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Los celos de Marco

Me encontraba charlando con Clara en su acogedora sala de estar, rodeadas de libros y posters de científicos famosos. Ella seguía con su carrera de bioquímica, sumergida en el mundo de las moléculas y las reacciones químicas. Era fácil perderse en sus historias apasionadas sobre el laboratorio y sus investigaciones, pero hoy, la conversación tomó un giro inesperado.

—¿Has oído que Maximiliano ya terminó su maestría? —me dijo, su tono entre divertido y curioso—. Se rumorea que ha encontrado una cura para el Alzheimer.

Fruncí el ceño, sorprendido. Aunque nunca había tenido una buena relación con él, no podía evitar sentir una mezcla de admiración y escepticismo.

—No lo sabía —respondí, tratando de disimular mi sorpresa—. Eso suena increíble, pero… ¿es realmente posible?

Clara se encogió de hombros, su expresión entre intrigada y divertida.

—Eso dicen. La gente habla, pero no estoy segura de qué tan verídicos son esos rumores. A veces, es solo una forma de hacer ruido en el mundo académico.

Solamente asentí con la cabeza

—He oído que Max volverá —dijo Clara, mirándome con una expresión que me hizo sentir vulnerable. Su voz era casi un susurro, como si el tema fuera demasiado delicado para ser discutido a plena luz del día—. No te molestaría verlo después de lo que tuvieron.

Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de nervios y confusión.

—A mí no me engañas, Ana. Yo sé que estuvieron juntos.

—Solo fue un beso —respondí, tratando de restarle importancia—. Pero ahora estoy casada con su hermano.

Clara arqueó una ceja, esbozando una sonrisa burlona.

—¿Y eso es suficiente para olvidar lo que pasó? ¿Eras capaz de olvidarlo?

Miré por la ventana, observando cómo el viento movía suavemente las hojas de los árboles. No podía negar que la historia entre Maximiliano y yo había dejado huellas profundas en mi corazón.

—No, no es fácil, pero he tomado una decisión. Estoy casada con Marco y quiero construir una vida con él —dije, aunque mis palabras sonaron vacías incluso para mí.

— Tal vez todavía hay una posibilidad. Ana yo sé que no eres feliz con Marco.

— No estoy locamente enamorada de él, pero Marco y yo estamos esperando un hijo, y eso significa más que cualquier cosa que haya pasado con Max en el pasado.

Yo jamás me metería con mi cuñado. Sería traumante para mi hijo que su tío sea su padrastro. Yo jamás haría algo así.

Cuando regresé a casa, la oscuridad ya había caído, envolviendo todo en una atmósfera tensa. Subí las escaleras hacia mi habitación y, al abrir la puerta, me encontré con Marco allí, desenfundando su maleta. La vista de él, con ese gesto concentrado en su rostro, me hizo sentir una punzada de nervios.

—¿Dónde estabas? —preguntó, mirándome con molestia mientras se giraba, su voz cargada de reproche. Agarró mi brazo con firmeza, lo suficiente como para que me doliera—. ¿Dónde demonios estabas? Llegué hace una hora y no estabas.

Traté de liberar mi brazo de su agarre, pero su expresión era de una ira contenida que no podía ignorar.

—Estaba con Clara —respondí, tratando de mantener la calma, aunque mi corazón latía con fuerza en mi pecho—. Me quedé a cenar con ella y se me hizo tarde.

—¿Y eso justifica que me dejes esperando? —dijo, apretando su agarre. Su mirada era intensa, casi amenazante.

—Suelta mi brazo, Marco —exigí, sintiendo cómo la tensión crecía entre nosotros. No quería que este momento escalara a algo que no pudiera controlar—. No es justo que me trates así.

Finalmente, soltó mi brazo, pero la molestia en su rostro no desapareció. Se cruzó de brazos y me miró con desdén.

—No soporto no saber dónde estás... —afirmó Marco, su voz cargada de una frustración palpable—. Pensar que puedas estar con otro, y más ahora que ese imbécil de Maximiliano volverá, me vuelve loco.

Mi estómago se retorció ante la mención de Maximiliano.

—Marco, Maximiliano es tu hermano... —dije, intentando mantener la calma en medio de la tormenta de emociones—. Lo de nosotros fue hace años y solo fue un beso. No significa nada ahora.

Él me miró intensamente, como si estuviera buscando respuestas en mis ojos. La tensión en el aire era densa, casi insoportable.

—¡Júrame que ya no lo quieres! Hazlo —exigió, su voz temblando entre la ira y la vulnerabilidad.

—Te lo juro, Marco —respondí finalmente, sintiendo el peso de mis palabras—. No siento nada por él. Mi vida ahora es contigo, con nuestro hijo.

Su mirada se suavizó un poco, aunque aún había un atisbo de desconfianza.

La confusión me invadió mientras pensaba en la situación. ¿Por qué Marco pensaba que yo le podría ser infiel? Nunca le había dado motivos para dudar de mí. Siempre me había entregado a él por completo, y nunca había mirado a otro hombre de la manera en que lo hacía con él.

—No entiendo por qué piensas eso de mí, Marco —dije, tratando de mantener la calma mientras las emociones burbujeaban en mi interior—. Nunca te he dado motivos para dudar. Desde el primer día, me he entregado a ti y solo a ti.

Marco se cruzó de brazos, la tensión en su rostro todavía evidente.

—Es que no puedo evitarlo. —Su voz era un susurro, pero cargado de tormento—. Te amo, y pensar que podrías estar con otro me vuelve loco. Aún más ahora que ese imbécil de Maximiliano vuelve a aparecer.

—Maximiliano fue un error del pasado —insistí—. Solo un beso, y ya. Nunca fue nada serio. Tú eres mi presente y mi futuro. Eres tú quien me importa.

—No entiendo por qué te sientes así. Cuando estabas con Sofía, nunca fuiste así de celoso. Siempre confiaste en ella.

—Sofía es diferente —dijo Marco, su mirada fijas en mis ojos.

Él tomó mi cabello con delicadeza, acercando su rostro al mío. Sentí un escalofrío recorrerme cuando sus labios finalmente se unieron a los míos. Al principio, fue un beso suave, casi tímido, como si buscara medir mi respuesta, pero rápidamente la ternura se transformó en intensidad.

Acaricié su cabello con mis dedos, dejándome llevar por la calidez de sus labios.

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