Tres años después
Hoy cumplo tres años de matrimonio con Marco, y ha sido un camino bastante complicado. Compartimos el hogar con su madre desde que su padre falleció hace un año, una pérdida que nos golpeó de repente; sufrió un ACV que lo dejó en un estado crítico. La muerte fue un duro golpe para la familia, y, aunque él no desea dejar a su madre sola, a veces siento que esa decisión pesa sobre nosotros. Su padre le dejó la mitad de su fortuna a Marco y la otra mitad a Maximiliano, pero creo que a este último no le interesa mucho la empresa familiar.
He dejado de trabajar para apoyar a Marco en todo lo que pueda; su deseo de que me quede en casa es claro y, aunque a veces me gustaría tener mi propia independencia, he aceptado mi rol en esta nueva dinámica. Acompañar a su madre ha sido un desafío, ya que es una mujer dura, pero poco a poco creo que he logrado ganarme su cariño. Nos hemos vuelto más cercanas de lo que hubiera imaginado.
En este momento, me encuentro mirándome al espejo, cepillando mi cabello con suavidad y reflexionando sobre los últimos años. Me distraigo de mis pensamientos cuando Marco aparece detrás de mí, dejando un beso suave en mi mejilla y un masaje cálido en mi vientre.
—¿Cómo está este hermoso campeón? —indaga él, sus ojos brillando con emoción mientras acaricia mi barriguita—¿Se mueve mucho?
—Claro que no, amor. Apenas tengo siete semanas —le digo, riendo suavemente ante su exageración.
Su mirada se ilumina con alegría y amor, y en ese momento, a pesar de las complicaciones, siento que todo lo que hemos pasado ha valido la pena.
Marco se inclinó un poco más cerca, apoyando su frente contra la mía, y su expresión se tornó seria, casi contemplativa.
—No puedo esperar para conocerlo —dijo en un susurro, su voz cargada de una mezcla de emoción y protección—. Quiero que sepa cuánto lo amamos incluso antes de que llegue a este mundo.
Su dulzura me hizo sonreír. A pesar de las dificultades, Marco siempre encontraba la manera de hacerme sentir especial y valorada. Sin embargo, en su mirada se atisbaba una sombra de nostalgia.
—Recuerdo lo difícil que fue llegar hasta aquí —dijo, su tono volviéndose más grave—. Todos esos tratamientos, las noches de incertidumbre... —hizo una pausa, como si cada palabra le pesara—. Pero todo valió la pena en el momento en que supe que estabas embarazada.
Desde la luna de miel hemos intentado tener un bebé, pero no resultaba nada. Yo no sé si soy yo y si fue él quién tenía problemas de fertilidad debido a que Marco jamás quiso saberlo. Sin embargo, hace semanas me dieron la hermosa noticia de que sería madre.
Marco se acercó a mí, su mano rodeando mi cintura mientras me daba un beso en los labios. Lo respondí, pero antes de poder decir algo, lo sentí endurecerse un poco.
—Amor, estuve pensando... tal vez podría volver a trabajar. Ya tu mamá se siente mucho mejor —dije, intentando sonar casual, pero sabiendo que él probablemente no lo tomaría bien.
Su mirada se oscureció de inmediato, y antes de que pudiera continuar, su tono se volvió más firme.
—Amor, no me gusta esa idea. Yo quiero que descanses, que tú y nuestro hijo estén tranquilos —dijo, su voz baja, pero con un peso que me hizo dudar de inmediato.
—Pero, Marco, no me esforzaré demasiado, te lo prometo. Solo quiero mantenerme ocupada... —intenté argumentar, pero su expresión se volvió más fría.
—He dicho que no, Anastasia —espetó, su tono cortante—. ¿O es que eres tan mala madre como para arriesgar a nuestro hijo?
Mis palabras se quedaron atrapadas en mi garganta, y sentí un nudo formarse en mi estómago mientras él me miraba fijamente.
—Ya sabes lo complicado que fue concebir este embarazo —continuó, acercándose más, su presencia opresiva—. Pasamos meses, tratamientos, sacrificios. No voy a dejar que todo eso se eche a perder porque a ti te aburre estar en casa.
Mi corazón comenzó a latir más rápido. Sabía que lo que decía tenía algo de verdad, pero la manera en que lo decía me hacía sentir pequeña, como si no tuviera opción.
—Marco, no estoy diciendo que no lo valore, solo... —mi voz temblaba mientras intentaba razonar con él.
—No hay "solo", Ana —interrumpió, tomando mi rostro entre sus manos—. Tú te quedas en casa. Aquí estás segura, y nuestro hijo también. Punto.
Sus dedos apretaron un poco más fuerte de lo habitual, y su mirada se clavó en la mía, dejándome sin otra opción que asentir, sintiéndome atrapada bajo su control una vez más.
Bajé las escaleras junto a Marco y el aroma del desayuno me golpeó de inmediato. Al llegar al comedor, la señora Grecia nos recibió con una sonrisa, sentada cómodamente frente a una mesa repleta de comida.
—Te ves hermosa, hija, ya se te nota la pancita —comentó, sus ojos brillando al verme.
—Gracias, señora —murmuré, forzando una sonrisa.
Marco me abrazó por la cintura, guiándome hasta la silla a su lado. Su mano permaneció en mi vientre, una especie de recordatorio constante.
—Amor, recuerda seguir tu dieta —me dijo mientras yo observaba el plato frente a mí. Las claras de huevo sin sal, el jugo de apio... ni siquiera podía disimular mi desagrado.
Mi mano jugueteaba con el tenedor, apartando la comida sin mucho ánimo. Marco lo notó, pero no dijo nada. Su madre tampoco parecía percatarse del nudo en mi garganta.
—Sabes, Ana, mi esposo tiene un hermano gemelo... —Grecia levantó una ceja, como si estuviera revelando algo intrigante—. Tal vez tenemos suerte y tienes dos. Hay genes de gemelos en la familia.
Mi mano se tensó en el tenedor, el sonido del metal arañando el plato casi me hizo saltar.
—Sería maravilloso —comentó Marco con una sonrisa amplia, inclinándose hacia mí para besar mi sien. Yo, en cambio, solté el tenedor y respiré hondo.
—Amo a mi bebé, pero... ¿se han dado cuenta de que en las últimas semanas solo hablamos de mi embarazo? De nombres y dietas... —mi voz salió más aguda de lo que pretendía—. No soy una incubadora.
Grecia soltó una risa breve, casi despectiva.
—Me encanta tu sentido del humor, cariño. Cuando seas madre, cambiarás de opinión. Créeme, tu vida cambiará por completo. Tendrás que dedicarte las veinticuatro horas a mi nieto, como yo lo hice con Marco.
El nudo en mi garganta se apretó más, mientras forzaba una sonrisa vacía, sin atreverme a devolver la mirada de Marco o la de su madre.
La risa de Grecia resonaba en mis oídos mientras intentaba mantener la compostura. Mis pensamientos estaban lejos del desayuno, de las sonrisas forzadas y de la conversación que giraba en torno a mi embarazo, como si yo no existiera más allá de la vida que crecía dentro de mí.
Marco apretó ligeramente mi mano, notando quizás mi incomodidad, pero en lugar de consolarme, simplemente reafirmó su control.
—Escucha a mi madre, amor —me dijo en un tono suave, pero firme—. Ella sabe lo que dice. Una vez que tengas a nuestro hijo, todo será diferente. Es tu prioridad ahora.
Grecia continuaba charlando, recordando cómo había cuidado a Marco cuando era pequeño, mientras yo apenas podía concentrarme.
—Amor, debo ir a la empresa. Este fin de semana tengo que viajar al extranjero con Frida —anunció Marco mientras terminaba su café, como si fuera una noticia sin mayor relevancia.
Levanté la mirada, sintiendo una punzada de frustración.
—¿Otra vez, amor? —pregunté, intentando que mi tono no sonara tan molesto como me sentía.
Marco suspiró con esa sonrisa que siempre usa cuando quiere restarle importancia a las cosas.
—Sí, cariño, ya sabes que estamos a punto de firmar con los norteamericanos para el proyecto de expansión. Es algo grande. Los amo a los dos —añadió, inclinándose para dejar un beso rápido en mis labios y otro en mi vientre—. Cuando tú nazcas, campeón, papá ya habrá logrado su mayor proyecto.
Lo observé mientras se levantaba con prisa, su rostro lleno de orgullo por ese futuro que construía sin mí. Reí, aunque mi sonrisa no alcanzó mis ojos.
—Siempre le hablas como si fuera un niño. Podría ser una niña, Marco —dije, intentando suavizar la conversación, pero sabiendo que él siempre evitaba esa posibilidad.
—No, no lo creo. Estoy seguro de que es un varón —respondió con firmeza, como si ya fuera un hecho. Sonreía como si no hubiera lugar para discusiones.
—Y si es una niña, ¿qué? —insistí, buscando al menos algún tipo de reacción diferente.
Marco se acercó de nuevo, con una sonrisa cargada de confianza. Me rodeó con sus brazos, dejándome atrapada en su abrazo.
—Amor, será un niño. Y si es una niña, la cuidaré igual. Pero créeme, será un campeón.
Sus palabras sonaban suaves, pero con el peso de alguien que no acepta una respuesta distinta. Un sentimiento incómodo se instaló en mi pecho mientras lo veía salir, como siempre, dejando tras de sí el eco de sus decisiones.
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