🔪CAPÍTULO 4 - EL MATÓN DE DEMONIOS🔪
Ya no me quedaba ni un botón abrochado de la camisa. Me senté espatarrado en el borde de una de las mesas, jadeando por el esfuerzo. El concurso de baile culminó con una ovación sin precedentes por parte de los testigos. Lucifer se llevó tanto reconocimiento como yo, así que su ego se sació con rapidez. Era el rey de la soberbia, pero podría serlo del resto de pecados si quisiera.
Me sorprendía que el Ángel de la Muerte no lo hubiese atacado ya por incumplir la norma de no destacar en un pecado que no fuera el propio.
Cuando el público se dispersó, la mayoría para marcharse de la fiesta, pude ver a Amanda Morn con una pierna cruzada sobre la otra, en su asiento. Era como si su melena estuviese hecha de llamas serpenteantes. Le sonreí y ella me devolvió el gesto, expectante.
Hice el ademán de acercarme, cogiendo valor de dentro. Era una boda, ¿qué mejor momento para lanzarme a la piscina?
Una mano me detuvo a mitad de camino. Me giré y noté los ojos dorados posados sobre mí.
—¿Dónde vas, Thiago? Tengo que pedirte un último favor antes de dejarte libre por el resto de la noche. ¿Podrías hacerlo? —pidió mi jefe.
Desvió su mirada unos segundos hasta donde se encontraba Amanda. Luego, soltó una pequeña carcajada.
—¿No puede hacerlo otro, Alteza? Ya estoy empapado de suficiente sangre —protesté notando la furia crecer en mi corazón.
—Claro, pero no me fío de nadie más para esto. Es importante —dijo y su voz pasó de la arrogancia a la súplica. Me sorprendió tanto que no pude evitar hallarme en un dilema—. Me han informado de que tenemos un asesino en la mansión que pretende herirme. Quiero que vayas al garaje, saques el maletín que hay escondido donde guardo las llantas de reserva y lo lleves a mi dormitorio. Mételo debajo de la cama y que nadie te vea.
—¿Puedo preguntar qué contiene? —Me crucé de brazos, desconfiado.
—Documentos, fotografías y datos de una persona que debo proteger. El Ángel de la Muerte no puede verlo —añadió Lucifer colocando una mano sobre mi hombro como de costumbre—. Solo puedo pensar en ti para una tarea así.
Me quedé parado, pensativo. Era la primera vez que veía esa vulnerabilidad en él y me sorprendió.
—Cuento contigo, amigo —intervino Luci sin permitirme responder, alejándose para despedirse de sus invitados.
La encrucijada asoló mis pensamientos. Estaba atrapado entre las redes del rey. Lancé una mirada de disculpa a Amanda, que arqueó la ceja como si todavía esperara que tomara la iniciativa.
Podría ignorar la orden de Lucifer y hacer lo que de verdad quería. No me habría costado nada pedirle la tarea a uno de sus guardias. Total, ¿quién decía que estaba siendo sincero conmigo?
Escuché la risa de mi hermana. Ella se divertía haciéndole bromas a Hugo en compañía de Bela, que cantaba a su alrededor. Su sonrisa valía oro. Si no actuaba, aquello se desvanecería. Cass había sufrido demasiado como para volver a recaer.
Di un par de zancadas al frente hasta la posición de la bailarina de las cuchillas. Los pozos de lava penetrantes que tenía por ojos me estudiaron de nuevo, esta vez más de cerca.
—Amanda, tengo que hacer un recado, pero volveré en un rato. ¿Podría invitarte a una copa cuando vuelva? —pregunté sin parar de rascarme la nuca.
Ella inclinó la cabeza a un lado. Su inexpresividad me intrigaba. Era un misterio de mujer.
—Llevaba esperándolo desde que nos vimos en el jardín. ¿De verdad vas a posponerme? —Su voz era sensual—. Sea lo que sea lo que te haya dicho el jefe, tú no deberías involucrarte. No es tu lucha. Te usa como su mascota.
—¿Perdón?
—O me invitas ahora, o no tendrás una segunda ocasión. Tú decides. Yo también tengo trabajo.
Desvió la mirada para ponerse en pie sin perder el estilo. Aunque le sacaba una cabeza, imponía como un gigante.
Me giré para observar a Cass. No podía arruinar su felicidad por egoísmo. Ella habría hecho lo mismo por mí. Desde el incendio me cuidó tanto como yo la protegí. Valoraba más su bienestar.
—Lo siento, Amanda. No sé si quiero invitar a una copa a una mujer que me pone en ese tipo de aprietos de primeras —contesté con un bufido, notando cómo ella fruncía el ceño entrecerrando los ojos.
Se le deslizaron los ojos hacia mis abdominales desnudos, pero en un parpadeo los volvió a redirigir a mi rostro. Por cómo hizo un gesto de incomodidad, percibí que no encajaba bien el rechazo.
—Pero...
—Buenas noches. —Alcé el mentón a modo de despedida y me marché.
Me autofustigaba por haberle hablado así. El corazón me latía con tanta intensidad que sentí que se me saldría por la boca. ¿Por qué tenía que ser tan imbécil? Si antes de negarle una copa ya tenía dudas sobre si le interesaría conocerme, en esos instantes tenía claro que no querría ni verme.
Respiré hondo, calmando mi respiración. Me alejé de la carpa para adentrarme en las sombras de la noche.
Eché un último vistazo hacia la zona de la fiesta y vi a Amanda dejarle una nota a mi hermana. No lo entendí, pero al ver la reacción que hizo mi melliza en consecuencia, supe que era señal de que se había replanteado sus palabras.
Llegué al garaje a las doce menos diez de la noche. Me puse a buscar el maletín que me indicó Lucifer entre los armarios rojizos. Lo encontré escondido entre llantas y lo saqué con curiosidad. Tenía un candado con una combinación de seis números. Fuera quien fuera la persona a la que protegía, era esencial para él.
Conforme atravesaba los pasillos de la mansión, pensaba en quién podría ser. ¿Y si el asesino era una de las reencarnaciones de los Pecados Capitales?
Unos cinco minutos más tarde, me encontré con las últimas dos personas que quedaban en el salón principal discutiendo con un tono de voz agresivo. Me camuflé entre las columnas para espiarlos.
El Ángel de la Muerte, en su forma humana, gesticulaba y se enfrentaba a ni más ni menos que Pol Gamón, la avaricia personificada. Todavía tenía sangre en el cuello del pequeño corte que le hice con mi navaja.
—Lucifer debe ser castigado por su crimen. Ningún pecado debería cruzar esa línea. Jamás —susurraba con ira el sacerdote con el parche en el ojo—. Esta ceremonia está basada en una mentira.
—Insisto —replicó el billonario, tranquilizador—. Solo debes pedírmelo y yo lo haré. Lo sustituiremos por otro candidato a soberbia.
¿Pol Gamón traicionando a su jefe? Nunca imaginé que llegaría a escuchar aquello. Ese hombre acataba cada una de las órdenes del rey sin pestañear. De hecho, parecían inseparables de cara al público y al resto de pecados. Empezaba a entender por qué Lucifer me tenía tanta estima. Dentro de su Camarilla, era el único cuya ambición no superaba los límites de su capacidad. ¿Quería derrocarlo? Sí. Pero sin Amanda como reina y con tanto que perder, no tenía intención de hacerlo si no encontraba la oportunidad adecuada.
Y menos aún si tenía que lidiar con tantos frentes abiertos que no dudarían en apuñalarme por la espalda una vez alcanzara el trono. Me convenía más seguir siendo la mano derecha de la soberbia e ir purgando traidores hasta que un simple movimiento me pudiese permitir el ascenso a rey de los pecados.
—¿Qué quieres a cambio? —preguntó el Ángel de la Muerte con las manos cruzadas tras la espalda.
—El negocio de Bela es una mina de oro. Un casino de tan exquisito lujo, situado en una región de la ciudad tan frecuentada. Me encantaría hacerme con él. Es una pena que su dueña sea una adicta. Si llegara a morir de sobredosis, todos lamentaríamos su pérdida. Dios no lo quiera.
Apreté los puños de rabia. Quise intervenir y matarlo allí mismo, pero no podía en presencia de una criatura como la que mató a mis padres. Hasta los más justos podían corromperse. Si el resto de sus hermanos vieran lo que ese sacerdote ávaro estaba dispuesto a hacer, incumpliendo la norma más importante de todas, lo desterrarían y lo torturarían. Ningún pecado matará a otro.
Para eso mandábamos asesinos.
—Sí, nadie debería sufrir como ella por la adicción. Los accidentes son más frecuentes de lo que parecen. Y lo mismo ocurre cuando duermes más de lo normal. Un día te vas a dormir y al siguiente no despiertas, ¿no crees? —Se encogió de hombros el Ángel de la Muerte.
Fue como si supieran que los estaban oyendo. El tono de su conversación cambió por uno más amigable. Me abrumaba la idea de que me hubiesen descubierto, pero necesitaba pasar por ese pasillo para subir al primer piso.
Comentaron la posibilidad de conocer a más candidatos a pecado, personas normales que, por una razón u otra, destacaban en uno de los siete y podían reemplazar a los ya existentes si estos llegaban a morir. Lo habitual era que la esencia se trasladara. La humanidad de la reencarnación se divide en la identidad propia y la mezcla de todas las anteriores.
Tardaron poco en despedirse. Cada uno se fue por un pasillo en dirección a sus dormitorios. Los anfitriones nos habían invitado a los VIPs a quedarnos a dormir en la mansión.
Por desgracia, no tenía a mano una daga de diamantes rosáceos, o de lo contrario habría apuñalado a ese Ángel de la Muerte hasta desintegrarlo. Lucifer hizo bien desconfiando de él.
Usé el sigilo para recorrer los pasillos y las escaleras hasta el cuarto del rey. Abrí la puerta despacio, procurando vigilar que nadie me siguiera. Las luces estaban apagadas, lo que fue extraño en un principio. Escuché movimiento y me preocupé, llevando una mano a mi cinturón. Buscaba la navaja con los dedos.
—¿Quién anda ahí? —preguntó una voz femenina al prender la luz de la lámpara al lado de la cama.
Se trataba de Johanna. Iba en pijama y tenía los ojos legañosos. Me quedé petrificado al verla. Se suponía que ella no debía ver el maletín, ¿cierto? ¿Cómo le iba a explicar que su esposo tenía un secreto?
—Johanna. —Sonreí. Ella suspiró, más relajada—. Pensaba que seguías en la fiesta. Lucifer me pidió que dejara esto en su cuarto. —Mostré el maletín, como si no hubiese nada que esconder—. Lo pondré donde me ha pedido y me iré enseguida. Siento haberte despertado, Alteza.
—No hace falta que me llames así, Thiago. Hay confianza. Tu hermana me convenció para irme a dormir antes de tiempo. —Se apoyó en el reposacabezas, mordiéndose las uñas. No paraba de mirar el candado del maletín—. Mi esposo te tiene mucho cariño, ¿sabes? Eres más confidente para él de lo que soy yo, por lo visto.
Echó una rápida ojeada al objeto que cargaba en una mano.
—No querrá implicarte en sus asuntos personales. Cuando uno tiene tanto que perder, prefiere delegar en quienes sabe que harán lo que sea sin miedo.
Me agaché para meter el maletín bajo la cama, oculto entre la tela que caía por los laterales. Me volví a incorporar para salir del dormitorio.
—Ya.
—Yo solo tengo a Cass. Si muriera nadie más me echaría de menos. —Hice una breve pausa, intranquilo—. En fin. Disculpa por haberte molestado.
—¿Por qué crees que nadie más te echaría de menos? —preguntó con las piernas recogidas entre las sábanas—. Me apuesto lo que quieras a que mínimo la mitad de las mujeres que han venido a la boda lo harían.
Debía estar hecho un desastre, porque se quedó pasmada al verme de cuerpo completo. Me apoyé en el marco de la puerta, cansado.
—No de la manera que me gustaría. —Le dediqué una sonrisa entristecida.
—¿No tienes a ninguna chica especial en tu vida que te lloraría?
Pensé en Amanda y la risa me salió natural. Era más probable que me llorara la acosadora de Emilia.
—Yo diría que no. Nadie es tan especial para mí.
—¿Y eso? —Se acarició el pelo, sonrojada.
—Demasiado complicado o demasiado roto. —Di un par de golpecitos en el marco de la puerta—. Supongo que vivo mejor como lobo solitario, aunque me gustaría que la realidad fuese distinta.
—Eres tú quien decide eso. Lucifer dice que si sigues soltero es porque no te conformas con cualquiera.
Apoyé el antebrazo en la madera, metiendo la otra mano en el bolsillo. El pantalón marcó la uve cerca de mi entrepierna.
—Que reencarne la lujuria no significa que no sepa lo que es el amor romántico. La pasión, la obsesión, relamerse los labios al ver pasar a esa persona y no poder dejar de mirarla... —Suspiré—. Se han referido a mí de tantos modos que ya no sé si hablan de mi cuerpo o de la idealización que tienen de cómo soy. Prefiero asegurarme de que hay sinceridad cuando conozco a alguien.
Johanna asintió, bostezando. Me sentí mal por incordiarla. Tampoco sabía si debía advertirla de que pretendían asesinar a su esposo. Mantenerla alerta solo causaría más problemas. Si Cass la había persuadido para que se fuera a dormir era porque el asesino estaba al caer y no quería que le salpicara a un inocente.
—Quizás necesites encontrar a alguien que te entienda.
—Quizás. —Asentí, pensativo. Tenía la mirada perdida—. Hasta entonces seguiré fingiendo que no me importa.
Le di las buenas noches y cerré la puerta al salir. Con la espalda contra la pared, sentí cómo me palpitaba el pecho. Nunca me había expresado con nadie y menos de aquel modo. Al menos sería suficiente para que no se pusiera a revisar el contenido del maletín de Lucifer.
El móvil vibró. Lo agarré y me lo llevé a la oreja.
—Thiago, han saqueado el garaje —jadeó Lucifer, tan cabreado como era de esperar—. Dime que has hecho lo que te pedí.
—Sí, señor. Johanna está en el cuarto, pero no sabe nada —respondí con firmeza y una voz grave como un bajo—. ¿Quieres que me quede a patrullar los pasillos?
—El asesino debe estar yendo ahora mismo a tu posición. —Escuché estática en la línea—. Acabo de matar a dos tíos, así que puede que no esté solo. Mantente alerta y que no te pille desprevenido.
—Lucifer, creo que sé quién está conspirando contra ti. Pol...
La llamada se cortó cuando una mano me rodeó la boca y el teléfono cayó sobre la alfombra. Me giré por inercia y aparté a la persona, desenvainando mi navaja con agilidad.
Rajé el rostro de mi atacante, pero abrí los ojos con amargura al ver que se trataba de Emilia.
—¿Qué coño haces? Estaba intentando darte una sorpresa —se quejó la envidia con una mano sobre la mejilla ensangrentada—. Por Dios, Thiago...
—Perdóname. —Levanté las manos en señal de paz, vigilando que no viniera nadie—. Escucha, estamos en peligro aquí, ¿vale? Tienes que volver a tu cuarto.
Busqué el móvil por el suelo, pero al recogerlo comprobé que mi jefe había colgado. ¿Lo habrían alcanzado?
—¿Por qué no me prestas atención? Me alejas como si fuera una mierda cada vez que me acerco a ti. ¿Es que no ves que te amo? —El dramatismo de Emilia me provocaba arcadas.
—¿Es que no ves que no es recíproco? —exclamé, presa de la ira—. Desiste y quédate con alguien que te quiera de verdad. Yo no lo hago ni lo haré nunca porque es Amanda a quien deseo.
Nunca olvidaré la expresión que puso Emilia en su rostro. Fue una mezcla de tristeza, rabia, miedo y confusión. Lo sabía, lo supo desde que me conoció, pero que se lo verbalizara cambió el chip en su interior.
—Me has roto el corazón —susurró con un hilillo de voz débil.
Un disparo atravesó su cabeza y la sangre me salpicó. Me eché atrás, todavía en shock, cuando vi al encapuchado aparecer por el pasillo. Llevaba una pistola. Me apuntó y yo recogí el cuerpo de la mujer para usarlo de escudo humano. Las balas lograron penetrar a través de la piel y restos de los perdigones impactaron en mi torso.
—¡Johanna! ¡No salgas del cuarto! —grité. Retrocedí hasta llegar a la puerta y, al verla abrirse, le pedí que volviera.
Dejé el cadáver a un lado justo antes de meterme. Uno de los disparos me rozó el brazo.
Escuché un tajo grotesco de carne. Presionando la herida, vi que la cabeza del encapuchado rodó hasta caer sobre la alfombra.
Amanda Morn estaba de pie a su lado, con una catana ensangrentada. Se quitó el abrigo y pude comprobar que iba armada hasta los dientes.
—Entrégame el maletín, Thiago. No quiero hacerte daño.
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