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El pedido de Ana

En este momento, me encuentro en el departamento de Max, preparando la cena mientras él corre por la sala con Regina. Ambos ríen y se divierten jugando a las atrapadas. La risa contagiosa de mi sobrina llena el ambiente, y no puedo evitar sonreír al ver cómo Max intenta cansarla haciendo cosquillas. Cada vez que la atrapa, ella suelta un grito de alegría, una melodía de risas que ilumina el lugar.

El departamento de Maximiliano es considerablemente más grande que el mío. Aquí, Regina tiene su propia habitación, un pequeño reino donde puede jugar y soñar. A veces, se queda a dormir con él, lo que siempre provoca una mezcla de ternura y celos en mí. En la sala, una fotografía destaca: es una imagen de Regina y yo, con nuestras sonrisas radiantes, como si fuéramos su esposa e hija.

Mientras revuelvo la salsa en la olla, no puedo evitar pensar en cómo Max se ha convertido en una figura tan importante en la vida de Regina. Es un gran padre para ella, siempre presente, siempre dispuesto a hacerla reír. Sé que es cruel con Marco que se haya perdido estos años, pero ni Regina ni yo tenemos la culpa. Lo que más deseo es ser egoísta, Max la hace feliz, nos hace felices.

Cuando me alejé de la cocina, me di cuenta de que ellos seguían jugando, perdidos en su propio mundo de risas y alegría. En un momento, Max me atrapó por sorpresa y, en un abrir y cerrar de ojos, me alzó en brazos. Mi risa se mezcló con la de Regina mientras él me lanzaba suavemente al sofá, donde caí riendo.

Regina no perdió tiempo y se subió encima de mí, sus pequeños dedos comenzando a hacer cosquillas en mi costado.

—¡No, cosquillas, no! —supliqué entre risas, intentando escapar de su agarre infantil, pero ella era imparable.

Max se quedó de pie junto al sofá, disfrutando de la escena, con una sonrisa juguetona en su rostro.

—¿Ves? —dijo, mirándome con complicidad—. Te lo dije, no hay escapatoria cuando se trata de Regina.

—¡Esto no es justo! —grité, riendo, mientras trataba de apartar las manos de mi hija—. ¡Regina, para!

Ella se rió aún más, disfrutando del momento y aprovechando cada oportunidad para seguir atacándome con más cosquillas. Max, divertido, se unió a ella, y en cuestión de segundos, me vi atrapada entre ellos, sintiendo la calidez de la risa compartida.

En esos momentos, todo lo demás desaparecía; solo existíamos nosotros tres, envueltos en la alegría simple de ser una familia.

—¡Ya déjenme, casi está la cena! —dije entre risas, tratando de zafarme de las manos de Regina.

Ella se detuvo un segundo, mirando a Max con una expresión traviesa, como si estuviera pidiendo su autorización. Lo obedece más a él que a mí.

Nos dirigimos los tres a la mesa, y Regina, con su cabello oscuro brillando bajo la luz, se sentó con una sonrisa llena de emoción. La cena estaba servida, y el aroma de la salsa llenaba el aire. Sin embargo, mientras comenzaba a comer, la pequeña se ensució rápidamente.

—¡Mira, eres una niña salsa! —bromeó Max, riendo mientras señalaba las manchas que ya cubrían su camiseta.

Regina frunció el ceño, cruzando los brazos sobre el pecho.

—¡No soy una niña salsa! —protestó, puchereando mientras se limpiaba la cara con la mano—. Solo tengo un poco de salsa en la boca.

Max no pudo evitar reír aún más, y la miró con complicidad.

—Claro, claro. Solo un poco, pero te ves tan adorable así —dijo, inclinándose para darle un suave beso en la frente.

Regina se sonrojó, pero en lugar de sonreír, se volvió hacia mí con una expresión desafiante.

—¡Mami, dile que no soy una niña salsa!

—Tal vez, solo un poquito —respondí, sonriendo mientras me inclinaba hacia ella.

—No te preocupes, Regina. Todos sabemos que eres una niña hermosa, aunque un poco salsa —dijo Max con un guiño.

Regina lo miró con ojos brillantes, y su expresión cambió de diversión a una sinceridad infantil.

—Papi Max, si tú y mami fueran novios, ¿eso significaría que serías mi papá de verdad? —preguntó con inocencia, haciendo que el ambiente se volviera un poco más serio.

Max me lanzó una mirada cargada de significado, y pude sentir su deseo de ser parte de la vida de Regina de una manera más profunda.

—Bueno, cariño, eso es algo que me encantaría. Pero hay que ver qué dice tu mamá —dijo Max, mirándome con una mezcla de complicidad y esperanza.

Regina sonrió ampliamente, como si acabara de escuchar la respuesta más perfecta del mundo.

—¡Quiero que sean novios! —exclamó, dejando caer su cuchara—. Así puedo tener un papá de verdad.

En ese momento, comprendí cuánto anhelaba Regina una familia completa. Miré a Max, que sonreía de vuelta, y me di cuenta de que su deseo de ser un verdadero padre para ella estaba más presente que nunca.

—Veremos qué podemos hacer, princesa —le Respondí.

Después de cenar, me dediqué a ordenar mientras Max bañaba a Regina y la recostaba en su cama para leerle sus cuentos. Él había aprendido a hacer todo: cambiar un pañal, preparar una mamila, y aunque Regina creciera, siempre estaba allí para ayudarme con ella.

Cuando terminé de ordenar todo, me dirigí a la sala y lo vi bajar las escaleras con una sonrisa en el rostro. Max tenía esa manera de iluminar la habitación con su presencia, su cabello aún un poco húmedo y despeinado.

—Te mojaste todo —reí fuerte, señalando su camiseta empapada—. Regina te ama porque puede hacer contigo lo que quiere.

—En eso se parece a su madre —respondió él con una sonrisa pícara, acercándose un poco más.

De repente, se inclinó y me dio un beso en los labios, un gesto tan natural que me hizo sentir como si el tiempo se detuviera. Luego, me alzó en brazos sin esfuerzo, y yo, sorprendiéndome de la intimidad del momento, me agarré de su cabello mientras mis piernas se enredaban en su cintura.

—Max, yo quiero pedirte algo... —dije, tratando de mantener la seriedad a pesar de la cercanía.

—¿Un aumento de sueldo, amor? —bromeó, levantando una ceja mientras sus ojos grises centelleaban con diversión—. Pues depende del resultado de esta noche.

—No seas tonto —le respondí, aunque no pude evitar sonreír—. No quiero que hablemos de lo nuestro con Regina.

—¿Por qué? —preguntó, su tono cambiando a uno más serio, como si realmente quisiera entender.

—Porque ella te ama mucho, y no quiero lastimarla si no funciona —admití, sintiendo cómo el nudo en mi estómago crecía.

—Funcionará, Ana... —dijo Max, centrando su mirada en mí de una manera que me hizo sentir vulnerable—. Yo te amo, te adoro.

—También te amo, pero... —comencé, buscando las palabras adecuadas para expresar mi preocupación. No era fácil arriesgarme, no solo por mí, sino por Regina, que había comenzado a construir una relación con él.

—Pero nada, Ana. —Interrumpió, manteniendo su mirada fija en mis ojos. —No quiero que tengas miedo. La vida está llena de riesgos, y a veces hay que arriesgarse para ganar. Te prometo que estoy aquí para quedarme. Para ustedes.

—No quiero que Regina se sienta herida si las cosas no salen como planeamos —insistí, sintiendo la presión de la responsabilidad que tenía sobre mis hombros.

—La felicidad no es algo que se planifica, se crea —dijo Max con firmeza, su voz suave pero llena de determinación—. Permíteme ser parte de su vida de una manera más significativa. Te prometo que haré todo lo posible para que no sufra.

El silencio se volvió pesado entre nosotros, lleno de emociones no dichas, pero al mismo tiempo, había una chispa de esperanza.

—Está bien, pero debemos ser cuidadosos —finalmente concedí, sintiendo que mi corazón se abría un poco más a la posibilidad de un futuro juntos.

—Eso es todo lo que pido —sonrió, bajando su cabeza para robarme otro beso, más profundo esta vez, como si sellara nuestra promesa.

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