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💤💰CAPÍTULO 23 - EL JUICIO DE POL💤💰

El día había llegado. En cuanto empezara el juicio, debía elegir mis palabras con cuidado. Lo que dijese podría ir en mi contra. Según me habían informado, los jueces iban acompañados por un Arcángel, una criatura de la que nadie nos había hablado y que parecía estar por encima de los Ángeles de la Muerte. No tenía constancia de ello, ni en los textos antiguos, ni en las leyendas conocidas. Temía que fuese una estratagema de Augusto para que fuese con pies de plomo y no me la jugase a acusarlo.

Al entrar en la sala del tribunal escoltado por los agentes del SSI, se hizo el silencio. Pasé por un pasillo central ante la atenta mirada de los proveedores de Pol y un número sustancial de periodistas e invitados especiales. El juicio pasó a ser tan mediático que había una multitud furiosa fuera de los juzgados manifestándose. Usaban pancartas criticando la avaricia del empresario. Lanzaron tomates a los policías que lo acompañaron y gritaban cánticos de odio hacia su persona.

Las cámaras de la televisión nacional apuntaban a las dos mesas separadas por un hueco frente al estrado. Entre los jueces no había ninguna entidad de poder. Lo percibí en la piel y supe que las amenazas eran falsas. Pura mentira que no me detendría de cara a ejercer justicia sobre los pecados. Aquel día, el mundo cambiaría.

Nos sentamos en nuestro sitio con la fiscal. Los abogados de la defensa estaban vestidos con trajes y uniformes impolutos. Eran ricos, personal de prestigio con una reputación intachable. Pero corruptos. Estaban hasta las cejas de billetes negros.

Cuando Pol entró por la puerta, vestido con su mono anaranjado de prisionero, las fotografías lanzaron destellos. Estaba serio y demacrado. Las esposas le apretaban tanto las muñecas que tenía moretones.

Nos preparamos y nos organizamos. Después, el juez identificó a cada uno de los miembros implicados y presentó el caso. La fiscal explicó las acusaciones dirigidas hacia el CEO de Cherkirov. Las intervenciones del público fueron castigadas con la expulsión. No hubo jurado, pues existía el riesgo de que se manipularan las opiniones. El perjurio no significaba nada para Pol, así que lo aplicaba él tanto como forzaría a otros a hacerlo en su nombre. Quería sobrevivir, pero la decisión jugaba en su contra.

La expresión del avaro me llamó la atención. Esperaba encontrarlo frágil, desesperado, asustado, pero en su lugar vi seriedad. Percibí aceptación en sus ojos y eso me generó dudas.

Se valoró el atraco a mano armada, el fraude, delitos por abuso sexual y la conspiración contra Lucifer. Me encargué de mostrar la cinta grabada con el Ángel de la Muerte Anya en el aeropuerto de Berlín, los documentos robados por Bela de la torre Cherkirov y las fotografías captadas por las cámaras del banco durante el atraco.

El abogado de la defensa presentó pruebas de lo más interesantes, a mi parecer. Retrocedieron años atrás, cuando tenía por costumbre ser bromista. Supe que aquello podría pasarme factura en el futuro, pero no me importaba. No era suficiente.

—Les doy una copia de los mensajes que a continuación voy a leer y que fueron enviados por el detective Hugo Sloth bajo la identidad falsa de... —se ajustó la corbata para decirlo—. Manuel Palomo —estuve a punto de reír, pero conseguí reprimir la sonrisa para mantener la seriedad—, entre los años 2020 y 2021, en especial durante el período de pandemia.

Relató cada uno de los mensajes que le enviaba por las noches cuando estaba despierto como un búho y Pol intentaba dormir.

—"Eres una foca gorda que se atraganta con dinero" —dijo el abogado, recolocándose las gafas tras una pausa—. "Eres tan malo jugando al bingo online que te metería una catana por el ojete, hijo de puta" —siguió nombrando una lista que duró más de tres minutos de reloj—. "Te odio, marmota con memoria de Dori", "A ver si te mueres y cobro la herencia, Donald Trump con cataratas".

Aquella última me salió del corazón. Mientras escuchábamos las críticas, jugueteaba con una pulsera para no dormirme. Si cerraba los ojos durante el juicio, perdería credibilidad.

—Señorías. —El abogado de la defensa se quitó las gafas—. Es evidente que el señor Sloth tiene un odio profundo hacia mi cliente. Sus acusaciones son desproporcionadas, impropias de un Pecado Capital como el suyo. Desconozco los métodos que ha utilizado para la obtención de esas pruebas, pero podría asegurar que ni el SSI tiene acceso a la información que se nos ha presentado aquí. Diría que se ha recurrido a la manipulación por medios criminales.

—Protesto. Especulación. —Alzó la voz la fiscal, el juez la aceptó.

Le di una palmada de orgullo en la espalda a mi compañera, dándole la enhorabuena por la intervención. Era una mujer de cabellos canosos, demasiado profesional para tomarse a broma la situación. Me lanzó una mirada juiciosa y yo le saqué el dedo corazón por debajo de la mesa para que no nos vieran discutir.

Menuda zorra desagradecida. Encima que la felicitaba.

Perdí el hilo del juicio cuando se pusieron a hablar con palabras técnicas. El derecho me gustaba para el tiempo de ocio, no cuando trabajaba.

Sacudí la cabeza al oír que llamarían a los testigos. La fiscal se puso en pie, fue la primera que participó.

Carla, vestida con traje y corbata, se presentó en la sala. Su melena rubia destilaba orgullo allí por donde pasaba. Thiago la había empoderado hasta convertirla en la secretaria más competente de la ciudad.

Parecía que íbamos en cabeza.

La fiscal le preguntó acerca de los favores sexuales que Pol Gamón la obligaba a realizarle durante su trabajo. Confesó cada una de las veces en las que aquello ocurrió, con detalle. No podía ser mentira y los abogados de la defensa lo sabían.

Por ello, recurrieron a una estrategia de mal gusto. Al tocarle el turno al perfumado abogado de la defensa, este fue a cuchillo contra ella.

La enfrentó acerca de su interés económico por la empresa, por su actual trabajo como secretaria de Thiago Asmodeus y, peor todavía, por cómo esos favores sexuales eran bien recibidos en el caso del mellizo. Sacaron unas fotografías que los mostraba besándose en el vestíbulo del hotel. Decidí cagarme en la estupidez de Thiago, por supuesto. Y, ya que se habían aceptado las pruebas de las cámaras de videovigilancia y los documentos que robó Bela sin matices criminales, también permitieron el contenido audiovisual.

Con una mano colocada sobre la barbilla, replanteándome la inteligencia de Thiago Asmodeus, observé el video pornográfico que grabó con Carla en su ático del hotel. Ella estaba sonrojada, queriendo que la tierra se la tragase. Aunque con los ojos puestos en esas imágenes, no sabía diferenciar quién se tragaba a quién.

El abogado defensor valoró las denuncias por abuso sexual dirigidas hacia Pol como una forma vengativa de ganar dinero. Compararon las situaciones entre ambos jefes, con la única diferencia de la edad y el atractivo de ambos. La secretaria se puso tan nerviosa que perdió los estribos y empezó a insultar al CEO sin permitir que la fiscal sacara la verdad por una vía pacífica durante su interrogatorio.

La letrada a mi lado susurró críticas contra Carla, infravalorándola por ser rubia y demasiado joven para controlar los impulsos.

Me acerqué a su oído para susurrarle con una voz sensual que un porcentaje elevado de personas que juzgaban a otras tenían peor rendimiento sexual, antes de volver a sentarme en mi silla. Contemplé el techo con seriedad, recibiendo una mirada asqueada por su parte que no llegó a más.

El juez rechazó el testimonio de la secretaria. Acabábamos de perder la prueba más fiable de los actos que cometió Pol. Al menos para el atraco no tenía escapatoria y el fraude era un crimen por el que ya se le juzgó en distintas ocasiones. Lo que solía ser una multa pasaría a convertirse en años de cárcel bajo la influencia del SSI.

El juicio prosiguió con más testigos. Ni la defensa ni la acusación lograron cambiar lo establecido. No se le empeoraría la condena, pero se le acusaría de crímenes graves. La justicia había ganado, aunque fuera de manera parcial.

—Don Pol Gamón, ¿tiene usted algo que alegar en su defensa? —dijo el juez principal mientras el resto reorganizaba los papeles.

—Sí, señoría.

El hombre se levantó en su sitio. Las cámaras lo apuntaban, se hizo un silencio sepulcral. La sala aguantó la respiración ante lo que diría a continuación.

Me fijé que Augusto, el Ángel de la Muerte, apareció por una puerta para presenciarlo en persona. Allí estaba el culpable de otros tantos crímenes. Ambos se lanzaron una mirada sospechosa. No había complicidad, solo ira.

—Adelante, prosiga. —El juez hizo un gesto con la mano.

Carraspeó la garganta.

—Sé que mis abogados dirán lo contrario, pero me declaro culpable. —El público empezó a murmurar, miles de destellos fotográficos saltaron. Los hombres trajeados que tanto esfuerzo invirtieron en defenderlo trataron de detenerlo, pero él se negó—. En efecto, formé parte del atraco al banco nacional y he cometido los crímenes de los que se me ha acusado. —Le dedicó una mirada de odio a Augusto, luego se dirigió a mí, con la misma ira—. Sin embargo...

El bullicio comenzó a hacerse insoportable. El juez exigió que se callaran, dando golpes con su martillo. La tensión creció. Truenos de verdad caerían ese día en la ciudad, pero tras esa mirada, supe que nos agitaría a todos.

—Lucifer Morningstar fue el cabecilla de la operación. Él es mi jefe, el principal responsable de que esto siga ocurriendo —exclamó por encima de las voces. Los guardias de seguridad se llevaron a quienes se quejaban—. Él me ordenó que lo hiciera para robar la única daga capaz de matar Ángeles de la Muerte.

»Thiago Asmodeus, Amanda Morn, Hugo Sloth y Cassandra Asmodeus colaboraron en el crimen. Mis pruebas son las siguientes; disparé en la pierna al mellizo, si encontráis al médico que lo curó, miembro de mi equipo directivo, comprobaréis que la bala extraída pertenece a mi pistola. —Trató de quitarse el mono para mostrar una herida en su espalda—. Esto me lo hizo la cuchilla de Amanda mientras huíamos por los túneles.

Me puse en pie, aún dolorido del costado. La fiscal y el abogado defensor se acercaron al estrado para pedir que terminara aquella locura. Yo no podía parar de mirar la situación, incrédulo.

—Y Hugo Sloth hackeó el sistema electrónico del banco. —Me señaló—. El SSI lo ha encubierto a cambio de venderme a la justicia. ¡Pues esta es mi puta justicia! ¡Sé que moriré en cuanto salga de esta sala, así que a la mierda con todo! —Se dirigió hacia Augusto, que ordenó a los carceleros que devolvieran al prisionero a la cautividad—. ¡Los Ángeles de la Muerte han provocado un intento de purga sin justificación! —Dos policías lo agarraron de los brazos, retirándolo de la sala—. ¡Que los altos jueces actúen en consecuencia!

El caos se creó entre administrativos de justicia y jueces. Hubo discusiones y alborotos que el martillo sonoro sobre la madera no pudo detener. Escuché de fondo cómo el juez ordenaba un aplazamiento para investigarlo.

Seguí a los policías que se marchaban con Pol. Tenía la esperanza de que su apertura me ofrecería las respuestas que ansiaba acerca de las motivaciones de Lucifer. Él las conocía, lo sabía.

El trayecto por los pasillos fue un desastre. Apenas podría explicar cómo llegué a la sala de interrogatorios, pero así lo hice. Me impidieron pasar a la zona del acusado, pero sí me ofrecieron la oportunidad de hablar con él con una barrera de cristal entre nosotros. Ordené que llevaran a los agentes del SSI para protegerlo, pero rechazaron la propuesta. No entendía qué estaba pasando. Nadie tenía más autoridad que nosotros.

El cuarto tenía varias de aquellas barreras incomunicadas con teléfonos que comunicaban a un lado y otro. Era el mismo mecanismo que en las prisiones, pero en un área habilitada de los juzgados. Pol no estaba en prisión provisional, ni tampoco en libertad con fianza, por lo que no podrían llevarlo a un lado ni a otro hasta que no se resolviera su caso.

—Pol, ¿qué has hecho? ¿Eres consciente de lo que van a hacernos ahora? —pregunté con el teléfono rojo pegado a la oreja.

—Me da igual. Yo ya estaba muerto, lo dijese o no. Si yo caigo, lo haréis vosotros conmigo. Os lo dejé claro antes del golpe. —Dio una palmada contra el cristal, furioso. Estaba encadenado, pero podía moverse a su antojo en la silla—. Y tú fuiste el listillo que habló de traición... Tendría que haberte arrancado la puta cabeza con una palanca.

—Pues ya que vas a palmarla y estás confesando tus delitos antes de morir, cuéntame qué quiere Lucifer con el poder del ángel caído. —El corazón me iba acelerado. Era la información que necesitaba Cass para tomar una decisión definitiva—. Podemos evitar que lo consiga. Sé quién puede frenarlo.

Arrugó el rostro con desconfianza. Sabía que le había dado en el punto débil. Agachó la cabeza, nervioso. No sabía qué hacer.

—Si lo haces, me aseguraré de que puedas salir antes de la cárcel. Te echaré un cable entre rejas. Te daré beneficios y riquezas. —Notaba la tensión en los músculos. El costado me ardía—. ¿Qué me dices? Sabes lo que puedo hacer.

—¿Cómo esperas que me fíe del cabrón que me va a meter entre rejas? ¿Dónde está tu sentido de la justicia ahora? ¿Eh? —gritó, enfurecido.

—La justicia también significa impedir que el rey se convierta en un falso dios tirano, que es justo lo que pasará si llega a ascender y sus ambiciones se basan en la dominación mundial —repliqué haciendo aspavientos—. Te protegeré de los Ángeles de la Muerte. Es la mejor oferta que te puedo hacer, y sabes lo valioso que podría ser.

Titubeaba las condiciones desde su lado de la barrera de cristal. Suspiraba, se llevaba una mano a la frente y sudaba. El mono tenía manchas marrones bajo las axilas. Ya había aceptado, pero no sabía cómo negociar más beneficios.

Un portazo sonó cerca. Me giré, pero no era mi cuarto.

—Vale, acepto. Joder, fírmalo por escrito. —Me señaló con un dedo. Saqué el móvil y envié el mensaje a su número. Se lo mostré—. A todo esto, ¿cómo sabes que me contó lo que quería?

—Me lo confesó Amanda. Sé que habló contigo. —La relajación me permitió acomodarme en la silla—. Por favor, dilo ya y acabemos con esto.

—Lucifer quiere... —Una mano lo apartó del teléfono. Lo estampó contra la pared.

—¡No! —grité al levantarme de un salto. Augusto sacó sus alas, apuñalando a Pol en el vientre con un machete—. ¡No! ¡No! —Mientras le daba puñetazos al cristal, vi al ángel insistiendo en las puñaladas. Una tras otra, el prisionero terminó escupiendo sangre—. ¡Me cago en tu puta madre con plumas!

Me aparté del cristal, llevándome las manos a la cabeza. Pol cayó de bruces al suelo. El Ángel de la Muerte me lanzó una mirada intimidante. Agarró el teléfono empapado de sangre.

—La purga continúa, Hugo. Lucifer es el próximo —confesó antes de colgar.

Salí corriendo hacia la puerta. El costado me flaqueaba por la herida, pero aguanté el ritmo. Silbé con los dedos y un equipo de agentes del SSI se reunieron conmigo en el vestíbulo de los juzgados.

Cuando Augusto apareció, me cubrieron con sus armas en mi huida. Los ciudadanos que nos vieron se tiraron al suelo para evitar el fuego cruzado. Los cristales del tejado cayeron sobre nosotros. No había nada que pudiéramos hacer para abatir a un Ángel de la Muerte sin la daga. Si iban a por Lucifer era porque pensaban que la tenía. Y lo cierto era que ni yo mismo lo sabía.

Escapamos de los juzgados a una velocidad pasmosa. Escuché un gemido de dolor de uno de mis agentes. Tenía el machete clavado en el pecho. Se desplomó al suelo y las cámaras lo grabaron en vivo.

Huyeron despavoridos ante la escena. Subimos a un vehículo privado para marcharnos. No dejaría a ninguno de mis compañeros atrás. Ninguno que no hubiese muerto ya.

Cuando el vehículo hizo el primer giro en la carretera, Augusto ya nos había perdido de vista.

Agarré mi móvil, borrando el mensaje que le había enviado a Pol, tanto en su dispositivo como en el mío. Respiré hondo, sintiendo mareos. Me quité la molesta chaqueta del traje y me deshice de los botones de la camisa. La venda en el costado volvía a sangrar. Al menos seguía vivo.

Llamé a Cass.

—Vamos, vamos, cógelo —susurraba. Saltó el contestador—. Mierda.

Tecleé el teléfono de Thiago. Él sí me atendió.

—Thiago, malas noticias. Augusto ha matado a Pol porque en el juicio los ha acusado de una purga injustificada. Los Ángeles de la Muerte van a por Lucifer —lo dije tan precipitado que el chico tartamudeó para responder.

—¿Cuándo?

—Y yo qué coño sé, ¿dónde está Cass? La he llamado, pero no responde.

—Ha quedado con él... No me ha querido decir dónde. —La voz le temblaba.

—¡Pues reúne al resto de Pecados Capitales! ¡Hay que encontrarla enseguida antes de que los maten!

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