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💋​CAPÍTULO 20 - LA TIERRA QUE SE TRAGA CHICAS ROTAS💋​

—¿Se pondrá bien? —Las manos se me agitaban solas. Daba vueltas por el palco del cabaret, atenta a lo que hacía Bela—. Me cago en la hostia. ¿Cómo ha pasado? ¿Quién ha sido? Deben de saberlo ya, supongo. ¿No? ¡Pues que encuentren al responsable!

Colgué, saturada. Me temblaba tanto la mano que al guardar el móvil apenas pude detener los espasmos. Mi hermano ingresado en estado crítico y Hugo con una herida en el costado. Al parecer, la daga de rosa y negro había desaparecido. Si le contaba a nuestra amiga común lo que sucedía, la destrozaría.

—¿Quién era? —rio ella, sonriente por los efectos de la droga. Me daba abrazos y caricias—. Dame amor.

Preferí ceder antes que mostrarle mis verdaderos sentimientos. La envolví con los brazos. Me comportaba como su madre. Rodé los ojos, permitiendo que ella fluctuara del llanto a la felicidad en segundos. Al separarse de mí, noté lo rota que estaba a través de su mirada. Le toqué la frente con una mano y comprobé que ardía. Aquello me preocupó.

—¿Has mezclado? —pregunté con nerviosismo, ella no respondió—. Eh, Bela, ¿qué te has tomado?

—Nada. —Se alejó, cansada, y se tumbó sobre unos pufs hasta hundir el rostro en la flacidez de los sillones—. Déjame. Estoy mejor.

—Me has llamado amenazando con que te ibas a suicidar. ¿Te piensas que me voy a ir porque tú me lo digas? —Me agaché a su lado, dándole palmadas para que no me ignorara—. Tienes que desintoxicarte. Esto no puede volver a pasar. El mundo del espectáculo te necesita.

Ella se puso a llorar. Compartió su fragilidad conmigo y me la contagió. La saturación de la llamada me removió el estómago. No sabía si estaba en condiciones de ayudarla. No sabía ni cómo me estaba sosteniendo sin derrumbarme.

—Me han cancelado los conciertos. Están sustituyéndome por esa puta de Lise. ¿Es que no lo entiendes? —Se incorporó con agresividad—. No tengo fuerzas para actuar porque soy una adicta. La gente necesita música. Necesitan arte. Y lo necesitan rápido. La jodida cultura de la inmediatez me está matando.

—Y tanto. —Tuve que agarrarla de los hombros para que no se cayera. Su debilidad me preocupó—. ¿Qué te parece si esperamos a que se te pase esto y vamos al médico? Te ayudarán mejor que yo.

—Eres la única que puede salvarme, Cass. —Me abrazó para desahogarse—. No sé por qué duele tanto.

—¿Qué te duele? —Acariciaba su espalda—. ¿El cuerpo o el alma?

—Ambas —gimió entre lágrimas, alterada por los mocos.

Escuchamos la puerta de la calle abrirse. Aquel día no había actuaciones, así que el escenario estaba cerrado. Los clientes venían al bar, pero no esperábamos la visita de Pecados Capitales.

Me puse tensa. Si era un asesino de los ángeles, nos pillaría con las manos en la masa. No tuvimos tiempo de reacción.

Al ver aparecer unos rizos esmeraldas alocados, supe que podía tranquilizarme. Pero, entonces, me di cuenta de que la presencia de Lise sería más peligrosa que un mercenario.

—Chicas, ha ocurrido una desgracia. Han atacado a Amanda. Un coche ha chocado contra la limusina y no sé cómo está —exclamó con una crisis de nervios la chica.

—Joder. —Me llevé una mano a la frente. Bela se levantó, furiosa.

—¿De qué habla esta zorra? —gritó la cantante, provocando una mirada asqueada de parte de la envidia.

—He llamado al hospital y dicen que Hugo y Thiago están también heridos. Los han atacado en el hotel —añadió Lise.

Ya no había vuelta atrás. Me giré y vi cómo Bela desconfiaba de mí. No le había dicho con quién estaba hablando por teléfono, pero ya no hacía falta. Conocía la respuesta.

—Vamos a morir. —La coreana se llevó las manos a la cabeza.

Estaba entrando en un abismo del que no sabía si podría sacarla.

—Eso dilo por ti. Me niego a aceptarlo. Apenas llevo unas semanas con este cuerpo y ya me quieren eliminar. ¡Y un cuerno! —Sacudió la cabeza Lise, que se aproximó a una estantería llena de bebidas alcohólicas.

—¡Pues tú deberías ser la primera! ¡Por envidiosa, traicionera y puta! —Bela me apartó de un empujón. De un par de zancadas llegó hasta ella.

La agarró de los rizos y estampó su rostro contra las botellas. Se rompieron en fragmentos. Los chillidos sonaron estridentes por la sala.

Fui corriendo a separarlas. Agarré a la coreana del vientre y la aparté. Era más alta que ambas y tenía más fuerza.

Lise agarró una botella por instinto. Me cubrí con los brazos. El estallido me alejó unos metros. Sentí el escozor, luego vi la sangre. Empezó a gotearme del codo. Los tatuajes se me bañaron de granate.

—¡¿Cómo se te ocurre tocarla?! —bramó Bela como si de un animal se tratase.

Le dio un bofetón a su rival. Ella se lo devolvió. Se estiraban de los cabellos. Se lanzaban contra los muebles. Escuché la madera romperse.

Volví a intentar dividirlas. Las amenazaba, les lanzaba maldiciones. Nada. No servía. Se odiaban. Era tal el odio que hasta Lise sacó trapos sucios que solo conocía Emilia. Las identidades de la envidia salieron como bilis por su boca.

—¿Qué coño van a pensar los ángeles cuándo nos vean? No necesitan purgarnos, ya lo hacemos nosotras solitas. —Abrí los brazos, salpicando sangre al suelo.

Busqué una toalla con la que rodearme la herida. Notaba el dolor penetrarme los músculos. ¿Tan fuerte me había dado? Notaba cosquilleo en la mano.

Bela empujó a Lise contra la estantería. Agarró una botella y se la estampó en la cabeza. La chica de ojos esmeralda se desplomó.

—¡Eso te pasa por quitarme la fama! ¡Esto es lo único que me quedaba y ahora ya no soy nada! ¡No soy nadie! —protestó la cantante antes de colocar el fragmento de cristal sobre su cuello.

Me lancé para cazarla a tiempo. De un salto, le aparté la mano. El corte fue superficial. Un hilillo de sangre se le derramó hasta la clavícula. La agarré de las mejillas sin importarme la herida del brazo. Mi sangre se mezcló con la suya.

—Eres valiosa. Y te quiero. —La obligué a mirarme a los ojos. Los tenía tan dorados como Lucifer. Aquello me distrajo—. Ahora que Pol irá a la cárcel, ya no tienes obstáculos para seguir triunfando. Podrás volver a renacer como una estrella. Podrás conservar el casino.

—Tengo miedo de vivir así lo que me queda de vida —sollozó, cerrando los ojos para controlar la respiración. Se ahogaba con el pulso tan acelerado—. No quiero ser una vieja solitaria a la que nadie recuerde. No quiero depender de ese subidón que me da la adicción para subsistir. No quiero reencarnar más la gula.

—No pasará. Nada de eso pasará. —La acaricié por detrás de las orejas para calmarla—. Te buscaremos ayuda. Te recuperarás. Estaré a tu lado, acompañándote.

—¿Me lo prometes? —suplicó.

No podía asegurarle que fuese a dedicarle la misma atención de siempre. Ni yo misma me ubicaba entre los problemas que nos sepultaban bajo tierra. Titubeé lo suficiente como para que ella sintiera que no iba a darle una respuesta sincera.

—Te prometo mi apoyo —asentí. Se quedó satisfecha—. Pero no puedo cruzar límites. No me lo puedo permitir ahora con tanto lío.

—Lo entiendo —lo repitió dos, tres, cuatro veces hasta que la silencié con un beso. Fue lo único que se me ocurrió para que no sobrepensara—. ¿Qué podemos hacer?

—Lo primero. —Me dirigí hacia el cuerpo inconsciente de Lise—. Pedir ayuda para que alguien le mire esa brecha.

Los agentes especiales del SSI que nos recibieron en las puertas del cabaret nos escoltaron a una furgoneta negra. Nos llevaron al hospital, para curar las heridas y visitar al resto de pecados.

No nos permitieron ver a mi hermano. Aquello me frustró. Mientras me cosían el corte del brazo, exigía como Principessa della Lussuria que hiciesen la excepción. Era la única familia que me quedaba y estaban dispuestos a impedírmelo. Ni los Ángeles de la Muerte tenían tanto coraje para enfrentarse a mí como los médicos.

A excepción de Pol y Lucifer, el resto de la Camarilla nos reunimos en el ala oeste del Santo Domingo. Estaba condicionada para nuestro servicio de urgencia. Nos priorizaron por encima de pacientes graves. Odiaba que fuese un sistema corrupto, pero de no ser el caso, puede que Thiago hubiese muerto.

Con el antebrazo vendado, me senté en una silla de la sala de espera. Los demás estaban recibiendo tratamiento de un tipo u otro, pero yo ya no lo necesitaba. Me quedé pensativa, imaginando qué horrores nos esperarían al salir del edificio.

Hugo apareció con una mano sobre el costado. Lo noté más pálido, con sus ojeras moradas y sus mechones rubios revueltos. Lo saludé con un sutil abrazo, procurando no herirlo más. Él me calmó. Relajó el estrés que acumulaba. Las palpitaciones me sacaban de mis casillas.

—¿Cómo ha pasado? —pregunté, viendo que prestaba atención a mi vendaje—. Esto te lo cuento mejor luego. Bela está hablando con los médicos para empezar la rehabilitación.

—Al menos la has convencido. —Se sentó entre quejas, ambos enfrentados—. Lo nuestro pasó rápido. Tengo la teoría de que los Ángeles de la Muerte usaron las firmas durante las votaciones para ubicaros en todo momento y purgaros. Irían a por Thiago, pero me encontraron también.

—¿Pensaste eso durante la ceremonia? —Sonreí. Era capaz de predecir hasta lo más insensato.

—Pienso menos de lo que me gustaría entre sueño y sueño. —Se cruzó las manos sobre el vientre, pensativo—. Lo único bueno que saqué del ataque que casi se lleva la vida de tu hermano es que descubrí cuál es la ambición de Lucifer.

Abrí los ojos, con el latido del corazón acelerado. Me giré para mirarlo.

—¿Has descifrado el poema?

—Mejor. Lo he entendido. —Se inclinó hacia mí—. Por eso quería hablar contigo, Cass. Eres esencial.

Arqueé las cejas, indicando que siguiera. Lo veía cerrar los párpados con tanta lentitud que no supe si se estaba durmiendo a cámara lenta o estaba sufriendo un ictus.

—¿Para qué? ¡Dime ya, coño! —Di un aplauso que lo sobresaltó.

—Voy a tener que enfadarme contigo algún día como sigas dándome estos sustos —contestó con parsimonia—. A lo que iba. Umbría es la entidad que representa el octavo pecado capital, y Luna el recipiente sobre el que quiere renacer. Es parte del ritual para convertirse en ángel caído. Igual que los Ángeles de la Muerte, el único modo de matarla es usando la daga de rosa y negro.

—¿Y si Umbría corrompe a Luna antes de que lo consiga? —Se me hizo un nudo en el estómago.

—Creo que ya sabes la respuesta. Por eso la mantenía lejos. Por eso no sabíamos nada. —Hugo tosió, sosteniendo su costado con una mano.

Estaba molido. Lo veía en su pose cómoda. Era la primera vez que se sentaba derecho.

—¿Y qué tengo yo que ver con ese ritual? ¿No se perdió el libro hace milenios?

Me contó la historia que le había explicado a mi mellizo. Me habló de mi madre, de cómo los Asmodeus ocultaron la ubicación del libro y el padre de Lucifer actuó. Se me llenaron los ojos de lágrimas al pensar que fuimos víctimas colaterales de la crueldad de un pecado de la soberbia. Apreciaba más a Luci por lo que sacrificó por nosotros, pero si estaba siguiendo los pasos del viejo rey, debía detenerlo.

—El último paso se llama la princesa y el ángel caído —dijo al fin—. Necesita la sangre de la mujer que ama y de un representante de la muerte. Si lo consigue, se sobrepondrá al resto de entidades. No habrá quien lo pare.

—¿Y si usa ese poder para el bien? He visto la vulnerabilidad en su corazón. Sé que hay amor en él. Aunque el orgullo no le deje expresarse, sé que puede cambiar.

Hugo me dedicó una mirada de decepción. Lo negó, pero no sabía lo que yo sentía. Me había pasado días recordando traumas pasados, torturas y muerte. Bela había estado a punto de suicidarse ante mis narices. Tenía un vacío en el alma que no podía dejar hueco. Y lo que sentí esa noche con Lucifer, lo que vino antes y después de la conversación en el jacuzzi, me daba esperanzas. Solo tenía que oírlo confesar. Ese era el punto de inflexión para nuestra historia.

—Lucifer nunca debió ser rey. Si le concedes ese poder, me matará. Los únicos a los que no os hará daño será a ti y a tu hermano.

Era consciente. Lo traicionó y aquello podía pasarle factura. Incluso dándole tiempo por liberarlo de los juzgados sin consecuencias, no tardaría en cobrarse su venganza.

—¿Y de qué modo podría pararlo? —Jugueteaba con los anillos de los dedos, atacada por la sensación de culpa.

—Muriendo, cosa que no vamos a hacer. —Hizo un gesto con las manos para recalcar la obviedad. Rodé los ojos—. O dejando de ser la mujer a la que más ame. Cualquier opción suena imposible.

—¿No hay ninguna forma más?

Suspiró. El olor a químicos del hospital me llegó desde la distancia. El aroma del ambiente se me impregnaba en la piel.

—Matarlo con su propia daga, si es que la tiene él. Hasta donde yo sé, al despertar en el hospital ya no la tenía.

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