No estoy tan sola
Me siento muy mal por todo lo que pasó ayer; he intentado asimilar el accidente de Marco, pero no he podido. Una de las sirvientas me avisó que la señora Grecia tiró toda mi ropa y la mandó a quemar. También están canceladas mis tarjetas de crédito, las que me daba Marco, y ella envió al chófer a la casa de Clara a pedirme las llaves del carro.
Sin embargo, nada de eso me importa; solamente me importa Marco, pero ella ni siquiera me permite verlo. Ha prohibido en la clínica que yo entre. En este momento me encuentro frente a mis papás y mis hermanos en mi casa. He venido aquí a buscarlos.
Mi papá me abraza, intentando calmarme, mientras Sofía y Dimi me miran extrañados y mamá sigue muy molesta.
—Amor, debes calmarte; al bebé no le hace bien... —me dice mi papá, su voz suave y comprensiva.
—Cristóbal, no la consientas... —le dice mi mamá, cruzando los brazos con desdén—. ¿Has visto todo lo que ha causado por su aventura con su cuñado?
—Mamá, papá, yo no tengo ninguna aventura con Max. Me fui de la casa porque descubrí que él tenía una amante y, después, él me siguió y tuvo ese accidente.
—¿Y pretendes que te creamos? —ríe mi madre, el sarcasmo evidente en su tono—. Ahora tú y tu bastarda pretenden pedir asilo aquí en nuestra casa.
—¡Ya basta, Eva! —dice mi papá, levantando la voz, firme—. Anastasia no deja de ser nuestra hija y esa bebé es nuestra nieta.
Siento cómo las lágrimas amenazan con salir, pero me esfuerzo por mantener la compostura. Esta situación es insostenible.
—No estoy pidiendo asilo —intervengo, tratando de sonar más fuerte—. Solo quiero apoyo, porque necesito saber qué hacer. Marco está en un coma, y no puedo quedarme de brazos cruzados.
Mamá me mira con desdén, pero mi papá asiente, su expresión se suaviza un poco.
—Vamos a averiguar qué está pasando con Marco —dice—. Pero también debes estar lista para enfrentar las consecuencias de tus decisiones.
—Estoy lista —respondo con determinación—. Solo necesito que me ayuden a verlo.
—Ana, ya la vieja de tu suegra habló conmigo... —dice Sofía, su expresión preocupada—. Si te ayudamos, ella dijo que cancelaría la sociedad que tenemos con Marco y arruinaría nuestra empresa. Es capaz de todo para destruirte.
—No se preocupen, yo no viviré aquí... —les digo, tratando de mantener la calma—. No quiero que tengan problemas por mi culpa.
—Y debemos agradecerte... —se burla mi mamá, su tono despectivo claro—. Lo que debes hacer es hablar con Grecia. Estás esperando a una Beltrán y tienes derechos, Anastasia. No te puedes quedar sin nada que te sirva de algo, esa niña.
—No debí venir... —digo, sintiendo cómo la frustración me ahoga.
—¿Dónde te estás quedando, Anastasia? —pregunta mi papá, su mirada seria.
—Con una amiga del laboratorio... —respondo—. Yo no necesito su dinero; volveré a trabajar, para algo tengo una carrera. Solamente necesito que me ayuden a saber de Marco, solo eso.
Mi papá asiente, su expresión se suaviza un poco.—Entiendo, pero deberías tener un plan. Grecia no se detendrá, y necesitarás apoyo.
—Sí, lo sé —admito—. Solo quiero asegurarme de que Marco esté bien. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras su madre hace lo que quiere.
Mi madre se cruza de brazos, su mirada aún crítica, pero Sofía se acerca y me abraza.—Te ayudaremos en lo que podamos, Ana. Solo asegúrate de cuidarte a ti y a la bebé.
Siento una mezcla de alivio y ansiedad. Es bueno saber que, a pesar de todo, tengo un poco de apoyo en este momento tan difícil.
No espero nada de mi mamá, pero me sorprende que Sofía me abrace. Ella siempre es tan fría conmigo; sin embargo, creo que muy en el fondo tiene corazón. Dimi y ella me llevaron de regreso al departamento de Clara y luego se marcharon. Yo subí al departamento y me di cuenta de que allí había varias bolsas con ropa de bebé y juguetes.
Máxima no tardó en aparecer.
—Pasé por una tienda y no me contuve, Ana... —dijo Max, sonriendo mientras mostraba las bolsas—. Regina Máxima debe tener ropa para escoger... Ya me imagino los corajes que me hará pasar cuando use faldas cortas.
En ese momento, comencé a sollozar. Max me dio un abrazo, y a veces siento que no puedo más.
—Tranquila, Ana, no estás sola. A mí, la vieja momia de Grecia no puede prohibirme nada; yo estoy al pendiente de Marco —me dice, su voz tranquila y firme.
Me aferro a su abrazo, sintiendo el apoyo que me brinda en medio de este caos. La idea de que no estoy sola, de que hay alguien que se preocupa por mí y por la bebé, me reconforta un poco. Aunque la situación es desesperante, saber que Max está a mi lado me da fuerzas para seguir adelante.
—Ana, ya no llores... —dice Clara, saliendo de la cocina con un pastel—. Vamos a comer y ver la ropa que compró este insensato.
—Fuera del laboratorio no soy tu jefe, Clara, pero no me faltes al respeto... —la regaña Max en tono de broma.
—Max, yo quiero volver a trabajar en el laboratorio... —le digo, sintiendo que la rutina y el trabajo podrían ayudarme a distraerme de toda esta locura.
Max me mira, evaluando mis palabras.
—Ana, ¿estás segura de que quieres volver al laboratorio? —dice Max con una sonrisa burlona—. No quiero que un frasco de ácido te salude en la barriga. No sería bueno que la niña naciera con un par de ojos de más.
Lo mire con un ceño fruncido, pero no pude evitar sonreír un poco.
—Eso no va a pasar, Max. Además, ¿qué te crees? No soy una experimento de laboratorio.
—No, pero tienes que admitir que tu estómago podría darles algunas ideas. Podrías ser el primer proyecto de ciencia viva, un estudio sobre el crecimiento de un bebé con un gusto por los químicos.
—Eres insoportable, lo sabes, ¿verdad? —respondo, dándole un suave empujón.
—Solo estoy diciendo que si quieres volver al laboratorio, mejor asegúrate de llevar un traje de protección. No quiero que mi sobrina se convierta en las versiones de horror de tus experimentos fallidos —bromea Max, tocando mi estómago de forma exagerada.
—Muchas gracias a los dos por apoyarme — Les digo a Max y Clara — Clara yo te prometo que no te molestaré mucho tiempo. Con mi primer sueldo alquilare un departamento.
Ella sonríe — Tú no me molestas Ana. Me encanta tenerte aquí al igual que a Regina.
— Máxima — La corrige Max con una risa.
Al menos cuento con papá, Sofía, Max y Clara. Con ellos siento que no estoy tan sola y cuando nazca la bebé mi mundo cobrará otro sentido.
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