Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🔪CAPÍTULO 6 - TENSIÓN EN CHERKIROV🔪

El despertador me hizo dar un brinco en el sofá. Lo desconecté con una mano torpe y me quedé boca arriba, semidesnudo. No me planteaba demasiado por qué acababa en el ático de mi hermana entre tres y cuatro noches a la semana, dormido en su salón. Imaginaba que era porque su cercanía me daba comodidad y me hacía sentir como en casa. Ese hogar que tuvimos y redujeron a cenizas.

Habían pasado tres días desde que Lucifer había desaparecido. Lo buscamos por cada rincón de la ciudad sin éxito. Nadie sabía dónde se había metido. Lo único que sabía con certeza era que la corona ya no le pertenecía y, en su lugar, un vacío de poder ocupaba el trono.

Los Ángeles de la Muerte nos enviaron mensajes a los móviles sobre las votaciones que se celebrarían en el castillo de los Viejos Lores, principal sede de la Camarilla, a lo largo de la siguiente semana. Debíamos decidir quién de nosotros lo reemplazaría como monarca en su ausencia. Y todo se debatía entre Cass y Amanda. Antaño, la convocatoria de elecciones se hacía mediante cartas, cuando los Pecados Capitales no poseían los recursos para comunicarse con la tecnología. En la actualidad, suerte teníamos si todos recibíamos el SMS.

Vi aparecer a mi melliza del cuarto de aseo. Iba en ropa interior, frotando las manos por los ojos para deshacerse de las legañas. Bostezó y me lo pegó. Su rostro mostraba una inexpresividad apática que me preocupó. No era la típica cara de lujuria recién levantada. Era más bien un gesto de fatiga emocional.

—¿Has llorado? —pregunté, incorporándome entre los cojines que se precipitaron al suelo.

—Anoche practiqué el anal. —Puso los ojos en blanco—. El tío no era pequeño, para ser precisos. —Hizo un gesto con las manos indicando el tamaño aproximado, aterrador—. Pues claro que he llorado —contestó mientras se hacía unas tostadas—. ¿Hubo suerte en el distrito portuario?

—Nadie sabe nada. Ni los empresarios arrogantes ni las duquesas cotillas que vienen al hotel han oído qué ha pasado. Luci se ha ido. —Me encogí de hombros, notando el olor de la cocina y relamiéndome—. ¿Me haces un par a mí?

—Hazme un masaje, lávame los platos, limpia el baño, friega, tiende la ropa y entonces me lo pensaré.

Fruncí el ceño, chistando. Solté una carcajada melódica.

—¿Todo eso por unas tostadas? —arqueé una ceja.

—Y qué tostadas.

Cass me guiñó el ojo, sin mostrar demasiada ilusión. De normal, lo habría acompañado con una sonrisa pícara para chincharme. Lo que sucedió en la boda la dejó marcada.

Habíamos comentado lo que sucedió con Emilia y las tragedias que giraron en torno a las últimas horas de la noche, pero nada sobre nuestros secretos.

Cass me contó lo que descubrió el ángel del incendio. Una reencarnación del octavo pecado capital y uno de la soberbia fueron los culpables. Y Lucifer nos salvó. Por eso nos acogió y nos dio trabajo. Lo que hiciera entre medias, aunque lo detestase, le funcionó para no perdernos de vista. El conflicto en mí crecía.

—Llevas varios días evitando hablar de lo que te propuso el Ángel de la Muerte en la boda. —Me recoloqué en mi hueco del sofá, viendo cómo ella giraba la cabeza para no mirarme, fingiendo que hacía otras tareas—. Luci mató a su esposa el mismo día que se casaron, pero no puedo juzgarlo porque sé que fui igual de responsable por permitirlo. No la protegí.

—Yo fui quien le dijo que se fuera a dormir. Estuvo en el momento equivocado en el sitio incorrecto. Punto. —Usó la ira para expresarse—. No es culpa de nadie. Pasó. Había asesinos en la puta mansión, con eso ya es suficiente. Y si Amanda quería el maletín, no me extrañaría que estuviese detrás.

—Tú no viste lo que pasó. Pudo quedarse en el cuarto, sin más, pero me enrollé a hablar y se nos fue el tiempo... —suspiré.

Mi hermana, al fin, dejó caer una media sonrisa oculta.

—Qué manía tienes de enamorar a las casadas, de verdad.

—Nunca tocaría a la mujer de mi jefe, solo a las esposas de personas que me den igual.

—Sigues llamándolo jefe. —Abrió los ojos Cass, que cogió una taza de café para dejármela sobre la mesa baja—. Un poquito pasado ya, ¿no? Despierta, príncipe. Es miércoles. El mundo sigue girando.

Solté un bufido. Detestaba a Lucifer por lo que hacía, por las apariencias, por cómo me usaba como un siervo. Pero no podía pensar en él desde el odio. No me salía. Había una parte de mí que me decía que había cariño entre los actos de ese hombre. Si nos salvó, puede que fuera por amor y afecto, y no por egoísmo.

—Si me cuentas lo que acordaste con el Ángel de la Muerte, te explico la conversación que escuché entre él y Pol —confesé, captando la atención de mi hermana.

Las tostadas salieron disparadas de la máquina y dio varias zancadas para sacarlas. Se comportaba con el aparato con más pánico que un domador de leones. Sacó las tostadas, exagerando con dramatismo la temperatura y agitando los dedos. En esos cuatro movimientos tuvo tiempo suficiente para saber lo que quería decir. Así era ella. Ágil de mente, ágil en apariencia.

—Pues ahora me vas a contar esa charla que no entiendo por qué no conocía ya. ¿Qué ganabas ocultándomelo? —Entrecerró los ojos mientras terminaba de preparar el desayuno. También había hecho para mí—. De hecho, no sé por qué no me dijiste lo de Amanda. Sabes cuánto adoro estos chismes. No sé qué te pasa por esa cabecita loca.

Dejó la comida sobre la mesa, pero antes de que pudiera deslizarme hasta el borde para comer, me detuvo con la pierna. Llevó su pie a mi boca y yo la aparté, arrugando el rostro en una mueca asqueada.

—Gilipollas —suspiré, más juguetón que enfadado. Ella puso morritos, sin dejar de molestarme—. Bueno, vale. Joder, párate. Muchas gracias por hacerme las tostadas, querida hermana, Alteza.

—Alteza mi coño moreno. No me llames así o te corto los huevos.

La seriedad con la que replicó me hizo reír.

—Sé dónde tienes las cosquillas. Cuidado con tus amenazas. —Me apoyé en el reposacabezas. Sabía que portaba la batuta de la conversación hasta que soltara lo que tanto le interesaba conocer—. Pol y el Ángel de la Muerte discutieron un tema... Peculiar. Se podía leer entre líneas que llevan una agenda personal. Diría, incluso, que van a más.

—¿En qué sentido? —inquirió en un italiano perfecto Cass, que deslizó los ojos por su ático. No era común encontrarse espías, pero nunca se sabía.

—Pretenden cometer traición contra las normas. Deshacerse de Bela para conseguir el casino, deshacerse de Hugo por ser parte del Servicio Secreto de Inteligencia... No te mencionaron, pero tampoco hizo mucha falta —respondí en el mismo tono de voz grave usando el italiano más cerrado que pude pronunciar.

Ella asintió, apática. Su mirada estaba perdida, analizando lo que sucedía en su mente. Cuando se ponía en ese plan, era peligrosa. Engulló su desayuno rápida y veloz, como si tuviera prisa por existir.

—El Ángel de la Muerte me ofreció un trato respecto a Lucifer. Me contó que se enamoró de un alma pura, una chica llamada Luna. —Asentí. Aquello ya lo sabía. Igual que las consecuencias que tendría—. A cambio de darme la corona de oro en bandeja de plata, debía enamorarlo yo antes. Puede que sea fácil si esa muchacha no quiere verlo, pero si llego tarde y se hace recíproco... Tendríamos un problema.

—Hablamos del mismo hombre que mató a su esposa el día de su boda porque abrimos el pastel de la amante —reí por inercia—. Me da que no te vas a tener que calentar mucho la cabeza.

Ella suspiró, apartando el pie de mi vientre para dejarme comer. Se levantó, estirándose. Oí un crujido, pero no supe si era la tostada o la espalda de mi melliza.

—La cabeza no sé, pero la cama sí tendré que calentarla.

Me quedé masticando, dibujando en mi memoria la silueta de Amanda. No podía perdonarle que alimentara la rabia de Johanna en un instante tan vulnerable, pero tampoco podía apartarla de mis pensamientos. Recibí sus llamadas, mensajes y demás. Parecía interesada. El orgullo no la representaba en lo más mínimo. Conocía su error y lo aceptaba, pero yo no podía confiar del mismo modo en sus actos. No después de mentirme.

—Sobre Amanda... —dije volviendo al español. Ella giró la cadera alzando el mentón como si quisiera que continuara hablando—. Siento no habértelo contado antes.

—¿Tanto te gusta?

Los ojos de Cass se desviaron por un momento, como si le fuera incómodo hablar de sentimientos.

—Me atrae. —Le di otro bocado a las tostadas, dubitativo—. Es un cóctel de llamas y sangre que me encantaría probar. Pero me echa atrás su frialdad. Resuelve conflictos con la violencia y temo que lo que de verdad me guste de ella sea el reflejo que veo de mí en su actitud.

—Follátela. Si quieres llamarla al día siguiente, no te lo pienses, es la adecuada. Si te deja la polla echa un Frankestein y lo primero que piensas al levantarte es "¿qué me llevó a esto?", yo de ti me alejaría.

—Gracias, hermanita. Tú siempre dando los mejores consejos sobre el amor... —Rodé los ojos y volví a dar otro bocado.

—Tranquilo, al menos a ti no se te quedan dormidos. —Se encaminó hasta su dormitorio y desapareció por el pasillo—. Me voy a duchar y a arreglarme para seguir buscando al tonto de tu jefe. A ver si puedo enamorarlo esta tarde. Hasta luego, barcoluengo.

Y yo seguí devorando mi tostada. Siendo sinceros, sí que valía tanto como un día intensivo de trabajo en las tareas del hogar.

Observaba la torre de Cherkirov desde la calle, tan alta y decorada de lujos como un obelisco de oro. Me adentré en sus entrañas como un desconocido más, vestido con gafas de sol y gorra para ocultar mi identidad.

Los guardias de seguridad me reconocieron por el colgante de un corazón llameante que fardaba con el pecho al descubierto. La camisa desabrochada me quedaba bien, aunque prefiriera el chaleco.

Mientras ascendía por el ascensor y seguía las instrucciones de los empleados, pensaba en lo cansado que me había dejado hacer todas y cada una de las tareas que mi estúpida hermana me mandó hacer a cambio de quedarme con ella siempre que quisiera. Era un buen precio a pagar por seguir durmiendo en el hogar.

Las puertas se abrieron y me encontré de frente con un largo pasillo lleno de oficinas. Una cristalera servía de barrera entre los becarios y el despacho del CEO. Las persianas estaban echadas, lo que indicaba que Pol Gamón debía estar ocupado con quién sabe qué asuntos. No quería saber nada de ellos.

Esperé hasta que una secretaria salió con una mirada fija en el suelo. Se limpió la boca con el dorso de la mano, en parte asqueada, en parte aliviada de seguir en su puesto de trabajo.

—La próxima vez que te vea forzando a una chica a hacerte horas extra, te partiré la puta boca hasta que hablar sea tu peor tortura —saludé a mi viejo amigo Pol, que terminaba de abrocharse el cinturón en su sillón de jefe—. La lujuria significa pasión, amor, intimidad. Y, lo has adivinado, consentimiento. Que lo quieras todo no significa que puedas tenerlo.

—¿Sabes? Me ha sorprendido que me llamaras después de lo que pasó en la boda —rio él—. Matas a uno de mis hombres, me amenazas, matas a mi pobre Emilia...

—No. De eso no fui responsable.

Apreté los puños y la mandíbula. Estuve a punto de poner sobre la mesa la conversación que tuvo con el Ángel de la Muerte, pero me contuve. Ese impulso podría costarme mucho.

—Ya, claro. —Se puso en pie, cruzando las manos detrás de la espalda—. No paraste de intentar seducirla. Lo vi en tus ojos cada vez que la mirabas.

—Perdona que hable así de los muertos, pero ella me acosaba porque no te soportaba. Eras el remedio barato porque lo inalcanzable la rechazaba.

—Te vuelves a pasar de la raya, amigo mío.

La calma de Pol me generó malestar. Colocó un dedo sobre un teléfono y una luz rojiza se encendió. Usó su mechero con el emblema de un dragón con virutas esmeraldas para prenderse un cigarro. Luego, añadió:

—Chicos, enseñadle una lección.

El despacho se llenó de cinco matones al segundo. Traté de hacerme con la navaja, pero me la arrebataron de un manotazo. Me pusieron la zancadilla y caí al suelo. Las patadas volaron. Me apalearon las costillas. La cabeza me dio vueltas con cada puñetazo. Las suelas de los zapatos dejaron marca. Sangraba. Solté un esputo sanguinolento al intentar incorporarme. Sentí la quemazón del cigarro de Pol cuando lo apagó en mi pecho. Me dio una bofetada. El frenesí me impidió reaccionar. Tampoco podía permitirme enfrentarlo. Era su reino el que pisaba. Estaba en desventaja.

Me agarró de las mejillas con una mano.

—Estamos en paz —escupió sobre mi traje, soltándome de un empujón—. Sé que no fuiste tú quien asesinó a mi amada, pero esto empieza a ser personal. Acepté la tregua que me propusiste solo porque estoy igual de preocupado que tú por la localización de Lucifer. Nada más nos uniría a dos hombres tan distintos como nosotros.

Al levantarme, me apoyé sobre uno de sus esbirros. Le di un puñetazo que le cruzó el rostro. Conseguí que me devolviera la navaja, pero las magulladuras me escocerían hasta el fin de semana. Ya me veía durmiendo entre cúbitos de hielo.

—¿Qué hay de la misión que te encargó? Me enteré de que te pidió que atracaras un banco. Puede que si tiramos de ese hilo lo acabemos encontrando.

—Busca una daga que se esconde allí. Una con diamantes rosas y negros. No me dio más detalles. Fue bastante escueto, a decir verdad. —El hombre se dejó caer en su sillón, meciéndose con un segundo cigarro entre los labios—. Solo sé que me llevaré hasta el último centavo del plan. Por eso acepté, en primer lugar.

No iba a ser yo quien le dijese el uso que una persona como Lucifer podría darle a un arma asesina de ángeles.

—Es fácil persuadirte de no hacer preguntas innecesarias.

—Desde mi punto de vista, es un acuerdo implícito entre hombres de negocios. No lo entenderías. —Le dio una calada al cigarro—. ¿Una copa?

—Pensé que lo de la paliza iría después de la copa. No. Paso. Capaz eres de envenenarme. —Me senté en uno de los asientos frente al escritorio, dirigiendo la mirada a los esbirros de Pol—. Cuando seáis capaces de enfrentaros en una pelea uno contra uno, me llamáis y probamos. Hasta entonces, marchaos y que os den por el culo. Nenazas sin fuerza.

Dejarme pegar por esos enclenques para complacer a ese empresario avaricioso me saldría caro cuando Cass me viera. Le arrancaría la cabeza de un mordisco. Aunque yo también lo haría si no me sirviera.

Los esbirros obedecieron al recibir la orden de su superior, que asintió al oírme hablar. Sacó dos vasos y los puso sobre la mesa. Se sirvió whisky y me ofreció, pero insistí en negarme.

Lo que sí hice fue acercarme el vaso para escupir un diente en él. Fue mi modo personal de mearme en sus narices.

Le dediqué una sonrisa.

—¿Qué te ha hecho venir aquí en realidad, Thiago? —La pregunta sonó más inteligente de lo que era la persona que la verbalizó.

—La semana que viene hay elecciones para escoger nuevo monarca provisional. En ausencia de Lucifer, me picaba la curiosidad saber tu opinión. —Suspiré, sintiendo un hilillo de sangre recorrer mi sien.

Pol usó el teléfono para llamar a su secretaria favorita. Le pidió que trajese un botiquín y limpiara mis heridas. Acepté sin dudarlo. Tenía mis propios planes para esa chica.

Apareció poco después, cabizbaja y sumisa como salió. Era rubia, de ojos azules saltones y buena figura. Se agachó a mi lado, temblorosa, y me atendió como si ya fuese una médico profesional de tantas peleas que había tenido que intervenir.

—Podemos hablar con ella delante. No te preocupes, ha oído y visto cosas peores en este despacho —rio el CEO de mala gana.

—A ti, por ejemplo —reí y a la secretaria se le escapó una sonrisa cómplice que ocultó al instante.

Le guiñé el ojo y ella se sonrojó, centrada en usar las gasas sobre la brecha que tenía en la frente. El escozor me hizo soltar gruñidos de dolor.

—No te pases de listo o llamaré a los chicos otra vez. Y no les pondré límites. —Perdí la cuenta de cuántas caladas le dio al cigarro. Al fin, lo apagó en un cenicero. Agradecía que tuviese la ventana abierta—. Estoy siendo misericordioso dejándote plantar tu culo de picaflor en la silla que he pagado yo con mi propio dinero.

—No me has respondido a la pregunta todavía. ¿Qué planes tienes para las votaciones? ¿Empezamos a hablar ya de negocios o tienes miedo de que no sean beneficiosos para ti?

Sabía que lo había golpeado justo en la debilidad. Carraspeó, orgulloso, antes de apoyar las manos sobre el escritorio.

—¿Quién se presenta? —preguntó fingiendo desinterés.

—Mi hermana y Amanda —respondí, sabiendo que por mucho que lo deseara, él no ganaría por votos—. ¿De qué bando estás?

Titubeó unos instantes en los que la secretaría me cosió la brecha. La precisión y el tacto suave que utilizaba me generaban confort pese a los pinchazos desagradables que estiraban la piel.

—Me lo tendría que pensar. Hay que considerar que venimos de una tragedia sin precedentes en la boda de Lucifer. Estoy consternado —mintió, acariciando su barbilla.

—Ya, ya lo he visto al llegar. —Acaricié el brazo de la secretaria, que se detuvo unos breves segundos. Le temblaban los dedos—. Un hombre roto. Destrozado.

—Así es. Así es. Juré lealtad a la soberbia —admitió con seguridad—. Siento comunicarte que una mujer no sabría gobernarnos. La historia habla por sí sola; ya recuerdas lo que pasó cuando Cisne, la reencarnación de la lujuria por aquel entonces, nos reinó guiando a Cleopatra.

—No me imagino lo glorioso que será el día que abras un libro.

Me relamí los labios, provocando una risita tímida en la secretaria, que se silenció horrorizada cuando Pol se levantó. La señaló con un dedo acusador.

—Mujer, ¿de qué mierda te estás riendo? ¿Tienes huevos de alzarle la voz a tu CEO? Porque como te despida, te arruinaré la vida y acabarás de puta en un burdel de esta gentuza. —Me lanzó una mirada de desprecio que alimentó mi satisfacción.

—Se me ha ocurrido una idea.

Di un aplauso, extrañando a ambos. Cuando la chica terminó de vendarme, deslizando los ojos por mis abdominales llenos de parches y gasas ensangrentadas, me incorporé. Me dirigí hacia Pol, sonriente. Me quité un anillo de rubíes y diamantes y se lo dejé sobre la mesa.

—Te doy esto a cambio de que despidas a esta empleada. —Hice un gesto con el pulgar. El empresario salivaba al contemplarlo—. Le ofrezco un hueco en mi hotel para trabajar de lo que se le dé bien y le pagaré mejor que tú por las mismas horas.

—¿Y si no quiero? Es muy competente. Sería una pérdida irreparable para mi empresa.

—Hace cinco segundos querías despedirla por reírse de tu absurdo ego, cosa que comparto, por cierto. —Le guiñé el ojo a la secretaría, cuyas mejillas enrojecieron más todavía—. Y ahora es esencial porque te hace horas extras. Si no quieres una denuncia por acoso sexual que te llevará a los juzgados conmigo, acepta mi regalito y cierra esa boca o te la llenaré de mierda de cabra.

Abrí los brazos, como si le estuviese ofreciendo una ganga. La chica esperaba expectante, sin saber qué expresión facial mostrar por miedo.

—A la puta calle, Carla —bufó Pol con disgusto, murmurando unos insultos hacia mí.

—¿Qué coño has dicho? Discúlpate con ella ahora mismo. —Coloqué las manos sobre la mesa y él se sentó. Se me marcaban las venas en los brazos—. No te creas que tus muchachos pueden conmigo —reí por impulso—. Les he dejado pegarme porque me siento culpable por la muerte de Emilia, nada más. Si vuelvo a verte ponerle las manos encima a alguien sin su consentimiento, Lucifer no será el único desaparecido de la faz de la tierra.

—Vale —susurró él, evitando el contacto visual. Alzó las manos en señal de rendición—. Perdóname por mi falta de modales, Carla.

Me quité el colgante del corazón llameante, una reliquia valiosa de rubíes. Se lo dejé delante, colocado con precisión.

—Esto es para cuando te pongas a pensar quién debería ocupar el trono. Cassandra Dawn Asmodeus estaría encantada de conocer tu opinión.

Di media vuelta, acercándome a la secretaría para ofrecerle la mano. Ella tardó en aceptar, embobada.

—Thiago —dijo el CEO con una voz nerviosa. Ya casi había salido por la puerta—. ¿No crees que sería justo que el casino me perteneciese?

Negué con la cabeza.

—En eso no te voy a amenazar. Pero si le tocas las narices a Bela, mi melliza subirá a redes que tu torre parece el miembro de Bob Esponja. Y si el odio del mundo no es suficiente, vendrá ella misma a sodomizarte hasta que te arrepientas. —Me encogí de hombros—. Tú decides. Es bastante persuasiva.

Cerré la puerta a mis espaldas. Carla estaba plantada ante mí, sin saber cómo debía reaccionar. Todavía tenía el botiquín entre las manos, incrédula.

—¿Y ahora qué? —sonaba entre preocupada y agobiada.

—¿Tienes novio?

—No. —Se sonrojó, desconfiada—. En el puesto de secretaria pusieron como requisito no tener pareja.

—Ya. Bueno. Esta tarde vas a irte de fiesta con tus amigas. —La miré a los ojos y noté cómo la excitaba—. Te lo vas a pasar de miedo porque has perdido el trabajo y eso siempre es una oportunidad para mejorar. Y mañana, de resaca, sin prisa, te vienes a mi hotel y hablamos sobre qué puesto te gustaría tener.

—Y... ¿Ya está? —Seguía temblando. La agarré de los hombros y los masajeé—. ¿De qué trabajaría?

—¿Te molestaría ser mi secretaria?

Ella lo negó. De hecho, percibí en sus ojos cómo salivaba por mi torso desnudo, casi tanto como Pol con mis joyas.

—Pues contratada. —Acaricié su mejilla y ella cerró los ojos, disfrutando del tacto—. Mi única condición es que, en lugar de imaginar lo que deseas, lo pidas.

Me acerqué a su oído y Carla me tocó el pecho.

—Hasta lo más prohibido que se te ocurra.

NOTA DEL AUTOR:

Os dejo una imagen de cómo me imaginé a Carla para que tengáis una idea general de ella! (Sé que todos los personajes salen hermosos, es lo que hay, la ciudad del pecado y esas cosas)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro