Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

🔪​👑CAPÍTULO 12 - ¿DE QUÉ LADO ESTÁS?🔪​👑

El viaje en avión fue el mayor despropósito que viví desde la orgía multitudinaria que organizó mi melliza hará ya siete meses. Habíamos logrado que Bela y Hugo nos acompañaran para comentar nuestra porra sobre quién ascendería al trono durante las votaciones. Hugo tenía dudas, pero Bela y yo teníamos claro que mi hermanita sería la nueva monarca. No solo porque ya fardaba del apoyo de la mitad de la Camarilla, sino porque conocíamos su historia con el rey.

Íbamos de camino a Praga, al castillo de los Viejos Lores, cuatro días después de que Cass encontrara a Lucifer y experimentara una larga noche de pasión en mi hotel. No entró en detalles por mucho que insistiéramos. Tampoco sabíamos si lo que nos relataba era fruto de su misión para convertirse en reina del pecado o si eran retazos de una historia romántica. Viéndola negar lo evidente, comenzaba a replantearme quién representaba la soberbia mejor.

—¿Cómo es follando? —La chinchaba Bela, de resaca. Incluso en su frágil estado anímico era capaz de priorizar el cotilleo—. ¿Te dio duro?

—Déjame en paz —bufó mi hermana con una voz pastosa, manteniendo una toalla húmeda sobre su cabeza por el dolor de cabeza—. Ya os lo he dicho todo.

—¿Lo hace mejor que yo? —Sonreía con malicia la coreana, que recibió un beso en la mejilla de la princesa.

—Eso nadie, bombón.

Los ojos cerrados de Cass parecían ocultar la verdad en sus palabras. No quería estropearles el momento, pero tenía la sensación de que Bela estaba celosa de Lucifer.

Mientras tanto, Hugo dormía entre dos asientos en una postura indescifrable. ¿Canalizaría así su inteligencia a través del cuerpo? Me podría pasar horas investigando qué clase de pensamiento se le vino a la mente para pensar que sería buena idea colocarse con la pierna así.

Y yo, por mi parte, respondía a los mensajes sucios de mi secretaria, que no dejaba de enviarme fotos, desnuda frente al espejo. Las camuflaba entre el resto, probándose conjuntos. La animaba y le decía lo que me gustaba de cada uno. Nunca ignoraba a mis amantes, ni siquiera cuando no salía feliz de la experiencia. En el caso de Carla, estaba satisfecho y dispuesto a trabajar con ella durante años.

Entrando en redes, vi que Amanda acababa de subir una publicación a Instagram estirando de la corbata de un hombre desconocido en el espejo de su casa. Por la manera en la que estaba sentada, podía intuirse que había historia detrás de los cabellos revueltos. No me incomodó. De hecho, me hizo pensar que seguíamos en nuestro juego de guerra y amor.

Dejé el móvil y me acomodé en el sitio. Crucé una pierna sobre la otra, admirando las vistas de República Checa. Adoraba la estética del país. Ya lo había visitado con anterioridad, interesado en vivir aventuras eróticas entre sus calles.

—Hugo, ¿cuánto falta? —protestó Bela. Entraba en su modo de hiperactividad—. Dios, qué ganas de salir de aquí.

Mi hermana la agarró de la mano antes de que pudiera levantarse. Lo hizo sin mirar, acostumbrada a ello. Se la acercó hasta sentarla en su regazo. Luego, la encerró entre sus brazos para impedir que se moviera. La luz de la pantalla del móvil la cegó, mostrando la desgana general de mi melliza a través de los rubíes que tenía por ojos.

No sabía qué le pasaba, pero estaba rara.

Consiguió distraer a Bela al ponerle un documental sobre animales de África. Eran los favoritos de la cantante. Se hundió entre la camisa a cuadros de Cass para contemplarlo, embobada. Los efectos de la droga podían convertirla en una niña.

—¿Qué pasó al final con la foto? —pregunté, dirigiéndome hacia la Principessa de la Lussuria. Ella me ignoró—. Eh, Blancanieves en tanga. ¿Me oyes?

—Hugo y su equipo la borraron y se cargaron las cuentas de los colegas de Pol —contestó Cass sin entablar contacto visual conmigo. Apoyó la mano sobre una mejilla, cansada.

—Qué feliz me hace ver nuestra seguridad en sus manos —sonreí mientras lo veía roncar, boca abajo en su asiento, con una pierna apoyada en el reposacabezas al borde de caer—, ¿no os parece el David de Miguel Ángel en su época post Goliat?

—Darwin estaría orgulloso de tremenda evolución, sí —suspiró con un tono divertido mi hermana.

Hugo tuvo un espasmo en el que su pierna estuvo a milímetros de caer. Soltamos un grito ahogado.

Lo grababa con el móvil, acercando con sutileza el zoom hasta enfocar el rostro aplastado sobre el asiento de nuestro bello durmiente.

Decidí agarrar un cojín y se lo lancé haciendo caso omiso a los insultos de las chicas por despertarlo.

Al impactar en el objetivo, el cuerpo completo de nuestro agente especial cayó directo al suelo. El suelo vibró. No se despertó. Seguía roncando, para nuestra sorpresa. Fue un acontecimiento que nos dejó boquiabiertos.

Bela estornudó con un chillido agudo e infantil. Fue entonces cuando contemplamos el brinco gatuno que dio la reencarnación de la pereza en el suelo, como un soldado al que acababan de bombardear en su trinchera.

—¡Tus muertos pisaos'! —exclamó, agitado—. ¿Quién estornuda tan fuerte, coño?

—Perdón —soltó la coreana en un hilillo de voz suave al tiempo que los demás reíamos.

Menudo cuadro. Si las votaciones iban a adquirir ese cariz, los Ángeles de la Muerte harían bien en purgarnos.

Llegamos al aeropuerto en un par de horas. Nos recogieron ángeles trajeados que no mostraban sus alas, hombres y mujeres. En presencia de las autoridades, nos comportamos. El trayecto duró unos cuarenta y cinco minutos desde la capital. Nos llevó al antiguo castillo Krivoklat. Puesto que a los Viejos Lores, antiguas reencarnaciones de los pecados que vivieron en el siglo XIV, les encantó la localización, decidieron erigir una edificación secundaria anexa para organizar sus reuniones.

Pude ver las fachadas pálidas y los torreones de tejados en forma de punta de flecha desde la distancia, más allá de los bosques. Los vehículos pararon a las puertas de nuestra ala del castillo, sin permitirnos acceder al resto por ser propiedad privada. Me habría gustado navegar de nuevo por sus pasillos, pero tendría que limitarme al área establecida por nuestros superiores.

Cada sala era un mundo distinto. Sus tamaños variaban, pero eran inmensas y las decoraban columnas de oro y suelos de mármol pulido. Podía ver mi reflejo a mis pies. Sonreí conforme nos mostraban el Salón Real, el espacioso comedor donde una larga mesa nos esperaba para la cena. Los muebles tenían un estilo ancestral propio de las celebraciones medievales que no eran más que ecos en el presente. Los fantasmas de cientos de historias románticas se hospedaban entre las paredes firmes del castillo.

¿Cuántos hombres y cuántas mujeres se amarían entre los rincones? ¿Qué se dirían, ocultos tras las columnas? Me imaginaba a esa princesa lujuriosa enamorada de un plebeyo marcado por la ira. Los imaginaba lanzándose una mirada furtiva tras acabar la reunión con los Ángeles de la Muerte. Los imaginaba marcharse del salón a escondidas para dejar fluir su romance en uno de los dormitorios.

—¿Qué historia te has montado ahora? ¿La del príncipe envidioso o la princesa lujuriosa y el plebeyo? —preguntó Cass para sacarme de mis pensamientos.

—Calla. —Chisté, cruzándome de brazos.

No era tan predecible. Era ella la que me conocía. Escucharla reír con sinceridad me hizo creer que no estaba tan afectada como parecía.

La conversación que tuvimos en el sofá del ático, cuando Carla se marchó, me asustó. Noté en sus gestos que estaba enfadada y dolida. El desprecio hacia lo que podía tener con Lucifer y que no sucedía por su orgullo la atormentaba. Veía que lo amaba pero que no estaba preparada para dar ese paso.

Nuestros anfitriones nos mostraron el resto de habitaciones del castillo, dándonos un paseo por los jardines. El clima era más agradable de lo que esperaba para estar a aquellas alturas de diciembre. Hacíamos tiempo hasta que llegara el resto de la Camarilla. Pol avisó que llegaría para cenar mientras que Lise y Amanda comentaron que después de comer las veríamos aparecer.

Los ángeles nos mostraron un cementerio donde habían enterrado a reencarnaciones pasadas de nuestros pecados. Ocupaban un recinto cuidado y florecido de hierba baja. Las lápidas eran distintivas según el estatus de la persona a la que pertenecían. Pasaban de simples cruces de madera clavadas en la tierra a panteones y criptas de gloria insólita donde reyes y nobles descansaban.

Recordé el entierro de Emilia Levian y Johanna. Se organizó entre los miembros esenciales del grupo, evitando cámaras innecesarias. Lucifer no se presentó. Se le juzgó con dureza por sus actos. Lo hicimos todos.

—Que la luz los guíe en su camino al otro lado —dijo una voz conocida mientras contemplábamos las tumbas.

El Ángel de la Muerte con el parche en el ojo apareció. El sacerdote que ofició la boda de nuestro rey y que parecía tener una reputación considerable entre sus hermanos.

Ninguno de los pecados entramos en la conversación. Saludamos y fuimos cordiales, pero nada más. Ya no confiábamos en él. Su secretismo no merecía nuestro tiempo.

Bela se encendió un cigarro, soltando las colillas sobre el campo santo. Lo hizo delante de los ángeles. Los mismos que podían eliminarla si lo deseaban. Y yo no entendía dónde quería llegar.

Cass le dio un codazo para que se comportara. Ni una chica ni otra se ubicaban todavía. Cada una tenía sus propios demonios acosándolas.

En cambio, Hugo respiraba el aire puro del jardín. Se mantenía alejado, dejando que la brisa acariciara sus mechones rubios.

Decidí acercarme para hablar. Sus procesos de meditación eran eficaces, o de lo contrario no se le vería tan calmado. Las doce horas de sueño ininterrumpido ayudaban.

—Se ha quedado una mañana bonita, ¿verdad? —pregunté pisando ramas en el sendero. Estaba situado junto a un roble antiguo—. ¿En qué piensas?

—En la información que recogió Cass sobre Lucifer. —Hugo se llevó un chupa chups a la boca, pensativo—. Se me ocurren ideas sobre quién es esa Umbría que persigue a Luna.

—Dispara. —Me encogí de hombros.

—O Umbría es el octavo pecado capital, o lo es el ángel que la ayuda a conseguir su propósito.

Me fijé en que ninguno de los seres divinos que nos observaba en la lejanía nos estuviera escuchando. No entendía cómo se le había ocurrido soltarlo con tanta facilidad.

—¿Por qué lo piensas? —susurré, incómodo.

—Que los ángeles no sepan dónde está el octavo pecado capital, o que piensen que eliminaron a su última reencarnación cuando resolvieron el tema del incendio, me sugiere que uno de ellos esconde un secreto. Nadie más que una entidad que sabe dónde se encuentra cada pecado en todo momento podría esconderlo a simple vista —explicó el chico, ocultando las manos en los bolsillos de su abrigo de lana.

Desde mi posición parecía un detective privado en busca de descifrar el enigma más oscuro de la historia de los Pecados Capitales.

—Puedo ayudarte a sacar la verdad a la luz. Ahora que Lucifer está fuera, no tengo por qué hacer de niñera con él. —Me acerqué a Hugo, contemplando las ramas del árbol anciano en el que tenía depositada su mirada cansada, con ojeras.

—Es peligroso, Thiago. —Sus ojos trazaron una ruta lenta hasta los míos, y luego se deslizaron hacia los ángeles que teníamos detrás—. Es una pena que ningún ángel esté dispuesto a echarnos una mano.

No expresó ninguna emoción, pero la sonrisa cómplice que nos dedicamos sirvió para entendernos.

Me fijé en los ángeles que nos acompañaban. Eran seis, cada uno con su propia personalidad. Una de ellas tenía una melena pelirroja que caía por sus hombros. La atracción que sentí me hizo recordar a Amanda. No podía hacerle eso. Me enfoqué en uno de los ángeles, corpulento. Me mordí el labio. Las votaciones se iban a poner interesantes.

Amanda y Lise llegaron durante la comida.

La luz entraba por los ventanales como oro blanco. Ventilar las habitaciones era necesario en un lugar con tantas memorias empolvadas. Era como leer libros viejos a través de sencillos detalles en los recovecos oscuros del castillo. Cada rasguño en la madera, cada mueble mal colocado, cada mancha en la alfombra tenía una historia que podía percibir en mi piel. Y sabía que el resto también lo vivía igual.

El ambiente se distendió en un tono respetuoso. No discutíamos, no nos peleábamos. Formábamos parte de una leyenda que se haría mito para nuestros descendientes.

La tarde transcurrió calmada, llena de reflexiones. No sabíamos si Lucifer se presentaría. La expectación quemaba como una vela que prendía las cortinas. Las miradas volaban bajo la bóveda decorada de ángeles y demonios sobre nuestras cabezas. No había un solo instante que no sintiésemos terror de lo que el eco de nuestras voces pudiese despertar de entre los muertos.

El castillo de los Viejos Lores era, en efecto, un lugar encantado. Mágico. Poderoso. Una muestra de lo que fuimos antaño y de lo que podríamos llegar a ser si uniéramos fuerzas.

Pero no era posible. Los pecados no encajaban. Nunca lo hacían.

Pol llegó al Salón Real sobre las ocho de la tarde. La cena ya estaba lista y cada pecado nos habíamos sentado en nuestro respectivo sillón. A mi derecha tenía a Cass, que miraba cabizbaja el plato vacío. A mi izquierda se encontraba Bela, que temblaba por los efectos de las sustancias que recorrían su organismo.

Frente a cada uno de nosotros, de izquierda a derecha, estaba Lise, tan impactada por el trato recibido que no soltó una sola palabra, y Hugo, que mantenía los ojos abiertos por cordialidad y respeto. Luego Pol, en medio, con el mentón alto y fardando de las joyas que le regalé por nuestro interés común. Era posible que me traicionara como ya había hecho con el acuerdo de no herir a Bela.

Y finalmente, portando uno de sus hermosos vestidos de las más altas esferas de la moda, Amanda me lanzaba miradas furtivas. Se había dejado el abrigo de piel colgando de la silla y esperaba con frustración la llegada de la comida. Esperábamos pacientes la aparición de nuestro rey, con la esperanza de que esa cena no fuese a más. Podría quedarse como un bonito recuerdo de paz entre pecados, pero su ausencia obligaría a los ángeles a tomar cartas en el asunto.

Escuchaba la respiración intranquila de mi hermana. La agarré de la mano, preocupado. Me recliné en su dirección.

—Si no hablamos de esto ahora, lo haremos luego. Tienes que contarme qué te ocurre.

—Estoy bien, mamá —susurró ella con ira—. No hay nada que hablar.

—Pues a mí me parece que sí —asentí, convencido de que tenía que ver con Lucifer—. Lo que se te pasa por la mente es importante. Eres la única familia que tengo.

Quiso replicarme, pero se tragó sus palabras.

Dos Ángeles de la Muerte aparecieron por las puertas del Salón Real cargando una pequeña caja que dejaron en el extremo sin mantel de la mesa. Se retiraron por donde habían llegado y nuestro sacerdote parcheado favorito se presentó. Sacó sus alas y un recuerdo del demonio sin alma que masacró a mi familia se me vino a la mente. Puede que los responsables fueran otros, pero si tenía en mis manos acabar con la vida del ejecutor, lo haría sin dudar.

—Lucifer ha llamado —anunció el ángel abriendo la caja. En su interior se encontraba el vino más caro del mundo junto a una carta—. Ha avisado de que no vendría, y que celebráramos la votación que quisiéramos pues no le quitaríamos el trono.

—Nada que no pueda solucionar un asesino —bromeó Amanda. Noté la mano de Cass tensarse.

—En la carta —el sacerdote se colocó unas gafas para leerlo con su único ojo— dice que de todos modos vota a Cassandra Dawn. Pero no parece darle importancia a esto.

Hubo comentarios que cubrieron el intervalo entre el asco y las risas. Yo me quedé en silencio, atento al rubor de las mejillas de mi melliza. Tenía cara de desear que la tierra la tragara.

—¿Pone cuánto le ha costado ese vino? —Salivó Pol observando la pieza de arte que los camareros nos sirvieron.

—Algunos piensan con la polla —replicó Bela—. Otros con el dinero. Otros con ambas. Tú estás con los últimos, Pol.

—Qué curioso —respondió el hombre con una mueca satisfecha—. Es el tipo de persona que te gusta, ¿no? Habrá que preguntar quién se quedó con tus bragas tras ese striptease.

La reencarnación de la gula hizo una pirueta con el cuchillo de plata que tenía junto al plato y lo clavó sobre el mantel con ferocidad. Se puso en pie. Me levanté para calmarla. Estaba alterada. Lo notaba en sus temblores.

—No entres en su juego. —La agarré de las mejillas para que me mirara. El resto de pecados eran testigos del suceso—. Piensa que él no sabe atarse los cordones y tiene contratado a un crío para que lo haga.

—Lo dice el hombre sin ambición. —El empresario soltó una carcajada—. En fin, ¿cuándo traen la comida? Acabemos con esto. Tengo trabajo que hacer.

Nos volvimos a sentar. No di pie a que el insulto continuara.

Esperamos a que nos trajeran los primeros platos. El ángel se retiró hasta el final del banquete. La tensión creció en el ambiente. Con cada bocado y cada trago, alguien soltaba un comentario insulso sobre la calidad de la comida.

El cielo se cubrió de un manto violáceo cuando terminamos el postre. La mezcla de sabores maquinaba en mi paladar. Me desabroché un par de botones al sentir calor. Los ojos se depositaron en mí. Lise y Amanda querían seguir explorando el recorrido de mi piel, Pol se disgustaba.

—¿Os habéis quedado a gusto? —preguntó el Ángel de la Muerte al mostrarse de nuevo. Venía de la cocina—. Creo que ya va siendo hora de ir al grano.

Se sentó en la silla que presidía la mesa, donde debería estar el rey del pecado, y en nuestro caso el representante de la soberbia. Ninguno creímos que fuese un gesto acertado por su parte. Hubo murmullos cargados de desconfianza.

—¿Cómo lo haremos? ¿Usamos las servilletas para votar? —Se interesó Hugo, que no debía tener intención de creerse nada de lo que le dijese el ángel.

El hombre del parche chasqueó los dedos. Los camareros llegaron y nos dieron a cada uno un bolígrafo de nuestro respectivo color y un papel.

—Para hacerlo oficial, escribiréis el nombre de una de las dos candidatas a reina en ese papel. Luego, firmaréis y me lo entregaréis —explicó el ángel. Hugo soltó una carcajada—. Si decidís absteneros, mencionadlo. ¿Queréis que sea anónimo o que diga vuestros nombres?

—Con nombres. —Sonrió Amanda, que no paraba de observarme—. Así sabremos cómo organizarnos a partir de ahora.

—Yo creo que deberíamos votar eso también. —Levanté la mano, pero el ángel me obligó a bajarla.

—Las candidatas deciden. Si Cass también lo quiere así, es lo que será —comentó nuestro anfitrión dirigiéndose a mi hermana.

Entendía a Hugo mejor. Podía tener razón sobre el ángel traidor entre sus filas. No creía que fuese ese pardillo sin sesera, pero su comportamiento arrogante me hacía pensar que entre ángeles también tendrían una clasificación según su inteligencia. Dudo que yo confiara en él si fuese uno de mis hermanos alados.

Mi melliza asintió, permitiendo que los nombres se mencionasen. Quería votar a Cass, pero no quería que eso conllevase una guerra entre pecados. Si es que no la había ya.

Agarré mi papel de bordes azul oscuro y me lo llevé al pecho. Tardé poco en escribirlo. Cassandra Dawn Asmodeus fue el nombre que redacté, firmando y doblando la hoja de manera que no pudiese descubrirse mi voto con una ojeada rápida.

Vi que hubo quienes dudaron más. Bela fue una de ellas. La veía distraída. Miraba el móvil de vez en cuando, mordiéndose las uñas. Estaba obsesionada con una foto de Lucifer y Cass en la partida de Blackjack del casino. Al ser la última en responder, lo hizo rápido. Entregó su nota de bordes anaranjados y se quedó pensativa.

Al recoger los distintos votos, el Ángel de la Muerte sacó una especie de tablero con dos columnas; una roja para Amanda y una azul oscura para mi hermana.

—Procedo a hacer el recuento. Muchos ánimos a las candidatas —dijo la entidad alada sacando la primera carta—. Annalise Collins vota por Amanda Morn. —Lo dejó en la columna roja, y la reencarnación de la envidia mostró complicidad con la bailarina—. Hugo Sloth vota por Cassandra Dawn, pero al no tener firma se considera voto inválido —anunció el ángel, provocando una carcajada en el aludido.

—Así que de eso iba todo. Genial. —El chico se levantó de su silla, calmado—. Esto no es una votación, chicos. Ya me llamaréis a la próxima cena. Todo delicioso.

Hugo se dirigió a la salida sin pausa, pero sin prisa. Los ángeles trataron de detenerlo, pero el anfitrión de la ceremonia les pidió que lo dejaran marcharse. Aquello nos dejó pálidos.

Cass estuvo a punto de seguirlo. De hecho, si no lo hizo fue porque era una de las candidatas de la votación. Vi cómo sacaba el móvil y escribía un mensaje furtivo. Usé una mano para evitar que el Ángel de la Muerte lo viera con ese ojo pícaro que le quedaba. Me planteaba si tendría que sacárselo para ir a juego con el segundo.

—Continuemos. Cada quien es libre de elegir. Las normas son claras, sin firma no hay validez —bufó el sacerdote—. Pol Gamón se abstiene. —El anuncio me hizo ver que el CEO escuchó mis palabras en la torre—. Bela Ces Belcebú se abstiene.

Giré la cabeza para observarla. Estaba inestable. No pensaba con claridad. La veía afectada, en plena crisis. Se levantó de su silla tan rápido como pudo y se retiró ignorando las preguntas que le hacíamos. Al cerrar las puertas, la oímos vomitar.

—Yo sé a quién he votado. Cassandra Dawn Asmodeus, y con mi puta firma. —Me puse en pie, iracundo—. Ponla en su casilla o te sacaré el otro ojo y te lo haré tragar.

Mi melliza me sonreía. Me suplicaba que me fuera a asegurarme que Bela no sufría peligro.

Así lo hice. Fui corriendo, apartando al ángel pelirrojo cuando quiso detenerme. El corpulento tenía más fuerza. No me importó. Lo estampé contra la pared, tenso. El gruñido que solté lo intimidó.

Encontré el charco con grumos en un lateral de la alfombra. Otro recuerdo más que haría ecos en la historia para futuras generaciones.

Seguí los pasos acelerados de la cantante. Subió a uno de los dormitorios amoldados para nosotros. Teníamos la posibilidad de quedarnos a dormir, pero hubo quienes decidieron rechazar la opción por trabajo.

La puerta se cerró de golpe. La vi al instante. Unas cuantas zancadas me sirvieron para abrirla.

La chica sacó su cajita con polvos blancos. La dejó sobre una cómoda con maestría, una línea de nieve que estuvo a punto de esnifar.

Detenerla fue sencillo. Lo difícil llegó al enfrentarme a sus ojos llorosos, huecos. Notaba el sufrimiento por el que pasaba. La adicción consumía sus órganos peor de lo que lo habría hecho una espada. Laceraba sus emociones y las despedazaba una a una. La tragaban con gula.

—Esto no es bueno para ti. —La señalé. Ella me esquivaba y daba vueltas—. Eh, para quieta. Te vas a marear.

—¿Qué más da? Nadie es tan bueno como ese Lucifer de los cojones.

—Cuéntame qué tiene que ver él en esto. —Me crucé de brazos, bloqueando la puerta con el cuerpo para que no se me escapara—. A ver, dime.

—Es un imbécil. No sabe tratar a las mujeres como merecen. Mató a su propia esposa, ¿qué le haría a Cass? —Su voz sonaba desorientada. Me dio un empujón—. Es tu hermana, tío. Protégela de ese amor.

Podía imaginar lo que le pasaba. Por qué se sentía de ese modo. Empatizaba con su amargura.

—Lo intento. Ya lo he hablado con ella.

—¿Y por qué sigue pensando en él? Apenas hemos podido hablar estos últimos días. Y yo estoy jodida, más que ese cabrón, seguro. —Hizo un gesto como si el rey de la soberbia estuviese a su lado y pudiera gritarle—. ¿Has visto la lluvia de mierda que me han echado por enseñar carne? Me han llamado obesa, puta, sin talento, incapaz de hacer buena música y una triste representación de Britney Spears. ¿Quién coño insulta a la Britney y se queda tan ancho?

Subió el tono de voz, insistiendo en sus empujones. Poco a poco, la rabia se tornó en tristeza.

—Lo sé, pero estamos contigo. Te apoyamos y como nosotros hay millones de fans que te defienden. —La agarré de las mejillas, secando las lágrimas con los pulgares—. Te queremos y te conocemos. Eres más que palabras en una pantalla.

—Soy una adicta. —Apoyó la cabeza sobre mi pecho, respirando hondo—. Y dependo del cariño de una persona que no me puede dar lo que necesito ahora.

—Pues cuenta con más personas. Habla conmigo sobre cómo te sientes, o con Hugo. —Me encogí de hombros.

—Ahora mismo no quiero hablar con nadie. Lo siento mucho. —Negó con la cabeza, intentando con esfuerzo liberarse de la cárcel que le había construido—. Y lo peor es que esa puta Lise ayudó a Pol a difundir las imágenes.

Soltó un insulto en coreano, volviéndose hasta sentarse al borde de la cama. Me quedé pálido, más de lo que ya estaba mi piel. La envidia haciendo de las suyas. En una vida se cebó conmigo, en otra con mi amiga. Me causaba arcadas.

En el rato que estuvimos en silencio, distanciados, contemplé las torres y murallas desde la ventana. No dejaba de pensar en qué más secretos desconocía de los pecados.

—No vamos a salir de aquí hasta que no te note mejor. Cass también está preocupada —le dije a Bela para romper la incomodidad.

Chistó. Era una serpiente de cascabel. Quien se acercara, padecería las consecuencias. Preferí dejarle su espacio.

Al acabar las votaciones, me asomé por la puerta. Silbé para captar la atención de Cass, que llegó a paso rápido mientras Amanda se dirigía a su dormitorio. El juego seguía. Y yo cedía.

—¿Cómo ha ido? —pregunté.

—Como dijo Hugo. —Suspiró mi melliza abriéndose paso por el cuarto hasta abrazar a Bela. Ella rompió a llorar ocultando el rostro en su cuello—. Descontaron el voto de Lucifer por no estar presente y entre abstenciones y el resto han acabado cancelándolo. Dicen que no sería un resultado justo. Hasta nuevo aviso, los Ángeles de la Muerte serán los reyes provisionales del pecado.

—Lo que significa que nos tocará obedecerlos.

Asintió. Una estaca se me clavó en el costado. Cuando nuestro amigo perezoso sospechaba, debíamos hacerle caso.

—Celebrarán otra votación más adelante, cuando puedan reunir a un representante de cada pecado y no haya abstenciones.

—Suena a que habrá muertos. —Me apoyé sobre el marco de la puerta.

—Suena a que estaba planeado.

Era el momento de levantar la cabeza y unir al resto. Aunque tuviésemos que deshacernos de pecados, la idea de una purga general sonaba más que plausible. Debíamos anticiparnos.

Mi hermana me atravesaba con la mirada. Dirigió la vista a un lado, como si me indicara una dirección a seguir.

La entendí al momento. Las dejé a solas, cerrando la puerta con las manos temblorosas. No quería que me purgaran. Quería seguir viviendo. Todavía tenía mucho por hacer.

Respiré hondo, cerré los ojos y al abrirlos comprobé que tenía el pelo arreglado. Después, me encaminé hasta el dormitorio de Amanda Morn.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro