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Capítulo XXV: Príncipes del mundo (I/IV)


"Invoca tus armas para que los demonios 

desaparezcan en la espesa tiniebla, 

caballero de Ardere"

Las saetas del tiempo: Horas.


https://youtu.be/8r_XtRVjqkY

A través de los satélites la división informática de La Orden, en efecto, comprobó mayor actividad en los dominios de Vlad Draculea en el castillo Poenari, en Rumania. Tal como Ryu suponía, sus dos enemigos debían estar atrincherados en la fortaleza medieval.

El castillo de piedra, que había sido reforzado con concreto en los últimos tiempos, se alzaba sobre un acantilado en el sur de los montes Cárpatos. A este castillo se accedía por una larga escalinata de mil quinientos escalones construida en medio del bosque de pinos y abedules. Las escaleras eran custodiadas por los vampiros élite del príncipe Drácula lo que hacía imposible llegar al castillo sin ser detectados.

La ruta más fácil de acceso al Poenari era la hermosa y curveada carretera Transfagarasan, que recorría de norte a sur la sección más alta del sur de los Cárpatos donde se erigía el castillo, pero en esa época del año se encontraba cubierta en gran parte de su trayecto por nieve, haciéndola intransitable.

Ryu planteó simplemente bombardear desde el cielo la fortaleza, pero Karan le recordó que Vlad y Zahyr mantenían en su poder rehenes, si lo hacían no solo dañarían a los vampiros. Por lo tanto, la situación los obligaba a un enfrentamiento frontal con sus enemigos.

Acceder al castillo era el problema. No pudiendo llegar por tierra, quedaba la opción aérea. Poenari estaba rodeado por un espeso bosque y teniendo que acceder a él de noche, existía el riesgo, muy real, de que el transporte utilizado se estrellara, aun así, está constituía la alternativa más viable.

La decimoquinta noche después del asedio a la ONU, dos helicópteros tipo Hércules propiedad de Ryu se acercaron al extremo de la carretera más cercano al castillo y desde allí uno a uno fueron descendiendo, mientras el helicóptero se mantenía en el aire, los vampiros que estos transportaban.

Ryu seleccionó un aproximado de cien vampiros escogidos de entre los mejores guerreros que poseía su propio clan y el de Miguel Blanco. Una vez en tierra cruzaron el bosque a pie hasta la fortaleza en la cima de la montaña, al borde del acantilado.

El príncipe abría la marcha. Mantenía contacto con la división de informática de La Orden quienes realizaban la tarea de apoyo a través de los satélites, lo cual resultaba una tarea complicada pues la densidad boscosa impedía una adecuada comunicación.

Ryu vestía ropa negra confeccionada en poliamidas, resistente a cortes y balas y portaba en la espalda su espada, una larga y delgada cimitarra. Amaya estaba a su lado, uniformada con el traje negro de la organización a la que una vez perteneció. Llevaba en el cuello, pendiendo de una delgada cadena, el par de dijes: una flor de cristal azul violeta y la esfigie de un dragón, lo acarició una vez antes de guardarlo por dentro del traje negro. Ella al igual que los demás iba ataviada con un grueso abrigo para hacer frente a la baja temperatura del lugar.

Primero llegarían ellos iniciando el enfrentamiento, Karan con los cazadores los reforzarían después buscando de rodear y acorralar a los vampiros enemigos.

El grupo designado por La Orden lo formaban cazadores de segundo grado, quienes no poseían psicoquinesis, pero sí un avanzado entrenamiento en combate, así como modificaciones genéticas que incluían resistencia y fuerza aumentada. De la élite, Karan solo pudo convocar a pocos miembros pues la mayoría se encontraban al frente de misiones en otras partes del mundo, por lo tanto, el escaso apoyo de élite lo constituían Samantha, una alta cazadora experta en combate cuerpo a cuerpo y Brian quien también era un hábil guerrero.

A pesar de todo cuanto intentó Amaya en la casa de la costa, no logró convencer a Hatsú de acompañarlos. Eso había supuesto un duro revés en su plan, pues estaba convencida de que la joven adolescente tenía la fuerza y la habilidad suficiente para acabar con los antiguos vampiros, por eso después de la reunión en La fortaleza, ella le había pedido a Karan que la persuadiera de acompañarlos, pero su amigo se negó a hacerlo.

Cuando Ryu y los demás ya habían ascendido varios metros en su caminata por la montaña desde el punto en que los dejó el helicóptero, una llovizna helada comenzó a mojarlos, tornando todavía más resbaladizo el piso del bosque cubierto de hojas y raíces.

Un fuerte olor a sangre y muerte les alertó que se acercaban a su destino.

Frente a ellos la frondosidad vegetal disminuía, en lugar de los árboles otro tipo de bosque lo suplantaba. Amaya recordó en ese momento que el apodo de Vlad era "empalador".

—¡Por Dios! ¡¿Qué es eso?!

Ryu no contestó, la crueldad de Drácula se mostraba frente a él dejándolo sin palabras. Varias decenas de cuerpos en diferentes estados de putrefacción se extendían ante ellos suspendidos en el suelo por estacas de madera que los traspasaban. Algunos gemidos lastimeros evidenciaban que no todos estaban muertos.

Antes de desviar la mirada, horrorizada, la ex cazadora vio el rostro azulado e hinchado del general Fabio, así como el de algunos de los mandatarios que los vampiros tomaron como rehenes en la sede de la ONU. Parecía que la precaución de no acabar con el castillo a través de bombardeos era inútil, ya no había rehenes que proteger.

Amaya estaba mareada, dio un paso atrás y apretó el brazo de Ryu para evitar caer ante la visión monstruosa y nauseabunda. Vlad emulaba su antigua y sádica práctica medieval, cuando asesinó a veinte mil personas y los empaló frente a su castillo para amedrentar al imperio otomano. Ahora intentaba intimidarlos a ellos.

Al frente, del otro lado del bosque de cadáveres y moribundos, estaban las extensas escaleras de piedra que llevaban al castillo Poenari.

Antes de que el grupo se recuperara de la impresión que suponía el escalofriante campo de empalados, fueron rodeados por los vampiros enemigos. En segundos, las espadas se levantaron y brillos plateados poblaron la oscuridad, la lucha entre vampiros dio inicio.

El choque del metal resonó entre los árboles. Amaya saltó hacia adelante y se adentró de lleno en el combate. Hacía gala de toda su pericia y del porqué era considerada una de las mejores cazadoras de La Orden. Una y otra vez, sin descanso blandió la espada. Girando, la hundía en el cuerpo de los enemigos, asestó filosas estocadas que derribaron a varios vampiros.

Pero después de largos minutos de lucha, sus contendientes no parecían acabarse, al contrario, cada vez había más. Tanto ella como Ryu eran conscientes de su inferioridad numérica. Vlad y Zahyr llevaban mucho tiempo preparándose para ese enfrentamiento y poseían un nutrido ejército, ellos en cambio solo contaban con los miembros de su clan. Por más fuertes y hábiles que ambos eran, sus enemigos los superaban en números.

Por eso planearon que Karan llegara con los refuerzos poco tiempo después de que ellos iniciaran la lucha y rodeara a los enemigos por detrás. El problema era que Karan no llegaba.

En medio de la batalla, Ryu fijó sus ojos en Amaya, con un grito furioso preguntó:

—¡¿Dónde está?!

Ella sabía que preguntaba por Karan. Confiaba en su amigo, estaba segura de que no los abandonaría, algo tenía que haberle sucedido para que se retrasara.

En cambio, Ryu dudaba, ya una vez fue traicionado por quienes consideró sus hermanos. ¿Qué le impedía al cazador, que siempre fue su enemigo, hacerlo también?

La rubia negó con la cabeza. Intentó establecer comunicación con él, pero el equipo no funcionaba, el de Ryu tampoco. Las cosas se estaban poniendo muy mal y todo parecía indicar que La Orden los había abandonado.

Cuando los vampiros de su equipo descendieron a números peligrosos, Amaya, Ryu y el pequeño grupo de sobrevivientes quedaron rodeados por varias decenas de enemigos.

La ex cazadora extendió la mano libre de la espada y empezó a usar su psicoquinesis con los enemigos que se les acercaban dispuestos a atacarlos mientras Ryu y el resto buscaban de herirlos y arremeter contra ellos, pero los superaban en número y su entrenamiento era excelente. En la oscuridad del bosque, los vampiros del clan de Vlad y Zahyr se movían con tal velocidad que era casi imposible distinguirlos de las sombras, difícilmente lograban herirlos de muerte.

Si Ryu ejercía su poder opresivo no solo afectaría a los enemigos, también lo haría sobre Amaya y los miembros de su propio clan, así que se limitaba a luchar con su espada y a usar la psicoquinesis, elevando a algunos de sus contendientes para estrellarlos contra los árboles en frente.

La situación se hacía precaria, necesitaban avanzar al castillo, si no lo hacían todo sería en vano, no podrían acceder a Vlad y Zahyr. La ex cazadora se hizo oír en medio del clamor del enfrentamiento:

—¡Debes continuar! ¡Tienes que llegar al castillo, yo te cubriré!

Ryu la miró y recordó la frustración que lo invadió cuando ella fue apresada por La Orden y él no pudo hacer nada. En ese momento no la ayudó, escogió aquel plan que fracasó por encima de ella, la abandonó a su suerte y sufrió asediado por el remordimiento de su nefasta decisión. No haría lo mismo ahora.

Amaya vio como en lugar de dirigirse a la fortaleza, se interponía entre ella y sus enemigos.

—¡¿Qué haces?! ¡Tienes que continuar, debes llegar al castillo!

—¡No voy a dejarte! —rugió Ryu por encima de los gritos. Si algo le pasaba ya no tendría sentido para él seguir luchando.

A pesar de la muerte y el peligro que los rodeaba, Amaya sintió que la calidez se apoderaba de su corazón. Miró la ferocidad en el atractivo rostro del vampiro, dispuesto a todo por protegerla. Mas que nunca deseó un mundo nuevo para ellos.

Él levantó su espada, el aire comenzó a cambiar, se movió aún más rápido de lo que ella creyó posible, tanto que ni siquiera pudo ver sus movimientos, hasta que uno a uno los vampiros enemigos cayeron casi al mismo tiempo delante de ella, desplomados como muñecos a los que se les agota la batería. Al fijarse mejor se dio cuenta que sangraban. En la oscuridad del frío bosque sus cuellos fueron cercenados por la filosa cimitarra que no llegaron a anticipar. Ya no quedaba nadie en pie, ningún enemigo los amenazaba, Ryu los había exterminado a todos.

Se miraron a los ojos por un momento. El castillo los esperaba justo detrás. Pero antes de que pudieran celebrar la victoria, los dos voltearon al mismo tiempo, alertados por cambios casi imperceptibles en el aire. Descendiendo de la escalinata se aproximaban más vampiros.

—¡Maldita sea! —masculló el príncipe entre dientes sujetando con fuerza el delgado sable.

El enjambre de vampiros llegó hasta ellos y los rodeó de nuevo. Ryu podría intentarlo otra vez, destruir la mayor cantidad posible, pero al hacerlo descuidaría a Amaya, tendría que defenderse sola mientras él atacaba y aunque no dudaba de sus capacidades, sus nuevos contrincantes no eran un número despreciable. Levantó la espada, dispuesto a jugarse todo por defenderse y defenderla y otra vez el aire se enrareció a su alrededor.

Amaya adoptó una postura defensiva. Así como Ryu, ella se movía adelante matando el mayor número de enemigos. Subía su espada describiendo arcos por encima de su cabeza, la bajaba, cortaba, la hundía en los cuerpos inmortales, pero aun así no era suficiente. Varios la atacaron al mismo tiempo.

Inevitablemente una de las espadas se hundió en su abdomen y la cazadora cayó de rodillas.

Ryu detrás de ella se volteó asustado, abandonó su propia lucha y llegó destajando a los que estaban de espaldas a ella justo en el momento en que el vampiro que la había herido se disponía a asestarle el golpe final. El príncipe rugió, extendió su mano y el vampiro con la espada delante de Amaya fue suspendido en el aire, luego su cabeza se desprendió de su cuerpo producto de una fuerza aterradora e invisible.

Él se paró delante de Amaya con la espada en alto, protegiéndola, haciéndole frente a los que todavía quedaban en pie. Los vampiros lo miraron con cautela, no se atrevían a atacar, pero tampoco se rendían. Los ojos del príncipe se movían rápido en la oscuridad, estaba alerta como un feroz animal acorralado.

El primer ataque llegó por la espalda, Ryu lo anticipó y pudo detener la espada, pero el resto de los vampiros se envalentonaron y avanzaron juntos hacia ellos. La prioridad de él era Amaya así que descuidó la retaguardia.

Una tras otra, las espadas se hundieron en su espalda. Los ojos del príncipe se dilataron, sus heridas no podían matarle, pero al ser hechas por espadas de plata y estrancio, espadas para matar vampiros, dolían, no cicatrizaban rápido. Ryu finalmente cayó de rodillas junto a ella.

Sus pupilas se movieron al percibir acercándose el rumor de muchos pasos. Amaya estaba junto a él, arrodillada, apretando la herida en su estómago.

Adelante las ramas de los árboles se agitaron. Una sombra negra cayó del cielo justo frente al vampiro que amenazaba a Amaya, en segundos la cabeza de este rodó por el suelo, luego su cuerpo decapitado se desplomó. Los vampiros que rodeaban a la pareja no esperaban el ataque sorpresa, voltearon sus rostros estupefactos contemplando al recién llegado.

Ryu miró brevemente a la figura negra delante de Amaya, era Hatsú. La chica llevaba el mismo traje que ella y en su mano una larga espada. La adolescente le dedicó una rápida mirada y se volteó pues la perplejidad en los vampiros que los cercaban duró poco y ya se lanzaban al ataque.

Ryu también se giró y empezó a enfrentar a los que estaban a su espalda mientras Hatsú luchaba frente Amaya. Mas allá, Karan llegaba con un destacamento de cazadores.

Amaya se levantó con dificultad sorprendida de ver a su hermana. Sonrió al verla moverse con una agilidad asombrosa, ella no dudaba y usaba tanto las largas uñas de sus manos como la espada para cortar a los vampiros como si fueran piezas de suave cera. Parecía que el vínculo que había formado con Karan era más sólido de lo que sospechaba, solo él fue capaz de convencerla de ayudar.

Ryu vio a la ex cazadora reponerse y fue en su ayuda, pero ella lo apartó.

—¡Vete, vete o todo esto será inútil! —Vio la duda y la renuencia en sus ojos violetas, sabía que no quería dejarla. Con una cálida sonrisa lo tranquilizó—Estaré bien —dijo dirigiéndole una mirada a Hatsú que se movía en una frenética danza asesina.

El príncipe vampiro se mordió el labio, avanzó más, la tomó por la cintura y le dio un profundo y largo beso como si el cruento combate que los rodeaba no existiera.

Hatsú volteó a mirarlos, se sonrojó y turbada, apartó sus ojos de la pareja para concentrarse de nuevo en matar vampiros.

Ryu abrazó a Amaya como si su vida dependiera de ello, sus labios permanecían unidos, sus lenguas enredadas, nada más importaba en ese instante. Cuando por fin se separó de ella le dejó una ligera mordida en su labio inferior.

—Te veo después —le susurró al oído.

Ella tragó, con un ligero temblor que nada tenía que ver con sus heridas, asintió para verlo partir rumbo a las largas escaleras de piedra del castillo Poenari, donde se atrincheraban Vlad y Zahyr. 

*** Llegó el momento... el enfrentamiento. ¿Morirá alguien? ¿morirán muchos?

La cita al inicio del capitulo pertenece a una genial historia que estoy leyendo aquí, en Wattpad que se llama "La saetas del tiempo: Horas" de  @CiaraSofi. Se las recomiendo mucho si les gustan las novelas juveniles llenas de acción héroes y antihéroes.  

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