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Capitulo XXI: Sueño

La noche en la que Amaya y Ryu llegaron a la casa de la costa, luego de que el doctor Branson le retirara el collar al príncipe vampiro, la pasaron intentando convencer a Hatsú de ayudarles.

Aunque Amaya era insistente, Hatsú no se terminaba de decidir. La ex cazadora no podía discernir si era miedo del peligro o su propia inseguridad lo que la llevaba a dudar, pero su hermana se mantenía indecisa.

En el laboratorio, mientras Amaya argumentaba por qué Hatsú era necesaria, Ryu no veía progreso en su intento por convencerla. La chica persistía dudosa, sin aceptar, y Branson, cuando ella parecía al fin decidirse y estar a punto de decir que sí, se oponía alegando la juventud e inexperiencia de la joven.

Ryu se levantó luego de no ver frutos en la discusión. El vampiro prefirió dejar que Amaya manejara la situación con su hermana, además deseaba estar el mayor tiempo posible fuera de la casa, no quería incomodar a los humanos y tampoco tentar con su sangre y olor a Hatsú. Por más que la chica hubiera tolerado bastante bien su presencia, descubriendo que podía controlar a voluntad su necesidad de sangre vampírica, no quería tentar a la suerte.

—Señoritas, doctor —dijo el vampiro cortésmente con una ligera inclinación de la cabeza, luego mirando a Amaya, continuó—. Estaré afuera si me necesitas.

Amaya asintió y lo vio partir, para concentrarse de nuevo en sus argumentos con Branson y Hatsú.

Ryu subió con elegancia las escaleras que daban al saloncito de la casa, sonrió de lado al percatarse de la presencia de las dos jovencitas humanas de la familia de la supravampiro escondidas al pie de las escaleras.

Él podía percibir el rápido latido del corazón de las niñas, así como también la emoción por el peligro que sentían. Parecía que no les daba miedo su presencia.

Mientras ascendía las escaleras escuchó una voz infantil susurrar «Ahí viene, ahí viene» y después pasos ligeros que se alejaban rápido. Ryu volvió a sonreír y se tomó su tiempo para llegar al salón.

Cuando lo hizo, con sus ojos rasgados miró hacía el sofá de tres plazas donde las chicas sentadas de forma casual miraban sus teléfonos móviles. Solo el intenso rubor en sus mejillas revelaba la emoción que sentían.

—Señoritas, ¿despiertas tan tarde? —preguntó Ryu acercándose a las chicas.

Lili al notar que el príncipe vampiro caminaba hacia ellas se petrificó. Estela abrió muy grande los ojos, temblaba ligeramente y balbuceaba tratando de decir algo coherente.

—Do, do, yo, estoy, estamos le, leyendo.

—Ya veo —dijo él con una encantadora sonrisa acercándose más.

Estela parecía a punto de morir y Lili no despegaba los ojos de la pálida figura que las miraba con curiosidad.

—¿Puedo? preguntó el vampiro señalando el lugar del sofá entre las jovencitas.

Estela y Lili se apartaron haciéndole sitio a Ryu, quien sin perder tiempo se sentó entre ambas mirándolas con ojos entornados.

Una hora después, Amaya no había llegado a nada con Hatsú. Estaba cansada, los ojos le ardían al tener ya varios días sin dormir.

—Está bien, dejémoslo así —dijo la cazadora mirando a su hermana, luego le dedicó una breve sonrisa—. Si no te sientes lista, no voy a forzarte.

Hatsú suspiró. Era cierto, no se sentía lista, tenía miedo de no ser suficiente y fallar. ¿Cómo podría ella compararse con Amaya o con el poderoso vampiro que la acompañaba?

Sí, creía que su destino era ser cazadora, pero al mismo tiempo le aterraba cumplirlo. ¿Quién podría entender algo así? Necesitaba hablar con alguien, plantearle sus dudas, que la aconsejara, pero ese alguien no existía en su vida, no tenía amigos ni una madre a quien preguntar. Se sentía más sola que nunca, perdida, sin saber qué hacer.

—Es mejor que vayas a dormir, ambas estamos cansadas —dijo la cazadora mirando afectuosamente los ojos tristes de su hermana—. Hablaremos mañana.

Las dos subieron las escaleras, Hatsú para ir a su habitación y Amaya quería buscar a Ryu. A la mitad del trayecto, unas risas las sorprendieron.

En el salón, Ryu reía sentado en medio de Estela y Lili.

Hatsú miró el trío con gran sorpresa al igual que Amaya, que no se creía que el vampiro estuviera tan a gusto entre las muchachas humanas.

La cazadora se rascó la cabeza al verlo.

—Eh... pensé que estarías afuera—dijo aún sorprendida.

Ryu la miró con una gran sonrisa, tenía un teléfono en sus pálidas manos.

—¿Qué hacen? —preguntó Hatsú frunciendo el ceño y avanzando hasta ellos.

—¡Nos tomamos fotos! —dijo Lili con su voz impregnada de risa y le mostró en la pantalla de su móvil una foto de los tres, donde lucían cachitos de diablos de color rosa rodeados de brillos y estrellas.

—¡Esto es genial! —dijo Ryu con la emoción brillando en sus ojos violeta mientras se levantaba del sofá— Tenemos que tomarnos fotos así, Amaya. ¡Nos vemos luego señoritas!

Ambas se despidieron de él con la mano.

Ryu tomó de la cintura a la cazadora y avanzó con ella a la puerta de la casa.

—Salgamos un rato —dijo el príncipe vampiro aún sonriendo y marcando la clave en el panel de seguridad al lado de la puerta.

—¿Sabes la clave? —preguntó ella mirando la sonrisa de suficiencia en sus labios — ¡Oh! Leíste la mente del doctor, ¿cierto?

Ryu se rio y salió con ella a la frescura del exterior.

Afuera soplaba una brisa fría cargada de salitre, en el cielo brillaban miles de estrellas. Ambos bajaron los escalones de piedra que sobresalían en el acantilado y que daban a la playa abajo.

El mar se rizaba azotado por el viento en pequeñas olas. Ryu tomó a Amaya de la cintura y la aproximó a él, tan cerca que podía sentir su cálido aliento chocando contra su piel.

—¿Y bien? ¿lograste convencer a tu hermana?

Amaya negó con la cabeza.

—Creo que no confía en nosotros —dijo ella erizándose por los besos que él comenzaba a esparcir en su cuello— ¡Ryu, por favor!

—¡Te he extrañado tanto!

El príncipe siguió besando el cuello de Amaya ascendiendo por su rostro hasta su boca, necesitaba tocar su piel. Sus dedos se desplazaron a la cremallera del traje negro.

—¡Ryu, no! ¡Nos pueden ver! —exclamó ella entre jadeos.

Él bajó del todo la cremallera y metió sus manos bajo el traje. La piel de ella era como un incendio capaz de volverlo cenizas, peor que el sol. Suspiró al apretar los suaves pechos. No sabía cuánto la extrañó hasta ese momento en que la tenía en sus brazos.

—¿Y qué importa si nos ven? ¡Que lo hagan!

Un profundo gemido escapó de sus labios cuando él comenzó a lamer sus pechos. Después del asalto a la ONU, ella tuvo miedo de nunca más volverlo a ver. Dentro de poco se enfrentarían a los vampiros más poderosos del mundo, era más que posible que alguno de los dos muriera, que esos besos que ahora él le daba, no los sintiera de nuevo, que la pasión que la quemaba desde adentro no tuviera más protagonista que los muertos.

Se mordió los labios cuando él la tumbó en la arena. Si pronto morirían, disfrutaría de su amor. ¿Qué importa si alguien los veía? ¡No importa, que los vea el mundo entero!


El día siguiente, mientras Ryu dormía, Amaya quiso practicar esgrima con su hermana en la playa de arena blanca. La muchacha no era diestra con la espada, aunque sus reflejos y rapidez compensaban la falta de habilidad. La ex cazadora aprovechó las circunstancias y además de entrenar, continuó con la tarea de convencerla de ayudarlos a enfrentar a Vlad y Zahyr.

Max, acompañado del señor Marc y de Arnold, contemplaron asombrados la práctica de las hermanas. Era difícil para ellos compaginar la imagen anterior de la chica tímida e indefensa que proyectaba Hatsú con esta otra que levantaba una pesada espada haciendo gala de movimientos ágiles y rapidez sorprendente. Amaya por su parte, a los ojos del par de adolescentes era una especie de diosa guerrera. Ninguno de los dos se atrevía a dirigirle la palabra, cohibidos por la presencia de la ex cazadora.

Al anochecer del segundo día la pareja se despidió de Hatsú y de los humanos en la casa. Ryu lo hizo con un beso en cada mejilla de Estela y Lili, y tanto él como Amaya partieron rumbo a La Fortaleza.

Él no tenía certeza con que se encontrarían, pero estaba seguro de que a esas alturas Dorian ya sabría de su escape alertado por Vlad y Zahyr, aun así, confiaba en que sus hombres al verlo regresar se mantendrían leales a él.

Por otro lado, pensaba en Lía y en el sueño que había tenido durante el día mientras dormía.

Lía y él eran gemelos, entre ellos existía una conexión psíquica incluso anterior a su transformación en vampiros. Su hermana a menudo le decía que podía sentir cuando él estaba en peligro o cuando emociones fuertes lo embargaban. Él en cambio nunca le prestó mucha atención, no había necesidad de hacerlo estando siempre juntos.

Ahora que la angustia por el paradero de ella cada vez ganaba mayor presencia en su corazón y habiendo recuperado sus poderes, posiblemente esa conexión se hizo más fuerte.

Más temprano mientras dormía una gran angustia lo invadió, más que angustia era terror. En su sueño vio el apuesto rostro de Dorian sobre él con ojos enloquecidos y llorosos, sus manos blancas se acercaron hasta rodear su cuello. En el sueño él lo estaba estrangulando y no podía defenderse.

Su cuerpo se convulsionó intentando captar aire para respirar. Cuando por fin lo soltó, las lágrimas bañaron su rostro. Dorian, con la voz quebrada por el llanto lo llamó "Lía", empezó a pedirle perdón y a besarlo como un enajenado. Él, en medio de la falta de aire sintió asco. Ryu se dio cuenta que estaba en el cuerpo de su hermana y experimentaba lo que ella sentía. Desesperado, intentó comunicarse con ella, quería saber dónde estaba. Escuchó cuando ella mencionó su nombre, ¿lo había sentido?

«¿Dónde estás?» pensó él con toda su fuerza mental repitiendo las palabras una y otra vez.

Varias imágenes llegaron a su mente: unas escaleras de madera, una acogedora cabaña, un lago congelado en las montañas. Luego dolor insoportable volvió a apoderarse de su cuerpo y el pensamiento se nubló, solo quedó odio y desprecio, pero por sobre todo miedo.

Se despertó con el rostro cubierto de lágrimas y la espalda bañada en sudor. Podía entender las lágrimas, pero habiendo recuperado su condición vampírica ya no tenía por qué sudar, pero Lía, si todavía tenía puesto el collar sí lo haría. Eso confirmaba que la conexión había sido real.

Ryu apretó los puños, en sus ojos brilló la furia. Por un momento sufrió lo que ella padecía, lo que el enfermo de Dorian le hacía. El odio se elevó en su interior como lava en erupción, le haría pagar todo el daño que le estaba ocasionando a su hermana.

Cuando se tranquilizó trató de entender lo que vio. El paisaje que rodeaba la cabaña le era desconocido, nunca había estado allí. Pero en el sueño experimentó familiaridad, una sensación de saber exactamente dónde estaba. Ese era el lugar donde Lía huyó con Dorian cuando él aún era cazador antes de transformarlo en vampiro, donde pasaron sus primeros días juntos. La casa en la cual iniciaron su romance era ahora su cárcel y sitio de castigo, allí la tenía prisionera.

Durante el camino en carretera hacia La Fortaleza, el pensamiento de Ryu daba vueltas alrededor de ese paraje congelado. Cada vez estaba más seguro que se correspondía con la cadena montañosa al norte del país, el nombre de uno de sus bosques acudió a su mente tal vez debido a la conexión compartida con Lía, allí tenía que estar la casa.

Frenaron frente al portón electrificado de La Fortaleza que de inmediato se abrió para ellos. Amaya avanzó dirigiendo lentamente la motocicleta, preparada para luchar en caso de que los atacaran, sin embargo, eso no sucedió.

León, su antiguo guardaespaldas salió a recibirlos con una expresión de alivio y sorpresa en el rostro.

—¡Señor Ryu! ¡Está vivo!

Tal como había pensado Ryu, su gente continuaba siéndole leal. Amaya suspiró aliviada al ver la cálida bienvenida.

El príncipe descendió de la motocicleta y abrazó a su oficial. El vampiro se congeló por el gesto de cercanía de su señor sin saber muy bien qué hacer ante eso. Cuando Ryu se separó de él, colocó su mano en su hombro y mirándolo a los ojos le dijo:

—¡Phidias ha muerto!

Fue entonces cuando León entendió a qué se debió el gesto. Phidias fue entre todos el más cercano a su señor, considerado tal vez semejante a un amigo.

—¿Muerto? —preguntó León sorprendido. Phidias era un vampiro poderoso y muy hábil, ¿cómo podía haber sucumbido?

Ryu asintió con pesar.

—Vlad y Zahyr nos han traicionado. ¡Ellos lo mataron y es nuestro deber vengarlo!

León entendió. La guerra no era solo con los humanos sino también con los de su misma especie.

—¿Dónde está Dorian? —preguntó Ryu después de algunos minutos de silencio.

León parpadeó varias veces recuperándose de la conmoción que supuso la noticia de la muerte de su jefe inmediato. Después de unos segundos contestó:

—El señor Dorian no está aquí. Vino la noche siguiente del atentado en la ONU y dijo que usted y la señora Lía habían fallecido por lo tanto él era el nuevo líder del clan. Dio algunas órdenes y me dejó a cargo. Después de eso, él no ha regresado, no hemos tenido noticias del señor.

Ryu lo miró y pensó en su sueño. Si Dorian no estaba allí entonces estaba en la casa, en ese frío bosque.

—¿Dónde puede estar? —le preguntó Amaya.

Ryu negó con la cabeza.

—Tengo una vaga idea de donde pueden estar, sin embargo, no estoy seguro. Podrían estar en cualquier sitio a estas alturas. Una posibilidad es que esté en la sierra costera, en la nueva sede del antiguo clan de Octavio.

—Deberíamos empezar por allí, ¿no? —propuso Amaya— Dorian es un traidor y necesitamos saber qué pasó con Lía.

Ryu asintió. Esa era una buena opción, sin embargo, él se inclinaba a creer en la visión de su sueño.

—Organiza dos equipos y avísame en lo que estén listos —le ordenó Ryu a León—. Uno irá a la sede del clan de Octavio y el otro irá conmigo. Nos iremos de inmediato. Otra cosa, si hay vampiros atacando humanos, da la orden de que paren.

—No debe preocuparse, señor. En Aiskia nosotros no hemos atacado a nadie.

—Muy bien —dijo Ryu y se volteo hacia Amaya quien lo miraba interrogante, de seguro sin entender porque él organizaba dos equipos de búsqueda.

Dispuesto a explicarle su sueño, entró con ella al edificio.

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