EXTRA: El cumpleaños del príncipe (IV/V)
En la Fortaleza, el príncipe vampiro continuaba pensando en el extraño comportamiento de su novia. No podía evitar pensar que ella le ocultaba algo. ¿Por qué no quería verlo? Le pidió venir y ella se negó dando como excusa el trabajo cuando él sabía que el asunto con los supravampiros no era algo urgente. El cazadorcito también se mostró esquivo cuando lo encaró para preguntarle sobre las islas volcánicas. Él era parte del concejo de la nueva Orden, debía estar enterado de todo lo importante, sin embargo, ambos lo evadían, ¿por qué?
Cerca del amanecer Richard, uno de sus vampiros, llegó al salón.
—¡Señor! —saludó con una inclinación de la cabeza.
Ryu, con un gesto de su mano, le indicó que hablara.
—Igual que en las dos noches anteriores, la señorita Amaya llega a su departamento alrededor de las diez de la noche y a eso de las diez y media el mismo joven la visita. Se ha ido siempre a la media noche o pocos minutos después. No he querido acercarme mucho por temor a que ella sienta mi presencia, pero siempre hay música en el departamento. Tal vez si enviamos a uno de los chicos humanos sea más fácil, ella no notará su presencia.
El príncipe vampiro acarició su barbilla, sus ojos se volvieron intensos. Se debatía entre entrar a la vivienda de su novia y colocar cámaras para averiguar qué hacía y encararla y que le dijera la verdad. Sin duda la última opción era la mejor. No tenía por qué dudar de ella ¿o sí?
Esa noche Ryu estacionó el Lamborghini fuera de la propiedad y entró caminando al edificio donde vivía Amaya. Se ocultó entre las columnas del estacionamiento y esperó.
La primera en llegar fue ella. Descendió de la motocicleta vestida con jeans oscuro, camiseta y chaqueta negra, se quitó el casco y tarareando una canción entró al elevador. Ryu sentía cada vez más curiosidad.
A los pocos minutos entró un Toyota gris. De él descendió el chico que vio en el estacionamiento pocos días atrás. Al observarlo, esta vez el príncipe vampiro pude ver que se trataba de un hombre joven de maneras un tanto afeminadas, pero lo que le llamó la atención era que el muchacho estaba asustado. Su mente era un entresijo de pensamientos atropellados en los cuales sobresalía la palabra "vampiro" y "muerte". Necesitaba estar más cerca de él para poder saber con claridad qué pensaba, pero antes de que pudiera hacer algo, el joven entró al elevador.
—¿Qué está sucediendo? —se dijo Ryu a sí mismo.
¿Debería ir y tocar a la puerta de Amaya? Sin duda, la cazadora se enfurecería por la intromisión, pero si no lo hacía, si ella no quería decir qué tramaba, ¿debía respetarla?
Pensó en lo que captó del joven: "vampiros, muerte". ¿Sería que él conocía a qué se dedicaba ella? Si ese era el caso, no sería extraño el pánico del muchacho luego de la guerra que había con los vampiros.
De pronto Ryu se sintió estúpido escondido detrás de una columna, espiando a su novia. Se pasó la mano por el rostro y llevó hacía atrás los mechones de cabello negro que caían por su frente. Sea lo que sea que tramara Amaya y las razones que tuviera para dejarlo fuera, debía confiar en ella y respetar su privacidad, era su derecho.
El príncipe vampiro salió de las sombras dispuesto a retirarse del edificio, no quería continuar haciendo el ridículo.
Arriba, en el departamento, Amaya saludaba con un beso en ambas mejillas al joven recién llegado.
La cazadora vestía ropa cómoda: leggins negros y blusón del mismo color, iba descalza y llevaba el cabello sujeto en un moño desaliñado.
—Adelante, Ricky —lo invitó a pasar.
El joven sonrió y se adelantó al interior de la vivienda.
—He tenido un día terrible, beba —le dijo con voz temblorosa—. ¿Me acompañarías con una cerveza? —El chico le mostró las dos botellas que sujetaba en una bolsa de papel —. Todavía están muy frías —le guiñó el ojo con la sonrisa franca. Fue esa sonrisa la que, después de conocerlo, le hizo confiar en él.
—¡Claro! —le respondió la cazadora—. También he tenido un día difícil. No me gusta mentirle a mi novio ¿sabes? Ya quiero que esto termine. No quiero seguir evitándolo.
—Tranquila, muñeca, mantenerlo alejado es parte de la sorpresa— le contestó el joven sonriendo, pero con un tic en el ojo derecho.
—Tu ojo —le señaló la cazadora—. Debe ser el estrés, a veces me pasa. ¿No beberás tu cerveza? Ya yo me he acabado la mía.
Amaya parpadeó con fuerza cuando empezó a ver borroso. Caminó y se sujetó del marco de la puerta, sentía que sus piernas pesaban toneladas al igual que su cuerpo. Luchaba por no caerse.
—¿Qué me pasa?
Cuando se volteó, Ricky la miraba aterrorizado.
—¡Ay, beba, lo siento tanto! —dijo el chico con lágrimas en los ojos, inclinándose sobre ella cuando esta no pudo mantenerse de pie y resbaló hasta el suelo—. Ellos tienen a mi familia. Después que me contrataste, llegaron. Dijeron que debía ganarme tu confianza, que a través de ti llegarían a "él". No sé quién es "él", cariño, pero no puedo dejar que los vampiros maten a mi familia.
Amaya sintió que la respiración se le hacía difícil, escuchaba las palabras de Ricky, lejanas, amortiguadas, como si estuviera en un sueño. Solo una palabra quedó en su mente "vampiros."
—Ayu... Ayuda.
Ricky se llevó las manos a la boca queriendo contener el llanto. Realmente no deseaba hacerle daño a esa muchacha, pero tenía mucho miedo. Durante las noches en que le dio clase a Amaya, lo único que quería era contarle todo y pedirle que se fuera, pero luego recordaba que, desde que la mujer contrató sus servicios, no podía comunicarse con su familia, pues los vampiros la secuestraron para obligarlo a hacer lo que les pedía.
—Beba, respira —le dijo el joven acariciándole el cabello—. Ellos dijeron que el veneno no te mataría, solo te paralizaría. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué he hecho?
Ricky se levantó angustiado y sacó su teléfono celular, pero antes de que pudiera marcar el número de emergencias, la puerta del departamento se abrió con un estrépito. Alrededor de cinco hombres, todos vestidos de negro y con largas espadas en sus manos entraron. El joven gritó y se aplastó contra la pared, sin embargo, los recién llegados no le prestaron atención, fueron directo hacia Amaya, quien, tendida en el suelo intentaba, sin éxito, moverse.
—¡Largo! —rugió uno de los hombres hacia Ricky.
El muchacho no esperó a que repitiera la orden y como alma que lleva el diablo salió del departamento corriendo por las escaleras.
—Ahora, bonita, vendrás con nosotros. —El vampiro la cargó y se la echó al hombre —. El jefe tiene planes para ti.
Amaya intentó que la soltara, pero era inútil, no podía moverse, ya ni siquiera podía articular palabra.
Aun pensaba en si debía o no marcharse. Quizás lo mejor era encararla y preguntarle quien era ese chico, cuando Ryu lo vio pasar corriendo.
El joven iba tan rápido y desesperado que tropezó antes de subir a su auto. El rostro del muchacho se crispaba en el más puro horror, sus pensamientos fragmentados y aterrorizados golpearon al príncipe. "Vampiros, espadas". Ryu giró sobre sus talones y con toda la rapidez que su condición vampírica le permitía, se dirigió al departamento de Amaya. El corazón le latía con fuerza. Un asalto fue lo que vio en la mente del joven, la cazadora estaba siendo atacada y él, como un estúpido, había estado debatiéndose en el estacionamiento entre si preguntarle qué sucedía o dejarla ser.
Si algo le pasaba jamás se lo perdonaría.
Cuando llegó al piso vio la puerta abierta de par en par. Varios hombres vestidos de negro, uno de ellos sostenía a Amaya en su hombro. Por un momento el terror lo paralizó al contemplar la posibilidad de que estuviese muerta.
Se movió muy rápido, más de lo que el ojo humano pudiera contemplar y aún los vampiros dentro del departamento. En un segundo la mano de uñas afiladas, como peligroso cristal, cercenó los cuellos de todos los vampiros excepto el que sostenía a Amaya.
El sobreviviente giró solo para ver derrumbarse casi al mismo tiempo a todos sus compañeros. Con una mueca de horror vio al príncipe Ryu, de pie frente a él: la expresión feroz de su rostro, su mano goteando sangre y los ojos que le miraban enrojecidos.
—Suéltala y te dejaré vivir.
—Me matarán —la voz del vampiro sonó temblorosa.
—Yo lo haré si no lo haces.
Poco a poco el vampiro bajó a la cazadora hasta el suelo. La mirada de Ryu siguió la trayectoria del cuerpo, solo los ojos de ella se movían, desesperados.
—¿Qué le han hecho? —rugió volviendo los orbes aterradores al intruso.
El vampiro, que aparentaba ser todavía un adolescente, negó.
—Un veneno paralizante, el efecto no durará mucho. Dijeron que su organismo lo procesaría rápido, que teníamos que llevárnosla antes de que se recuperara.
—"Dijeron" —Ryu se inclinó sobre ella, tocó la piel de sus mejillas y las sintió calientes, el corazón le latía rápido, con fuerza—. ¿Quiénes dijeron?
—No...no, no lo sé.
—¡¿No sabes para quien trabajas?! —le preguntó Ryu, enojado, cargando a Amaya. El chico de nuevo negó.
El príncipe hubiese querido sacarle la verdad a ese vampiro, pero por sobre todas las cosas estaba Amaya.
—Te quedarás aquí y esperarás mi regreso. ¿Entendido?
El vampiro asintió con gesto de profundo pavor, a pesar de eso, Ryu sabía que en cuanto se marchara él también lo haría.
Bajó corriendo las escaleras y en segundos estaba frente a su auto, desesperado. Con el corazón latiéndole en la garganta condujo directo a su hospital privado. Amaya no se movía, solo sus ojos aterrados lo hacían, quien quiera que le hubiese hecho eso pagaría con su vida.
Unas horas más tarde, Amaya se recuperaba en una habitación privada. Ryu la miraba consternado, aunque agradecido de que la cazadora no hubiese sufrido grandes daños.
—Lo siento tanto —dijo de pronto la muchacha volviéndose para mirarlo.
Ryu negó. Estaba seguro no era su culpa, pero le gustaría saber realmente qué había pasado.
—No pensé que se trataba de una trampa.
—Tranquila, no es tu culpa, pero ¿podrías decirme qué fue lo que pasó?
La cazadora bajó la mirada hasta las manos sobre su regazo. Suspiró. Se mordió el labio antes de dirigirle la mirada y él tuvo la impresión de que le costaba terriblemente contarle. De nuevo la curiosidad lo asaltó. ¿Qué le ocultaba, Amaya?
—Yo, yo —comenzó tartamudeando la cazadora— quería darte un regalo de cumpleaños.
Las cejas de Ryu se alzaron, la miró asombrado. Así que todo era por ese bendito cumpleaños.
—Pero no sabía qué darte. —Ella le dirigió una mirada culpable—. Tú lo tienes todo y yo no quería que mi regalo fuera algo insignificante. —Antes de continuar hablando miró sus ojos que la veían llenos de ternura. ¿Por qué Ryu tenía que ser así, tan comprensivo? Su expresión solo la hacía sentir más tonta. Volvió a suspirar sacando fuerzas para continuar su explicación—. En La Orden no celebramos cumpleaños, ni ningún tipo de festividad, no damos regalos, así que le pedí a Karan que me asesorara.
Ryu de inmediato resopló.
—¡Así que es su culpa!
—¡¿Qué?! ¡No! Karan me dijo que a ti no te importaría si te regalaba algo o no. —Hizo una pausa antes de continuar y de nuevo desvío los ojos a su regazo—. Que me amabas.
Ryu enarcó las cejas negras otra vez.
—¡Quién lo diría! ¡El cazadorcito tan perspicaz! —El vampiro acarició su barbilla mientras reflexionaba.
—Bueno, me dijo que hiciera algo especial para ti. —Amaya volvió a agachar el rostro —. Pero solo sé matar vampiros.
Ryu abrió muy grandes sus ojos violetas y sonrió.
—Definitivamente ese no sería un buen regalo.
—Entonces se me ocurrió algo.
La joven guerrera cayó y exhaló con fuerza. Era evidente para Ryu que contar lo que había planeado le era difícil. De nuevo su corazón se enterneció. Que ella se tomara tantas molestias por él hinchó su pecho de felicidad y más sabiendo que la cazadora no era muy efusiva con sus emociones. El vampiro ladeó la cabeza en un intento por verla a los ojos. Amaya lo miró desde abajo, ruborizada hasta las orejas.
—¿Qué se te ocurrió, mi hermosa flor?
—Yo, yo quería aprender a bailar.
De nuevo Ryu enarcó las cejas, una gran sonrisa se dibujó en sus labios.
—Pero creí que no te gustaba.
Ella negó vigorosamente.
—No es que no me guste, es que no sé. Pero tu sí sabes y yo quería poder bailar contigo en tu cumpleaños. Por eso fui a la academia de baile de Ricky y lo contraté para que me diera clases privadas por la noche. No esperé que los malditos vampiros me tendieran una trampa. —Ella volvió a exhalar—. ¡Lo siento mucho!
Ryu sintió unas enormes ganas de abrazarla, de besarla de apretarla contra su pecho y no dejar que jamás se alejara. Pero en lugar de eso le dijo:
—No tienes nada porqué disculparte, querida.
—Es que no aprendí a bailar.
Sin poder contenerse más, el príncipe vampiro se levantó del sillón y la abrazó contra su pecho, riendo le besó en la cabeza.
Continúa...
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