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La Nostalgia Del Hijo

Las enormes puertas de antaño de Mirkwood se cierran a la media noche. Algunos salen de guardia y otros se quedan a las afueras, vigilantes al peligro. Tranquilidad y descanso se asentaron con el frío ambiente del reino y más de un Elda reponía sus energías durmiendo plácidamente para al día siguiente responder perfectamente con las tareas encargadas. Trabajo en equipo después de todo, es por lo que se les conoce a los silvanos.

Cualquier elfo responde a su deber de buen grado y animado, sin embargo, sólo hay una tarea en el reino que nadie podía cumplir, nadie que quiera seguir viviendo al menos, y que sólo Näre podía con ella; Por las noches se le pide exclusivamente que lleve a Legolas a dormir. El Rey Oropher se lo pide en persona sin falta. Las otras veces donde un elfo distinto se hace cargo de Legolas han estado al borde de la muerte y si les va bien, de la locura. Sin duda, ese ha sido el príncipe más enérgico jamás conocido en toda la Tierra Media, pero lo amaban, amaban su libre y alocado pensamiento, sus actos de inocencia, y me atrevería a decir, sus caprichos.

Entre bromas, juegos y hasta amenazas, Näre hizo dormir de veras a Legolas. El té para relajarlo esa noche no hizo falta, pero Näre no tomaría riesgos, antes de soplar a la vela que alumbraba su camino y el tierno semblante del príncipe, se aseguró de que de verdad yaciera dormido y no esperando una mínima oportunidad para comenzar sus diabluras.

La elfa salió de la habitación. Aquella ocasión sentía extremadamente agotado su cuerpo, seguramente por el exceso de trabajo que ha tomado pues su hermano Nur recientemente se había lesionado una pierna. Y después de todo, el reino lo es absolutamente todo para Näre.

Caminando a oscuras por el pasillo sus pisadas ligeras provocaban un eco prominente y ese mismo sonido pausado y juguetón, vino a retumbar en los oídos de Thranduil, quien aún seguía en su estudio.

Las noches en las que Thranduil se encerraba en ese estudio, disminuyeron desde que su gente le hizo entender la responsabilidad que aún tenía con Legolas. Si bien son escasos sus encierros, esa noche en especial la luna le incitó a ir y beber hasta olvidar el pasado, cosa que su fuerte inmunidad al alcohol no le permitiría tan fácilmente.

Frente a su celeste mirada se estrelló una fuerte ola de su pasado; Los días en donde aún habitaba en Doriath, siendo elfo más joven que Legolas. Recordó también la guerra de la que su gente, corazón y sentidos fueron testigos. Todas las peleas, muertes y desapariciones que hubo vivido hombro con hombro con otros elfos le venía en frescos recuerdos. 

Veía en sus lagunas mentales a un joven elfo de cabellera platinada, ensangrentado, triste y llorando, encima de una torre de cadáveres. El corazón se le encogió, el aliento se le escapó mientras seguían escuchando las pisadas de la elfa. El rubio tragó saliva ensimismado, y en un acto de credibilidad, levantó su mano y era cierto que estaba temblando a la vez que sentía un rasposo nudo en la garganta.

—Por un...

Su voz chocó con las cuatro paredes y presa de sus emociones se tragó de una vez todo el vino en su copa. Recordar sus experiencias en el pasado, sus pensamientos y su yo, comenzaba a pesar hasta el corazón. Dio un leve salto en su lugar cuando un sonido similar al golpeteo de una puerta le despertó, ahuyentó a todos los demonios.

El pulso se le aceleró, parpadeo varias veces confundido hasta que recuperó la noción. Comenzaba a sentirse frustrado, por un lado, detestaba esos momentos para recordar y por otro, le parecía que extrañaba a su mujer y esa era la única manera de tener algún recuerdo de ella. Antes de dar el visto bueno, tomó la botella vacía, a nadie le gustaba verlo beber todo el tiempo, y la escondió bajo el escritorio.

—Adelante —dijo moviendo con el pie la misma botella, ocultando su delito.

Y al punto, las puertas cedieron dando paso a la niñera del reino, Näre. Thranduil levantó el mentón, intentando ocultar el sudor y su exaltación de la víspera, esperó severamente el reporte de su mano derecha.

—¿Qué me traes hoy?

Näre hizo una reverencia, se llevó las manos detrás de la espalda y juntó sus piernas en signo de respeto.

—Mi señor —se le escuchó segura—. Al día de hoy, la guardia no presenta estragos y los nuevos han ido aprendiendo con facilidad. En las cocinas no falta nada, y en cuanto a Legolas...

—Dime por favor que esta noche Legolas no hizo de las suyas o se disfrazó de enano—interrumpió Thranduil con tono cansado.

El rey se llevó una mano a la frente, temeroso a una mala noticia como que su hijo se haya hecho de un amigo enano y hombre.

Recordó aquella vez que su hijo, en un momento de libertad, confeccionó una barba y aprendió a hacer trenzas. En esa noche, cuando se enteró, casi le da un infarto. Y Näre no paraba de reír, Nur en su caso, intentaba quitarle la barba a Legolas pero no pudo soportar la risa. Una noche única y divertida para todo el reino.

—Esta vez no hubo barbas o travesuras —negó burlona, porque a ella también le vino ese recuerdo. De su postura firme pasó a encaminarse hasta la silla que daba al frente del escritorio, y se sentó cruzándose de brazos y piernas. Observó curiosa a su señor—. pero el rumor del viento me ha dejado claro que no es el único elfo en desear ser alguien más, ¿No le suena, mi señor?

La expresión en el rostro de Thranduil era digna de un poema. Movió los labios como si quisiera decir algo en su defensa, pero nada salió, frunció levemente el entrecejo y después desvió la mirada, molesto pero incómodo.

—No, no entiendo a lo que te refieres —respondió secamente y sintió la garganta sedienta, clamando más vino a modo de apaciguar a los años que se refería Näre.

¡Claro que sabía a lo que la elfa se refería!

—¡Mucho mejor! En ese caso, permítame refrescar su vieja cabeza —en su relación ciertas palabras no se las tomaban como un insulto, sino más como una realidad. Abrió los ojos, feliz y emocionada—. Un día, el papá de mi señor me contó sobre su vástago; muchas cosas sé y pocas mencioné. Una de esas muchas historias habla sobre la juventud de su hijo, un elfo de carácter duro, de expresión mesurada y que, por culpa de su actitud esquiva y hostil, carecía de amigos.

Thranduil se removió en su sitio intentando ocultar su incomodidad. Descubrió que Oropher, actual Rey de Mirkwood (y del chisme), no había perdido el tiempo en cuanto dejar sus memorias se tratase; se tomó la libertad de exponer la vida de su hijo y propia con la peor Elda que pudo haber escogido. Levantó la copa que había llenado gracias a una nueva botella, y se la llevó a los labios en un intento de esconder sus mejillas levemente ruborizadas.

—El hijo del Rey se pasaba el día en completa soledad, porque con su actitud alejaba a todo quien tenía buenas intenciones. Oropher sospechó que era por la falta que le hacía su madre —prosiguió Näre asintiendo satisfecha con la imagen que Thranduil le otorgaba de sí mismo—. Aun así, uno sólo fue quien logró permanecer cerca del joven Elda, y ese era su propio padre.

" Sí me lo pregunta señor, ha sido usted muy tierno desde su infancia, a su manera, claro está —resopló encantada a la vez que las mejillas del rubio se encendían más a causa de sus palabras—. Su padre, Oropher, me dijo una vez: "Mi hijo podrá aparentar dureza, pero es no le quita crédito a su alma hermosa y con luz propia. ¿Sabes? Cuando más se le necesita, ayuda en todo lo posible a sus hermanos Eldar, a pesar de no llevarse bien hace un esfuerzo por caminar junto a ellos en el bien, deseando ser la viva imagen de su padre".

Cuando el relato hubo llegado a su fin, Näre reposaba en su lugar orgullosa por la gloriosa y admirable madurez de Thranduil, aunque ciertos aspectos aún seguían vigentes. El rubio, en cambio, enmudeció y domó los sentimientos por aquella breve historia. Observó que hubo cosas o actos que su padre jamás le mencionó, pero que seguramente con el paso del tiempo iría conociendo.

Thranduil observó a la elfa con cierto aire de misterio, se despojó de un suspiro y una casi imperceptible sonrisa.

—Te ha dicho la verdad, ese elfo chismoso —esto último no estuvo seguro si en verdad lo dijo en voz alta o lo pensó, pero a juzgar por la risilla de Näre, no logró contenerse. Dio un sorbo más a su copa y la dejó de lado, aclarándose la voz—. ¿Quieres escuchar el complemento de esa historia?

Näre se recargó en el escritorio, claro que quería, así podía contarle a Legolas.

—Bueno, no siempre he de escucharlo dando órdenes o quejándose —con la ironía en su voz, se encogió de hombros—. Cuénteme entonces.

—En ese caso, comencemos hablando sobre mi padre, que al parecer son buenos amigos —dijo acercándose la botella para llenar su copa, a la vez que se acomodaba las ropas—. Nada malo puede haber como para ensuciar la gran imagen que ha dejado, porque aun siendo Rey y siervo, cumplió su papel para conmigo. Recuerdo a Oropher como un elfo de cara ceñuda, voz hermosa pero profunda y por supuesto, con un fuerte sentido de la valentía y justicia.

" Ese elfo de hebras plateadas es el vivo retrato de humildad y entendimiento para los amigos. Admito que quería ser como él. Oropher es el padre de la crueldad, pero también de la bondad y cuando me encontraba llorando, se tomaba el tiempo para escuchar, reprender y aconsejarme. Por ejemplo, cuando los siervos se encontraban en medio de un problema, mi padre encontraba una solución pronta y eficaz, siempre cuidando de los nuestros. En los antiguos días, mi padre llegó a servir al Señor de Beleriand, hace ya tanto de ello. Te lo digo, como él no habrá dos en ningún tiempo o edad.

En esa noche la imagen que Näre tenía de Oropher, cuando era joven y un poco menor que Thranduil, incrementó en admiración. La elfa sentía demasiado interés, pero sabía que Thranduil no diría algo más que no sea esa historia.

El rubio continuó con un emblemático semblante:

—A lo que te has referido en la víspera eran esos viejos días donde yo aún era joven como Legolas; Buscaba a mi padre por todo Menegroth, pasillos, salas, e incluso, en la guardia del bosque. Y cuando mi padre hubo levantado su propio reino mucho tiempo después, mi costumbre de buscarlo seguía presente, y ese mismo día tuve buena suerte al encontrarlo en la armería. "¡Ada, Ada, mírame!" le dije con una corona de ramas que había hecho en semejanza a la suya. "Soy un Rey como tú", Recuerdo que en ese momento me sentía tan valiente y fuerte como si el poder me fuese otorgado por esa horrible corona que hice, pero él se dio la media vuelta, primero confundido, y cuando me encontró observándome detenidamente, tuve miedo pero también orgullo de mostrarle la forma en cómo le admiraba, y él... Bueno, comenzó a reírse tan divertido e impresionado, que me encendió las mejillas de vergüenza, entonces, se inclinó un poco sin importarle lo que sea que estaba discutiendo con sus capitanes y me dio un beso en la frente —tomó aire, revisando todos y cada uno de sus recuerdos, con Näre reprimiendo el llanto—. Él era mi único amigo, ya tanto lo amaba que cuando me daba esos besos en las mejillas, alguna extraña magia se apoderaba de mis pesares y los encerraba en un vacío, en el olvido. "¡Oh, serás incluso mejor Rey que tu padre! Tú pueblo seguirán tus palabras, y en él encontrarás amigos de verdad" Me decía tal vez para calmar mis deseos y tristezas... pero pienso que ahora sus palabras toman sentido.

—Mi señor... —Interrumpió Näre el silencio que siguió a la voz de Thranduil. Sin embargo, no encontró palabras precisas para expresar el incendio de emociones que había en su pecho.

Era tan apacible esa noche gracias al relato del rubio, como el correr del río, pero también tan triste la peor despedida del mejor amigo.

Thranduil curvó sus labios en una sonrisa después de haber evocado el pasado, se sentía mejor, y pensó que tal vez esos momentos fueron gracias a su padre. Si bien, sus personalidades eran muy distintas, ambos eran igual de amados y respetados. 

—Muchas cosas, buenas o malas sucedieron en nuestros caminos —el elfo se levantó de su asiento seguido por su mano derecha—. ¿Dónde está ahora ese elfo? ¡Por Eru! no puedo creer que además de preocuparme por Legolas también deba cuidar los pasos de mi padre. 

—No se preocupe, señor —dijo Näre afirmando dentro de sí que Thanduil más parecía el Rey que Oropher—. Hace rato lo vi entrando a su habitación. Seguramente ya está dormido. 

Antes de salir de la habitación, el rubio bajó la mirada hasta sus hombros topándose con la de Näre, siendo éste uno de los pocos momentos de debilidad. Thranduil confiaba en Näre tanto como su padre lo hizo en su tiempo cuando la tomó bajo tu tutela. Ella era la hija de Thranduil, esa que jamás concibió y al igual que Legolas, le deseaba una vida prospera y en extremo hermosa.

—Es hora de ir a dormir, Näre.

—Pero señor, aún no es ni media noche —replicó la morocha siendo arrastrada por Thranduil fuera del estudio—. Quiero saber más.

—No, ya es tarde —replicó el rubio divirtiéndose—. No es bueno vivir en el pasado, mejor apunta al presente.

—¡Bien, que al presente sea! —dio un paso atrás, a la dirección contraria a donde iba Thranduil. Su próxima parada era los almacenes y cocinas—. Y mi presente apunta a la comida del reino.

Näre dio la media vuelta, despidiéndose de su señor mientras levantaba el brazo y agitaba su mano en un ademán de despedida. Pero antes de doblar a la derecha por el pasillo, escuchó perfectamente a Thranduil:

—Buenas noches —inclinó la cabeza apesar de que Näre no podía verle más—. En ese caso tu futuro será llevado a un inevitable castigo.








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