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Capítulo XXXVIII: Revelación (II/II)


Hicieron el camino en silencio. En varias oportunidades Hatsú tuvo que tomar el control de la motocicleta pues sentía que Karan, a punto de desmayarse, por momentos perdía el equilibrio.

Cuando llegaron al pueblo, Hatsú los condujo entre el callejón que separaba la casa de los Belrose de la vivienda vecina. Ella descendió primero de la motocicleta y luego ayudó al cazador quien no era capaz de hacerlo solo.

Karan se recostó de la paredilla, su rostro lucía una palidez alarmante. Hatsú observó cómo, a través de la mano que sostenía su herida en el abdomen, continuaba fluyendo la sangre.

—Necesito ayuda —le suplicó él en un hilo de voz—. No te preocupes, no revelaré tu ubicación si me ayudas.

Ella lo miró con duda, todo se había convertido en un desastre, quería que se fuera, pero no podía dejar que se desangrara y si no lo ayudaba pronto eso sería lo que ocurriría.

—Necesitas ir a un hospital, estás muy pálido, has sangrado mucho.

—No. —Volvió a suplicar Karan con voz titubeante—. Si me llevas a un hospital se darán cuenta de lo que soy, de lo que somos. Alcohol y vendas serán suficientes.

Hatsú lo vio alarmada, el estado moribundo del chico le dejaban en claro que tal vez necesitaba más que eso.

—En serio, empezaré a cicatrizar en breve. Solo necesito parar el sangrado.

Ella tragó. No podía dejarlo morir por mucho que él fuera un cazador, ya después tendría que huir, irse lejos para que no la encontraran de nuevo.

El amanecer estaba cercano, debía darse prisa antes de que los Belrose despertaran. Sostuvo a Karan de nuevo y caminó con él por el callejón aledaño a la casa hasta llegar al jardín trasero, donde lo sentó en el banco de hierro mientras iba a buscar lo necesario para curarlo.

El señor Marc era enfermero así que tenía un botiquín de primeros auxilios bien provisto. Hatsú lo tomó y sin hacer ruido salió de la casa para ayudar al cazador que se desangraba afuera.

Cuando regresó al jardín vio con horror al muchacho tumbado en el asiento de hierro. Tenía los ojos cerrados, se acercó temblando, trató de despertarlo, pero el chico no reaccionó.

Abrió los ojos con dificultad, encima de él podía ver el sol filtrándose a través de una especie de tela oscura. A su lado escuchó sollozos. Giró la cabeza y la vio. Hatsú estaba arrodillada, con sus pequeñas manos cubriéndole el rostro.

Karan intentó incorporarse, pero un agudo dolor le atravesó el abdomen. Se quejó. Hatsú apartó las manos de su rostro y lo vio, incrédula. Su rostro, humedecido por las lágrimas era un lienzo pálido y ojeroso.

—¿Dónde estamos? —preguntó él con voz ronca.

—En una carpa en medio del bosque.

Karan intentó de nuevo sentarse sin conseguirlo.

—¿Cómo llegamos aquí?

—¡Gracias a Dios que no te moriste! —dijo la chica entre sollozos—. No quería ver morir a nadie más. ¡Espera! —dijo y salió de la carpa.

En menos de un minuto regresó con un cazo humeante. Tomó a Karan por los hombros y poco a poco lo ayudó a sentarse.

—¡Estás muy débil, debes tener hambre!

Hatsú le acercó el cazo y el cazador vio que estaba lleno de caldo, el olor era agradable. La chica acercó una cuchara llena de líquido y Karan dejó que llenara su boca, tragó encontrando un buen sabor. Hatsú le dio varias cucharadas más.

—¡Gracias! ¿De qué es? —preguntó el cazador antes de que ella volviera a darle de beber.

—De rata —dijo Hatsú con naturalidad—. Encontré algunos afuera e hice un caldo, imaginé que necesitarías reponer fuerzas.

Karan contuvo una arcada y alejó el cazo. Hatsú se dio cuenta de la cara de asco del chico.

—¡Lo siento! Fue lo único que encontré, no supe qué más hacer.

La chica volvió a llorar en silencio y el cazador se sintió culpable. Después de todo ella solo quiso ayudarle.

—Está bien. Después la terminaré. ¿Podrías decirme cómo llegamos aquí?

Hatsú apartó la sopa y se retorció las manos sobre el regazo antes de hablar.

—Te desmayaste anoche. Creí que estabas muerto, pero cuando me di cuenta que solo estabas inconsciente tomé la decisión de huir contigo. Primero suturé tu herida. No sé si quedó bien. Durante años vía a mi pa... al doctor Branson hacerlo, así que hice cuanto recordé. Después te vendé, tomé la carpa de Max y me dirigí hasta acá contigo.

La muchacha lo miró expectante después del breve relato de lo que había hecho. Karan se miró el vendaje el cual lucía casi seco y supuso que la chica hizo un buen trabajo curándolo.

—Y llegamos hasta acá... ¿cómo?

—En la moto —asintió ella—. Esta afuera.

—Creí que no sabías manejar.

—Estuvimos a punto de caer varias veces.

Karan la miró sorprendido, la muchacha temblaba levemente mientras continuaba retorciendo sus manos sobre los muslos, su expresión era entre asustada y tímida. Le costaba creer que esa delgada y pequeña adolescente fuera lo que vio horas antes, el aterrador ser que destrozó el pecho de un vampiro para alimentarse de él, desparramando sus vísceras en el proceso.

—Hatsú, ¿qué eres?

Ella esquivó su mirada.

—Escucha, sé que tienes miedo —continuó el cazador—, pero los vampiros de anoche te querían a ti. Tal vez yo pueda ayudarte.

—¿Me querían a mí? ¿Cómo lo sabes?

—Bueno, eso dijeron antes de atacar, que te querían a ti.

La chica quedó perpleja ante las palabras de Karan. ¿Por qué la querrían a ella? Entonces recordó la matanza de la noche anterior, cuando ella acabó con una docena de vampiros. ¿Era una venganza? ¿Ellos sabían quién era ella y por eso la atacaron? Si era así, los Belrose corrían peligro.

—Hatsú, quizá yo pueda ayudarte, pero antes necesito saber quién eres.

El rostro de ella se contorsionó de espanto. ¿Podía confiar en él, en un cazador? Pero si no lo hacía temía que no pudiera defender sola a los Belrose.

—Eres un cazador.

—Sí y mato vampiros, déjame ayudarte. Confía en mí.

La chica negó con la cabeza.

—¡Ustedes son los culpables de todo! —chilló ella entre lágrimas— ¡Me llevarás de regreso con ellos!

—No lo haré. Te debo la vida. Te juró que no le diré a nadie que te he encontrado, de hecho, nadie en la organización sabe que estoy aquí. Si no fuera por ti estaría muerto. Yo confié en ti anoche, Hatsú. Pudiste atacarme, destruirme y sospecho que con asombrosa facilidad y, sin embargo, me arriesgué aun sin saber que eres, a pedirte ayuda.

Hatsú volvió a llorar, estaba acorralada. No tenía más alternativa que confiar en él.

—Prométeme que los protegerás, a los Belrose. Los cuidarás de los vampiros.

—Lo prometo. Regresaré con un destacamento de cazadores y peinaremos la zona, si hay vampiros escondidos en este pueblo, los acabaremos.

La chica asintió. Aquello tenía otra implicación. No podía continuar viviendo con los Belrose. El momento que tanto quiso evadir finalmente llegaba. Tenía que irse si quería protegerlos y no regresar a los laboratorios de La Orden. De ahora en adelante estaría sola, el sueño de tener una familia llegaba a su fin.

—¿Qué eres? —preguntó de nuevo Karan.

Hatsú recordó el rostro de Arnold deformado por el miedo cuando le gritó "Aléjate".

«Un monstruo.»

—Yo soy un supravampiro.

—¿Un qué? —Karan jamás había escuchado el término, no sabía a qué se refería.

—No soy la hija de Branson. —Ella tragó, los ojos le escocían mientras intentaba no llorar—. Mi padre fue un vampiro y mi madre una humana, tú organización los mató. Un día la organización atacó su vivienda y tomaron a mi madre. Ella estaba moribunda cuando la llevaron a La Orden. El doctor Branson se dio cuenta de que se encontraba en cinta, así que la mantuvo viva para experimentar con el feto, modificó el código genético del bebé y creó, a partir de él, un nuevo ser capaz de destruir a los vampiros. Él. —A la chica se le hacía difícil continuar su narración, se retorcía las manos, tragó sus lágrimas varias veces antes de proseguir—. Él alteró el código genético para que en lugar de alimentarse de sangre humana lo hiciera de sangre de vampiros. Ese bebé, soy yo.

Karan tenía la boca abierta, veía a la chica escuálida frente a él, llorar desamparada y le costaba creer que ese cuerpo tan pequeño fuera capaz de acabar fácilmente con varios vampiros a la vez.

—Yo lo descubrí —continuó mientras se limpiaba el rostro con el dorso de las manos—. La persona que creía era mi padre, me sometió a diversos experimentos dolorosos durante casi toda mi vida, a transfusiones que varias veces me llevaron al borde de la muerte, solo para despertar mi mutación, para encontrar la manera de que se manifestara lo antes posible y poder hacer lo mismo con los clones que hizo de mí.

Lo que ella contaba, esa historia era algo atroz, inverosímil. Le costaba creer que la organización a la que pertenecía, la misma por la que entregaría su vida, no fuera otra cosa que una mentira.

—¿Qué? ¿Hay más?

Ella dejó escapar una risa amarga.

—Claro que hay más, mi nombre significa primogénita, yo solo soy la primera. Los demás están "madurando" en las islas Volcánicas.

—¿En las islas Volcánicas? ¡No es posible! Yo soy el jefe de la élite y desconozco todo esto. No es posible que hayan hecho experimentos con híbridos de vampiros.

Hatsú lo miró con lástima.

—Tú mismo eres un experimento. ¿De dónde crees que vienen tus modificaciones genéticas? ¿Tu resistencia, tu acelerada capacidad regenerativa, tus sentidos superiores al del resto de las personas?

—No lo entiendo, ¿qué tratas de decir?

—Tus modificaciones están basadas en el código genético de otro híbrido de vampiro, las de todos los cazadores, en realidad.

Karan frunció el ceño, estaba confundido, no entendía lo que la chica le decía.

—¿Otro híbrido de vampiro? Los vampiros no pueden tener hijos.

—Siempre hay excepciones.

—¿Quién es el otro híbrido?

Hatsú lo miró a los ojos, abatida.

—Mi hermana.

Karan estaba aún más confundido.

—Pero, Branson no tiene más hijos. ¿Cuál hermana?

—Amaya.  


***Hola, ¿qué les pareció el capítulo? ¿Esperaban que Hatsú y Amaya fueran hermanas?

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