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🔥INTRODUCCIÓN🔥

El corazón de Cassandra Dawn latía abrumado conforme veía la mansión que una vez consideró su hogar derrumbarse entre llamas. Ella era una adolescente cuando pasó.

Su hermano huía por los bosques, sudoroso, guiándola sin soltar su mano. No miraba atrás y le pedía a la chica que tampoco lo hiciera. Eran un par de muchachos solitarios que corrían despavoridos tropezando con ramas y arbustos. No sabían de qué escapaban, pero era peligroso. Ya los advirtió el tío Edvin antes de que una sombra con alas lo apuñalara por la espalda entre fuego y sangre.

Esa misma criatura de apariencia humana los observaba ahora desde el porche cubierto de ceniza, erguida como un cuadro de llamas y destellos que formaban arcos a su alrededor.

Con cada zancada se alejaban de la luz que ascendía a los cielos nublados de humo. La noche apenas era perceptible bajo el manto del infierno que cubría los árboles con un aura de tintes dorados y rojizos. Alzar la vista suponía enfrentarse al apocalipsis cara a cara.

Cass estaba aterrada. Se aferró a la mano de su hermano, soltando lágrimas que empapaban el vestido de seda negro que le regaló su madre. Tropezó y cayó de lleno sobre el barro. Una princesa no debería humillarse de esa manera. Eso es lo que le enseñaban sus institutrices. Su mellizo la levantó del suelo con afecto e hincó la rodilla. La agarró de las mejillas. Sus ojos escarlatas se cruzaron con un brillo desolado. Verse así era como mirarse al espejo.

Thiago le apartó los mechones pálidos que caían sobre su rostro y se los llevó tras las orejas. Luego, vio la oscuridad que los perseguía por encima del hombro, tragando saliva. Abrió los ojos con terror. Estaba tan sucio como ella, pero no mostraba la tristeza que lo embriagaba. Cass sabía que así no habían criado a su hermano. Él debía ser fuerte, protegerla, cuidar de ella cuando lo necesitara.

—Cass, no podemos detenernos —dijo el muchacho sin apartar la vista de lo que fuera que se les acercara—. Si les ha hecho eso a papá y mamá, ¿qué crees que nos hará a nosotros?

—Tengo miedo —contestó ella, refugiándose entre los brazos de su hermano—. No entiendo qué está pasando.

—No hay tiempo para explicaciones.

Thiago la abrazó con fuerza. Ella se perdió en la calidez de su cuerpo. Antes de darse cuenta, vio sus piernas alzarse al vuelo de un movimiento. Su hermano gruñía al cargarla en brazos, quejándose de una herida que no podía ver.

—No quiero morir —sollozaba la chica.

Alzó la cabeza para ver al ser alado que los acechaba entre los árboles. Su mera presencia la estremeció. Tembló y se le congeló la nuca. Los señaló con una mano de dedos alargados tan oscura como la obsidiana.

—No lo harás. Te prometo que saldremos de esta. Aprenderemos a vivir. El resto de pecados nos acogerá —jadeó Thiago, acelerando el paso por la densidad de los bosques. Cruzaron un río. Las piernas del muchacho chapotearon hasta llegar al otro lado—. No dejaremos que nos sustituyan.

Un chirrido metálico sonó como una voz lejana que los llamaba. No era un humano quien pronunciaba las palabras, pero se clavaron en el subconsciente de los Principes della Lussuria como una espada de acero pasado por el fuego: ¡volved aquí!

Diez años más tarde, Cassandra despertó sudorosa en la cama de su ático en pleno centro de la ciudad del pecado. Estaba espatarrada y le dolía la mandíbula de haber dormido en una mala postura. Se levantó, notando los largos mechones pálidos caer sobre sus hombros. Se dirigió al baño y se miró en el espejo. Era la viva imagen de su madre. La esbelta y alargada Principessa della Lussuria. Una maldición que la convertía en su versión humana más cercana a las deidades.

No le hacía falta maquillarse para que pareciera una modelo. Se lavó la cara y los dientes, se aseó y volvió a su dormitorio vestida solo con unas bragas negras y una camisa rosa desabrochada que dejaba entrever la curva de sus pechos. Le dio una patada a una caja de juguetes sexuales abierta con una media sonrisa.

Sobre su sofá yacía un hombre desnudo con moretones en el cuello. Estaba muerto, por supuesto. Aunque su pecado fuese la lujuria, fue la pereza la que le impidió sacar el cadáver de casa.

Cass había dormido cuatro horas. El resto de la madrugada se la pasó sacándole información a aquel desastre de millonario que pensó que podría acostarse con una reencarnación de un Pecado Capital. Un error de principiante. En su lugar, lo único que recibió fue una dosis de sadomasoquismo en la que no importaba la palabra de seguridad, sino los datos que diera sobre Lucifer.

Hacía años que trabajaba como espía para el Servicio Secreto de Inteligencia para sonsacar trapos sucios del grandioso jefe de la Camarilla, donde estaban agrupados cada uno de los representantes de los anillos del infierno. El señor oscuro, el rey que los gobernaba, era el que rebosaba soberbia con cada evento que organizaba realzando su poder.

Eso cambiaría pronto. La Principessa della Lussuria quería ese trono para sí.

Salió a la terraza y se dejó acariciar por los rayos dorados del sol matutino. Su hermano llegaría pronto para limpiar el estropicio que había causado, pero hasta entonces tendría tiempo para reflexionar en paz.

Se desvistió frente a la piscina y se quitó todo a excepción de los siete anillos con los que despertó por sorpresa a la mañana siguiente del incendio en el que perdió a su familia, abrazada a su hermano en una cueva a las afueras de la mansión. De vez en cuando, en sus pesadillas, veía retazos de una extraña criatura entre los árboles, una que la llamaba y que era distinta al Ángel de la Muerte que los atacó.

Se metió desnuda en el agua para gozar de un baño reparador. Estiró la espalda llena de grotescas cicatrices, los brazos y las piernas antes de ejercitarse.

Tras tantos años investigando qué ocurrió con sus padres, seguía sin conocer la verdad sobre por qué el Ángel de la Muerte decidió purgar a la familia Asmodeus tras siglos de servidumbre. No incumplieron las normas ni los pactos ni fueron desobedientes. Y la única pista que encontró fue la relación entre sus muertes y las reencarnaciones del orgullo.

Nadaba dando brazadas de un extremo a otro de la piscina. En cada parón, se paraba a reflexionar. Veía imágenes de las llamas. Cerraba los ojos y la sorprendían alas oscuras que se extendían bajo un cielo escarlata.

Al terminar, se tumbó sobre una esterilla para secarse al viento. Escuchó la puerta del ático abrirse y soltó un quejido fatigado para indicarle a su hermano que se encontraba en la terraza.

Él apareció con la chaqueta del traje sobre el brazo. La dejó en una silla y se arremangó.

Cassandra deslizó la mirada por el cuerpo de escándalo de su mellizo. Tenía el pelo corto, rapado por los laterales. Su sonrisa conquistaría a cualquier hombre o mujer que se le cruzase y su mandíbula marcada indicaba que había pasado una noche similar a la de su hermana. Olía a sangre y sexo. Era lo habitual en ellos.

La princesa se incorporó, apoyando el peso sobre las manos. Agradecía que Thiago se hubiese colocado en el lado opuesto al sol para no cegarse.

—¿Sabes algo sobre Hugo? —preguntó conforme se deshacía del chaleco y se desabrochaba la camisa. Sus abdominales salieron a relucir.

—El SSI le ha adjudicado un caso nuevo. Dice que un asesino intentará interrumpir la boda de Lucifer mañana. Nos ha invitado a todos, así que no parece tenerles mucho miedo —resopló la melliza antes de levantarse. Rodó los ojos—. ¿No deberías deshacerte del cuerpo antes de bañarte?

—Ya lo he hecho mientras te venías arriba a lo Michael Phelps. —Se quitó los pantalones con una media sonrisa arrogante—. Deberías prestar más atención a la puerta si no quieres que entren a robarte, idiota.

Cass le enseñó el dedo corazón antes de meterse de nuevo en el piso. Se vistió con lo primero que pilló, ropa cómoda, y volvió a la terraza.

—¿Volverás a ser tú quien haga de guardaespaldas de nuestro jefe y señor? —Gesticulaba con las manos como burlándose de él.

—Es mi trabajo. ¿Qué esperas que haga?

—Negarte, para variar. Te usa como le da la gana. Te mete en líos peores cada semana. —Cass se encogió de hombros—. Me preocupas.

—No prescindirá de su mejor hombre en el día de su boda. —Arrojó la camisa contra su hermana y ella la paró al vuelo—. Solo espero que el asesino no seas tú.

—Johanna me cae en gracia. No me arriesgaría a fastidiarle la ceremonia. Suficiente tiene con ser la novia.

La joven forzó una sonrisa y se cruzó de brazos. Su pose era atractiva hasta cuando no lo pretendía.

Thiago soltó una carcajada melódica mientras se desnudaba. Era una risa digna de los dioses.

Se metió en la piscina, dio un par de brazadas para fardar de los músculos de su espalda y salió de nuevo, empapado. Cicatrices bordaban su costado. Se apartó un mechón pálido de la frente, sonriendo con una soberbia que ni el propio Lucifer. Era lo que solía hacer con las pretendientas que se le arrodillaban a las puertas de su hogar y siempre le funcionaba.

—Dime ¿te sirve torturar de placer a esos millonarios? —Alzó la cabeza en dirección al sofá donde anoche murió aquel hombre de cuyo nombre Cass ni se acordaba—. ¿Sacas la información que buscas al menos?

—Este cabrón de ayer me dijo que Lucifer está obligándote a deshacerte de mafias rivales. Comentó una cosa muy curiosa —Cass señaló a su hermano con un dedo, fingiendo que dudaba—: no le importas una mierda a tu jefe. Y si murieras, te reemplazaría.

—No te metas ahí. —La sonrisa de Thiago se volvió una mueca seria. Sus ojos brillaron. Al acercarse a ella para agarrarla de las mejillas con una mano, la melliza olió el perfume a vainilla—. Si yo decidí meterme en el barro fue para que tú no lo hicieras.

—Un príncipe no debe humillarse de esa manera —dijo la joven como si recitara una biblia. Recordaba las palabras de su institutriz—. Me da igual el acuerdo que hicieras con ese cerdo para que pudiéramos vivir así. Yo también acepté que me usara como quisiera hasta que me harté.

Se miraron el uno al otro, desconfiados.

Cassandra le escondía su trato con Hugo Sloth, la reencarnación de la pereza, para derrocar a Lucifer y hacerse con el poder de la Camarilla juntos.

Y Thiago, por su cuenta, silenciaba su deseo por derrocar a su jefe con tal de apoderarse del trono del pecado casándose con Amanda Morn, la reencarnación de la ira.

—Si hago esto es para protegerte de él. Yo también creo que estuvo detrás del incendio —suspiró el chico, acariciando la mejilla de su hermana antes de posar un beso sobre su frente. Incluso con lo alta que era, él la superaba.

Por un breve instante, volvían a ser las dos almas abandonadas, vulnerables y perdidas que fueron diez años atrás.

—Lo sé. —Cass apoyó la cabeza sobre el pecho desnudo del joven—. Pero yo ya estoy cansada. O descubro la verdad, o mi venganza recaerá sobre él. Y créeme, no saben de lo que soy capaz.

MOODBOARD CASS Y THIAGO hecho por miss_lumei

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