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Una vida vacía

Anastasia

Me encuentro tranquilamente tocando mi vientre, sintiendo la vida que crece dentro de mí. La sala está iluminada por la luz suave de la tarde, pero mi mente está llena de sombras. Mi mamá está sentada en el sofá, hablando con entusiasmo sobre el bebé. Está feliz, pero esa felicidad no se siente como amor. Más bien, hay una ambición en sus palabras

—No puedo esperar para conocer a mi nieto —dice, sonriendo, pero su tono me recuerda que para ella, el género del bebé es lo más importante. Siempre ha sido así. La ambición de mi madre no conoce límites, y a menudo me pregunto si alguna vez podré ser suficiente para ella. Sé que todos esperan que sea un niño; si nace una niña, me temo que solo yo la querré.

A veces, quisiera largarme muy lejos de todos, escapar de esta presión que siento como un peso sobre mi pecho. No sé si es el embarazo o la soledad que me envuelve, pero hay un dolor sordo en mi interior, una sensación de que nadie realmente me quiere.

El amor que debería sentir por este bebé se mezcla con la ansiedad. Quiero que sea amado, que sea un niño o una niña que no tenga que luchar por la aceptación de su familia. Pero al mirar a mi madre, siento que sus sueños para el futuro de su nieto son más importantes que los míos. La idea de tener que complacer sus expectativas me ahoga.

—¿Cómo te sientes, cariño? —me pregunta mi madre, interrumpiendo mis pensamientos.

—Bien —respondo con una sonrisa que no llega a mis ojos—. Solo un poco cansada.

Ella asiente, satisfecha, sin notar la tristeza que se cierne sobre mí.

—Cariño, estoy orgullosa de ti. Tienes un matrimonio envidiable; Marco te adora y le darás el varón que siempre ha soñado —dice mi madre con una sonrisa, pero su orgullo parece más por su propia ambición que por mi felicidad.

—Mamá, me siento vacía, ahogada —respondo, sintiendo que las palabras se escapan de mi boca como un susurro de desesperación—. Yo jamás pensé que mi matrimonio sería de este modo. Quisiera retomar mi carrera, volver a trabajar. Me siento como un mueble que solo espera a Marco, y ahora, con el bebé, es aún peor.

Ella frunce el ceño, y puedo ver que no comprende.

—Es el trabajo de las mujeres, Anastasia. Yo también, cuando llegaron Sofía y luego tú, debí dejar mi carrera y mis sueños por ustedes —me dice, su voz un poco más dura, como si se defendiera de algo que le duele—. Sin embargo, yo me casé con un don nadie, en cambio, tú te casaste con un hombre triunfador como lo es Marco Beltrán.

Su comentario resuena en mí como una campana lejana. ¿Qué significa eso para mí? El éxito de Marco no es el mío, y aunque su amor me abriga, también me ahoga. Me miro en el espejo, y lo que veo no es a la mujer realizada que todos creen que soy.

—Mamá, no se trata de Marco. Se trata de mí. No quiero que mi identidad esté ligada solo a ser la esposa de alguien o la madre de su hijo —digo, intentando que comprenda la profundidad de mi lucha—. Quiero ser más que eso. Quiero volver a ser yo.

Ella se cruza de brazos, y por un instante, la tensión entre nosotras se hace palpable.

—Tienes todo lo que siempre quisiste. ¿Por qué no puedes disfrutarlo? —pregunta, su tono más defensivo que comprensivo.

—Porque lo que quiero no se trata solo de tener un esposo exitoso o un hijo. Quiero ser parte del mundo, tener un propósito que no esté dictado por otros —respondo, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza—. A veces me siento atrapada en un papel que no elegí.

Los días pasaron lentamente, como un río tranquilo que fluye sin prisa. Me dediqué a estar en casa, encontrando consuelo en las visitas a mi hermana Sofía y Clara mi amiga. A veces, las charlas con ellas eran el alivio que necesitaba, momentos en los que podía olvidar las tensiones de mi vida y el peso de las expectativas.

Mientras tanto, Marco solía llamar a menudo, preocupado por mí. Cada vez que sonaba mi celular y veía su nombre en la pantalla, un nudo se formaba en mi estómago.  Me preguntaba dónde estaba y me regañaba cuando no estaba en la casa.

Sin embargo, todo estaba decidida a decirle que volvería a trabajar cuando él vuelva.

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