Mi boda
Las semanas han pasado rápidamente, y con cada día que pasaba, la emoción y los nervios crecían en mí. Decidí tomarme una licencia de un mes en el trabajo para concentrarme por completo en los preparativos de la boda. Sabía que, después de la ceremonia, Max se iría a Estados Unidos para realizar su doctorado, así que quería disfrutar de cada momento.
Esta mañana, me desperté con un ligero hormigueo en el estómago. Miré el vestido blanco que había elegido, colgado delicadamente en la puerta de mi armario. Era un vestido largo y brillante, confeccionado en una seda suave que capturaba la luz de manera mágica. La parte superior era de encaje, con un escote sutil que realzaba mi figura sin ser demasiado revelador. Las mangas, ligeramente abullonadas, terminaban justo por encima de mis muñecas, adornadas con pequeños botones de perla que parecían brillar con su propia luz.
Cuando me lo puse, sentí cómo la tela se ajustaba a mi cuerpo, caía en suaves pliegues hasta el suelo, y la cola del vestido se extendía detrás de mí como un suave río blanco. Miré mi reflejo en el espejo y sonreí al ver cómo el vestido resaltaba mi figura, dándome una sensación de elegancia y gracia.
Coloqué un velo delicado sobre mi cabello, que caía hasta la mitad de mi espalda, y en ese instante, me sentí como una verdadera novia. La combinación del vestido y el velo me hizo olvidar, aunque solo por un momento, los nervios que me invadían. Sabía que hoy sería un día especial, un día en el que comenzaría un nuevo capítulo en mi vida junto a Marco. Con el corazón acelerado y una sonrisa en los labios, me dirigí hacia la salida, lista para enfrentar lo que estaba por venir.
Bajé las escaleras con cuidado, sintiendo el roce suave de mi vestido contra mis piernas. Al llegar a la sala, mi corazón dio un vuelco al ver a mi papá de pie, esperando. Su rostro se iluminó con una mezcla de orgullo y amor al verme, y su mirada se detuvo en mi vestido, como si tratara de absorber cada detalle.
—Estás hermosa, Ana —dijo, con una voz temblorosa que delataba su emoción—. Estoy tan orgulloso de ti.
Me acerqué a él y, sin poder evitarlo, una lágrima se escapó de mis ojos. Su abrazo fue cálido y reconfortante, un recordatorio de todos los momentos que habíamos compartido, desde mi infancia hasta este día tan significativo.
—Papá, gracias por estar aquí —le dije, sintiendo el nudo en mi garganta—. No podría imaginar este día sin ti a mi lado.
—Siempre estaré contigo, hija. Hoy es un nuevo comienzo, y estoy feliz de entregarte a Marco —respondió, apartando un mechón de cabello de mi rostro con ternura.
Tomé una respiración profunda y, juntos, comenzamos a caminar hacia la puerta. El sonido de los invitados murmurando y la música suave de fondo se hacían más evidentes a medida que nos acercábamos al altar. Sabía que cada paso me acercaba a una nueva vida, llena de promesas y desafíos, pero también de amor y esperanza.
Cuando llegamos a la entrada, me detuve un momento para mirar a mi papá a los ojos.
—Te amo, papá.
—Yo también te amo, Ana —respondió con una sonrisa—. Eres una mujer increíble, y Marco es un hombre afortunado.
Con el corazón latiendo con fuerza, tomé su brazo y, juntos, cruzamos el umbral, listos para enfrentar lo que nos esperaba.
No tardamos en llegar a la iglesia en la camioneta. La emoción me envolvía, y una mezcla de nervios y felicidad hacía que mi corazón latiera con fuerza. Hoy le juraría amor eterno a Marco frente a Dios, y yo estaba dispuesta a cumplir mi promesa.
Al abrir la puerta, el sonido de la música suave y los murmullos de los invitados me recibieron. El aire estaba impregnado de fragancias florales, y la luz que entraba por los vitrales iluminaba el pasillo, dándole un aura mágica al momento. Cuando mis ojos se posaron en la figura de Marco en el altar, todo lo demás se desvaneció.
Él estaba de pie, esperando con una expresión que reflejaba amor y determinación. Su cabello oscuro caía de manera perfecta sobre su frente, y sus ojos azules brillaban con una intensidad que me hizo sentir como si solo existiéramos nosotros dos en ese instante. Su traje estaba perfectamente ajustado, acentuando su figura y dándole un aire de elegancia que solo él podía llevar. Se veía realmente hermoso, como un sueño hecho realidad.
Maximiliano estaba entre los invitados, su mirada fija en mí. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero rápidamente desvié la atención hacia Marco, quien sonrió con calidez.
Estaba en el altar, con el corazón latiendo con fuerza. Miré a Marco, vestido con su elegante traje oscuro.
—Estamos aquí reunidos para celebrar la unión de Anastasia San Román y Marco Beltrán —comenzó el sacerdote
Mientras me concentraba en Marco, recordé la reciente turbulencia en mi vida, especialmente la interferencia de Maximiliano.
—¿Prometes amar y cuidar a Anastasia, apoyarla en los buenos y malos momentos, y serle fiel en todo momento? —preguntó el sacerdote.
—Sí, lo prometo —respondió Marco con firmeza.
Luego fue mi turno.
—¿Prometes amar y cuidar a Marco, apoyarlo en los buenos y malos momentos, y serle fiel en todo momento? —me preguntó.
—Sí, lo prometo —respondí, sintiendo una mezcla de nervios y emoción.
El momento del intercambio de anillos llegó.
—Con este anillo, te prometo mi amor eterno —dijo Marco, deslizándome el anillo en el dedo.
—Con este anillo, te prometo mi amor eterno —repetí mientras le ponía el anillo.
Él sacerdote continuó con la ceremonia, y antes de pronunciar las palabras finales, hizo una pausa.
—Si alguien tiene alguna objeción a esta unión, que hable ahora o que guarde silencio para siempre.
El silencio se apoderó de la iglesia. Miré a los rostros de los invitados, y entre ellos, vi a Maximiliano. Sentí un escalofrío, pero luego volví a centrarme en Marco, buscando su mirada.
Finalmente, el sacerdote pronunció las palabras mágicas—¡Les declaro marido y mujer!
El público estalló en aplausos.
Marco se acercó, tomando mi rostro entre sus manos.
—Eres mía para siempre —dijo, y luego me besó con ternura.
Fue un beso lento y suave, un contacto breve pero significativo, que respondí con ternura. El mundo a nuestro alrededor se desvaneció, y en ese instante, solo existíamos nosotros dos, marcando el comienzo de nuestra nueva vida juntos.
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