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Capitulo 8: Cena de compromiso (Primera parte)

Anastasia

Me miré en el espejo una vez más, ajustando el vestido rojo con los hombros caídos. El escote era discreto, justo lo necesario para no ser vulgar pero sí elegante. Mi cabello castaño caía suelto y liso sobre mis hombros, como una cascada que apenas podía controlar. Me había esmerado en el maquillaje, buscando resaltar mis ojos verde agua, los mismos que ahora me miraban fijamente con una mezcla de nerviosismo y expectativa.

Esta noche no era una noche cualquiera. Marcos me pediría la mano frente a nuestras familias, y aunque eso debería llenarme de alegría, me sentía muy nerviosa.

Respiré hondo y salí de mi habitación. Mientras bajaba las escaleras, escuché el murmullo suave de voces en la sala. Cuando llegué al final de la escalera, papá fue el primero en verme. Su rostro se iluminó al instante.

—Estás preciosa, hija —dijo, acercándose para tomarme del brazo con orgullo.

—Gracias, papá —respondí, intentando sonreír. El nudo en mi estómago seguía allí, impidiendo que me sintiera completamente tranquila.

Mamá me observaba desde el otro lado de la sala. Su sonrisa era radiante, que una de sus hijas se casará con un Beltrán era todo lo que ella deseaba.

Mi hermano estaba allí, observándome en silencio, lo cual no era normal en él. Habitualmente, habría soltado alguna broma, pero esta vez todo estaba más tenso de lo que cualquiera querría admitir.

—Es una gran noche, ¿no? —comentó mamá con una sonrisa tensa—. Te ves maravillosa.

—Gracias, mamá —le respondí, tratando de sonar más segura de lo que me sentía. Sabía que estaba todo listo para que esta noche fuera perfecta, pero algo dentro de mí seguía inquieto.

En ese momento, escuché unos pasos detrás de mí. Sofía apareció en el umbral de la puerta, elegante como siempre. Llevaba un vestido negro sobrio, pero su presencia llenaba la habitación. Sus ojos se posaron en mí con una expresión difícil de leer, y durante unos segundos, el tiempo pareció detenerse. Me sentía mal porque de cierta forma la estaba humillando frente a la sociedad.

—Te ves hermosa, Anastasia —dijo finalmente, forzando una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—Gracias, Sofía —le respondí, sintiendo el peso de sus palabras.

Nos miramos por un momento, y sentí que había tantas cosas no dichas entre nosotras. Sin embargo, ella rompió el silencio antes de que pudiera responder.

—No lo hagas esperar. —dijo con firmeza, dándome a entender que esta noche no era el momento para resolver lo que había entre nosotras.

Nos dirigimos a la mansión de los Beltrán, una construcción imponente que parecía sacada de un cuento de hadas. Cada vez que la veía, me impresionaba más. Era enorme, con altos muros de piedra y torres que le daban un aire de castillo antiguo. Las luces doradas iluminaban la entrada, realzando su magnificencia. A medida que nos acercábamos, el nerviosismo volvía a instalarse en mi pecho.

Al llegar, uno de los sirvientes abrió la puerta con una reverencia educada y nos hizo pasar. El interior era aún más deslumbrante que el exterior: techos altos decorados con arañas de cristal, paredes adornadas con cuadros de gran valor y un ambiente que transmitía lujo en cada rincón.

Caminamos por el recibidor y, al final del pasillo, lo vi. Marcos. Sus ojos azules intensos se iluminaron en cuanto nos vio entrar, y una sonrisa apareció en su rostro. Su cabello oscuro estaba perfectamente peinado, dándole un aire sofisticado pero relajado a la vez. Se acercó primero a mis padres y hermanos, saludándolos con cortesía.

—Es un placer tenerlos aquí esta noche —dijo con una voz tranquila pero firme, mientras estrechaba la mano de mi padre.

Después, se volvió hacia mí, y mi corazón dio un pequeño vuelco. Con esa misma sonrisa encantadora, se inclinó ligeramente y dejó un suave beso en mis labios, un gesto que, aunque breve, transmitía calidez.

—Estás hermosa, mi vida —susurró cerca de mi oído, usando el apodo cariñoso que solía hacerme sentir segura.

—Gracias —le respondí, sintiendo un ligero rubor en mis mejillas.

Era difícil no sentirme abrumada por el ambiente. Las expectativas, las miradas, todo parecía caer sobre nosotros. Pero en ese momento, bajo su mirada, sentí una calma pasajera, como si el mundo alrededor desapareciera por un instante.

En ese momento, la señora Grecia Beltrán se acercó con paso firme, su elegancia innegable pero con un aire algo distante. Sus ojos azules, los mismos que los de Marcos, se posaron sobre mí de manera crítica. Podía sentir la tensión en el ambiente, como si cada gesto suyo fuera cuidadosamente calculado.

—Mis amistades ya están rumoreando —dijo sin rodeos, mirando de reojo a Marcos, quien permanecía en silencio—. Espero que este cambio de novia sea el adecuado.

Su voz, aunque tranquila, tenía un tono frío que me hizo sentir un ligero nudo en el estómago. Luego, volvió su atención completamente hacia mí, centrándose en mis ojos con una mirada penetrante.

—Déjame verte, niña... —ordenó suavemente, pero con firmeza, haciendo un gesto para que me acercara.

Obedecí, dando unos pasos hacia ella. Me sentí pequeña bajo su escrutinio mientras me miraba de arriba a abajo, evaluándome con detenimiento. La señora Grecia no apartaba los ojos de mí, como si cada detalle de mi apariencia fuera importante.

Finalmente, después de lo que parecieron largos segundos, asintió ligeramente, como si hubiera llegado a una conclusión.

—Eres bonita —dijo con un tono neutro—, muy bonita.

Aunque las palabras eran halagadoras, el modo en que las dijo me dejó con la sensación de que aún estaba siendo medida, de que no había pasado su prueba completamente. Marcos, sin decir una palabra, me apretó la mano, intentando darme algo de consuelo mientras la mirada de su madre seguía fija en mí.

Finalmente, las escaleras comenzaron a crujir suavemente bajo el peso de dos figuras que bajaban con calma pero con una presencia imponente. El señor Beltrán, con su cabello canoso que claramente había sido rubio en su juventud, descendía con la elegancia de alguien acostumbrado a estar al mando. Sus ojos grises eran idénticos a los de Maximiliano, y resultaba imposible negar el lazo de sangre entre ambos. La firmeza de sus rasgos, esa mirada severa y analítica, reflejaban la autoridad con la que había manejado su vida.

A su lado, Maximiliano caminaba con una postura más relajada, pero había algo en su actitud que no dejaba de resultar inquietante. Su cabello dorado brillaba bajo la luz del salón, y sus ojos grises, más oscuros que los de su padre, parecían encerrar tormentas. No llevaba su habitual bata de laboratorio, sino que estaba vestido de manera elegante, con un traje negro impecable. Aun así, no había suavidad en él; la misma expresión de desprecio hacia el mundo seguía grabada en su rostro.

Cuando llegaron al pie de la escalera, Marcos me tomó suavemente de la mano y avanzó unos pasos hacia ellos.

—Padre, te presento a Anastasia, mi prometida —anunció Marcos con una voz firme y segura.

El señor Beltrán me observó con detenimiento, su mirada recorriéndome con la misma evaluación fría que su esposa había mostrado minutos antes. A su lado, Maximiliano no apartaba sus ojos de mí, y aunque su rostro permanecía inexpresivo, había una intensidad en su mirada que me resultaba imposible ignorar.

Este encuentro, aunque formal, cargaba con una tensión sutil. Sabía que cada palabra y cada gesto de esta noche serían recordados.

—Es un placer, señor Beltrán —dije mientras extendía mi mano hacia él, intentando mantenerme firme bajo su mirada escrutadora.

Él la aceptó con un apretón firme, aunque breve, sin apartar sus ojos grises de los míos. Su semblante permanecía serio, pero no del todo hostil.

—Llámame por mi nombre, Leandro —respondió con un tono más relajado de lo que esperaba, aunque su autoridad seguía presente en cada palabra.

—Por supuesto, Leandro —le contesté, asintiendo ligeramente, sintiendo como Marcos, a mi lado, seguía atento a cada detalle de la interacción.

Extendí mi mano hacia Maximiliano, intentando romper el hielo, pero él ignoró mi gesto y se pasó de largo, dirigiéndose a Sofía. Le dio la mano con una cortesía que me pareció un tanto falsa, y luego se dirigió a mis padres, manteniendo su expresión seria.

Marcos, notando el breve momento de tensión, tomó mi mano con suavidad y me condujo hacia la mesa, que ya estaba elegantemente decorada. Los candelabros brillaban con una luz suave, y las flores frescas en el centro aportaban un toque de frescura al ambiente. Cada quien tomó su lugar, y yo me senté junto a Marcos, sintiendo cómo el aire se volvía un poco más denso.

Cuando Marcos tomó mi mano nuevamente, una sensación de calidez me recorrió, pero esa sensación fue interrumpida de inmediato por la mirada de Maximiliano. Su expresión era fría, casi asesina, y parecía que me atravesaba con su mirada. Me pregunté qué había hecho para ganarme tal desprecio. Desde el primer momento en que nos conocimos, había sentido esa hostilidad hacia mí, y ahora, al convertirme en su cuñada, la situación parecía haber empeorado.

Era difícil comprender por qué me odia tanto.

La cena avanzaba entre charlas amenas y risas, pero yo podía sentir la tensión en el aire. Mientras los platos se vaciaban y los postres eran servidos, Marcos se inclinó ligeramente hacia mí, su mirada llena de determinación.

—Anastasia —dijo, su voz firme pero suave—, hay algo importante que quiero compartir con todos esta noche.

Los murmullos en la mesa se detuvieron, y todos los ojos se centraron en él. Mi corazón empezó a latir más rápido, sintiendo que sabía lo que venía.

—Señores Cristóbal y Eva Beltrán, —continuó Marcos, mirando a sus padres—, estoy aquí para pedir su bendición.

Me giré hacia él, sorprendida y emocionada, mientras mis padres intercambiaron miradas.

—Desde que conocí a Anastasia, supe que ella era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida. Es inteligente, hermosa y me hace mejor persona.

Sus palabras resonaron en el salón, sin embargo, no negaré que esperaba una respuesta más romántica. En ningún momento él menciono el amor.

—Así que, con su permiso —dijo Marcos, sacando una pequeña caja de su bolsillo—, quiero pedir la mano de Anastasia en matrimonio.

Abrió la caja, revelando un anillo delicado que brillaba bajo la luz de la mesa.

—¿Aceptas ser mi esposa, Anastasia? —preguntó, volviendo su mirada hacia mí, su expresión llena de amor y esperanza.

—Sí, claro que sí —respondí, automáticamente.

Los aplausos y las sonrisas estallaron en la mesa, y mientras Marcos me deslizaba el anillo en el dedo, una sensación de felicidad absoluta me envolvió. Sin embargo, no pude evitar notar la mirada fría de Maximiliano desde su lugar, su expresión inalterable ante el momento tan significativo. Incluso Sofía disimula una sonrisa pero él no.




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