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Dejar mi tierra me entristece muchísimo, pero el trabajo es primero. Mi nombre es Yaroslav y acabo de abandonar mi tierra para dirigirme a la capital del Arconte Geo, Liyue. El cambio de clima al llegar a las tierras de temperaturas intermedias me hizo pedazos, pero no hay nada que no pueda superar. Me dedico a servir a Tsaritsa, en otras palabras, soy un Fatui, pero mi área no se dedica específicamente a la diplomacia. En mi tierra se me considera un soldado hecho y derecho, he pasado por un entrenamiento capaz de mover montañas y disipar lluvias, y serviré por mi bien personal. En otras palabras, soy un soldado de la división militar de los Fatui, orgulloso de mis capacidades que, increíblemente, superaron incluso mis propias expectativas. A pesar de todo esto, soy un poco… nuevo. Llevo sólo tres meses y ya me han dicho que debía trasladarme. No soy quién para quejarme, pero realmente es un cambio demasiado repentino.
Gracias al Arconte Cryo estoy bajo el mando del famoso Nobile. No me molesta en lo absoluto, me han comentado algo de un tal Scaramouche, y no suena nada bien. He tenido suerte. Es posible que llegue en una semana a Liyue, sólo me queda esperar. Mis compañeros están igual de ansiosos que yo, aunque intenten ocultarlo tras máscaras grises, negras y blancas. Supongo que tener la estatura de una maga Cicin no es ningún inconveniente cuando vamos en carruaje, es una bendición no sentir la claustrofobia que sienten mis compañeros más altos.
Debido a nuestras posiciones como tales dentro de la organización, a veces hablar entre nosotros es complicado. Imagina que eres un soldado de alto nivel y que todos lo son, y como has sido entrenado para mantenerte en silencio frente a un superior, cuando no lo ves es complicado mover la boca. Siempre sientes su presencia.
La primera en abrir la boca fue una Cicin de ropajes claros, ningún Cicin le acompañaba, tendríamos problemas si uno atacaba erróneamente y dañaba el carro.
"Siempre silencioso como boca de lobo. Deberían aprender a hablar más…"
Comentó con una voz juguetona, típica de las Cicin. Ya había escuchado algunos rumores sobre las magas Cicin, pero poder hablar con una de ellas era diferente. Parecía una adolescente normal intentando molestar a otros de su edad, o incluso sonaba más infantil aún. Uno de mis compañeros le respondió con una voz de notable cansancio.
"No quiero imaginar que haya alguien fuera escuchándonos. Conociendo a los Once, tranquilamente uno está tirando del carro."
Suspiré de alivio, yo no era el único con eso en la garganta. Era verdad que los Once inspiraban respeto, pero se sabe que sus cualidades similares a las de un dios son de temer. Se rumorea que son omnipresentes y omnipotentes, además de que poseen un poder inimaginable que nosotros podríamos sólo soñar. Debido a esto, simplemente sentir a los mismos dioses detrás nuestro era inevitable. Como dije, el silencio es una costumbre. Una muy mala.
"No creo que lo haya, además, aún no nos han asignado a nadie. Somos libres de hacer cháchara cuando ellos no están... ¡Mira, ya lo estás haciendo ahora!"
Respondió la Cicin con su característica sonrisa. No puedo decir que no me pone nervioso, pero me alegra que encuentre algo divertido este viaje.
"Tal vez... Tengas razón..."
Comentó mi compañero, que se notaba que si no expulsaba todo lo que le molestaba, este viaje se haría pesado para él. Procedió a comentar un par de cosas sobre él, desde que hacía todo por pagar una buena vida para sus hijos hasta el porqué de haber aceptado el entrenar el doble. Ahora maneja perfectamente el sigilo y reconoce que tendrá que asesinar, pero parece que no le molesta siempre y cuando sea por su familia... Yo estoy en una situación similar. Mis padres eran muy pobres, y gracias a mí ahora poseen al menos un techo, ropa y comida. Ahora mi mayor problema es no volver a verlos en un tiempo (y que las botas que estoy utilizando me quedan justas). La Cicin no comentó mucho, se sabe que sus órdenes son secretas y ellas tienen prohibido el comentar cuáles son, así que es raro que hablen en voz alta incluso entre ellas. El más grande, que no había hablado parecía estar dormido, decidimos no molestarlo. Es más, nos preguntamos cómo demonios lograba conciliar el sueño tan fácilmente. En la noche de ese día, mantuve mi mirada en el rifle que me acompañaba. Era irónico, pero me recordaba al calor que me brindaban mis padres. Oh, no lo he mencionado, pero apenas me gradué en educación superior entré a los Fatui. Muchos me llaman "niño", pero ya me he acostumbrado. Extraño a mi familia y apenas han pasado quince horas. Espero terminar pronto para poder volver a verlos.
A la mañana siguiente, desde el costado del carro logramos ver Celestia, la tierra de los dioses... con un poco de ayuda, ya que el más grande trajo unos binoculares. Parecíamos niños con su juguete nuevo, excepto por el Recaudador, que se notaba que no le interesaba. A pesar de lo maravillosa que se veía, la visión de las montañas no tardó en eclipsarla despiadadamente devolviéndonos ese afamado silencio.
La Cicin se veía un poco nerviosa, y comparto su nerviosismo. Me pregunto cómo será Nobile.
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