El regreso de Max
Anastasia
Finalmente había llegado el sábado y, como era de esperarse, la casa estaba llena de vida. La fiesta por el aniversario de la empresa había reunido a varios invitados importantes: socios, empresarios, y figuras que siempre rodeaban a Marco en los negocios. Las luces brillaban con elegancia, mientras las risas y el murmullo de las conversaciones llenaban el aire.
Yo me encontraba de pie junto a mi hermana Sofía, en un rincón más tranquilo del salón. Ella llevaba un elegante vestido negro que realzaba su figura, y como siempre, se veía impecable.
-¿No te parece que hay demasiada gente? -le comenté, mientras daba un sorbo a mi copa de vino.
Sofía sonrió con ese aire despreocupado que siempre había tenido, el que la hacía parecer indiferente a todo.
-Es típico de Marco, le encanta hacer estas cosas a lo grande. Además, ¿qué esperabas? Es su empresa, su orgullo. -Sofía alzó una ceja, divertida-. ¿Cómo lo llevas tú? ¿Te sientes cómoda entre tantos desconocidos?
Suspiré, mirando a mi alrededor. Había estado sonriendo y siendo amable con todo el mundo, pero en realidad me sentía un poco fuera de lugar. Siempre me costaba encajar en ese mundo de poder y apariencias que Marco manejaba con tanta facilidad.
-Me siento un poco fuera de lugar, para ser honesta -confesé-. Es como si todo esto no fuera realmente parte de mi vida.
Sofía me observó con una mirada que no lograba descifrar del todo.
-Ana, estás casada con el dueño de todo esto. Es tu vida, te guste o no. -Hizo una pausa, como si midiera sus siguientes palabras-. Aunque debo decir que nunca pensé que Marco se acomodaría tan bien a este tipo de celebraciones... Ni que tú tampoco lo harías.
La incomodidad en mi pecho creció un poco. A veces sentía que Sofía veía todo desde una distancia, como si estuviera en un pedestal observando mi vida con cierto escepticismo.
-No es que no me acomode... -dije, tratando de encontrar las palabras-. Simplemente es que no me siento completamente yo misma en estas situaciones.
Sofía rió suavemente, tocando mi brazo con un gesto de complicidad.
-Pues tendrás que acostumbrarte, hermana. Porque este es el mundo de Marco, y por lo que veo, tú también estás en él.
Mientras observábamos a Marco con Frida, Sofía frunció el ceño con aún más intensidad. Podía sentir su incomodidad.
-Jamás me gustó esa tipa -dijo, claramente molesta.
-¿A qué te refieres? -le pregunté, aunque intuía lo que venía.
Sofía giró los ojos y cruzó los brazos.
-No te das cuenta cómo le coquetea a tu esposo. Hermana, deberías hablar con él para que la despida -dijo, con un tono ácido que no solía usar conmigo-. Y no me vengas con eso de que Marco no es así. Ningún hombre es confiable, Ana, todos son iguales de perros.
Sus palabras me golpearon con fuerza. Sabía que Sofía no tenía la mejor experiencia con los hombres, pero que dijera eso sobre Marco me hizo sentir incómoda.
-Sofía, no creo que sea para tanto -respondí, intentando defenderlo-. Marco no es como los demás. Él me ama.
Sofía soltó una risa sarcástica, sacudiendo la cabeza.
-Ay, Ana, por favor. Todos son iguales. Te juran amor eterno, te llenan de promesas, pero al final, hacen lo que quieren. Frida está jugando un juego y Marco no es inmune. Ninguno lo es. Tienes que abrir los ojos antes de que te lastimen.
Sus palabras me dejaron inquieta. Observé nuevamente a Marco y a Frida, tratando de detectar cualquier señal que justificara lo que Sofía decía. Pero, al final, seguía queriendo confiar en él. Aunque la duda comenzó a crecer dentro de mí, no podía evitar pensar si, después de todo, Sofía podría tener razón.
Salí de mis pensamientos al notar que alguien había entrado al salón. Levanté la vista y me congelé al reconocerlo. Era un hombre que no veía desde hace años, pero el tiempo solo parecía haberlo mejorado. Su cabello dorado brillaba bajo las luces, sus ojos grises seguían siendo tan intensos como los recordaba, y la barba en forma de candado le daba un aire maduro y sofisticado. Su traje impecable le quedaba a la perfección, resaltando su elegancia.
-Por Dios, qué bombón... -murmuró Sofía a mi lado, claramente impresionada.
Maximiliano se acercó lentamente, su mirada recorrió el salón antes de centrarse en mí. Durante un instante, sus ojos se detuvieron en mi vientre. Pude ver una leve chispa de algo indescifrable en su expresión antes de que levantara la vista, fijándola directamente en mis ojos.
-Hola, Anastasia -dijo con voz suave, pero firme.
Sentí un nudo formarse en mi estómago. Habían pasado tantos años, pero su presencia seguía afectándome de una manera que no podía controlar. Había algo en la forma en que me miraba, algo que hizo que todos los recuerdos que creía enterrados volvieran a surgir.
-Hola, Max... -dije, extendiendo mi mano hacia él, pero en lugar de estrechársela, Max me envolvió en un abrazo inesperado. Sentí su familiaridad y cercanía, aunque lo que más me impactó fue notar la mirada intensa de Marco fija sobre nosotros.
Antes de poder procesarlo, Sofía intervino con su usual desenfado.
-También estoy aquí -bromeó, acercándose a saludar a Max con un beso en la mejilla-. Te ves tan sexy, Maximiliano. Me he enterado de tus logros, no paras de sorprendernos.
Estaba a punto de hablar cuando sentí que Marco me agarraba por la cintura, apretándome con más fuerza de la necesaria, como si quisiera dejar claro algo que solo él sentía amenazado.
-¿Cómo estás, hermano? -dijo Marco, con una sonrisa tirante que no llegaba a sus ojos-. Me alegro de que hayas regresado. Mi mujer y yo estamos felices de verte.
Su tono era tan falso que casi me hizo estremecer. Era evidente que Marco no estaba "feliz" de ver a Maximiliano. No podían ni fingir llevarse bien, y la tensión entre ellos era palpable. Marco siempre había sentido una mezcla de competencia y desprecio por su hermano, y ahora parecía más decidido que nunca a marcar territorio, como si yo fuera un trofeo que necesitaba proteger.
Maximiliano, por su parte, lo observó con una calma fría, esa que siempre había tenido, como si no le importara lo que Marco intentaba insinuar.
-Gracias, Marco -respondió Max, mirándome de reojo antes de regresar la vista a su hermano-. Es bueno estar de vuelta.
-Me encanta tener a la familia cerca, sobre todo ahora que seré padre -dijo Marco con una sonrisa forzada, mientras colocaba su mano sobre mi vientre de forma posesiva. Su gesto no fue dulce ni protector, sino un recordatorio de su control.
Sentí una mezcla de incomodidad y tensión al verlo actuar así delante de Maximiliano, quien observaba con una expresión difícil de leer.
-No se ve hermosa mi mujer -añadió Marco, mirando directamente a su hermano, como si estuviera desafiándolo a decir lo contrario.
Maximiliano esbozó una sonrisa leve, pero sus ojos no se desviaron de los míos, y por un momento, sentí que el aire en la sala se volvía más pesado.
-Claro que lo es -respondió Max, manteniendo su tono tranquilo-. Siempre lo ha sido.
El comentario flotó en el aire, cargado de significados ocultos que Marco no tardó en notar, apretando su mano un poco más sobre mi vientre. Me siento un hueso entre dos perros.
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