesito un par de días, se quitará por sí mismo.
―Entonces déjame cuidar de ti hasta que eso ocurra. ―Seguido a eso le dio un tierno beso en la espalda y luego otro en los labios, para conseguir esto tuvo que subir hasta estar encima de él y que sus rostros quedaran muy cerca uno del otro.
Los ojos de ambos se encontraron y sus corazones latieron más rápido, los ojos de ella no dejaban de cambiar de los ojos a los labios de él y el rostro del chico se encontraba rojo. Cristell se acercó a darle otro beso, esta vez más largo, más húmedo e intenso, al final de este ambos tuvieron que inhalar fuertemente para recuperar el aliento.
La mano de ella se extendió por debajo de la camiseta sintiendo el abdomen y el pecho de él, su respiración se había acompasado y podía notar algo haciendo presión en la parte baja.
Después de un beso en los labios, siguió poco a poco con besos cortos y suaves en la mejilla, bajando hasta llegar al cuello sin dejar de tocar su pecho que subía y bajaba detrás de la camiseta.
―Espera. ―la voz de Hanz apenas era audible, ahogada por la respiración profunda.
―Solo un poco, hace mucho que tengo ganas. ―En cambio la de ella había adquirido un tono dulce y suave que pedía seguir y seguir.
―No podemos hacer esto, sabes lo que piensa mi familia. ―Dijo tomándola por la cintura y apartándola hacia un lado.
―¿Y qué es lo que quieres tú? ―Ahora su tono indicaba molestia y algo de decepción.
―Si quiero, pero está mal, no es correcto que tengamos relaciones antes del matrimonio.
―Llevamos saliendo más de seis meses, no quiero presionarte, pero no puedo creer que en verdad no quieras hacerlo porque el cura te dijo a los siete años que estaba mal. ―la incredulidad impregnaba sus palabras, en verdad no podía creer que estuviera pasando eso.
―Cris, puedo entender que tú no quieras seguir las reglas al pie de la letra, no me gusta, pero puedo respetarlo, yo si quiero seguirlas, así que respétalo también ―contestó frustrado.
―Pues creo que es una tontería, pero tienes razón, respetaré lo que quieres. ―Farfulló y salió dejando la puerta abierta. Él no intentó seguirla, también estaba enojado y dolido por lo que acababa de escuchar, simplemente iba a esperar a que la tensión se calmara.
La pequeña discusión había calado más hondo de lo que parecía al principio y ahora se sentía desmotivado y cansado, sumado a eso el dolor en la espalda había aumentado, pero el dolor de cabeza había desaparecido, lo cual lo hacía sentir un poco mejor.
El resto de la tarde lo pasó recostado en su cama, intentó ver una serie que había empezado días atrás e incluso terminar uno de los libros que tenía pendientes hace mucho tiempo, pero solo consiguió distraerse, terminó por dormirse un poco después del atardecer.
Se despertó pasada la medianoche, sentía que algo lo observaba, la oscuridad de su cuarto lo recibió al abrir los ojos. La solitaria noche no emitía ni un solo sonido, no había rastro de nadie fuera o dentro de la casa, sus padres estaban durmiendo en la habitación de al lado y sin embargo una extraña sensación de aprehensión se apoderaba de él, podía sentir que algo lo vigilaba, algo que no podía ver, pero sí sentir. Fue en la soledad de la noche, cuando escucho la voz vacía y desgarradora.
―¿Quién eres tú?
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