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Enfrentamiento

Maximiliano Beltrán

Se ve jodidamente hermosa con ese vientre Pero no es solo su apariencia lo que me afecta. Es esa tristeza, ese brillo apagado en sus ojos. Anastasia ya no parece la misma mujer testaruda y llena de vida de hace tres años. Me mata verla así. Me mata que tendrá un hijo de Marco, mi hermano, mientras yo estoy aquí, observándola desde lejos. Pero esto es mi culpa. Yo fui quien la alejó de mí.

La vi moverse hacia la mesa de bebidas. Tomó un refresco mientras Marco la seguía de cerca, como siempre, sin dejarla sola ni un segundo. La incomodidad en su rostro era evidente. Me quedé atrás, observándolos, hasta que Sofía se acercó con su risa burlona.

—Deja de comerte con los ojos a mi hermanita —me soltó, con una sonrisa juguetona—. Tú le rompiste el corazón, ahora te aguantas, guapo.

—¿Tú qué sabes? —le respondí sin dejar de mirarla, intentando no mostrar el dolor que esas palabras me provocaban.

Sofía soltó una carcajada suave.

—Yo lo sé todo, Max. ¿O crees que Anastasia nunca me contó?

Sofía seguía sonriendo, con esa expresión de quien sabe más de lo que deja ver. Mis ojos volvieron a buscar a Anastasia, que ahora se apoyaba en la mesa, tratando de mantener la calma bajo la presión invisible de Marco. Nunca pensé que él la rompería así.

—No sabes nada, Sofía —le dije, intentando mantener la voz firme—. Si lo supieras, sabrías que jamás quise hacerle daño.

—¿Ah, sí? —replicó, cruzándose de brazos, desafiándome con la mirada—. Pues lo lograste, Max. La dejaste hecha polvo, y aunque no lo quieras admitir, todavía te duele tanto como a ella.

Quise responder, defenderme, pero no podía. Sofía tenía razón, y lo sabía. Me acerqué un poco más, bajando la voz para que solo ella me escuchara.

—No tuve opción —confesé, sintiendo un nudo en la garganta—. Marco... Él siempre ha querido lo que yo tenía, y con Anastasia... Se aseguró de que ella terminara siendo suya.

Sofía levantó una ceja, sorprendida, pero no sorprendida del todo.

—Entonces, ¿por qué no peleaste por ella? —preguntó en un susurro—. En vez de dejarla caer en las manos de Marco.

Suspiré, sintiendo cómo mi pecho se apretaba con el peso de los años perdidos.

—Porque pensé que sería lo mejor para ella... Pero ahora no estoy tan seguro. La veo tan apagada, Sofía. No es la Anastasia que conocí.

Sofía se quedó en silencio por un momento, observando cómo Anastasia se reía nerviosa mientras Marco no se despegaba de su lado. Luego me miró de nuevo, con seriedad.

—Ella no es feliz, nunca lo ha sido. La odio, pero extraño esa estúpida risa y su forma parlanchina de hablar.— Comparte ella— Si la quieres haz algo.

Me reí sin poder evitarlo, la tensión en la habitación era palpable. Marco estaba enojado, eso era claro. Siempre había sido así, siempre intentando tener lo que no le pertenecía, y ahora estaba acorralado.

—Tú no me darás nada, Marco —repetí, caminando lentamente por el despacho, con las manos en los bolsillos—. Todo lo que tenemos es nuestro, no solo tuyo. Las propiedades, la empresa, todo. Aunque te hayas asegurado de quedarte con la parte más jugosa.

Marco frunció el ceño, tensando la mandíbula.

—Ni siquiera quieres a Ana, ¿verdad? —continué, sin darle tregua—. Ella solo es un medio para ti. Una pieza más en tu plan.

Marco se tensó aún más, y su respuesta fue rápida, casi automática:

—Yo amo a mi esposa.

Lo miré fijamente, evaluando cada una de sus palabras, su postura defensiva.

—Seguramente —dije, acercándome un poco más—. Pero no le diré por qué realmente deseas tanto un hijo varón... No quiero romperle el corazón. Lo hago por ella, no por ti. No quiero escándalos, Marco.

Él me miró con furia, pero yo mantuve mi calma, sonriendo levemente.

—Yo viviré en la mansión con ustedes —continué, con la misma tranquilidad—. Dirás que tú me has invitado, por supuesto. Así ella no sospechará. Así todo seguirá en paz.

Marco dio un paso hacia mí, con los puños apretados.

—De ninguna manera, Maximiliano. No te quiero cerca de mi esposa.

—Ah, pero no tienes opción —respondí, manteniendo la compostura—. Sabes que si Anastasia se entera de ciertas cosas, no podrías manejarlo. Y créeme, no querrás tenerme como enemigo en este juego, Marco. Así que, mejor piénsalo bien. Lo que te ofrezco es paz... pero puedo ofrecerte guerra.

Marco me miró fijamente, sabiendo que estaba atrapado entre sus ambiciones y el riesgo de perderlo todo.

Mis puños se apretaron al escuchar sus palabras, pero mantuve mi postura. Lo miré fijamente, con la furia burbujeando justo debajo de la superficie.

—Jamás le has dicho a Ana de tus manipulaciones, ¿verdad? —dije con el tono bajo y firme—. Que me amenazaste para que me alejara de ella...

Marco soltó una risa fuerte, una risa vacía de remordimientos.

—Soy un hombre práctico, Max —respondió, sin un atisbo de culpa en su voz—. Ambos ganamos. Yo me casé con Ana, y tú seguiste recibiendo dinero para el tratamiento de tu madre. Si ella murió... no es mi problema.

Mi cuerpo se tensó aún más. El descaro. Este hombre frente a mí había jugado con mi vida, con mis sentimientos y lo decía como si hubiera hecho un favor.

—No tienes idea de lo que significó para mí perderla —susurré entre dientes, mi voz vibrando con la rabia contenida—. Y ahora te atreves a hablar de mi madre como si su vida no hubiera sido nada. Eres peor de lo que imaginé.

Marco me miró con ese aire de superioridad, como si creyera tener siempre el control.

—Ana jamás te perdonaría si supiera lo que hiciste —añadí, con la mirada clavada en él—. Todo lo que te ocultas tras esa fachada de esposo perfecto... lo perderías en un instante.

Él se encogió de hombros.

—Ella nunca lo sabrá, Max. Ana es mía. La controlo, la manejo. Ella está a mi lado porque yo le di la vida que siempre soñó. Tú fuiste un error del pasado. Y como ves, a mí no me fue tan mal. Yo soy su esposo y tendrá a mi hijo.

Lo miré un segundo más, reprimiendo el impulso de golpearlo ahí mismo. Este hombre no tenía límites.

—Ya veremos —dije, dando un paso hacia la puerta—. Ya veremos cuánto tiempo más puedes mantener tus mentiras...





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