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Capitulo 4: Humillada

Al día siguiente, estaba trabajando tranquila en el laboratorio cuando decidí ir a la oficina del doctor Denovan para que me llenara unos papeles. Entré sin tocar y me encontré con una escena impactante: Clara, la asistente, estaba practicando sexo oral a Denovan. Él me miró con arrogancia mientras yo, abrumada por la situación, cerré la puerta de golpe.

Sentí una gran pena por Clara, sabiendo que ella era una mujer inocente. Regresé rápidamente al laboratorio, tratando de procesar lo que acababa de ver.

Pocos minutos después, Clara llegó detrás de mí. Su rostro estaba rojo y las lágrimas inundaban sus mejillas.

—Calma, Clara… No le diré a nadie, lo juro —le dije, intentando ofrecerle un poco de consuelo.

—Ana, yo… —dijo Clara entre sollozos.

—No tienes que explicarme —la interrumpí—. Quiero ayudarte, ¿estás bien?

—Quiero hacerlo, Ana. Yo lo amo. Desde que llegué a este laboratorio hace un año, él me sedujo y me prometió que se casaría conmigo. Fue mi primer hombre… —dijo, su voz temblando de dolor.

—Clara, no debes creerle. Es un patán. Los hombres como él no se casan ni toman en serio a ninguna mujer —le advertí, tratando de ofrecerle un poco de sabiduría desde mi experiencia.

La abracé mientras ella seguía llorando desconsoladamente. En ese momento, Máximo entró con una expresión impaciente.

—Dense prisa, no tengo tiempo para lamentos —dijo, con una mezcla de desdén y prisa.

—Clara no se siente bien —le respondí, tratando de defender a mi compañera.

—Ese no es mi problema, Anastasia. Ahora eres bioquímica o terapeuta —dijo Maximiliano, claramente frustrado.

Me sentí impotente al ver a Clara, deshecha y en estado de shock, mientras Maximiliano se mostraba tan insensible. Su actitud fría solo hacía que la situación fuera aún más dolorosa para ella.

—Lo siento, Clara —dije, tratando de calmarla—. No mereces esto. Estoy aquí para ti.

Maximiliano, sin mostrar compasión, se alejó dejándonos a solas. Clara seguía llorando, y no pude evitar sentir un profundo pesar por no poder hacer más en ese momento. Intenté ayudarla a recomponerse, ofreciendo mi apoyo y consolándola mientras trataba de pensar en cómo podríamos enfrentar esta situación juntas.

Las horas pasaron lentamente y, finalmente, llegó el momento de salir del laboratorio. Mientras me dirigía hacia la salida, Maximiliano me tomó del brazo.

—Déjeme, doctor —dije, intentando zafarme de su agarre.

—Eres la única bioquímica que no me he follado. Qué curiosa. Si tienes algo que decirme, puedes hacerlo en mi cara, Ana, en lugar de hablar con mi hermano —dijo con una sonrisa cínica.

—No sé de qué habla —respondí, tratando de mantener la calma.

—No te hagas la inocente. Marco me advirtió que me alejara de ti o me quitará su apoyo —dijo, con una mezcla de desafío y superioridad.

—Yo no le pedí nada —le respondí con firmeza, tratando de mantener mi dignidad a pesar de la situación—. Si tengo algo que decirle, lo hago en su cara. Usted me parece un miserable que solo usa y desecha a las mujeres. No se merece a una mujer como Clara.

Maximiliano soltó una risa sardónica.

—Yo jamás le prometí nada, y no tengo por qué explicarle mis actos a niñitas vírgenes y reprimidas como tú. Deberías conocer una polla antes de meterte en la vida ajena. La mía estaría ansiosa por ti —dijo, con un tono despectivo.

Mi indignación no pudo ser contenida. Con una furia que apenas podía controlar, le di una bofetada. La fuerza de mi mano resonó en el silencio del pasillo.

—Nunca nadie me ha faltado al respeto así —dije, mi voz firme a pesar de las lágrimas de rabia que amenazaban con brotar.— No tiene derecho a hacerlo.

Maximiliano se quedó paralizado, la sorpresa en su rostro palpable. Sin decir una palabra más, me di la vuelta y salí del laboratorio, sintiendo una mezcla de alivio por haber defendido mi dignidad y preocupación por las posibles repercusiones.


Comencé a conducir, sintiendo que las lágrimas resbalaban por mis mejillas mientras me dirigía a casa. La mezcla de emociones y la tensión acumulada me resultaban abrumadoras. Al llegar, me encontré con Marco en la entrada de la casa.

—Ana, ¿estás bien? —preguntó con preocupación, extendiéndome los brazos.

Sin poder contenerme, me lancé a sus brazos, agradecida por su apoyo. Marco me envolvió en un abrazo reconfortante, su calor y su presencia eran un alivio en medio de la tormenta emocional que estaba atravesando.

—Siento que todo ha sido un caos —le dije entre sollozos—. No sé cómo lidiar con todo esto.

—Tranquila, Ana.  —respondió Marco, acariciando mi espalda con suavidad.

Marco me acarició las mejillas con ternura, secando las lágrimas que aún caían. Su mano se deslizó suavemente por la curva de mis labios.

—Eres hermosa y no debes llorar por nadie —dijo con un tono suave pero decidido.

Lo miré, tratando de recomponerme.

—¿Por qué le pediste a Maximiliano que me dejara en paz? —le pregunté, con un atisbo de confusión en mi voz.

—Porque mi hermano es un miserable que solo juega con las mujeres —respondió Marco, su expresión cargada de desdén—. He visto cómo te mira y no me gusta. No quiero que te haga daño.

Me sentí aliviada al escuchar sus palabras, reconociendo la preocupación genuina en su tono. Aunque la situación seguía siendo complicada, su apoyo me brindaba un pequeño refugio en medio del caos.

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