Una última oportunidad
Cerca del mediodía, nos dirigimos a almorzar. Hoy es el día libre de la niñera de Regina, así que Max y yo debemos cuidarla. A Regina le encanta estar con su "papi" Max, con Clara, su niñera, o conmigo. Aunque también disfruta de la compañía de mi papá o su tía Sofía, no pasa más de diez minutos sin buscarme. Es muy unida a mí, y con mi mamá no se lleva tan bien.
A Grecia no la conoce y no quiero que la conozca. Me he enterado de que ella vive en la mansión con Frida, y que tiene un niño de la edad de Regina. Roman maneja la empresa, y eso es todo lo que sé de ellos.
Estamos sentados en una mesa del restaurante, y cuando la mesera llega, no puedo evitar notar cómo escanea a Maximiliano de arriba a abajo. No es la primera vez que él llama la atención de alguien; con los años se ha puesto más guapo, su cabello dorado brilla bajo la luz y sus ojos grises son difíciles de ignorar.
—¿Y qué les traigo hoy? —pregunta la mesera, sonriendo coquetamente a Max mientras toma nota de los pedidos.
Regina, sentada entre nosotros, alza la mano como si estuviera en clase, deseando que la vieran.
—Yo quiero pasta con salsa de fresa, y también un batido de piña —dice, haciendo un puchero que la hace ver aún más adorable.
—¿Pasta con salsa de fresa? —repito, riendo—. No sé si eso es lo que más se pide, pero si es lo que quieres, lo haremos.
Max suelta una risa, mirando a Regina con ternura.
—Siempre tan original, ¿verdad? —le dice, acariciándole el cabello.
—Sí, ¡porque soy una princesa! —responde ella, con una sonrisa llena de orgullo.
La mesera, aún encantada con Max, apunta sus deseos y luego se vuelve hacia mí.
—¿Y tú, qué vas a pedir?
Mientras miro el menú, siento que el aire se vuelve un poco denso. Hay algo en la forma en que la mesera le sonríe a Max que me incomoda, aunque no debería.
—Una ensalada César, por favor —respondo, tratando de mantener la calma.
Ella asiente y se aleja, pero no sin antes lanzar una última mirada a Max que me hace sentir una punzada de celos.
—¿Vas a comerte a la mesera? —bromeo con Max, intentando restarle importancia a la situación.
—No tengo interés en la comida que no está en esta mesa, Ana. —Él se ríe—. Lo único que quiero es pasar un buen rato con mis dos chicas.
Regina asiente vigorosamente, mostrando su aprobación mientras jugaba con el borde de la mesa, completamente ajena a la tensión que podría estar presente entre Max y yo.
—Sí, ¡somos un equipo! —exclama, levantando su vaso de jugo de piña como si fuera un brindis.
Brindamos juntos, y a medida que la conversación fluye, me siento aliviada de que, a pesar de todo, Regina sea el centro de atención. La pequeña tiene la habilidad de hacer que cualquier momento sea especial, y me esfuerzo por mantener la sonrisa mientras observo a Max.
La mesera no tardó en traer nuestros pedidos, colocando los platos en la mesa con una sonrisa encantadora. Mientras servía el jugo de piña para Regina, su mirada se detuvo en Max, sonriendo de manera coqueta.
Regina, que estaba sentada entre nosotros, frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pequeño pecho, claramente incómoda con la atención que la mesera le estaba dando a su padre.
—¿Qué pasa, pequeña? —preguntó Max, dándose cuenta de la actitud protectora de Regina.
—Ella no puede tocar tu bebida, ¡es tu bebida! —exclamó Regina, señalando la jarra de jugo de piña como si fuera un tesoro invaluable.
La mesera, notando la pequeña escena, intentó suavizar el ambiente.
—Oh, no te preocupes, linda. Solo estoy ayudando a tu papi. —dijo, inclinándose un poco hacia Regina.
—¿Tú tienes un papá? —preguntó, desafiándola con la mirada.
—Sí, tengo un papá, pero él no es tan genial como tu papi Max. —respondió la mesera, intentando mantener la situación ligera.
Regina se enderezó en su asiento, cruzando los brazos con determinación.
—¡Claro que no! —exclamó con un tono autoritario—. ¡Papi Max ama a mi mami, no a ti!
La mujer se sonrojó y no tardó en dejar la comida en la mesa antes de marcharse rápidamente. No pude evitar reírme; Regina es la encargada número uno de espantar a todas las mujeres que se acercan a Max con intenciones románticas. Ella es demasiado celosa.
—No te enojes, princesita... —le dice Max, mientras le deja un beso en la mejilla—. ¿Puedo probar ese jugo delicioso?
Regina, con los brazos todavía cruzados y una expresión de desdén, miró a Max con sus grandes ojos azules.
—¡No! —protestó, llevando su vaso a su pecho, como si lo estuviera protegiendo de un ladrón—. Es mi jugo. ¡Tú no puedes tomarlo!
Max soltó una risa, disfrutando de la escena, mientras yo no podía evitar sentirme orgullosa de su espíritu protector.
—Vamos, princesa. —dijo, inclinándose hacia ella—. Solo un sorbito. Te prometo que no lo haré más.
Regina lo miró con desconfianza, moviendo su cabeza de un lado a otro. Sin embargo, la tentación de compartir era demasiado fuerte.
—Solo un sorbito, ¡pero no más! —finalmente cedió, con una mirada triunfante en su rostro.
Max, con una sonrisa amplia, tomó el vaso de jugo con cuidado y, con un guiño, tomó un pequeño sorbo, haciendo un gesto exagerado de felicidad.
—¡Mmm! ¡Es el mejor jugo que he probado! —exclamó, devolviéndole el vaso.
Regina, satisfecha con su victoria, tomó un trago, sonriendo mientras disfrutaba de su jugo. La celosía que había mostrado un momento antes parecía desvanecerse, reemplazada por la alegría de compartir un momento con su padre.
—Pero si le gusta tanto, yo también quiero un jugo así —dijo, frunciendo el ceño de nuevo—. Entonces no puedes tener más, porque yo quiero todo.
Max se rió entre dientes.
—Está bien, princesa. Te prometo que solo tú tendrás este jugo especial. —dijo, levantando las manos en señal de rendición—. Ahora, ¿qué más quieres comer? ¿Te gustan las papas fritas?
—¡Sí! —exclamó Regina, saltando en su silla con entusiasmo—. ¡Con ketchup!
—A mí no me engañas, Anastasia. Tú la pones en mi contra. No puede ser que esta niña se enoje por cada mujer que se acerca a mí... —rió Max, disfrutando del momento.
Regina frunció el ceño y lo miró con desconfianza.
—Papi, tú quieres a otras mujeres... —le preguntó con la seriedad de una niña que ya entiende más de lo que parece.
Max se inclinó hacia ella, con una expresión de ternura en su rostro.
—Claro que no, mami y tú son las únicas, cariño. —le respondió, acariciando su cabello con cariño—. No hay ninguna otra mujer que me importe.
Regina parecía satisfacer su curiosidad, aunque no se veía completamente convencida.
—¿Y si aparece una mujer mala? —indagó, con los ojos entrecerrados, como si estuviera formulando un plan.
—Entonces yo le diré que no se me acerque, princesa —contestó Max, guiñándole un ojo.
—Tú eres la guardiana, la heroína que protege a su papi de las mujeres malas. — Dije sonriendo.
El día pasó rápidamente, lleno de risas y momentos compartidos, y al llegar la noche nos dirigimos a mi departamento. Es pequeño, pero es suficiente para Regina y para mí. Me siento orgullosa al decir que no le debo nada a nadie; en estos años he mantenido a Regina con mi trabajo como bioquímica. Por supuesto, Max y mi papá me han ayudado con regalos para Regina o se han ofrecido a darme dinero, pero no he acordado. Prefiero mantener mi independencia y asegurarme de que mi hija crezca con la idea de que su madre puede cuidar de ella.
Mientras abría la puerta de mi departamento, Regina corría hacia su habitación, emocionada por estar en su espacio familiar. Las paredes estaban decoradas con dibujos que había hecho, y la pequeña cama estaba cubierta con sábanas de colores brillantes.
—Mami, ¿puedo usar mis pinturas? —me preguntó desde la puerta de su habitación, sus ojos brillantes de anticipación.
—Claro, princesa. Solo asegúrate de no ensuciar el sofá. —le respondí, sonriendo mientras me quitaba los zapatos.
Regina asintió rápidamente, y corrí hacia su pequeño escritorio, donde guardaba sus pinturas y lápices. Me senté en el sofá, observando cómo ella se sumergía en su mundo creativo, un mundo lleno de colores y posibilidades.
Mientras tanto, mis pensamientos regresaron a Max. Su presencia en mi vida ha sido como un rayo de sol en los días nublados. Aunque nuestra relación ha sido complicada, no puedo negar lo que siento por él. La conexión que compartimos se ha vuelto más fuerte desde que llegó Regina, y verlo interactuar con ella me ha hecho apreciar aún más su lado tierno.
—¿Mami, mira! —me llamó Regina, sosteniendo un dibujo en alto. Había dibujado a Max y a mí con corazones alrededor, y no pude evitar reírme.
—Es precioso, mi amor. ¿Quién es este? —pregunté, señalando la figura de Max.
—¡Papi Max! —gritó, como si no hubiera duda alguna.
Un calor agradable me invadió al escuchar su entusiasmo.
—Sí, papi Max —susurré, mientras me perdía en sus ojos.
A pesar de que aún tenía dudas sobre nuestra relación, no podía evitar pensar que Max sería una gran figura paterna para Regina. La manera en que se cuidaban el uno al otro era hermosa, y eso me llenaba de esperanza.
—Mami, ¿vamos a invitar a papi Max a cenar? —preguntó Regina con entusiasmo, interrumpiendo mis pensamientos.
—Claro, amor. Podemos invitarlo. —respondí, sonriendo ante la idea.
La noche continuó con risas y pinturas, y me sentí agradecida por tener a Regina a mi lado. Aunque el futuro seguía siendo incierto, sabía que siempre lucharíamos juntas.
Luego de cenar, Max llevó a Regina a su habitación para leerle un cuento, mientras yo me quedé en la cocina, limpiando el lugar y lavando los platos. El suave murmullo de su voz y las risas de mi hija resonaban desde el pasillo, y no podía evitar sonreír al imaginar la escena.
Después de unos minutos, Max bajó las escaleras con una expresión de satisfacción en su rostro.
—Cayó rendida... —comentó, aliviado, mientras se recargaba en el marco de la puerta.
—Me alegra escuchar eso —respondí, secando mis manos en un paño. —Ella tuvo un día emocionante.
—Ana, sabes que lo que más deseo es quedarme con ustedes para siempre —dijo, acercándose un poco más.
Suspiré, recordando las conversaciones que habíamos tenido sobre nuestro futuro.
—Max, ya hemos hablado. No quiero que Regina se confunda.
—Ella sabe que soy su tío y tiene un padre. Yo te juro que jamás le he pedido que me llame papá —replicó, mirándome con sinceridad.
—Tú te has ganado ese título, Max. La has cuidado y amado desde que nació, y te lo agradezco —le respondí, sintiendo un nudo en el estómago.
—No quiero que me agradezcas, solo quiero una oportunidad, una sola. Déjame demostrarte que no soy el niño inmaduro de hace años. Quiero una familia contigo y con nuestro terremoto —declaró, acercándose aún más a mí.
El aire entre nosotros se volvió denso, cargado de emociones. No pude evitar perderme en su mirada, en la profundidad de sus ojos grises que solían hacerme sentir como si todo lo que importara en el mundo fuera yo.
Sin pensarlo, él se acercó y me dio un beso en los labios. Fue un beso intenso, lleno de promesas y anhelos que habían estado latentes entre nosotros durante tanto tiempo.
Lo respondí, sintiendo que mis dudas se desvanecían en ese instante. Era un beso lleno de pasión y ternura, como si ambos supiéramos que estábamos al borde de un nuevo capítulo en nuestras vidas.
—Max... —susurré al separarnos, buscando el aire que parecía haberse evaporado.
—Quiero que me des la oportunidad de demostrarte que puedo ser el hombre que necesitas —dijo, su voz suave y firme a la vez.
Miré sus ojos, buscando la verdad detrás de sus palabras. La idea de una familia, de un futuro juntos, era tentadora. Pero, ¿sería capaz de confiar en él nuevamente?
—No prometo que será fácil —dije finalmente, sintiendo la incertidumbre apoderarse de mí. —Pero estoy dispuesta a intentarlo, Max.
Su sonrisa iluminó su rostro, y su mirada brilló con una mezcla de esperanza y emoción.
—Eso es todo lo que pido —respondió, y en ese momento, sentí que quizás, solo quizás, podríamos construir algo juntos.
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¿Creen que Max merece otra oportunidad?
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