Capitulo XXIX (Final): El príncipe dragón
La habitación tenía una atmósfera romántica, iluminada por velas perfumadas a medio consumir. Sus llamas parpadeaban otorgando un seductor juego de luz y sombras en el cuarto en penumbra, donde las sábanas arrugadas bajo los cuerpos que descansaban luego de la intensa jornada de amor, se deslizaban fuera de la cama.
Antes del amanecer Ryu abrió los ojos. Giró la cabeza y vio a su lado el cuerpo de piel satinada de Amaya, descansando boca abajo a su lado. La cazadora estaba profundamente dormida.
Con sumo cuidado desenredó sus piernas de las de ella y se levantó. Cubrió su desnudez con un albornoz de seda negra y salió de la habitación.
Esa madrugada, La Fortaleza estaba en absoluto silencio. Lía todavía no regresaba de Oriente y los sirvientes, tanto humanos como vampiros, dormían. Ryu entró en el ascensor y marcó con una llave que solo él poseía, un piso al que nadie más tenía acceso. El vampiro llevaba una copa tallada de cristal en sus manos.
Las puertas de acero cubiertas de espejos del ascensor se abrieron a un salón bellamente decorado. Ryu salió y vio frente a él, sentado en un sofá forrado en terciopelo púrpura a Zahyr.
El vampiro albino parecía aburrido. Llevaba en el cuello el collar de plata y estrancio que anulaba sus habilidades vampíricas. Cuando Ryu llegó lo miró con indiferencia y luego apartó los ojos rojizos de él.
El príncipe de mirada violeta se sentó junto a él. Del bolsillo de su albornoz de seda sacó la pequeña daga con la empuñadura esmaltada y se abrió la muñeca. La sangre que brotó antes de que la herida cerrara, la dejó caer en la copa y se la ofreció a Zahyr.
—Ya sé que no te gusta el sabor de mi sangre, ¿Cómo fue que me dijiste? ¿Qué era particularmente agria?, pero siendo la única sangre que probarás en el resto de tu vida...
El vampiro platinado lo miró con odio.
—¿Te burlas y se supone que debo agradecer tu generosidad de no matarme?
—No a mí, si no a Vlad. Todo cuanto somos se lo debemos a él.
Zahyr bajó la mirada, sus espesas pestañas arrojaron sombra a las pálidas mejillas, los delgados labios se curvaron en una sarcástica sonrisa.
A regañadientes tomó la copa de manos de Ryu y bebió la sangre, al terminar dijo:
—¿También el que seas un traidor se lo achacarás a él?
Ryu se levantó.
—¿Cuál traición? Fueron tú y Vlad quienes me traicionaron a mí. Me reuní con ustedes, con todos los líderes vampiros, les planteé mi idea de que podíamos continuar gobernando el mundo, ya no desde las sombras como habíamos hecho siempre sino siendo los líderes indiscutibles y sin desatar una cruenta guerra.
La tranquilidad con la que Ryu llegó se comenzaba a esfumar, a medida que hablaba se exaltaba. Continuó hablando sin ocultar su disgusto.
—Me presenté delante de ustedes ofreciéndoles la alternativa de tener el mundo a nuestros pies. ¿Y qué hicieron? Me engañaron haciéndome creer que estaban de acuerdo conmigo, me utilizaron, me apresaron —En este punto ya le era difícil no mirar al otro con odio—. Querías matarme, Zahyr, solo Vlad no dejó que lo hicieras. Así que dime ¿quién es el traidor?
Zahyr lo miró en silencio, a pesar de la rabia con la que Ryu le hablaba, los ojos del albino eran pacíficos. Parecía no tener ánimos de discutir con él.
—Desde la primera vez que te vi he deseado matarte, Ryu, pero creo que ya no hará falta. Serás un esclavo de los humanos, su títere. Te usaran para contenernos en jaulas, para controlarnos y evitar que ocurra lo natural, lo que siempre Vlad y yo deseamos: que la especie superior lo domine todo.
—Ya veremos, Zahyr. Solo el tiempo dirá quién tiene la razón. Deberás resignarte a no poder matarme.
Zahyr volvió a sonreír con una expresión que no alcanzaba sus ojos tristes.
—Y tú ¿cuándo me matarás a mí?
—Seguirás vivo porque es mucho cuanto le debía a Vlad —Ryu lo miró con arrogancia y sonrió mostrándole todos los dientes—. Serás mi prisionero por toda la eternidad. Quién sabe, tal vez hasta nos hagamos amigos y te llegue a gustar el sabor de mi sangre.
—Moriré de muerte natural antes de que eso pase.
—¡Oh! ¡Vlad no hubiera querido que murieras, mi querido enemigo!
Cuando Zahyr escuchó la burla con la que Ryu mencionó el nombre del príncipe valaco se enfureció.
—¡No te atrevas a burlarte de él!
El rostro de Ryu adoptó una seria expresión, casi reverente.
—¡Jamás me burlaría de los difuntos!
—¡¿Qué has dicho?!
—¡Vlad está muerto!
El ceño de Zahyr se arrugó, su rostro contorsionado por el dolor de la horrible revelación. Un par de lágrimas brotaron sin que lo pudiera evitar. Cuando durante la batalla del castillo se atravesó para evitar que aquella niña lo matara, el creyó que lo había logrado, que una vez más había burlado a la muerte arrancándole de sus brazos a su amado Vlad. ¿Cómo era posible que estuviera muerto? Solo existía una explicación.
—Él siempre te protegió...te salvó...él. él —Zahyr tragó con dificultad, no encontraba las palabras para continuar — Y tú...lo dejaste morir. ¿Dejaste que le asesinaran, Ryu?. ¡¿Cómo pudiste?!
Ryu le dedicó una mirada fugaz antes de contestarle.
—Ya no queda nada para ti allá afuera, Zahyr. Sigues con vida porque fue lo último que me pidió antes de morir.
Zahyr se dejó caer derrotado sobre el sillón. Se cubrió el rostro con las manos y a través de ellas se escuchaba su llanto amortiguado. Lloraba sin pudor. Su alma desgarrada, su corazón destrozado.
El príncipe de ojos violeta lo contempló con un poco de pena. Consideraba a Zahyr un ser despiadado, pero si de algo estaba consciente era del profundo amor que sentía por el príncipe valaco. Verlo así casi le hizo arrepentirse de mentirle.
No podía matarlo, se lo prometió a Vlad en nombre de su amistad, pero lo necesitaba quebrado y sin esperanza por el resto de la eternidad y si para eso debía valerse del amor que sentía por Drácula, lo haría.
Ryu se volteo y entró en el ascensor dejando al otro sumergido en su dolor. Las puertas de acero se cerraron, ya no vería más al príncipe platinado hasta la noche siguiente cuando de nuevo le diera de beber una copa con su sangre que le mantendría vivo, honrando la promesa que le hizo a su amigo.
El príncipe de ojos violeta vio su reflejo en las paredes cubiertas de espejos del ascensor y sonrió con algo de tristeza. Pudieron gobernar el mundo los tres juntos, ahora solo él lo haría.
Ryu entró de nuevo a su recámara. Amaya continuaba dormida. Cuando él se metió a la cama, ella se despertó, lo miró y le preguntó con voz soñolienta:
—¿Qué haces? ¿Saliste?
Ryu se inclinó sobre ella y le besó el hombro.
—Sentí un poco de hambre.
Ella arrugó el ceño evitando pensar cómo sació esa hambre.
Ryu se deslizó bajo las sábanas y acarició su espalda, luego dejó un montón de suaves besos sobre su piel. La abrazó por la cintura desde atrás y le preguntó al oído.
—¿Te irás?
Amaya, asintió temblando debido al tibio aliento que acarició su oreja y su cuello. Luego la lengua húmeda y cálida de Ryu empezó a trazar un camino hasta su hombro.
—No te vayas, quédate mañana también.
Ella se mordió los labios cuando escuchó la voz profunda y seductora suplicarle. A la lengua se sumaron los dedos que recorrieron su columna, que la quemaban al tocarla con sus yemas ardientes.
—Cuando no estás te extraño horrores.
Un jadeo se escapó de sus labios.
—Yo...Hummm, Italia.
Ryu se rio quedo contra su piel al escucharla y continuó llenándola de besos ávidos. Entre sonrisas le preguntó mientras ella se estremecía:
—¿Qué? No te entiendo.
La mente de Amaya estaba algo trastornada. Los besos y las caricias de Ryu no la dejaban pensar con claridad. Quería decirle que no se podía quedar, que tenía que partir con un destacamento de cazadores a Italia, pero de su garganta solo salían incoherencias.
Resignada, ya no trató de explicar nada más. Cerró los ojos y se dejó llevar por el intenso placer que Ryu le hacía sentir.
La felicidad, la paz, era con él, allí, en sus brazos. Mañana pensaría en los vampiros y en los cazadores.
FIN. ... Mentira, continuará, nos leemos próximamente en la tercera parte.
***Muchas gracias a todos los que han llegado hasta aquí, a los que con sus votos y comentarios han hecho crecer esta historia y la han llenado de amor.
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