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La ecografía

Me encontraba recostada en la camilla de la consulta, sintiendo el frío del gel que el doctor había esparcido sobre mi vientre. Marco estaba a mi lado, su mirada fija en la pantalla donde un tenue brillo mostraba la silueta de nuestro bebé. El ambiente era tenso; una mezcla de expectación y nerviosismo nos envolvía.

-¿Cómo está mi bebé, doctor? -indagué, sintiendo un ligero temblor en mi voz. La ansiedad por saber cómo estaba nuestro hijo me recorría, y por un momento olvidé la inquietud que siempre llevaba en la mente.

El doctor sonrió, ajustando su mirada a la pantalla.

-Todo se ve bien, Anastasia. El corazón late con fuerza, y el desarrollo es normal. -Sus palabras me llenaron de alivio, y sonreí al sentir que todo estaba en orden.

Marco, que había estado callado, finalmente se animó.

-Quiero saber el sexo. -dijo, su voz autoritaria resonando en la habitación. Era un pedido ansioso, casi urgente.

El doctor asintió, haciendo algunos ajustes en el equipo. Después de unos momentos de silencio, finalmente se inclinó un poco más cerca de la pantalla.

-Bueno, aquí lo tenemos... -dijo, apuntando con su dedo a la imagen en blanco y negro-. Puedo confirmar que van a tener una niña.

Las palabras flotaron en el aire, y en un instante, la sala se llenó de una mezcla de emociones. Yo sonreí, sintiendo una oleada de alegría. Siempre había imaginado cómo sería tener una pequeña, y la idea me llenaba de ternura.

Sin embargo, la reacción de Marco fue completamente opuesta. Su rostro se tornó rígido, y la sonrisa que había comenzado a dibujarse en sus labios se desvaneció al instante.

-¿Una niña? -repitió, su tono de voz cargado de incredulidad. No podía ocultar su descontento.

-Sí, una niña, -confirmó el doctor, sin notar el cambio en el ambiente.

Marco se cruzó de brazos, su mirada fija en el doctor con una mezcla de desdén y frustración.

-No, esto no puede ser. -dijo, apretando los dientes-. Yo esperaba un varón. Es lo que siempre quise.

Sentí un nudo en el estómago al escuchar su desdén, y el ambiente se tornó incómodo.

-Marco, -intenté calmarlo, aunque sabía que era difícil-. Lo importante es que está sana y bien.

-¿Pero no entiendes? -interrumpió, su voz aumentando de volumen-. Necesitamos un hijo varón para continuar con el legado, para tener alguien que lleve mi apellido. Esto es... esto es una decepción.

El doctor, visiblemente incómodo, intentó mediar.

-Marco se rió sarcásticamente-Necesito un heredero. Tantos tratamientos para que resulte siendo una niña.

Él no dijo nada más y solamente se marchó azotando la puerta.

Limpié las lágrimas que estaban a punto de salir y, al mirar al médico, noté que se centraba en mí con una expresión tranquilizadora.

-Tranquila, Ana. -dijo, su tono amable intentando calmarme-. ¿Quieres escuchar el corazón de la bebé?

Asentí, sintiendo que esta era una oportunidad para recuperar un poco de la alegría que había perdido con la reacción de Marco.

-Claro, doctor. -respondí, sintiendo que mi corazón latía con anticipación.

El doctor ajustó el ecógrafo y colocó el transductor sobre mi vientre nuevamente. La habitación se llenó de un suave zumbido y, de repente, un latido fuerte y rítmico comenzó a resonar en el espacio, como un pequeño tambor que anunciaba la vida.

-Escucha eso, Ana. -dijo el doctor con una sonrisa-. Ese es el corazón de tu hija.

Cerré los ojos por un momento, dejándome llevar por el sonido. Era un latido constante, poderoso y lleno de vida. Mi corazón se llenó de emoción al darme cuenta de que, a pesar de las dificultades y las frustraciones, este pequeño ser estaba ahí, vivo y sano.

-Es hermoso, doctor. -dije, abriendo los ojos y mirando la pantalla con renovada esperanza-. No puedo creer que esté tan bien.

-Así es. -asintió, mirando la pantalla con satisfacción-. Esto es lo más importante, Ana. A veces, las cosas no salen como las planeamos, pero lo que realmente cuenta es que tu bebé está aquí y es perfecta tal como es.

Sus palabras resonaron en mí, y aunque la tensión con Marco seguía presente, sentí que la alegría de ser madre empezaba a emerger nuevamente.

-Gracias, doctor. -dije, sonriendo a pesar de la tristeza que aún me envolvía-. Realmente aprecio esto.

Luego de limpiarme las lágrimas y dejar atrás la consulta, salí de la clínica sintiendo el aire fresco en mi rostro. Al darme cuenta de que Marco se había ido, un escalofrío de preocupación me recorrió la espalda. Su molestia era evidente, y sabía que su madre y la mía también estarían muy enojadas. La idea de que mi bebé, solo por ser niña, fuera menospreciada y no recibiera la misma aceptación que un varón me llenaba de tristeza.

Pero a pesar de esos pensamientos oscuros, había una chispa de determinación en mi corazón. No me importaba lo que pensaran los demás, porque yo amaba a mi hija. A pesar de que no sería el varón que todos esperaban, sabía que ser niña podría ser una bendición disfrazada. Sin las presiones de tener que ocupar un lugar en la empresa familiar, podría criarla a mi manera, libre de expectativas ajenas.

Tomé un taxi y, en poco tiempo, llegué a la casa. Al bajarme, noté que Maximiliano estaba entrando con sus maletas. La sorpresa me invadió al darme cuenta de que no solo había regresado, sino que también planeaba vivir con nosotros. ¿Por qué estaba aquí? Siempre había sabido que él odiaba la mansión, un lugar que lo recordaba de manera amarga por su pasado familiar.

-¿No me darás la bienvenida, cuñada? -me dijo Maximiliano, acercándose con una sonrisa y abriéndome los brazos. Al sentir su abrazo, un escalofrío recorrió mi cuerpo, y en un instante, sus dedos se deslizaron suavemente hacia mi vientre.

-¿Cómo está mi sobrino? -preguntó, su voz llena de entusiasmo, pero al mismo tiempo, sentía una mezcla de incomodidad.

-Es niña... -afirmé, intentando mostrarme firme. Su reacción fue instantánea, esbozando una sonrisa que iluminó su rostro.

-¡Será tan testaruda como su madre! -exclamó, riendo. Luego, sus ojos brillaron con una chispa traviesa-. Una mini Ana, pero con el talento para la química de su tío.

No pude evitar sonreír ante su comentario. Sin embargo, una parte de mí se sintió inquieta.

Nos separamos cuando llegó la señora Grecia, quien se veía visiblemente molesta. Su expresión era una mezcla de sorpresa y desdén al ver a Maximiliano en nuestra casa.

-¿Qué haces tú aquí, Maximiliano? -preguntó con una voz fría y cortante.

Maximiliano, sin inmutarse, respondió con una risa juguetona:

-Pues Marco me invitó a vivir aquí, señora. Además, le recuerdo que esta casa es parte de la herencia de mi padre.

La señora Grecia frunció el ceño, claramente incómoda con la idea de tener a su hijastro y a su hijo bajo el mismo techo.

-Ana, ¿dónde está Marco? Creí que estaba contigo -dijo, dirigiéndose a mí, su voz cargada de desaprobación.

-No lo sé... -respondí, sintiendo un nudo en el estómago.

-¿Cómo está mi nieto? -preguntó la señora Grecia, su tono suavizándose un poco-. Ya te han realizado la ecografía.

Maximiliano, disfrutando de la tensión en el aire, se adelantó:

-¡Será una niña! -dijo con humor-. Se llamará Máxima y será bioquímica.

En ese momento, sentí cómo la señora Grecia me lanzó una mirada fulminante, como si yo fuera la causa de todos sus problemas.

Su voz se volvió ácida-. ¿No puedes hacer nada bien, Ana? Necesitábamos un hombre en la familia, no una niña que no servirá para nada más que para ser una carga.

Las palabras de la señora Grecia me golpearon como un balde de agua fría.

-Pues es mi hija, señora Grecia, y yo sí la querré... -le afirmé con firmeza, sintiendo que cada palabra era una defensa de mi amor por mi bebé.

Sin embargo, no quería escuchar más. La rabia burbujeaba dentro de mí, así que decidí subir a la habitación. Caminé por el pasillo, mis pensamientos desbordándose, y me dirigí a la habitación del bebé que había preparado Marco.

Al abrir la puerta, me detuve en seco. La habitación estaba decorada en tonos de azul, con una cuna elegante y las paredes pintadas con motivos infantiles. Cada detalle hablaba de las expectativas de Marco: un hijo varón, el heredero. Reprimí un par de lágrimas que amenazaban con escapar.

Sabía que sería muy difícil. La presión de su familia, el desdén de la señora Grecia, y la constante sensación de no ser suficiente me pesaban en el corazón. Pero en ese momento, entendí que no aguantaría más humillaciones. Si era necesario, me divorciaría. Me negaría a permitir que mi hija creciera en un ambiente donde no fuera valorada, solo por el hecho de ser niña. Ella merecía más que eso. Ella merecía amor y aceptación. Y si tenía que luchar por eso, lo haría sin dudarlo.


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