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Capitulo XXV: Lía, una buena amiga (II/II)

Advertencia: este capítulo tiene contenido sexual y violento que solo debe ser leído por mayores de 18 años

El reloj de la mesita de noche dio las tres de la mañana cuando el profesor Vincent Black abrió los ojos y se encontró frente a él con una imagen irreal.

Parpadeó varias veces antes de restregarse con fuerza los ojos creyendo que todavía estaba dormido. Alargó la mano, tomó los lentes de montura de carey de la mesita y se los colocó para ver mejor lo que estaba en el umbral de su puerta.

Una mujer de largo cabello que se extendía a su cintura, negro como el ónix y reluciente hasta dar reflejos plateados, estaba de pie frente a él. Llevaba una especie de túnica larga de encaje rojo transparente con hilos brillantes. Bajo esta se podía contemplar una exuberante figura esbelta, pero abundante de curvas.

El profesor se incorporó en la cama. Abrió grandes los ojos llenándoselos de los pezones que se erguían levantando el encaje y el sexo medio oculto por las sombras que proyectaba el resto del cuerpo de esa presencia irreal. No sabía si gritar o extender la mano para saber si esa mujer era de verdad.

La hermosa mujer de piel pálida le sonrió y avanzó con aire juguetón hacia la cama.

—No lo dudes más —dijo ella con voz aterciopelada— soy real.

La mujer, que olía a jazmín y sándalo, se sentó en la cama. Tomó la mano del profesor y la colocó en uno de sus pechos. Él creyó que se moriría allí mismo. Nunca había tenido entre sus dedos un seno como ese, del tamaño justo para su mano, firme y turgente, de piel suave como el durazno y un pezón tierno y rosado que retorcía entre sus dedos. La miró a los ojos y detalló que eran de un extraño color amatista. Apretó el seno y se abalanzó sobre la prodigiosa aparición, pero la mujer lo detuvo antes de que pudiera hacerse con sus labios.

—No. Aun no, querido.

Era divorciado. Su mujer lo había dejado hacía más de cinco años cuando descubrió una aventurilla que mantenía con una de sus estudiantes. En realidad, a él no le importó que se fuera, la mujer ya estaba vieja y en la universidad había decenas de niñas hermosas y frescas esperando por él, para que les mostrara las delicias de la vida.

Sabía que no era agraciado. Tenía una calvicie prominente y rasgos nada delicados, además de un problema en sus glándulas salivales que lo hacían salivar en exceso y por eso tenía que tragar constantemente, para evitar que la saliva saliera de su boca, pero tenía grandes ojos azules que conservaban cierta belleza. Aparte, se consideraba un experto en la cama. Ávido de demostrar sus dotes, pero con tan poco atractivo, tenía que valerse de ciertas artimañas.

No se sentía culpable de forzar un poquito a sus alumnas a iniciar una relación con él. Total, estaba seguro que cuando las tuviera jadeando debajo de su cuerpo, sintiendo de lo que era capaz de darles, ellas pedirían por más.

Pero esta diosa que tenía sentada en su cama, excedía a la más hermosa de sus alumnas, sobrepasaba cualquier fantasía.

—¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí?

—Eso no importa, lo que realmente importa es que estoy aquí para ti, para tu disfrute.

La mujer sonrió con ojos seductores y el profesor Vincent asintió olvidándose de tragar, un hilo de baba se escurrió por la comisura de su boca. La mujer abrió su túnica y le permitió colocar la mano en su muslo. El profesor lo recorrió con dedos temblorosos, cuando lo desplazó a su interior para ascender hasta su entrepierna, ella negó con la cabeza.

—Aún no, mi querido profesor. Quiero que me prometas algo primero.

El hombre se apresuró a afirmar enérgicamente.

—¡Lo que sea!

—Ya no seducirás más a tus estudiantes. Serás justo con ellas y las dejarás en paz. Sobre todo, a Madeleine Vélez; a ella le corregirás su tesis y dejarás que la presente. ¿Entiendes?

No. No entendía, pero una fuerza superior a él lo obligó a afirmar con la cabeza.

¿Qué tenían que ver sus estudiantes con todo aquello? ¿Alguna de ellas había contratado a esta mujer para persuadirlo? ¿Madeleine, quien se había resistido?

La mujer a su lado ladeó la cabeza y tal como si pudiera leer su pensamiento le dijo:

—Vengo de parte de todos ellos, soy tu obsequio —Ella le limpió un hilo de saliva que escurría por su boca—. Quiero que seas solo mío, no me gustaría compartirte. Si me entero que has coqueteado con alguna de tus estudiantes, no regresaré y te perderás el regalo que tengo para ti —dijo y colocó su mano de dedos finos sobre el pantalón del profesor, apretando su miembro—. ¡Hum!, ¡estás tan duro! —Y se rio, malévola.

El profesor jadeó sintiendo su toque. Esa diosa lo estaba acariciando. En su oído escuchó la voz aterciopelada de ella.

—Regresaré solo si cumples lo que te he pedido, mientras más pronto, más rápido volveré y obtendrás tu premio.

Ella apretó con mayor fuerza y él cerró los ojos intentando controlarse, pero fue en vano, se vino manchando el pijama.

Cuando abrió los ojos ella ya no estaba, pero a su lado permanecía la bata de encaje rojo que la sensual dama vestía.

Al día siguiente el profesor Vincent Black acudió a la facultad como siempre.

En su mente revivía una y otra vez el extraño y erótico acontecimiento de la noche anterior. «¿Será verdad que regresará?» se preguntó esperanzado.

Durante esa semana recibió en su despacho con la mejor disposición a las alumnas bajo su tutelaje. Se comportó como todo un caballero, mantuvo la distancia, hizo las correcciones pertinentes y aprobó sus proyectos de tesis.

Por la noche, el profesor dejaba la puerta de su departamento sin pasar la llave. Mantenía la esperanza de que fuera cierto y la exuberante mujer regresara. Sabía que lo haría porque cuando al final de la tarde él volvía a casa, sobre su almohada encontraba una nota.

Un pequeño papelito con ligero olor a jazmín donde una pulcra caligrafía decía "Pronto". Por eso sabía que ella era real y que volvería.

¿Cómo había sucedido? ¿Por qué era él el elegido? Antes, ya había recibido de parte de algunos de sus alumnos regalos costosos para que la nota de sus tesis fuese la mejor. Quizás alguno de los que estaba por presentar su proyecto de grado decidió hacerle el regalo. Tal vez fue Madeleine Vélez que, al no ser capaz de entregarse, contrató a esa mujer. Si era así, ella sería la primera en obtener la máxima calificación en su proyecto de tesis por enviarle tan exquisito obsequio.

Como fuera, el profesor aprobó todos los proyectos y el último día de esa semana, al finalizar la tarde, llegó a su apartamento rebosante de excitación.

Se duchó, se perfumó, hasta compró una botella de buen vino que metió en el refrigerador esperando que la hermosa mujer se presentara.

Tarde en la noche empezaba a dormirse, los ojos se le cerraban mientras esperaba sentado, con la espalda apoyada en el respaldo de la cama.

Enderezó la cabeza al darse cuenta que se había dormido. Cuando abrió los ojos, la bella mujer estaba de pie en el umbral de la puerta.

Su cabello negro lo llevaba suelto e iba adornado por un tocado de muselina roja y pedrería que se entretejía con las hebras de su pelo. Estaba desnuda, pero en sus brazos, muñecas y tobillos llevaba varios brazaletes de oro, así como finas cadenas del mismo metal cruzaban su cintura y su torso, dándole una apariencia de hurí turca.

El profesor jadeó cuando ella se subió a la cama y le sonrió.

—Lo hiciste excelente, ahora tendrás tu premio, querido.

Ella se sentó a horcajadas sobre él y le abrió la camisa, el profesor le rodeó la estrecha cintura con sus brazos para besarla, pero la mujer lo esquivó, en su lugar descendió el rostro y comenzó a lamerle la piel del pecho al tiempo que frotaba su pelvis sobre la de él.

El profesor cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás dejándose hacer. Levantó una mano para acariciar la piel desnuda de la mujer, pero ella de nuevo no lo dejó.

La actitud esquiva de ella empezaba a molestarle. La deseaba, quería penetrarla con ferocidad y demostrarle de lo que él era capaz , pero sus caricias enloquecedoras lo hacían titubear. Decidió disfrutar un poco más de su toque antes de enseñarle lo que era un hombre.

La mujer alternaba lamidas con mordiscos en su pecho, hombros y cuello, algunos le causaban dolor, pero el frotamiento del trasero de ella contra su dura erección le hacía olvidarlo.

Llegó un punto en que no podía soportarlo más, quería poseerla. Estaba más que dispuesto a bajarse los pantalones y forzarla a recibirlo en su interior si volvía a negarse. Ya era suficiente de solo caricias, lamidas y pequeños mordiscos.

Fue entonces cuando se dio cuenta.

Abrió los ojos para ver sobre él a la exuberante mujer con la boca cubierta de sangre, la cual le resbalaba por el mentón y se perdía, al igual que un río carmesí, entre sus pechos.

El profesor Vincent Black gritó al verla. Bajó el rostro y observó aterrado una gran mordida en su pecho de donde manaba la sangre que ella al parecer había estado lamiendo.

La tomó por la cintura y trató de quitársela de encima, pero fue inútil no pudo moverla un solo centímetro. La mujer de ojos violeta le sonrió dejándole ver unos largos colmillos.

—Calma, querido. ¡Estás por experimentar tu premio y el máximo placer!

El profesor volvió a gritar cuando ella de nuevo desgarró su carne, esta vez con sus largas uñas para continuar bebiendo su sangre.

—No grite así, profesor, me aturde su voz.

Lía se inclinó y tomó cinta aislante con la que cubrió la boca del hombre. Los ojos de él pasaron de la excitación al terror, las lágrimas descendían por sus mejillas e iban a perderse en las heridas de su pecho.

Aquello se prolongó por varias horas. Lía rasgaba con sus uñas, o mordía tomando trozos de piel y carne. A veces a ella le gustaba hacer eso, prolongar su cena y degustarla de a poco, así que evitaba morderlo en una arteria importante para que no muriera tan rápido.

El dolor al igual que el sexo es un poderoso estimulante que hace fluir con mayor fuerza la sangre, así que, hacerlo sufrir, también era una forma con la que Lía obtenía el máximo placer y más aún porque él era malvado y los malvados a ella le sabían mejor.

Cuando sintió que el hombre pronto moriría a causa del dolor, clavó al fin los colmillos en su cuello. Se abandonó a la deliciosa sensación de la sangre fluyendo en su boca, cerró los ojos y pensó en Made. De seguro estaría feliz cuando supiera que su tesis estaba aprobada.  


***Muy buena amiga, Lía

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