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Capitulo XXI:¡Amaya huye! II/II



Cada tanto el vampiro volvía el rostro hacia ella que se mantenía abstraída mirando por la ventanilla, dejando correr lágrimas silenciosas por sus golpeadas mejillas.

Cuando llegaron a la fortaleza vampírica, Ryu tuvo nuevamente que sostener su cuerpo tembloroso que parecía no poder mantenerse en pie. Amaya no se encontraba allí, era solo un ser vacío que se dejaba llevar, una muñeca triste, rota, sin vida.

—¿Cómo supiste que...? —dijo ella de pronto rompiendo el silencio.

—¿Qué estabas en peligro? —Amaya asintió con el rostro— Yo no puedo leer tu mente. Normalmente los vampiros podemos manipular a cualquier humano, pero por alguna razón contigo es diferente, a pesar de todo, sentí una profunda sensación de peligro viniendo de ti y no tuve más que dejarme guiar por ella.

Amaya volvió a asentir y se quedó en silencio nuevamente.

—No merecía morir —dijo después de un rato—. Era tan joven, él quería vivir.

Ella se giró dándole la espalda para apoyarse en la pared. Poco a poco sus sollozos llenaron el salón.

Ryu la miró confundido, jamás pensó que la altiva guerrera pudiera mostrar tal fragilidad. Cuando la vio llorando apoyada en la pared, quiso consolarla. La tomó en sus brazos cerrándola en ellos, acariciando tiernamente sus cabellos, un gesto nada habitual en él.

Amaya se tensó al sentirlo. El vampiro, el culpable de toda su tragedia la abrazaba como si eso pudiera aliviar su pena. De nuevo el odio brotó en su corazón. Lo apartó con un fuerte empujón. En un segundo agarró su espada y se abalanzó sobre Ryu. Lo acorraló contra la pared y apoyó la hoja filosa en su pálido cuello.

Phidias, el lugarteniente de Ryu, seguido por los guardias vampiros apostados en la puerta, se alertaron y corrieron a donde la cazadora amenazaba la vida del príncipe, pero él, con un movimiento de su mano los detuvo.

—¡Deténganse! ¡No se acerquen!

La duda apareció en los ojos de Phidias.

—¿Señor? —preguntó inseguro, sin soltar el arma de fuego que había desenfundado y con la que apuntaba a la cazadora.

Los ojos de Ryu eran serenos, como si la espada que se presionaba en su cuello no hubiese ya cortado su piel, ni corriera por ella un fino hilo de sangre inmortal.

—He dicho que no se acerquen —luego levantó la voz para ordenar sin dejar lugar a dudas— ¡Retírense!

Phidias, todavía dudando les ordenó a sus hombres y todos se fueron dejando solos a la pareja de vampiro y cazadora.

—¿Por qué lo has hecho? Puedo acabar contigo ahora mismo si lo deseo —preguntó Amaya desconcertada, presionando más la espada contra el cuello del vampiro.

—Porque si es lo que realmente quieres, no lo impediré —contestó Ryu mirándola a los ojos con expresión serena—, pero esto no aliviará tu dolor.

—¡Cállate! ¿Qué sabes tú de dolor?

—Yo podría...

—¡Tú no podrías nada! —le gritó ella— ¡Tú no puedes revivirlo ni puedes consolarme! —Las lágrimas abandonaron sus ojos en tropel, su cuerpo volvió a temblar presa del profundo dolor que sentía.

Suavemente, Ryu tomó la muñeca que lo amenazaba con la espada y la bajó. Con delicadeza volvió a abrazarla y esta vez ella no se resistió, sino que, por el contrario, se abandonó al llanto en sus brazos.

—¿Por qué teníamos que vivir esta vida? Él solo quería ser normal y tener una familia. Es mi culpa, yo lo arrastré a la muerte.

Ryu la escuchó sin saber que decir. La tristeza en ella era abrumadora y por alguna razón lo alcanzaba haciéndole sentir pesar. Aun así, vio en su vulnerabilidad la oportunidad que necesitaba, el golpe definitivo.

Tomó su rostro y lo levantó para que ella le mirara a los ojos.

—Quédate conmigo, puedo mostrarte otro mundo, yo jamás te abandonaré, déjame aliviar tu dolor.

Amaya estaba vencida por su sufrimiento, no tenía fuerzas para resistirse a las melifluas palabras que la tentaban. La oscuridad amenazaba con tragársela y ella no era capaz de oponer resistencia.

—Lo he perdido todo. No tengo familia, tu especie acabó con ella; te has llevado mi posición en La Orden, has pisoteado mi orgullo de cazadora, mis compañeros me cazan por creerme una traidora y ahora por mi culpa, lo único puro que quedaba en mi vida, mi amigo, se ha ido. Aun así, no puedo acabar contigo.

Desvió su rostro, no podía seguir viéndolo a los ojos. Amargas eran sus lágrimas, sentía su corazón aplastado, deseó en ese momento la inconsciencia de la muerte y dejar de sentir el inmenso dolor que parecía devorar pieza a pieza todo su ser. El odio hacia sí misma, la decepción de sentir lo que sentía por Ryu, de transgredir todos sus principios y su moral, la culpa por la muerte de su amigo, todo partía en pedazos su corazón. Aún si él decidiera matarla allí mismo, no sería suficiente castigo.

—El amor determina nuestras acciones, Amaya. Todo lo que he hecho y lo que tú has hecho ha sido por amor.

Ella rio con amargura.

—¿Cuál amor?, más bien di que quieres destruirme.

A ella le pareció advertir pesar en su rostro antes de que contestara.

—Te sorprenderías si te dijera que nuestra manera de amar es mucho más intensa que la de ustedes. Déjame consolarte, no sigas luchando contigo misma, no soy tu enemigo.

Los ojos de la cazadora se tornaron vidriosos cuando sintió los labios tenebrosos recorrer su mejilla en un camino hasta su cuello, la lengua del vampiro acarició los dos finos puntos que marcaban su vínculo. Quiso resistirse, apartarlo, pero ya no tenía fuerzas para hacerlo. Todo el dolor de la muerte de Tiago acudió a sus ojos haciéndola derramar profusas lágrimas que se mezclaban en los besos que él le daba.

Lo odiaba con todo su ser, quería destruirlo, matarlo, acabar con la debilidad que sentía en su presencia, pero no podía hacerlo porque se dio cuenta que precisaba de sus caricias para olvidar que su amigo ya no le sonreiría nunca más. Así como deseaba apartar a Ryu, también quería que el sabor de sus labios inmortales le hiciera olvidar la amargura del adiós. Necesitaba sentir y ahogar en el fuego del deseo la desesperación y el dolor que querían tornar en cenizas su alma. Con besos ardientes acalló los gritos de su conciencia que le escupían a la cara el deshonor de entregarse a su enemigo.

—¿Por qué no puedo alejarte? Siento que camino en la oscuridad. Yo, yo quiero...odiarte.

Labios recorrían mejillas y descendían por el tibio cuello. Los suspiros comenzaron a reinar en el salón donde antes se escucharon sollozos. La cazadora con timidez envolvió sus dedos en la telaraña sedosa y oscura de los cabellos del príncipe. Repasó la fuerte espalda sobre la camisa sintiendo los músculos tensar ante su toque. Las manos de Ryu se perdieron entre sus curvas haciéndola arder y calmando de alguna manera el dolor. La experta guerrera caía vencida por su enemigo.

Ryu la tomó entre sus brazos y la llevó hasta su recámara donde espesas cortinas velaban la luz plenilunar en las ventanas.

Su cuerpo cayó entre sábanas de satén para ofrecerse, resignada, a su enemigo.

Ryu, con delicadeza, sin dejar de mirar como la tristeza inundaba sus ojos azules que antes eran orgullosos y desafiantes, le quitó el ajustado uniforme manchado con la sangre de sus compañeros. Numerosos cortes sangrantes marcaban la piel blanca, moretones comenzaban a relucir en los finos rasgos de su cara, y a pesar de eso la encontraba bella.

—¡Eres tan hermosa! ¡Te deseo tanto!

Él la miraba fijamente y Amaya no podía descifrar la expresión en su rostro. Los ojos violeta la vieron con intensidad antes de que esa boca se lanzara hambrienta sobre ella, para probar cada parte de su piel, sin dejar apenas un centímetro sin recorrer. Le pareció como si él quisiera aliviar su sufrimiento con besos y caricias, demorándose besando su cuerpo mancillado por golpes y cortes, esperando sanarlo. Le habría gustado que en su lugar curara su corazón.

—¡Ah! —Suspiró ella — ¡Esto no está bien!

Pero aun así se abandonó por primera vez en su vida a lo prohibido. La culpa y el dolor se extinguían entre olas de deseo y placer. Sentía toda una explosión estelar en su piel, hasta ahora nunca antes experimentada, cada vez que Ryu pasaba su lengua por las heridas abiertas para lamer su sangre. Su mente buscaba palabras para describir lo que el vampiro le hacía sentir.

Amaya admiró el rostro de hermosas facciones que se detenía a observarla con una expresión de desconcierto, pero que al poco tiempo daba paso a la lujuria. Los ojos violetas brillaban poseídos de deseo y su sonrisa emergía satisfecha de obtener el premio anhelado, ella.

—¡Ah! Nunca antes yo...

No concluyó, volvió a volcarse sobre ella. Cada lamida de la sangre guerrera lo llevaba a profundo éxtasis. Con apenas consciencia se ataba a ella y sellaba su destino.

A pesar del deseo evidente en su mirada, Amaya pudo notar que se demoraba mirándola debajo de él, sentía que quería tragarla con sus ojos amatistas. Y entonces tornaba a besarla hundiéndose en su boca con desesperación. Aspiraba el olor de su pelo, lo sentía delinear la piel sudorosa de sus pechos. Sus manos de dedos largos recorrían su abdomen y descendían por las caderas, por las piernas, hasta que él decidió cambiar sus manos por su boca para recorrer todos sus caminos y colinas con sus labios, estremeciéndola de tanta pasión.

Yacía en la mullida cama, tratando de no morirse allí mismo y resistir el ímpetu con que Ryu la tomaba. Amaya solo podía sentir al vampiro besarla y tocar su cuerpo, todo al mismo tiempo, como si un ejército de labios y dedos la hubiesen invadido. Su cuello se curvó hacia atrás exponiendo su garganta a los besos del vampiro, su piel respondía al mínimo toque incendiándose.

El dolor y el placer; la lujuria y la candidez; el amor y el odio lo llenaban todo, lo consumían todo.

Se quejó cuando sintió los colmillos clavarse en su cuello al mismo tiempo que entraba dentro ella, sorbiendo pequeñas gotas rojas, elevándola al paraíso.

—¡Ryu!, ¡Ah! —Más suspiros salían de su boca al sentir las manos hábiles recorrer su cuerpo y a él moverse con ímpetu en su interior.

El paso era perfecto en la danza erótica que ejecutaban sus cuerpos acoplados. Amaya recorría los músculos firmes con sus manos inexpertas, la piel blanca apenas sonrosada, el largo cabello negro, sedoso, que se derramaba sobre ella.

No pudo más.

Su boca se abrió dando paso a la otra, el beso feroz que la hizo sangrar, su líquido vital fluyendo entre ambas bocas, mientras la semilla de su amante enemigo se abría paso en su interior.

El clímax la alcanzó estremeciéndola en su centro, haciéndola perder el sentido de la realidad.

Ryu observó el hermoso rostro entregado al placer antes de dejarse llevar él también por la poderosa explosión. Cayó agotado sobre su pecho sintiendo el delicioso tamborilear de su corazón acelerado como nunca podría latir el de él.

Los primeros rayos del amanecer comenzaron a filtrarse entre los gruesos cortinajes tornando pesados los párpados del príncipe, pero antes de dormirse la atrajo a su cuerpo para comenzar a dar pequeños besos sobre su rostro anegado en lágrimas de culpa y vergüenza, acariciando su cabello para consolarla hasta que poco a poco el dolor menguó y la cazadora se quedó dormida trayendo paz a sus facciones.

***¿Se enamoró Ryu o sigue fingiendo?

***Espero que les haya gustado leer tanto como a mí escribir y me dejen estrellitas y comentarios. 

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