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Cena con Marco

Anastasia

Estaba muy nerviosa, sintiendo cómo el corazón me latía descontroladamente. No sabía qué decisión tomar, pero la incertidumbre me impulsó a ponerme un vestido negro ceñido que resaltaba mis curvas. Quería sentirme fuerte y elegante, aunque en mi mente solo había caos. Al bajar las escaleras, me encontré con Marco, mi prometido, esperándome en la sala.

—Mi vida, no me has respondido en toda la mañana —dijo, con una sonrisa que intentaba ocultar su preocupación—. Pensé en que podríamos cenar juntos esta noche.

—Es que tengo un compromiso... —respondí, tratando de sonar firme, pero mi voz temblaba un poco.

—Vamos, mi vida —insistió, acercándose un paso—. No hay nada más importante que tu futuro esposo, ¿o sí?

Mi madre, que había estado en la cocina, apareció y me miró con esa mezcla de amor y preocupación que solo una madre puede tener.

—Vamos, Ana, ve con él... —dijo, su tono suave pero persuasivo, como si supiera que yo estaba luchando con mis propios sentimientos.

El peso de la decisión me aplastaba. La idea de cenar con Marco era reconfortante, un remanso de estabilidad en medio del torbellino que era mi vida en ese momento. Pero la noche con Maximiliano me acechaba, y sus palabras resonaban en mi mente.

—Está bien... —accedí finalmente, sintiéndome un poco más ligera al tomar esa decisión.

Marco sonrió, y esa sonrisa hizo que me sintiera culpable. Aún así, no podía evitar el tirón que me provocaba Maximiliano. Su presencia se había vuelto como una sombra, y aunque me decía que debía ignorarlo, cada vez que pensaba en él, una parte de mí se encendía.

Subí al coche con Marco, sintiendo cómo la tensión se disipaba un poco en su compañía. Él me miró con una sonrisa que reflejaba confianza, y mientras arrancaba el motor, el suave sonido del sistema de audio envolvió el ambiente.

—Te va a encantar este lugar —dijo, girando hacia mí con una mirada de emoción—. Es uno de los mejores restaurantes de la ciudad.

A medida que avanzábamos, la ciudad se iluminaba con luces brillantes y la música suave llenaba el aire. Pronto llegamos a un restaurante muy exclusivo, con una fachada elegante y un ambiente que prometía una experiencia única. Cuando entramos, me sentí como si estuviera en un sueño, rodeada de un lujo que nunca había experimentado.

—Wow, es realmente hermoso —exclamé, mirando a mi alrededor. Las luces tenues y la decoración sofisticada creaban un ambiente acogedor.

—Solo lo mejor para ti —respondió Marcos, guiándome hacia nuestra mesa, que estaba situada junto a un ventanal con vistas a la ciudad iluminada.

El camarero nos condujo a nuestra mesa y me ayudó a acomodarme. Marco tomó asiento frente a mí, sus ojos azules brillando a la luz de las velas.

—Espero que tengas hambre, porque aquí la comida es espectacular —dijo, sonriendo mientras hojeaba el menú—. Quería que esta noche fuera especial.

—Gracias, Marco. Realmente aprecio esto —le dije, tratando de concentrarme en él y en la velada, dejando de lado mis pensamientos confusos.

Mientras esperábamos los platos, la conversación fluyó fácilmente entre nosotros. Hablamos de cosas cotidianas, de nuestros planes futuros y de los detalles de la boda. Sin embargo, no podía evitar que una pequeña parte de mí se preguntara qué estaría haciendo Maximiliano en ese momento. Su rostro y sus provocaciones parecían estar grabados en mi mente.

—¿Qué piensas, Ana? —preguntó Marco, interrumpiendo mis pensamientos—. ¿Te gustaría que la boda fuera en la playa o prefieres algo más tradicional?

—Creo que la playa sería bonito.

La cena continuó, pero la tensión en mi pecho se intensificaba. Marcos me miraba con esos ojos azules que solían hacerme sentir especial, pero en ese momento, la duda comenzó a filtrarse en mi mente.

—Marco, yo tengo que hablar contigo... —dije, tratando de encontrar el momento adecuado. No quería arruinar la velada, pero sentía que debía ser honesta—. Siento que nos hemos apresurado con la boda. No nos conocemos lo suficiente, y...

Él frunció el ceño ligeramente, como si no pudiera comprender por qué estaba expresando esas inquietudes.

—Amor, no necesito conocerte más —interrumpió, inclinándose hacia adelante, su voz suave pero firme—. Eres hermosa, inteligente, me encantas y eso es suficiente para mí. No tengo dudas de que serás una maravillosa esposa.

Mis palabras se atascaron en mi garganta. Apreciaba su halago, pero aún así, había algo más profundo que necesitaba abordar. La presión de la boda, las expectativas de nuestras familias, y sobre todo, las sombras que se cernían sobre mi corazón debido a Maximiliano.

—Es por Maximiliano, ¿verdad? Él te ha estado acosando. ¿Te gusta mi hermano? —preguntó Marcos, frunciendo el ceño.

—Tengo dudas, Marco... No quiero mentirte. Maximiliano me dio un beso hoy —respondí, sintiendo que mi corazón latía con fuerza.

Su expresión se oscureció de inmediato, y pude ver cómo la furia se apoderaba de él.

—¿Te acostaste con él? —demandó, su voz cargada de rabia.

—¡No! Yo te juro que no —contesté, sintiéndome desesperada.

—Dime la verdad —exigió, su mirada penetrante taladrando mi conciencia.

—Es la verdad, Max. No estuve con Maximiliano ni con ningún otro —afirmé, intentando mantenerme firme en mi respuesta, a pesar de que la duda me consumía.

—Haremos lo siguiente: renunciarás y no volverás a verlo —me dice, con la voz tensa—. Y jamás volveremos a hablar de ese beso.

—No sé si quiero seguir con esta boda —respondí, sintiendo que el aire se volvía más denso.

—Si quieres, Anastasia, solo Maximiliano te ha manipulado. ¿Quieres ser una de sus amantes a la que usa y desecha o quieres ser mi esposa? —me lanza la pregunta con intensidad.

—No es tan sencillo, Marcos. Estoy confundida.

—No, no lo estás. Tienes que decidir. No puedo estar con alguien que tiene dudas por otro hombre.Esto no es un juego, Ana. Mi vida está en juego aquí, y tú también. No puedo permitir que te manipule.

—¿Y si decido que quiero mi independencia? —desafié, cruzando los brazos.

—Entonces, estarás eligiendo a él —su mirada era fría y desafiante—. Y no sé si podré soportar eso.

—Marco, por favor. No me pongas en esta posición.

—Quiero a la mujer que amo a mi lado, no a alguien que duda por un bastardo —respondió, su voz resonando con una mezcla de rabia y dolor.— Estoy siendo muy condecendiente contigo.Tienes hasta mañana para pensarlo.

Luego de cenar, Marco me llevó de regreso a mi casa en su elegante automóvil, cuyas luces brillaban en la oscuridad de la noche. La cena había sido un torbellino de emociones, y el aire seguía impregnado de la tensión que se había generado entre nosotros. Cuando llegamos, él estacionó suavemente frente a mi casa, un lugar que en ese momento se sentía tanto como refugio como una cárcel.

Al abrirme la puerta, el aire fresco de la noche me envolvió. Bajé del coche, pero antes de que pudiera dar un paso hacia la entrada, sentí su mano cálida detenerme del brazo. Me volví para encontrarme con sus ojos, un profundo azul que parecía iluminar la oscuridad que nos rodeaba.

—Ana, yo te amo de verdad.No tomaré represalias contra tu familia —continuó, y la intensidad de sus palabras me hizo detenerme.

Él se acercó un poco más, sus dedos acariciando suavemente mi mejilla, y un escalofrío recorrió mi cuerpo ante su toque. Era una caricia suave, casi reverente, que me hizo sentir deseada y protegida al mismo tiempo. Marco me hacía sentir segura muy contrario a Max.

Ambos hombres eran tan diferentes a pesar de ser hermanos. Marco era lo que siempre había soñado y Max lo prohibido.

—Te amo y te respeto, e intentaré ser un buen esposo y padre —agregó, inclinándose levemente hacia mí, como si quisiera que cada una de sus palabras penetrara en mi corazón.

— Tú eres el mejor de los hombres, Marco. No te merezco.

— Amor, eres joven e inexperta, lo entiendo y Maximiliano es un manipulador profesional. Desde que llegó a nuestras vida me ha odiado. No permitas que te utilice en mi contra. Buenas noches, mi vida.— Él deja un beso en mi frente.

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