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💤CAPÍTULO 19 - COMO EL AGUA SE CORROMPE SI NO SE MUEVE💤

Entré a zancadas en el hotel. Pregunté a recepción si podía ver a los mellizos y una chica rubia apareció para atenderme. Dijo que se llamaba Carla y me comentó que Thiago estaba en su ático. Me presenté y no dudó en permitirme el acceso con la llave. Cuando llegamos, salí disparado gritando el nombre de los Asmodeus. Deseaba que estuvieran juntos, pero no fue así.

—¿Qué pasa? —Oí a Thiago aparecer en bóxers desde su dormitorio. Terminaba de cambiarse el vendaje de las heridas de camino—. ¿Qué pasa? No te has movido tanto en tu vida como en estos últimos cinco minutos.

—¿Dónde está Cass?

Mi cabeza iba por delante de mis palabras. Tenía demasiado que contar. Me acerqué a la cocina y saqué un refresco azucarado que me bebí de un trago.

—Tío, ese era mi refresco —protestó, señalándolo.

—Como si no pudieses comprarte siete más de un chasquido de dedos. —Me encogí de hombros, tirando la lata a la basura—. ¿Ves? En casa ajena no me da pereza limpiar.

—¿Has venido con tanta prisa para mostrarme tu evolución como persona? —Se cruzó de brazos Thiago, confuso.

—Tío, compartimos dos neuronas y una tiene cáncer. Vamos a dejarnos de tonterías y al lío. —Daba aplausos con una energía que tendría consecuencias. Me pasaría tres días durmiendo para compensar—. Siéntate en ese sofá tan cómodo y apetitoso en el que para nada me voy a tumbar.

El mellizo Asmodeus se acomodó, soltando quejidos de dolor. Gruñía con cada estiramiento.

—Cass se ha ido al cabaret con un cohete en el culo. Bela la ha llamado diciéndole que había recaído. No ha querido darme detalles, pero me ha preocupado mucho cómo se ha puesto. Puede que sea grave. —Suspiró mi amigo, serio.

Me quedé desconcertado. No me gustaría que ella también sufriera. Las quería mucho, a ambas. Odiaría no poder protegerlas.

—Me pasaré luego a ver cómo está. Sé que no hay nada que pueda hacer ahora mismo por ella así que no me hace ningún bien darle vueltas. —Tenía las piernas entumecidas de tanto andar—. En fin, a lo que venía. ¿Te ha contado Cass el sueño que tuve?

—¿El del poema raro en la pared? —rio el chico.

—Justo. —Di una palmada, abriendo los ojos con énfasis—. Vale, pues he mezclado lo que he investigado sobre Lucifer y ese poema y he descubierto una correlación que va a sacudirnos a todos como no hagamos algo.

—Dijiste que habías sacado a Luci de los juzgados por miedo a lo que pudiese hacer. ¿A qué te referías?

Exageré los gestos con las manos al oírlo interrumpirme.

—Calla, que me desconcentras. No interrumpas. —Le di un sutil puntapié en el muslo sano, provocando que frunciera los labios—. Por cierto, ¿tienes armas en casa? Yo de ti dejaría una por aquí.

—¿De qué cojones va esto? —Abrió la boca, como tomándoselo a broma—. Sí, tengo dos pistolas. ¿Crees que va a venir alguien?

—Lo dudo, pero ese dos por ciento de posibilidades me quita el sueño. Y ya sabes lo que eso significa para mí —contesté con seguridad, deseoso de que Morfeo me devorara en ese sofá. Apenas aguantaba en pie.

Thiago se levantó. Poco después apareció con un revólver y una pistola policial. Me entregó la segunda y dejó la primera sobre la mesa.

—Habrás venido con el SSI, ¿no? —Volvió a sentarse, esta vez más cómodo que la anterior.

Notaba que había recuperado el color de piel desde la última vez que lo visité en el ático de su hermana.

—Los envié a vigilar a los pecados. Por si acaso. No me fío de Lucifer. De hecho, para eso venía. —Sonreí sabiendo que al fin podría revelar los frutos de mi investigación—. Los versos del sueño me sonaban de algo y por eso tuve un mal presentimiento. Pues resulta —levanté el dedo índice, el mellizo me observaba como un alumno con su profesor— que cada fragmento del poema está en un presagio del libro del ángel caído.

El príncipe de la lujuria no pareció enterarse de la gravedad del asunto.

—Vale, genial. Eso es malísimo, claro. —Su expresión facial indicaba dudas.

—Ya sé por qué no conocía la motivación de nuestro misterioso rey, amigo mío. Nos hizo creer que quería robar la daga para matar a los tiranos Ángeles de la Muerte que trataban de conspirar contra nosotros, pero solo Augusto tenía planes secretos. —Abrí los brazos, como si aquello fuese a saltar el chip de Thiago. No lo hizo—. Muchos ángeles están en contra. ¿Entiendes lo que quiero decir? Lo que nos contaste entre Pol y él, esa conversación en la boda, nos despistó del verdadero problema.

—Porque nadie se arriesgaría a una guerra por un solo ángel corrupto. —Meditó mi interlocutor con la mirada perdida—. Sí que parecía extremo al principio. Yo pensaba que había más ángeles compinchados. Los que nos atacaron, sin ir más lejos.

—A ver, robamos la única arma capaz de matarlos. No hace falta ser corrupto para querer defender tu vida. —Entrecerré los ojos, cansado. Bostecé, lo habitual en mí. Se lo pegué a mi compañero—. Pero ¿sabes qué más se dice en el libro del ángel caído?

Thiago soltó una carcajada.

—Eso es una reliquia ancestral. Se perdió hace milenios. ¿Me estás diciendo que lo has encontrado en Google?

—Sí. Tu madre lo publicó en un blog oculto. Sé que es ella porque su nombre de usuario encajaba con sus datos personales. "CxsneRosxyNegrx", ¿te suena? El cisne es el animal favorito de Cass, y el rosa y el negro se relacionan mucho con las leyendas. También hackeé vuestro historial familiar, perdón. —Puse las manos en pose de rezo antes de proseguir—. Borraron los datos del día del incendio, lo que me lleva a la siguiente conclusión: El padre de Lucifer se enteró de que los Asmodeus guardaban el libro en su mansión y fue a masacrarlos para hacerse con él.

—¿Mis padres tenían el libro? ¿Cómo lo sabes? —La sorpresa dibujó un halo de desconfianza en la mirada de Thiago—. ¿Por qué no nos dijeron nada?

—Porque los mataron antes. Es viable porque ese libro se reencontró durante la Segunda Guerra Mundial. Los ángeles se lo dieron a tus bisabuelos. —Tenía tanta información que no sabía cómo seguir—. Mira, saqué a Lucifer de los juzgados porque me dijo que su ambición no os dañaría ni a ti ni a Cass. Cuando me explicó que mató a su padre, imaginé que estaba tramando algo. —Me llevé las manos a la cabeza, tenso—. Incluso haciéndole la rula, es posible que Luci venga a por mí para silenciarme. Al fin y al cabo, lo traicioné. Sé que le contó a Pol lo que sabía, pero el muy cabrón se calló cuando lo interrogué.

—¿Qué tiene que ver Cass en todo esto? —Thiago tenía la mandíbula rígida, valorando la opción de agarrar el revólver.

Le lancé una mirada de ánimo, por si así se decidía a mantenerlo cerca.

—Lucifer lleva intentando completar el ritual del ángel caído desde que se enteró de lo que hacía su padre. Si entiendo las metáforas del poema, ha roto más sellos de los que pensaba. —Respiré hondo, preocupado.

Le conté cada uno de los pasos. "Por la altivez de su rostro", un pecado de la soberbia. "El fuego todo lo consume", el incendio de la mansión Asmodeus. "Como el agua se corrompe si no se mueve", un símbolo de la pereza. "La tierra que traga chicas rotas", un símbolo de la gula. Todos ellos culminaban en el último de los versos, el más significativo.

—"La princesa y el ángel caído" —dijimos al unísono.

—Usará sangre de su amada y sangre de una criatura de los muertos, y al unirlas, renacerá el ángel caído —concluí al fin—. Por eso quería decírselo a Cass. Solo ella puede conseguir que ese último paso fracase. Si de verdad se aman, podrá convencerlo de detenerlo.

—¿Y qué hay de Luna? La chica a la que Lucifer ayudaba en secreto y con la que tan obsesionada está —Thiago rodó los ojos, divertido—. ¿Sabes que está viviendo con sus padres en la habitación de abajo? Mi hermana los invitó a quedarse aquí para protegerlos de Umbría.

Me quedé paralizado. ¿Acababa de decir que estaban a un piso de distancia? Me giré al ver que el botón del ascensor se encendía solo. Estaba subiendo.

—Umbría... —bufé. No la había considerado entre las maquinaciones.

Se me heló el cuerpo al conocer la realidad. Sentí un escalofrío.

—Eh, ¿quién está subiendo? —El mellizo Asmodeus agarró el revólver y se incorporó del sofá con el ceño fruncido—. Tienen que llamarme antes de una visita.

—Thiago, acabo de resolver el enigma de Lucifer.

Las puertas del ascensor se abrieron. Dos hombres salieron primero, armados con pistolas. Dispararon sin contemplaciones.

Actuamos con rapidez. Una bala atravesó el hombro herido de Thiago, pero pudo deshacerse de uno. Yo abatí al segundo, manteniendo el arma firme.

Escuchaba los quejidos molestos del mellizo desde el suelo. Se le habían abierto las heridas. Lo veía asustado.

Un tercer sicario apareció por el ascensor usando a Luna de rehén. Ella sollozaba, aterrada. Era como si Umbría los hubiese invocado.

El cañón de mi pistola no dejó de apuntarlo. Si osaba herir a la chica, lo mataría. La precisión me venía de familia.

—Soltad las armas o acabaré con ella —amenazó el desconocido. Tenía la cara cubierta.

Parecía uno de los asesinos contratados por Pecados Capitales, aunque podría ser un enviado de los Ángeles de la Muerte sin problemas. ¿Estábamos viviendo la purga?

—¿Quién es tu jefe? —Tenía la mano firme, quieta. No me tembló el pulso.

Tenía la situación bajo control.

—Gloria a la purga de Pecados Capitales —rio el sicario mientras Luna se orinaba encima.

Verla en ese estado me generó compasión. Necesitaba sacarla del agarre.

—Soltaré mi arma si la sueltas a ella —propuse dejando de apuntarlo—. Es inocente y no merece estar implicada en esto. Nunca debió estarlo, para empezar.

El desconocido se extrañó. Vio cómo me agachaba con lentitud, lanzando miradas sospechosas a Thiago, que no alcanzaba su revólver.

—Si tu amigo se sigue moviendo, le volaré los putos sesos —escupió con ira.

—Eres un hombre inteligente. Sabes mejor que yo que no va a llegar a su arma. —Deposité la pistola en el suelo y el sicario gruñó—. Venga, yo ya he cumplido mi parte. Libérala.

Deslicé mi arma por el parqué. El mercenario empujó a Luna a un lado, disparándome una vez en el costado. El puñetazo cálido me llegó. La segunda apenas me rozó la mejilla gracias a la intervención de una segunda ráfaga de tiros.

El sicario se desplomó y mi pistola soltó un humillo entre las manos de Thiago. Podría haberse equivocado, pero si hubiese decidido confiar en mi destreza, tal vez Luna estaría muerta. Y me negaba a ver el cadáver de un alma pura bajo mi responsabilidad.

Me dolía el aliento. Boca arriba, el techo era más alto de lo que recordaba. Luna se arrodilló a mi lado con el teléfono en la oreja. Llamaba a la recepción.

—Te vas a poner bien. —La chica presionó el costado, pero yo le pedí que no lo hiciera.

Si tenía el costillar roto, solo lo empeoraría. Un segundo de distracción. Eso fue lo que necesité para bajar la guardia. Y casi me costaba la vida. Los Ángeles de la Muerte no dudarían en atacarnos con su arsenal. ¿Dónde se habrían metido quienes me juraron que actuarían en nombre de la justicia?

El dolor de cabeza me desdibujó los pensamientos. Al fin podría dormir.

Desperté del susto en una camilla de hospital. Los medicamentos hacían efecto. El hormigueo en el costado me dio tranquilidad.

Me levanté sin dudar. La debilidad no me detendría. Me apoyé sobre la pared y una enfermera acudió a mí. Me obligó a tumbarme de nuevo, pero me negué. El peligro acechaba en cada esquina. Ni los Pecados Capitales estaban a salvo.

—¿Dónde está Thiago Asmodeus? —pregunté, apretando los puños.

—Está descansando. Está muy malherido, así que no se moverá en unos días —explicó la mujer—. Y tú deberías hacer lo mismo.

—Me tomaré analgésicos. ¿Sacasteis la bala? —Empecé a toser.

—Sí. La operación fue un éxito. Tuviste suerte de que no alcanzara ningún órgano vital. —La sanitaria hizo aspavientos para llamar al médico.

Dos de mis agentes especiales entraron al cuarto. Con amabilidad, le indicaron a mi enfermera dónde estaba la salida.

—Amanda Morn ha sufrido un accidente de tráfico. La salvamos y apenas tiene magulladuras del incidente. —Las palabras de la mujer trajeada me provocaron curiosidad. Cerraron la puerta para que nadie nos oyera—. Está en la misma sala que el mellizo. Creen que así podrá protegerlo cuando despierte.

—Han atacado a quienes participamos en el atraco. Esto no ha sido cosa de Lucifer. Joder. —Coloqué las manos sobre la camilla, mareado. Me entraron náuseas y vomité en una papelera—. Enviad a los cinco mejores guardaespaldas al cabaret de Cassandra Asmodeus. Que la protejan con sus vidas.

—Por supuesto —asintió el hombre, contactando con su micrófono con el resto del equipo. Se apartó de nosotros.

—Y dejad que la enfermera haga su trabajo. —Un pinchazo molesto me taladró el costado. Volví a tumbarme sobre la cama—. Creo que necesito descansar.

"Como el agua se corrompe si no se mueve", pensé permitiendo que la sanitaria me riñera por levantarme con brusquedad. Aquel verso se refería a mí. Si me mantenía inmóvil, si no hacía nada, Lucifer estaría más cerca de convertirse en el ángel caído. Y ni los representantes de la muerte en la tierra podrían detener lo que eso significaría para el mundo.

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