Capitulo 9: Cena de compromiso ( Segunda parte)
Mientras estábamos cenando, el aroma del camarón recién servido llenaba el aire, pero yo me quedé mirando mi plato, sintiéndome un poco incómoda. La verdad era que el marisco siempre me había causado un malestar en el estómago, y no quería causar un escándalo en la mesa.
—¿Qué pasa, mi vida? —indagó Marcos, notando que no probaba bocado y con una expresión de preocupación en su rostro.
Justo en ese momento, Maximiliano intervino, tomando una copa de vino con un gesto despreocupado.
—Es alérgica —dijo, su voz despectiva y directa—. Es tu vida, pero no conoces sus limitaciones.
El ambiente se volvió tenso de inmediato. Sentí cómo todos los ojos se volvieron hacia mí, y mi corazón se aceleró por la incomodidad.
—Max... —lo regañó su padre, Leandro, con un tono firme—. No es el momento para hacer comentarios así.
Marcos me miró, su expresión una mezcla de preocupación y confusión.
—¿Es cierto, Anastasia? —preguntó, su voz suave, intentando suavizar la situación.
Asentí, sintiéndome un poco avergonzada.
—Sí, tengo una ligera alergia a los mariscos —respondí, tratando de restarle importancia al asunto—. No es nada grave, solo un poco incómodo.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó Marcos, frunciendo el ceño, claramente preocupado.
Mis padres se miraban el uno al otro, sus rostros reflejando la sorpresa y preocupación. Parecía que ninguno de ellos conocía mis alergias, y eso solo aumentaba mi incomodidad. Sofía, en el extremo de la mesa, disfrutaba claramente de la escena incómoda que se había formado.
—No sabía que mi hermana y tú eran tan cercanos... —dijo Sofía con desdén, su tono cargado de sarcasmo.
—No lo somos... —afirmó Maximiliano, con un aire de indiferencia—. Simplemente, ella es muy parlanchina y le cuenta su vida a cualquiera que le preste atención.
La atmósfera se volvió aún más tensa. Sofía soltó una risita burlona, mientras yo me esforzaba por mantener la calma. Marcos, visiblemente molesto por el tono de su hermano, me miró y dijo:
—No te preocupes por él. Max a veces no sabe cuándo callar.
—Siempre he sido honesto —replicó Maximiliano, encogiéndose de hombros.
—Bueno, Marco, ¿ya le has contado a tus suegros sobre el plan de expansión de la empresa a Estados Unidos? —preguntó Leandro, su tono amigable y diplomático, como si quisiera aliviar la incomodidad del momento.
Marco sonrió, aliviado por el cambio de tema.
—Sí, en realidad, hemos estado trabajando en ello durante meses. Estamos buscando abrir una nueva sede en Nueva York y explorar oportunidades en el mercado norteamericano. —su entusiasmo era contagioso, y yo no pude evitar sonreír ante su pasión.
—Eso suena increíble —dijo mi padre, asintiendo—. He oído que el mercado estadounidense tiene mucho potencial. ¿Cuáles son los próximos pasos?
—Estamos en la fase de investigación de mercado en este momento, analizando la competencia y buscando inversores. Pero, con la ayuda de mi equipo, estoy seguro de que haremos un gran avance —respondió Marco con confianza.
—Debemos planear los detalles de la boda... —le dijo mi madre a Grecia, la madre de Marcos, con una sonrisa cordial que trataba de ocultar la tensión en la atmósfera.
—Mi familia no gastará un peso más... —interrumpió Grecia, visiblemente molesta. Su tono dejaba claro que no tenía la menor intención de colaborar. Siempre había considerado a mi madre una arribista y eso se reflejaba en su mirada.—Ya están listos los preparativos para la boda fallida de Sofía y Marcos —continuó Grecia, con una leve mueca—. Ella escogió el vestido y solamente debemos ir con la modista, Anastasia.
—Señora Beltrán, con todo respeto, yo siempre quise escoger mi vestido de novia —dije, tratando de mantener la calma y demostrar confianza. El silencio se apoderó de la mesa, y sentí todas las miradas dirigidas hacia mí.
Grecia me observó con una mezcla de sorpresa y desdén, como si no pudiera creer que me atreviera a hablar.
—Eso es muy bonito, Anastasia, pero debes entender que el vestuario y los detalles son cuestiones que tienen que ver con la familia —dijo ella, su tono condescendiente.— Sofía y yo escogimos el vestido y cada parte de los preparativos de la boda.
—Claro, pero también es mi boda, y creo que es importante que tenga voz en la elección de mi vestido —replicó, manteniendo la mirada fija en ella. Me dí cuenta que le sorprendieron mis palabras y me miraba con curiosidad.
Sofía ríe — Conmigo la señora Grecia no tenía ese tipo de problemas. Yo le permitía participar en los preparativos.
Marcos, sintiendo el malestar en la sala, intervino rápidamente.
—Anastasia tiene razón, mamá. Este es un momento especial para ella y quiero que sea perfecto.
Grecia frunció el ceño, pero parecía haber perdido un poco de fuerza ante la defensa de su hijo.—Está bien, haremos lo que creamos conveniente. Pero recuerda que mi familia tiene ciertas expectativas.
En un momento de tensión, decidí alejarme del jardín para tomar un poco de aire. Esta cena y los preparativos de la boda me estaban estresando más de lo que esperaba. Siempre supe que Grecia era difícil, y Sofía la complacía en todo para mantener una buena relación con ella. Esa era la razón por la que se llevaban tan bien, pero yo siempre había soñado con casarme enamorada y con un hermoso vestido que fuera de mi agrado.
Al salir, noté que Maximiliano estaba fumando despreocupadamente, también alejado del bullicio de la cena. Me detuve un momento y observé cómo exhalaba el humo, como si esa fuera la única forma de liberar la tensión que lo envolvía.
—Es increíble cómo te matas lentamente con esa porquería... —exclamé, con un tono que reflejaba mi frustración.
Él levantó la mirada, sorprendido por mi comentario.
—No te importa lo que yo haga, cuñadita —replicó Maximiliano, su tono despreocupado desbordando sarcasmo.
—Me humillaste frente a todos... —le reclamé, sintiendo cómo la frustración se acumulaba dentro de mí.
Él soltó una risa, como si disfrutara de la incomodidad que había creado.
—Solamente expuse la verdad. Mi hermano no te conoce, ni tú a él. —Su mirada se mantuvo fija en la mía, desafiándome a rebatirlo.
Las palabras me atravesaron como dagas. Sabía que había una parte de verdad en su comentario, pero eso no hacía que doliera menos.
—¿Y tú crees que eso te da derecho a menospreciarme? —pregunté, intentando mantener la compostura.
Maximiliano se encogió de hombros, el desdén en su expresión hacía que mi pecho ardiera.
—No es mi intención menospreciarte, Anastasia. Pero deberías ser consciente de con quién te estás metiendo.
—Tú no sabes nada del amor. Solamente eres un ser egoísta que usa a todas las mujeres a tu conveniencia —le lancé, sintiendo cómo la rabia se desbordaba de mis labios.
Él rió fuerte, una risa que resonó en el aire como un eco burlón.
—Tú no sabes nada de mi vida —respondió, sus ojos destilando desdén—. Hablas de amor, pero tú misma estás a punto de casarte con un hombre que no te conoce.
El comentario me cortó la respiración. Su tono despectivo hizo que me sintiera expuesta, como si todos mis secretos estuvieran al descubierto.
—Y tú, ¿qué sabes sobre mi relación con Marcos? —le desafié, intentando mantenerme firme.
Maximiliano dio un paso hacia mí, acercándose de tal forma que sentí su presencia abrumadora.
—Sé lo suficiente como para darme cuenta de que solo eres un trofeo para él. Una esposa bonita para presumir y menos zorra que Sofia.—dijo, su voz baja pero cargada de veneno.
—¡Cállate! —grité, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. Su brutal sinceridad me estaba desarmando.
—Es la verdad, Anastasia —replicó, casi suavemente—. Lo que sea que creas que tienes con él, no es más que una ilusión. La vida no es un cuento de hadas, y tú lo sabes.
Intenté dar un paso atrás, pero él me detuvo al jalarme del brazo, impidiendo que me alejara. En un instante, Maximiliano me agarró de la cintura, acercando su nariz a la mía.
—¿A dónde crees que vas, Anastasia? —murmuró, su voz ahora era un susurro grave que me erizó la piel.
El espacio entre nosotros se llenó de una tensión incómoda. Su mirada intensa me atravesaba, y por un momento, me sentí atrapada entre el deseo y la ira.
—Déjame ir —dije, tratando de mantener la voz firme, aunque sabía que mis palabras sonaban débiles.
Él sonrió de manera desafiante, como si le divirtiera mi resistencia.
—¿Por qué tienes tanto miedo? —preguntó, la cercanía de su rostro me hacía sentir vulnerable.
—No estoy asustada de ti —respondí, intentando sonar más segura de lo que realmente me sentía—. Solo no quiero que me toques.
—¿De verdad? —su tono era burlón, y sus ojos destilaban un brillo juguetón—. Porque parece que hay algo más entre nosotros, algo que ni tú misma quieres admitir.
La rabia y la confusión se entremezclaban en mí, mientras luchaba por mantener la calma.
—No hay nada entre nosotros —repliqué, pero mi voz tembló un poco, y él lo notó.
—¿Segura? —dijo, acercándose aún más, casi como si intentara leer mis pensamientos—. Porque puedo ver que me miras de una forma que no puedes negar.
Me obligué a apartar la mirada, sintiendo cómo la incomodidad se transformaba en frustración.
—¡Basta! —grité, intentando liberarme de su agarre—. No voy a caer en tu juego.
—Creo que sí caerás, y un papel que diga que eres de mi hermano no me detendrá —afirmó Maximiliano, con una sonrisa burlona que me erizó la piel. Su mirada estaba cargada de desafío—. Así que te aconsejo que no te pongas a mi alcance.
Sentí una mezcla de indignación y temor.
—Es lo que quieres, ¿verdad? Que sea tu amante y lastime a Marcos. Son hermanos y él te quiere —le reproché, tratando de mantener la firmeza en mi voz, aunque mis manos temblaban.
Él se acercó más, presionando mi cintura con una fuerza que me hizo querer retroceder, pero no podía.
—Tú no sabes nada de nuestra relación, Ana —dijo, sus ojos grises destilando una confianza inquietante—. Solo te advierto que, ni aunque seas su esposa, él no podrá impedir que yo te toque si así lo deseo.
Mis latidos se aceleraron, y sentí una mezcla de miedo y rabia. La tensión en el aire se volvió palpable mientras sus labios se acercaban a los míos. En ese instante, una chispa de adrenalina recorrió mi cuerpo.
Sin pensarlo dos veces, lo empujé con fuerza y, en un acto de defensa, le pegué una bofetada. El sonido resonó en la noche, y la risa que brotó de sus labios fue como un eco de locura.
—¡Eres una loca! —exclamó, sin dejar de reír, pero su sonrisa estaba teñida de sorpresa y desafío—. Así que eso es lo que tienes para ofrecer.
—No soy una "loca". Solo quiero que te alejes de mí —respondí, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza.
—Tienes espíritu —dijo, todavía riendo, pero su mirada había cambiado. — Eso lo hace más divertido.
Me aleje del jardín y me choque con mi madre quién me miraba con sorpresa. Creo que había visto la escena.
— Tú y yo hablaremos en casa, Marco te espera.
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