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El pasado de Max

Hace más de dos días que Regina está en el departamento de Anastasia. Prácticamente me he instalado aquí sin pedirle permiso. Al principio, pensé que Ana me echaría, pero ella está tan agotada que apenas se dio cuenta de mi presencia.

En este momento tengo a la princesa entre mis brazos, tratando de hablarle y calmarla. Se tranquiliza cuando me oye, su carita se relaja y sus ojitos parpadean lentamente. Al principio pensé que se me caería al alzarla; es tan pequeña y frágil que el miedo me invadió por completo. No sé absolutamente nada de bebés, pero parece que ella confía en mí... Y eso es suficiente para mantenerla a salvo.

Me acomodo en el sillón con cuidado, manteniéndola pegada a mi pecho, temiendo hacer cualquier movimiento brusco. Su respiración es suave, y me doy cuenta de lo increíblemente frágil que es. Nunca imaginé que algo tan pequeño pudiera generar tanto... respeto. La miro y siento una responsabilidad enorme, como si todo en mi vida se redujera a este instante.

—¿Qué estás haciendo? —la voz suave de Ana me saca de mis pensamientos. Se ve agotada, pero sus ojos brillan al vernos juntos.

—Intentando no romper a tu hija —le respondo con una sonrisa tímida.

Ana sonríe débilmente mientras se sienta a mi lado.

—No vas a romperla, Max. Eres más delicado de lo que crees.

Le devuelvo una mirada seria, aunque con una pizca de broma.

—No estoy seguro, Ana. No sé nada de esto... pero ella me calma. Es como si supiera que... la protegería con mi vida.

Ana me mira en silencio, asintiendo despacio.

—Lo sé. Sé que lo harías.

Me quedo en silencio unos segundos, observando a Regina dormida en mis brazos, y luego susurro:

—No sé si estoy preparado, Ana. Pero por ella... haré cualquier cosa.

Ana me mira y por un momento, todo está en paz.

—Max, no deberías estar aquí, hoy te darán un reconocimiento por el descubrimiento del retroceso contra el Alzheimer.

—No me interesa el reconocimiento ni estar con esos científicos idiotas —respondí sin dudar—, prefiero estar aquí de niñero.

Ella ríe, divertida por mi comentario.

—¿Niñero? —dice mientras me mira—. No parece que lo estés haciendo tan mal.

—Bueno, no sé si soy el mejor niñero —bromeo, acariciando la cabecita de Regina—, pero definitivamente prefiero esto a estar en un salón lleno de egos inflados.

—Max, ¿cómo fue que descubriste…?

—Mi madre estaba enferma —comencé, con la voz un poco entrecortada—. Ella estuvo enferma durante años. Sabes, jamás quise buscar a mi padre; a pesar de lo que te ha dicho Marco, a mí jamás me importó la fortuna.

Ella me mira a los ojos, sus ojos hermosos reflejando comprensión.

—Yo jamás he pensado eso de ti —me dice, y puedo sentir su sinceridad.

—Mi madre trabajaba muy duro para darme lo mejor, pero ni trabajando toda la vida podría pagar su tratamiento. Por eso busqué a mi padre y él me ayudó a cubrir los costos, pero su enfermedad seguía empeorando —le expliqué, recordando esos horribles momentos—. Ella jamás quiso ir al doctor; su única preocupación era ayudarme a pagar mi universidad. Su sueño era que yo me graduara.

—Cariño, no fue tu culpa —me dice, tomando mi mano con un gesto de ternura, como si pudiera leer mis pensamientos.

—Soy el mejor bioquímico de mi generación y jamás me di cuenta de los síntomas de mi madre —respondí, sintiendo el peso de la culpa aún presionando sobre mis hombros.

—Max —dijo con esa dulzura que solo ella tiene—, hiciste lo mejor que pudiste. Nadie puede prever esas cosas, mucho menos cuando se trata de alguien que amas. No te castigues.

Sentí su mano firme sobre la mía, y eso me trajo un poco de paz. Pero aún recordaba cada detalle, cada momento en el que no había podido salvar a mi madre, a pesar de todo lo que sabía, de todo lo que había aprendido.

—Pero, ¿cómo no lo vi, Ana? Pasaba todo el tiempo con ella y no me di cuenta de lo mal que estaba. El Alzheimer estaba ahí y yo... no pude hacer nada —dije, intentando no romperme.

—Max, tú lograste lo imposible después de todo eso. Descubriste algo que podría cambiar la vida de muchas personas. Eso es lo que tu madre hubiera querido, que usases tu talento para ayudar a otros, incluso si no pudiste ayudarla a ella a tiempo.

Sus palabras me golpearon con una fuerza que no esperaba. A veces es tan difícil ver lo que está justo frente a uno mismo. Dejé escapar un suspiro y bajé la mirada hacia la pequeña Regina, que seguía dormida en mis brazos, completamente ajena al caos que habíamos vivido.

—Tal vez tienes razón —murmuré—, pero aun así, desearía haber hecho más por ella.

—Ella estaría orgullosa de ti, Max. Estoy segura —dijo con una sonrisa, y por primera vez en días, sentí que quizá había algo de verdad en sus palabras.

Me quedé en silencio, con la certeza de que no había mejor lugar donde estar que aquí, con ellas dos.

—Tú y Regina… —empecé a decir, mirándola—. Ustedes son lo que me mantiene de pie ahora. Las dos son lo más importante para mí.

Ella me dio una sonrisa triste, pero no dijo nada. Sabía que era una situación complicada, que Marco aún luchaba por su vida. Pero en este momento, aquí con ella y la pequeña Regina, todo lo demás parecía desvanecerse.

—Max, ¿cuándo murió tu mamá...?— pregunta ella.

—Fue poco tiempo después de tu boda con Marco.— Respondí

—Es decir que yo me estaba casando con Marco mientras tú sufrías. Por eso me trataste tan mal en ese tiempo... —indaga.

No me atrevo a decirle del chantaje de Marco que me manipuló usando a mi madre para que me aleje de ella. No quiero que ella se enamore de mí por odiarlo a él. Sé que no le soy indiferente, pero quiero enamorarla, que me conozca de verdad.

—Lamento todo lo que te dije. Desde que te conocí sentí algo muy fuerte, Anastasia, y no supe cómo manejarlo. Si pudiera cambiar mis palabras, lo hubiese hecho.

—Yo fui muy inmadura también —responde sin soltar mi mano—. Comencemos de nuevo. Soy Anastasia San Román, una chica apasionada por la bioquímica.

—Encantado de conocerte, Ana.

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